¿Cómo dejar atrás el atraso?

Dilemas latinoamericanos

 

El domingo 17 de agosto, la izquierda y el progresismo en Bolivia sufrieron una durísima derrota electoral. Con resultados parciales pero irreversibles, el candidato presidencial Rodrigo Paz, del Partido Democrático Cristiano (centro derecha) se imponía con el 32,14%, seguido por Jorge Quiroga, Libertad y Democracia (extrema derecha), con el 26,81%, Samuel Doria Medina, Unidad (derecha), con el 19,86%, un total del 78,81% para las distintas derechas, mientras Andrónico Rodríguez, de Alianza Popular (oficialmente era el candidato de Evo Morales), con el 8,22%. Lo seguía el anodino Manfred Reyes Villa (Autonomía para Bolivia) con 6,62%, y cerraba la lista el oficialista Eduardo del Castillo, Movimiento al Socialismo, con 3,16% de los votos. 

Habrá una segunda vuelta entre el primero y el segundo, mientras el tercero (Doria Medina) apoyará con su casi 20 % al democristiano Rodrigo Paz (hijo del ex Presidente Jaime Paz Zamora). Al margen de los votos válidos, el 20% votó en forma nula (en blanco o con notas contra las elecciones) a pedido de Evo Morales, quien había sido expulsado de su propia creación, el MAS, y está irreconciliablemente enemistado con su sucesor, el actual Presidente Luis Arce. Aun considerando los votos nulos con los de Del Castillo y Andrónico, no suman los de Rodrigo Paz. Descalabro total.

 

El candidato Rodrigo Paz el día de los comicios.

 

El triunfo de la derecha estaba cantado, no así el orden entre los candidatos. El día previo a los comicios, el ex Vicepresidente Álvaro García Linera publicó un muy rico análisis político. Sus palabras merecen algunas reflexiones, por la capacidad intelectual, experiencia política, incluyendo sus vivencias en primera persona desde el inicio del MAS hasta el golpe de Estado que los arrojó del poder en 2019. Luego se produjo su agrio distanciamiento con Evo, y las fratricidas agresiones entre este y su sucesor Luis Arce. 

Recordamos con gratitud la decidida defensa de la integridad personal de Evo y García Linera hecha por nuestro entonces Presidente electo, pero aún no asumido, Alberto Fernández, que permitió que finalmente ambos pudiesen encontrar refugio en México durante el gobierno de AMLO. Una ironía de la historia es que Evo Morales, ya durante el gobierno de Alberto Fernández y Cristina Kirchner, les pedía a ambos que no manifestasen sus diferencias públicamente y que las resolviesen en forma más discreta, dado que no hacerlo sólo beneficiaba a la derecha. El debilitamiento del gobierno que esa disputa abierta aceleró tuvo como corolario para nada impensable el intento de asesinato de Cristina por un lumpen financiado por personajes de la derecha ligada al macrismo y al poder económico concentrado. En el caso boliviano, el intento de asesinato de Evo Morales durante una gira política fue obra del sector del Presidente Luis Arce, lo que terminó por quebrar todas las posibilidades de reunificación. 

García Linera indica muy acertadamente —luego de analizar los problemas en la Argentina y Brasil— que en el caso de Bolivia la causa del retroceso fue “la guerra política interna. Por un lado, un mediocre economista que está por casualidad como Presidente y que creyó que podía desplazar al líder carismático indígena (Evo) proscribiéndolo electoralmente. Por otro, el líder que, en su ocaso, ya no puede ganar elecciones, pero sin cuyo apoyo tampoco se gana, y que se venga ayudando a destruir la economía sin comprender que en esta hecatombe también se está demoliendo su propia obra. El resultado final de este miserable fratricidio es la derrota temporal de un proyecto histórico y, como siempre, el sufrimiento de los humildes, que nunca fueron tomados en cuenta por los dos hermanos embriagados de estrategias personales”.  

