CÓMO PONER LA POBREZA BAJO ARRESTO

Juan B. Justo y los orígenes del desacople de sectores de la izquierda argentina

 

El estropicio infringido a la averiada vida en los márgenes inferiores de la sociedad es más que proporcional a la magnitud del colapso del sistema de acumulación a escala mundial . ¿Habría por qué esperar otro devenir? Federico Engels en su ensayo AntiDühring señala que “la conexión entre el régimen de distribución vigente y las condiciones materiales de la existencia de una determinada sociedad es algo tan arraigado en la naturaleza de las cosas que suele reflejarse, por lo común, en el instinto popular”. Eso continúa así hasta que el conocimiento sistemático pone “al descubierto los elementos de la nueva futura organización”. No es inmediato, ni automático, ni inevitable. Ante el abismo de su disolución, el orden vigente puede encontrar la forma de retroceder; por cierto: a un costo político cada vez mayor. Si este conjunto de situaciones tuvieran como único posible desenlace el de avanzar, la política sería una actividad advenediza.

Pero no lo es, porque es la política la que puede hacer efectiva o no la voluntad de cambio. La voluntad de cambio aparece porque el avance de las fuerzas productivas le alumbra a la conciencia que eso es posible a partir de los recursos que aporta la generación del excedente económico (definido grosso modo: producto menos salarios). Los efectos económicos de la tecnología vigente y sus perspectivas “y de todo el conjunto de mecanismos movido por ella, del comercio mundial, de los bancos y del desarrollo del crédito en la época actual”, no pueden borrarse de la faz de la tierra a los tiros, puntualiza Engels al respecto en 1878 cuando dio a la imprenta lo que fue la primera edición del AntiDühring. Hace catorce décadas.

Con un producto bruto per capita mundial actual de alrededor de 18.000 dólares (calculado según poder de compra norteamericano), verdad que muy mal distribuido entre unos pocos habitantes del planeta que tienen mucho y otra enorme mayoría que tienen poco, se observa que hay suficientes recursos para atender a las minorías que por una u otra causa están en el margen.

 

 

El infierno de los otros

De manera que habiendo suficiente excedente —y lo hay desde hace décadas— las respuestas violentas de inequívoco aroma fascista que suelen recibir las minorías que habitan los márgenes del sistema son una rémora del pasado, agitada por la derecha en los diferentes países para que a nadie se le ocurra sacar los pies del plato de un estado de bienestar lo más apocado posible. Pero, ¿cuál es el significado demográfico de los orilleros? Por fuera de los subsidios al desempleo que son coyunturales, entre el 4 y el 6 % de la población mundial debe ser atendida por siempre con el gasto público por la cuestión estructural de que son seres humanos que o bien no pueden generar ingresos o bien necesitan una mano inicial para ponerse en órbita. El sistema no solo no se va a resentir, sino bien al contrario va a funcionar mejor, de momento que la inversión es una función creciente del consumo.

Según el reciente informe de la ONU (2020) sobre migraciones globales, hay 272 millones  de migrantes internacionales (3,5% de la población mundial). El 52 % de los migrantes internacionales son hombres; el 48% mujeres. El 74 % por ciento de todos los migrantes internacionales están comprendidos en edad de trabajar (20 a 64 años). Posiblemente el de los inmigrantes sea el grupo que menos asistencia requiera y acotada en el tiempo, no obstante lo cual la moneda corriente es la feroz represión.

Hay algo menos de 11 millones de personas encarceladas en el mundo. De unas décadas a esta parte siempre la mitad de la población carcelaria global la explican los Estados Unidos (el país que más gente pone tras las rejas, generalmente morocha), Rusia y China. Brasil tampoco se anda con chiquitas. Según los distintos estudios sobre esta temática en el año 2000 había aproximadamente 20% menos de población carcelaria mundial que por estos días. De acuerdo a distintas fuentes, en la actualidad la población carcelaria global creció algo así como el 10% por sobre lo que creció la población mundial. Durante el transcurso de estas dos décadas, un mundo envejecido (las canas alejan marcadamente los problemas de este tipo con los canas) y con la distribución del ingreso escorada, sugieren ser síntomas de una tasa de encarcelamiento aumentada lisa y llanamente para poner bajo arresto a la pobreza.

