Cualquiera que se tome el trabajo de analizar la sucesión de proyectos, sus respectivos impulsores y las performances electorales de quienes accedieron a la conducción del Estado desde 1983, comprobará la vigencia de la tesis que en el influyente texto Economía y política en la crisis argentina (1958-1973), escrito durante su exilio en Méjico (1976-1983), propuso Juan Carlos Portantiero, uno de los principales difusores de la obra de Antonio Gramsci en el país. Allí sostuvo que en la Argentina rige un “empate hegemónico”, refiriéndose a la existencia de dos bloques sociales que se impiden recíprocamente coronar un proyecto político/económico que perdure: ninguno tiene la potencia suficiente para imponer el suyo pero los dos tienen la necesaria para imposibilitar el antagónico. En otras palabras, la Argentina es un país siempre en disputa.
La elección del 26 de octubre de 2025 se inscribe en ese proceso de largo plazo, razón por la cual no se justifica la dramatización de opiniones compañeras alarmantes, que en la práctica tienen el potencial de producir un fuerte escepticismo respecto de la posibilidad de revertir situaciones adversas: fomentan la desconfianza en la efectividad de la lucha política.
Es oportuno insistir: una elección es apenas una foto que debe analizarse en el contexto de la película de la que forma parte, y la película en cuestión está filmándose; por lo tanto, no caben las afirmaciones categóricas y/o definitivas: debiéramos haber sido tan cautelosos ante el triunfo de Fuerza Patria en la Provincia de Buenos Aires en septiembre, como cuando se invirtieron los resultados a nivel nacional en octubre. La dinámica del empate hegemónico obliga a leer con prudencia cada elección; es lo que enseña la historia, en particular la cercana: la advertencia era válida para Macri en 2017 y, antes, para el Alfonsín del “tercer momento histórico” en 1985 y para el Menem de la “re-re” en 1995. La cautela debería ser extensiva a los análisis basados en un psicologismo de raigambre ontológico-idealista que desestiman datos objetivos, sobreestiman presuntas subjetividades y explican como obviedad el lunes lo que no podían tan siquiera sugerir hasta el sábado. No estoy negando cambios en la sociedad y en la cultura política de muchos compatriotas –por ejemplo, se ha debilitado la otrora argentinísima conciencia igualitaria– ni transmitiendo que no me sorprendió el resultado, estoy diciendo que constituye un error confundir triunfo electoral con hegemonía política.
En el caso que nos ocupa, se presentó una singularidad que a la postre habría de ser desequilibrante: la trascendencia de la Provincia de Buenos Aires y el inapelable triunfo peronista del 7 de septiembre, convirtieron la elección de octubre en un balotaje –instancia generalmente adversa al peronismo– que movilizó al antiperonismo bajo la conducción del Presidente de Estados Unidos, Donald Trump, quien se puso la campaña gorila al hombro practicando terrorismo político-financiero: “O votan al que yo quiero o doy un golpe de mercado”. La injerencia imperial así planteada condujo a un razonamiento tan absurdo como efectivo para producir miedo: “La crisis/debacle económica va a producirse si no voto lo que ordena el sheriff”, no como consecuencia de las políticas que venían aplicándose y se profundizarían si se le daba el gusto al sheriff.
A propósito de la Provincia de Buenos Aires y confirmando lo anterior: cuando se analiza cuantitativamente la elección de octubre, se observa que la cantidad de votos que obtuvo el peronismo en valores absolutos, no relativos –porcentaje–, es muy similar a la obtenida el 7 de septiembre; pero La Libertad Retrocede obtuvo casi un millón de votos más. Constatación que desestima algunas críticas amigas a la “lista de Cristina”: quien piensa que lo decisivo fueron los candidatos, debe explicar el triunfo de Espert, cuya imagen encabezaba la lista de LLR en la boleta.
La película muestra también a una derecha con un programa –el de siempre– y una hoja de ruta –reformas laboral, impositiva y previsional– que organiza expectativas y rechazos; es decir, determina los campos, propio y enemigo. Mientras tanto, los sectores nacional-populares con eje en el peronismo se debaten entre la tibieza y radicalidad de la oposición, sin haber enunciado claramente –no significa con precisiones de receta de cocina– tres o cuatro postulados que den cuenta de un programa expresivo del modelo de país que proponen, a ser encarnado –en su momento– por candidatas y candidatos confiables por su propia historia, no sólo atractivos por el manejo de lenguajes audiovisuales. La abstención récord no es un aspecto menor y circunstancial; es más, quienes votaron en contra de fueron mayoría respecto de quienes lo hicieron a favor de, fenómenos que revelan la existencia del mentado problema de la representación.
En síntesis, la mitad de mandato reordena transitoriamente, pero no resuelve: le da aire a un exhausto mileísmo; obliga al peronismo y aliados a recuperar su deteriorada condición de proyecto nacional e impone un alto costo a los gobernadores que propusieron un mileísmo de buenos modales.
Para corroborar que la lucha se da en distintos frentes que no aparecen en la foto, la Corte protagonizó una abrupta reaparición con los resultados electorales recién salidos del horno: el martes pasado dio a conocer fallos que favorecen a los represores, a Macri, a Luis Caputo y a Sturzenegger; y perjudican a Cristina y otros peronistas como Julio De Vido.
El proceso tiene además una ineludible dimensión geopolítica: la militarización del Gran Caribe y los ataques a Venezuela y su Presidente, Nicolás Maduro, que expliqué aquí; las amenazas al Presidente colombiano Gustavo Petro y a “su país”, y la masacre perpetrada en Río de Janeiro, entre otras acciones, forman parte del declarado objetivo norteamericano de tener un control estricto sobre la región. Al festejar el triunfo de Milei, Trump puso en palabras algo que es evidente: “Nos estamos enfocando mucho en Suramérica, estamos logrando una posición muy fuerte allá, en muchos aspectos”. Éste es el contexto en el que se ubica la exacerbada injerencia de Estados Unidos en la Argentina, que no se limita a ayudar… al saqueo financiero; se remonta, por ejemplo, a decisiones como la del secretario de Estado, Marco Rubio, y a declaraciones del embajador destinado a Buenos Aires, Peter Lamelas. En ambos casos atacando a la principal dirigente popular del país, víctima de una condena que, además de injusta, incide directa y letalmente en el devenir político argentino. Hechos graves que hilvanan el peligroso momento que estamos atravesando. Por eso causa más repudio que asombro la preocupación de uno de los triunviros de la CGT, el ídolo de multitudes Héctor poné la fecha Daer –sin preocupación como corresponsable de la caída de los salarios reales de quienes dice representar– por el baile de CFK en prisión. Preocupación que también desveló a algunos compañeros probablemente influenciados por aquella implacable y prolongada prédica contra la presidenta del Partido Justicialista al que pertenecen.
El poder real impuso a Menem una reconfiguración estructural del Estado cuya realización demandó un fuerte liderazgo en el peronismo, alianzas y la derrota de sus oponentes en importantes conflictos sociales; y exige a Milei la profundización de esa reconfiguración, que el topo asume gustoso a juzgar por su admiración por la precursora ex Primera Ministra británica, Margaret Thatcher. Habrá que ver hasta dónde puede. Siempre ha sido difícil gobernar la Argentina, y mucho más para los gobiernos populares. El próximo turno nacional no será la excepción sino todo lo contrario; razón por la cual es oportuno rescatar aquel planteo estratégico que en una situación análoga hizo Néstor Kirchner, cuando convocó a sectores de tradición popular que no se identificaban como peronistas en lo que se conoció como “la transversalidad”.
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