García Linera se pregunta cuál fue la falla económica de los gobiernos progresistas y de izquierda de la región, luego de haber ganado reiteradamente por cifras contundentes y de haber implementado políticas redistributivas que redujeron fuertemente la pobreza en esos países. Esa redistribución —arguye— fue la legitimidad de esos gobiernos y el inicio de sus límites. Estima que había que proponer “unas reformas económicas de segunda generación capaces de consolidar lo logrado y de dar nuevos saltos de igualdad” con definiciones vagas sobre esa etapa de expansión productiva, tan vagas como las que encontramos en las distintas propuestas del movimiento nacional peronista y la izquierda en la Argentina para superar el reto de Milei. Queda claro en García Linera que la redistribución tiene el límite de la producción, incluyendo el mercado interno y la exportación.  

Él no lo nombra, pero la redistribución en Bolivia se alimentó durante 20 años en la peculiar nacionalización de la energía (gas y petróleo), cobrando altos cánones de explotación a las empresas del sector, que, excepto la estatal YPFB, son extranjeras (Total, Petrobras, Repsol, Pluspetrol y otras). Sin un claro incentivo para la inversión en exploración para incrementar las reservas probadas, las mayoritarias empresas extranjeras optaron por la explotación de rapiña que la misma Repsol había practicado en la Argentina desde 1999 hasta 2012. Se chuparon el gas y el petróleo de los pozos sin expandir las reservas, y allí encontró Bolivia su propia “restricción externa”, sin haber profundizado en una integración petrolera significativa, ni siquiera en YPFB. Cuando se fueron agotando las reservas probadas, cayó la producción y se terminó la base de la redistribución social. Un déjà vu reiterado en varios países y también por casa. En Bolivia se suma que, teniendo una de las más grandes reservas mundiales de litio, no han logrado producir comercialmente ni exportar nada, otra oportunidad perdida. 

 

 

Los dilemas

Es cierto que el retorno de los progresismos no puede volver a apelar sólo a la redistribución que se practicó en el pasado. En nuestro caso, esa redistribución avivó una llama siempre dispuesta de alta inflación y en esa hoguera terminó inmolado el gobierno peronista de Alberto y Cristina. Ya no se logran votos apelando a la década ganada, cuando los votantes menores de 35 años no tienen un recuerdo del período de 2003 a 2015. 

Las llamadas a reinventar un proyecto de mayor igualdad y democracia económica son reiteradas por distintos líderes políticos en toda Sudamérica, pero nadie dice cómo se hace, señal de impotencia de los representantes del sector popular. 

Se puede seguir con vaguedades y fórmulas simplistas y escapistas o enfrentar las duras opciones que la realidad nacional y el entorno mundial nos presentan. Desde la asunción de Trump 2.0, quedó claro que el imperialismo estadounidense se ha sacado la careta y, en la disputa con China, cambió todas las reglas que ellos mismos crearon a la salida de la Segunda Guerra Mundial. Estados Unidos ataca con altos aranceles y castigos económicos a varios países. Sin negar la reestructuración que buscan con el mundo, su objetivo principal es el cerco a China en todos los campos, incluyendo el militar. Tenemos la desgracia de formar parte del único continente en donde Estados Unidos puede evitar un avance fácil de China u otros países y donde su dominio marítimo es indisputado. La doctrina Monroe está nuevamente de moda, más ahora que el “hemisferio occidental” (continente americano) ha encontrado su extensión “natural” en el norte, en Groenlandia, colonia de Dinamarca. 

Las relaciones de vasallaje explícito del gobierno de Milei nos hacen perder soberanía frente a Estados Unidos, que todos los días pone un nuevo grillo a nuestras posibilidades de desarrollo y bienestar. La base conjunta en Tierra del Fuego, la imposición de reducir la presencia económica de China en el país, los beneficios desmedidos —incluido el RIGI— para la explotación de los recursos energéticos y mineros son los ejemplos más claros, pero no los únicos. El dominio por la deuda es más fácil de manejar que el engorroso de las armas, pero si sus marines están cerca, sería mejor para Estados Unidos. 

La gran deuda externa es la diferencia del caso argentino con otros sudamericanos porque, dada la alta inflación histórica (150% promedio anual desde 1943 a la fecha), la fuga de divisas alimentada por el creciente endeudamiento externo hace al menos cinco décadas nos ha hecho entrar en el mecanismo infernal de inflación y falta de divisas. Ese problema no tiene solución fácil a la vista ni propuestas sólidas para resolverlo. Pero no podemos ponerlo debajo de la alfombra ni se resuelve solo cantando "liberación, sí; dependencia, no". 

