Conduciendo al capital

La vuelta a las calles mostró que “el hecho maldito del país burgués” sigue vivo

 

Ni las distracciones ensayadas por la oposición y sus medios de comunicación afines, ni las predicciones de resultados sobre las elecciones de noviembre –y el cuánto de recuperación o empeoramiento sabrá conquistar el Frente de Todos– pueden taponar al peronismo regresando a las calles con la idea de un pacto social y productivo. La cronología de la conmemoración del Día de la Lealtad Peronista fue mucho más que una demostración de fuerza de cada parte al interior del Frente de Todos. Tuvo el efecto catalizador de una potencia futura a desplegar a partir de las similitudes contenidas tanto en el planteo de la Vicepresidenta Cristina Fernández el 16, con algunos oradores del 17 y el documento de la CGT del 18 de octubre.

La hoja de ruta del oficialismo de cara al 2023 parece ir en dirección a propiciar un pacto productivo, un plan post-pandémico con el empleo y la inflación como centro gravitacional. A nadie escapa que la base de sustentación del poder del Frente de Todos es el apoyo popular. Pero que las disputas políticas actuales se dirimen cada vez más en un simbolismo ficcional, lejos de la coherencia y la veracidad de los hechos o de los argumentos ideológicos, tampoco es novedad. Cada vez más, las victorias o derrotas reales se refuerzan o se minimizan en el espacio público comunicacional, tan inclinado como atento a los requerimientos del poder real. Tal vez por eso, movilizar después de tanto tiempo, volver a la calle, acercó otra dimensión, la de hacer sentir que “el hecho maldito del país burgués” sigue vivo, de modo intergeneracional y que el partido no se juega sólo mediáticamente.

Hoy el empleo figura en el tope de las demandas de la población junto a los precios de los alimentos. Fue motivo de debates en el reciente coloquio empresario de IDEA. Entre los múltiples pedidos los anfitriones enfatizaron en más bonificaciones a las cargas patronales, un “esquema temporal” para facilitar “desvinculaciones” que dé certidumbre al costo del cese de la relación laboral, un servicio de conciliación laboral obligatoria que termine con lo que denominan “industria del juicio” y que no es otra cosa que un intento de desactivar las demandas judiciales de los trabajadores ante el avasallamiento de sus derechos, modernizar convenios colectivos, mejorar las herramientas para facilitar el “empleo independiente” –una ampliación de monotributistas en el mercado laboral–. Mientras la oposición recogió el guante volviendo a poner sobre la mesa una reforma laboral con retrocesos en materia de derechos laborales, a los cuales sólo puede pensar como un costo, desde el gobierno se enfatizó en el trabajo en el marco de una expansión productiva. El Presidente Alberto Fernández reafirmó que “no debemos ver al trabajo como un costo sino como una inversión” y para reforzar la convicción dijo que los planes sociales “tienen que ser una excepción, la regla tiene que ser trabajar”.

El tema del empleo es gravitante en estos momentos y los datos lo demuestran de modo contundente. El comportamiento del trabajo registrado –datos de SIPA– muestra, cuando comparamos los meses de julio de 2012 y 2021, que solo tuvo un crecimiento promedio de 113.500 puestos anuales, muy por debajo del aumento de la población demandante de empleo.

La oposición piensa en soluciones muy del paladar del 1% de la cúspide de ingresos y riqueza, y repite sin cesar que el costo de los salarios es alto. Tal es el alineamiento que, en la reunión que protagonizaron en IDEA los candidatos a diputados por la provincia de Buenos Aires, los mayores aplausos se los llevaron Cynthia Hotton y José Luis Espert. Entre ambos alcanzaron menos del 6,5% de los votos y la primera apenas arañó el piso del 1,5 % que, de repetir en noviembre, la dejará fuera del Congreso. Endulzaron los oídos del auditorio cuestionando fuertemente la intervención del Estado sobre los mercados y el peso gravoso de los impuestos sobre la producción.