Según la ONU, la tasa de población carcelaria mundial es de 144 encarcelados por cada 100.000 habitantes. Este promedio varía bastante entre países y continentes, pero tal variabilidad no le hace perder su carácter de parámetro. De ahí que con este indicador resulte factible deducir cómo la Argentina entró en la variante de tratar de salir de la crisis encarcelando pobres tras dejar un tendal.

Desde los ’90 y con la honrosa excepción de 2003-2015, el sistema político procedió así para, por un lado tranquilizar a los pequeños burgueses asustadizos que no son capaces de ver las consecuencias reales de sus neuróticas opciones políticas y, por el otro, hacer culturalmente digerible el disparate de que los culpables de la pobreza son los pobres y su maliciosa holgazanería. Consolidando datos de distintas fuentes se observa que en 1999 había en la Argentina 105 encarcelados por cada 100.000 habitantes. En 2005 la cifra subió a 161 y no fue para nada ajena a ese alza la persistencia de las condenas sancionadas por efecto de la política represiva irracional puesta en práctica por el entonces gobernador bonaerense Carlos Ruckauf seis años antes. En 2010 bajó a 157. Durante el gatomacrismo la necesidad de encarcelar la pobreza hizo incrementar fuerte el indicador a 195 seres humanos tras los barrotes cada 100.000 habitantes, desde los aproximadamente 147 cada 100.000 que recibió del gobierno anterior en diciembre de 2015. Que las cárceles sean un espanto de hacinamiento parece no importar mucho.

La edición de la segunda semana de julio, The Economist vino con un informe especial titulado: “La etapa del desorden mental” (The Age of Unreason), centrado en analizar la salud mental como problema económico global, en vista de que sus costos han subido y tienen perspectiva de seguir haciéndolo. Las encuestas de la Organización Mundial de la Salud (OMS) exponen que los gastos en servicios de salud mental se incrementan pronunciadamente una vez que el PIB per capita alcanza los 20.000 mil dólares anuales. La OCDE, organización cuyos miembros son los países más ricos del planeta, manifiesta que los costos directos e indirectos de atender las enfermedades mentales exceden el 4% del producto bruto en algunos lugares.

Un reporte de la Escuela de Salud Pública de Harvard y el Foro Económico Mundial revela que entre 2011 y 2030 las enfermedades mentales tendrán un costo mayor a los 16 billones de dólares en todo el mundo (cifra muy importante, si se toma como referencia que el producto bruto mundial en la actualidad ronda los 129 billones de dólares). Este gasto es mayor que el de otras enfermedades como el cáncer, los padecimientos cardiovasculares o la diabetes. Los sondeos sugieren que la incidencia de enfermedades mentales serias, tales como esquizofrenia y el desorden bipolar, están comprendidas en un rango de entre 1,5 y 3% de la población mundial, mientras que la incidencia de enfermedades mentales más leves varían mucho entre cada país. El informe concluye abogando por generalizar la muy singular experiencia de la ciudad belga de Geel, que desde hace cinco siglos tiene como costumbre comunitaria atender a los enfermos mentales poniéndolos bajo el cuidado de las familias que habitan el lugar. Es así como “la enfermedad mental, tan a menudo aterradora, parece usual aquí. El sistema de Geel incorpora principios para lidiar con la misma (dignidad, franqueza, bondad, paciencia) que las sociedades de todo el mundo deberían adoptar”, recomienda el ensayo periodístico de la revista inglesa.

El hambre, conforme los últimos datos disponible de la ONU, es padecida por 820 millones de personas. Darle a los famélicos 5 dólares por día para la comida los sacaría de esa situación. Eso significa que los otros 6.880 millones de habitantes que no pasan hambre, aunque 2.200 millones acusen sobrepeso, deberían dedicar aproximadamente 200 dólares al año de su PIB per capita anual de 18.000 dólares, el 1% digamos para sacarlos de la inanición. Está claro que es perfectamente factible. La tarea bien difícil es encontrar la ecuación política que lo haga posible.