En otras latitudes, más específicamente en Asia Oriental, varios países han superado el atraso agrario para transformarse en países industrialmente desarrollados, con el caso más importante de China. La mayoría se desarrolló por invitación de Estados Unidos, que apeló a ese expediente para resolver los serios problemas de las clases campesinas y pobres urbanas y la posibilidad de que se unieran a las revoluciones socialistas. También fue invitada China a inicios de los ‘80 para distanciarse de la Unión Soviética, pero aquí las cosas no salieron como esperaba Estados Unidos. 

Sea como fuere, sin desarrollo industrial está probado que no se puede dejar atrás el atraso. El factor abundante en Asia son las grandes masas campesinas; en Latinoamérica son los recursos naturales, agroganaderos, silvicultura, pesca, minería y energía de petróleo y gas. En nuestro caso agregamos un cierto desarrollo intelectual, tecnológico y científico nada despreciable en el concierto latinoamericano. 

El desarrollo industrial no se logra sólo con invocaciones de palabras. En países que no son invitados a desarrollarse exportando a Estados Unidos, como el nuestro, el tema es doblemente difícil. Esto se debe a que la vía de integración con Asia tiene el problema de la oposición creciente de Estados Unidos a comerciar y tener inversiones de China. Además, en nuestro principal producto de exportación —la soja—, Estados Unidos es el segundo productor mundial detrás de Brasil, con nosotros terceros bastante más atrás. 

Entendemos que el sendero de desarrollo sustentable debe pasar por la complejización del aparato industrial, que, salvo algunos sectores como alimentos y ciertos productos siderúrgicos, no tiene demasiadas especializaciones competitivas internacionalmente. Además, la complejización industrial requiere —tanto al inicio como en su posterior despegue— una elevada participación de inversiones en equipos, partes y componentes importados, en especial del sector electrónico avanzado del que carecemos de cualquier avance. Guste o no, no podemos renunciar a la explotación de Vaca Muerta y la gran minería, que pueden —con regímenes proteccionistas de los ingresos impositivos y la actividad interna— desplegar su potencialidad sin resignar una adecuada tasa de beneficios privados. 

Para que los sectores en estado embrionario se desarrollen, es clave tener un tipo de cambio devaluado, no apreciado como el actual. Además, es fundamental controlar la inflación a valores de un dígito anual para recuperar el ahorro nacional en nuestra moneda sin fugas hacia el dólar. Estas son dos condiciones muy difíciles de cumplir simultáneamente. 

En otros trabajos ya hemos enumerado sectores con potencialidad, desde industrias aguas arriba y abajo del complejo Vaca Muerta, a la biotecnología especializada, el software y tantos otros empleos de calidad y buena remuneración, pero ellos no se estabilizan y crecen con tipo de cambio atrasado donde es más conveniente importar que producir, como lo sienten en carne propia cientos de miles de trabajadores industriales de distintos rubros. 

Estas condiciones mínimas que un desarrollo industrial requiere son necesarias para la acumulación de divisas que el gobierno actual no llega a juntar ni jugando al carry trade, pagando tasas de interés en pesos del 77% anual, sólo para mantener el tipo de cambio sin estallidos que repercutan en la inflación. 

El tipo de cambio competitivo no es expansivo para los ingresos reales al inicio, pero sí más adelante. Es por ello que las dirigencias políticas no lo aclaran, pensando que se malquistarían con sus votantes. Craso error. Milei convenció a las mayorías de que ajustándonos el cinto mejoraríamos, aunque haya sido una mentira porque los beneficios quedaron para muy pocos. Las dirigencias políticas y sus mentores de política económica no pueden hacerse trampa al solitario. Salgan como salgan las elecciones de medio término, no existe ni viso de salida virtuosa sin un claro programa de revitalización industrial que aclare a las mayorías los esfuerzos necesarios para llevarlo a cabo. 

 

 

 

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