La mirada de las élites asocia más empleo a menor costo salarial y viceversa. Sin embargo, como ya se discutió en estas páginas anteriormente, el nivel de salarios actuales es tan bajo que está trayendo más problemas que soluciones. David Card, un economista canadiense que recientemente fue galardonado con el premio Nobel de economía, nos permite insistir con esta cuestión. Le otorgaron la mitad del premio por sus contribuciones al mercado de trabajo. Académico de la Universidad de California, estudió los efectos del aumento del salario mínimo en Nueva Jersey en 1992 junto con Alan Krueger, fallecido ex asesor de los Presidentes Bill Clinton y Barack Obama. En ese momento, en dicho lugar, el salario por hora aumentó un 19%, pasando de 4,25 a 5,05 dólares, y encendió las alarmas locales porque se presumía que esto achicaría la oferta de trabajo incrementando el desempleo. Los economistas vieron que la ciudad vecina de Pensilvania contaba con patrones estacionales de empleo similares a Nueva Jersey y mantenía sin mover el mismo salario mínimo, 4,25 dólares. Estudio de campo mediante, los resultados desmintieron la mirada ortodoxa que correlaciona los aumentos salariales con la disminución de la oferta de empleo. Por el contrario, la mejora salarial en Nueva Jersey aumentó también en un 13% la cantidad de puestos de trabajo generados. Esto llevó a David Card, casi tres décadas después, a quedarse con el premio y alertar sobre un problema que amenaza a toda la economía del planeta y que es tema candente en nuestras tierras. Da elementos para cuestionar las teorías que se empeñan en machacar en contra de los aumentos salariales con fundamentos doctrinarios, pero sin evidencia. Los empresarios suelen contratar más trabajadores cuando precisan producir más y esto es más factible de alcanzar cuando los trabajadores tienen más dinero para consumir más productos o cantidades de ellos.

Si los salarios no aumentan por encima de los precios, y si estos no empiezan a estabilizarse, el camino sólo lleva al precipicio. Como se dijo anteriormente, la situación socio-económica que atraviesa el país es de penurias económicas pero sus soluciones son políticas. Así parece entenderlo el FdT, que este fin de semana se expresó en todos los escenarios y mediante la multiplicidad de sus voces propias a favor de un acuerdo amplio que pare la pelota y se aleje de una realidad cada vez más parecida al Juego del Calamar.

El sábado 16 la Vicepresidenta Cristina Fernández dijo que “se necesita refundar aquello que propuso Perón, de una alianza entre capital y trabajo”. Reforzó el concepto expresando que “necesitamos esa alianza virtuosa entre los trabajadores y el capital, la empresa, donde el Estado tenga un rol preponderante porque es el que ayuda a que la relación no se desbalancee en favor de los que obviamente son más fuertes”. El domingo 17 el presidente de la Cámara de Diputados expresó en un reportaje: “Terminada la elección vamos a convocar desde el gobierno a un acuerdo con la oposición, con los empresarios y con los trabajadores articulando el Congreso y el Consejo Económico y Social. Lo hablé con el Presidente, no es que se me ocurre a mí. Y el Presidente tiene la decisión de hacerlo. Lo hablé con la Vicepresidenta”. El lunes 18 la CGT se pronunció en las calles y con un documento por “el desarrollo, la producción y el trabajo” y por “la defensa del aparato productivo nacional y la generación de empleo genuino”.