 

 

Justo

Las pinceladas sobre el hambre de Eugen Dühring (1833-1921) y la vida en los márgenes, disparan unas reflexiones sobre el comportamiento de sectores de la izquierda argentina de ser pasto de la máquina de marginar ciudadanos en que se convirtió el capitalismo argentino; y de poner palos en la rueda para diseñar políticas que saquen a la gente de las orillas del sistema, conforme lo sugiere el episodio de Juan B. Justo en 1918 con el precio de la papa, de acuerdo al relato de Alejandro Jasinski en la edición anterior del Cohete. Ahí podemos encontrar el origen de esa tara ideológica de la izquierda. Jasinski señala que la perspectiva que alentaba Justo través de la Comisión legislativa formada para vérselas con las malas artes en la fijación del precio del tubérculo era el de “una sociedad que podía desarrollarse con un capitalismo de pequeños y medianos productores y con impronta cooperativista. Para ello, antes que el modelo de las grandes corporaciones, proteccionista e industrializador, de Alemania y Estados Unidos, era preferible el camino británico, el del libre comercio, aun cuando la Argentina sufría sus prácticas imperialistas y sus monopolios”.

La visión de Justo era una aplicación de las enseñanzas de Dühring, cuando señalaba que “instituciones como la esclavitud y el vasallaje del trabajo asalariado, a las que viene a unirse como hermana gemela suya la propiedad basada sobre la violencia, han de investigarse como formas constitutivas económico-sociales de auténtico carácter político, y forman en el mundo actual el cuadro fuera del cual no podrían revelarse los efectos de las leyes naturales de la economía”. Pero Juan B. Justo no estaba en condiciones de asimilar la crítica de Engels a Dühring cuando el socio intelectual de Marx afirmaba que “la economía política es […] esencialmente una ciencia histórica. Trabaja con lo concreto, que es histórico, esto es, que cambia constantemente”. Y no lo podía asimilar Justo por lo que subraya Marcos Merchensky en el ensayo Las corrientes ideológicas en la historia argentina. Merchensky recrea el debate entre Justo y el socialista germano-argentino German Ave Lallemant. Este último, para la época de la fundación del Partido Socialista argentino a fines del siglo XIX, “trata de comprometer al naciente movimiento en una posición nacional, es decir de comprensión hacia los grandes intereses comunes a toda nacionalidad que, en una nación recién asomada al mundo capitalista, debían ponerse por encima de los de grupo o partido”.

Pero Lallemant perdió la partida a manos de Justo y “esta colisión entre la aproximación a la realidad profunda del país y la falacia del universalismo que no advertía el destiempo en que transcurrían los fenómenos que se procura[ba] trasladar al ámbito nacional”, resultaron constituir, en forma combinada, “la característica fundamental de la obra y aún del pensamiento de Juan B. Justo, en sus inicios”. Por este motivo, “luego, él y su partido sucumbirán a la tentación oportunista desechando todo fundamento doctrinario. Así se explican sus constantes frustraciones, como también la desintegración final del movimiento que fundara”.

Sin embargo los fantasmas ideológicos de Justo han sobrevivido. Hoy son los que continúan percutiendo en cierta izquierda argentina para que se siga equivocando de Paraíso perdido y crea como ayer que la estructura objetiva a desalojar está constituida por el capitalismo a manos de un socialismo completamente idealizado, y por los agentes subjetivos aquellos capaces de comprometerse con la revolución mundial. En rigor de verdad, la estructura objetiva a desalojar en un país en formación era la rémora en el ritmo de desarrollo y la negativa de las fuerzas conservadoras a integrar a los trabajadores en la empresa del desarrollo nacional. Hoy el desarrollo es una tarea pendiente, incluso para no dejar a nadie que languidezca en los márgenes. Cuando nace una flor y todos los días sale el sol, la voz del inconsciente colectivo que brega por la integración nacional se hace sentir desde las entrañas por obra y gracia de los principios sociales.

 

 

 

 

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