El mismo lunes 18 a la noche Elisa Carrió salió a dinamitar la idea de un acuerdo desde los estudios de la señal televisiva TN. Dijo dirigiéndose expresamente a Sergio Massa, para que no queden dudas sobre cómo debe marcar la cancha la oposición: “No se puede negociar con un mentiroso y amigo de narcotraficantes. Es importante poder evitar pactos espurios como este. No hay que llevar a cabo este tipo de acuerdos”. Pasando nuevamente al juego que más le gusta, interpretó las movilizaciones por el Día de la Lealtad como sucesos que “marcaron la interna para cobrarle la derrota a Alberto Fernández” y que no permitían descartar “una embestida” de la Vicepresidenta contra el gobierno del que es parte. Si alguien piensa que esto es parte de la performance de los llamados “halcones” de la oposición, puede desilusionarse. El alcalde porteño Horacio Rodríguez Larreta, que se probó traje presidencial en el coloquio de IDEA mediante un llamamiento a “construir un consenso y sostenerlo en el tiempo”, reaccionó a los dichos de Massa depreciándolos. Palabras tales como “cada vez que hablan es para defenestrar a la oposición” no parecen ir en la dirección de sentarse a conversar. Casi en simultáneo con esas palabras dijo en una recorrida de campaña en San Isidro: “Nos fue bárbaro con los vecinos y comerciantes, están muy enganchados, nos piden que no aflojemos y que vayamos para adelante. Son conscientes de que tenemos que ponerle un freno al kirchnerismo”.

El alcalde imagina consensos pero los condiciona a que asuma la presidencia en 2023. Sin embargo, sabe que para gobernar el país desde ese momento necesita de la mejor resolución posible del problema de la deuda y un ordenamiento de la economía que no puede esperar los tiempos de sus ambiciones personales. El camino lo va a desafiar transitando una línea sin espesor: la que separa una desestimación sin miramientos a la propuesta de diálogo que le tiende el gobierno de la mejor resolución posible con el FMI, que espera concluir el acuerdo con una oposición avalándolo en el Congreso.

Pero hay más preocupaciones en la coalición opositora. Mientras por estos días convergen los intereses electorales de la oposición con ciertos pesos pesados del empresariado local que especulan con los precios, otros empresarios se sientan a delinear acuerdos con el Frente de Todos. Celebran la firmeza de la Coordinadora de Productores de Alimentos –COPAL–, que hizo lo suyo mostrando los dientes en el comunicado que publicó antes de que su titular, Daniel Funes de Rioja, se reuniera con el secretario de Comercio Interior, Roberto Feletti. Pero se muestran preocupados por el significado del almuerzo que un conglomerado importante de empresarios mantuvo con el mismísimo Presidente. Son parte de un grupo más amplio que lo que retrata la foto, y todos parecen tener un denominador común: focalizan en que el camino que se viene ensayando sólo deprecia los activos empresarios y distribuye malestar en todos los rincones sociales. Los aglutina la búsqueda de un proyecto tendiente al desarrollo y la estabilización de la economía, y la brújula del sentido práctico no los encamina incondicionalmente hacia la opción ideológica que les propone la oposición y que históricamente viene cosechando fracasos. Probablemente estos empresarios fueron de los menos entusiastas en los aplausos que IDEA regaló a los candidatos minoritarios en votos e intensos en los discursos pro mercado sin condicionamientos.

Hay un esbozo de nueva mesa de poder que tiene indicadores potentes. La Mesa de Enlace hoy aparece ensombrecida por la impronta del Consejo Agroindustrial. Los industriales miran más a Toyota que a la UIA. Los éxitos productivos de la automotriz –que incluyen un potente perfil exportador y un modelo de relaciones laborales que aumenta la productividad sin destruir derechos– lucen más innovadores y correlacionan mejor con el futuro que las propuestas mesozoicas que empujan los dinosaurios parapetados en la COPAL, quienes siguen ensayando un ultra liberalismo fuera de estación. En este contexto, la propuesta del Frente de Todos hacia un acuerdo amplio entre sectores políticos y productivos amenaza desteñir el amarillo que calzaron las cabezas del poder real hasta hoy.

Parece que el peronismo, con sus matices y aún con las diferencias que expresaron las calles de la lealtad, va encontrando acuerdos internos que huelen a nuevo contrato hegemónico, y esto perfila los próximos dos años y parece robustecer continuidades que apuntan más allá del alboroto mediático, que se empeña en distraer para torcer la balanza en el camino al 2023.

 

 

 

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