Confiar en Alberto

Una entrevista inédita al candidato del Frente cuando aun no se había reencontrado con Cristina

 

A dos semanas de las elecciones presidenciales de octubre, la pregunta que importa es cómo se conduce la enorme diversidad de un Frente que ha centrifugado casi todo lo disponible por fuera de Juntos por el Cambio y de la izquierda trotskista. La clave no es un secreto para nadie, la clave es Alberto, el mismo que hace poco más de dos años concediera la entrevista inédita que reproducimos en esta nota y el que cambió para seguir siendo el mismo. Entre otros temas habló del peronismo, ese rompedero de cabeza para intelectuales y periodistas argentinos y extranjeros que suele correr permanentemente el arco a los analistas académicos, pues se muestra y reinventa en acto, tornando relativo todo marco teórico y haciendo mucho más interesante analizar no qué es sino cómo funciona.

A la pregunta sobre las posibilidades de una coalición frentista capaz de incluir a todo el peronismo posible y otras expresiones por derecha e izquierda, el Alberto de marzo de 2017, que por entonces discutía estos temas acaloradamente con Sergio Massa, decía esto:

“Hay dos problemas para la transversalidad del presente. Primero, que hace falta un liderazgo muy fuerte. Perón generaba esa convocatoria donde metía a radicales como Quijano, socialistas, conservadores, tipos como Solano Lima y aún más a la derecha. Pero él era Perón, eso que nace uno por siglo, si nace (…) porque si no es ingobernable un espacio como ese (…) Y el gran problema que tiene hoy el peronismo cuando convoca es que fagocita a sus invitados. Yo quiero hacer un acuerdo con vos, firmamos un acuerdo y vos sos del Partido Verde, cualquiera. Pero al tercer día te exijo que te hagas peronista con liturgia y todo y si no la vas a pasar mal. El peronismo tiene esa lógica de atrapar a todos y uniformarlos en su propia estructura y eso conspira contra cualquier intento de apertura para un movimiento histórico más amplio”.

 

 

Una zoncera de las peores

Definiciones clave que representan a un Alberto que resiste archivos incluso de la época en la que no hablaba con Cristina y la criticaba sin dejar de reconocer que “Cristina hoy es la dirigente política más importante de la Argentina, le guste o no le guste a quien sea. Vapuleada por los medios, perseguida por los jueces, cuestionada por mucha gente y aun así sigue arrastrando 30 o 35 puntos de intención de voto solita. Con toda la estructura del peronismo mirándola de reojo. Negar eso es una zoncera de las peores”.

Hoy es el candidato de un Frente que tiene a casi todo el peronismo adentro y distintas expresiones menores de izquierda, centro y derecha (el que reclamó la mismísima Cristina en el cierre del Foro de CLACSO a fines del año pasado y generara tantas urticarias), que garantiza a cada paso que con el peronismo como espina dorsal se respetará la independencia y representación de todos y cada uno de los adherentes y que se imagina no un acuerdo de coyuntura antimacrista sino una experiencia movimientista capaz de perdurar. Ese líder potente y capaz de sostener algo enorme, capaz de revertir el ciclo de devastación de Cambiemos  y que cruja sin romperse hoy debe ser él, por ocurrencia de Cristina y porque supo adquirir un perfil lo suficientemente alto y a salvo de cualquier eclipse, del que muchos dudaban inicialmente.

Por maledicente y rebuscado que parezca el revoleo de archivos de la corpo mediática —que sigue aguantando los trapos del macrismo hasta que cambie el color de la pauta— el paso a paso de la consolidación actual de Alberto no es mucho más que una confirmación de sus convicciones políticas de siempre, sólo que ahora en la condición de principal ejecutor de las ideas que porta. Sobre las inconveniencias del personalismo exacerbado o autócrata, en la entrevista que traemos a colación en esta nota Alberto decía:

“El tema es que no existan liderazgos personales tan fuertes. Cuando los liderazgos personalistas no imperan las construcciones son más colectivas y saludables que personales. Eso hay que trabajarlo en el presente y para el futuro”.

Pues bien, ese futuro es hoy, como es indiscutible que hoy carga con la doble condición de candidato que diseña y anuncia un combo de medidas reparadoras, múltiples y racionales y cuasi Presidente que ya negocia con los poderes que nos prestan el país para vivir como argentinos las condiciones para asegurar la gobernabilidad del primer tramo de gestión.

Alberto admira profundamente a Néstor Kirchner, no es ninguna novedad, lo dice a cada paso y exhibe una condición de la que el pingüino fundacional hizo gala en campaña y en el ejercicio del poder, pero que genera muchas dudas en el trotskismo racional y el kirchnerismo de paladar negro; ese que se referencia más en Cristina y se emociona posteando frases y videos del que “descolgando un cuadro” formó a miles, pero no lo ha relevado sinceramente (porque lo dicho: no es leer sino observar cómo funciona). Néstor tenía la costumbre de –ante problemas claves de la gestión— consultar opiniones muy diversas. Escuchaba a todos y luego tomaba decisiones cuyos soportes más potentes eran exigir mayores esfuerzos a los más ricos, beneficiar a los que menos tienen y hacer uso de un poderoso sentido común.

 

 

Insert y flashback

Corte al 24 de enero de 2010; última nota televisiva de Néstor Kirchner en el 678 conducido por María Julia Oliván. Barone le reprocha el nombramiento de Redrado como director del Banco Central, a lo que Néstor contesta:

—En ese momento estábamos renegociando la deuda privada, tratando de hacer una quita histórica de U$S 70.000 millones, Barone… ¿a quién querés que ponga, a Kunkel? Veníamos de un default que nos había cerrado las puertas del mundo financiero y  a mí los sectores concentrados me miraban con desconfianza. Por eso fue Redrado. 

Pero el que decía qué hacer y cómo ejecutarlo (incluso proveyendo los argumentos) no era ni Redrado, ni Nielsen, ni Lavagna. Era Néstor.

Prueba al canto y a la mano. Cuando le pido anécdotas inéditas o muy representativas de Néstor Kirchner, Alberto desgrana una de las tres que iba a relatar con detalle y admiración:

“Si vos querés que te resuma en una anécdota cómo aplicaba el sentido común en la economía, te cuento cuando Lavagna vino con la propuesta para salir del conflicto con los holdouts, para pagarles y salir de default en que estábamos. El que le exigió una quita del 75% fue Néstor y Lavagna con Guillermo Nielsen (que es un gran amigo mío), sentados en Olivos frente a una gran pantalla, se daba vuelta y me decía: “Lo que está pidiendo Kirchner es imposible, decíselo”. Pero qué le ibas a decir a un tipo emperrado en sacarles el 75%, que tal como quiso los mandó a pelear con un escarbadientes y consiguieron una quita del 75%. A partir de ahí la Argentina se niveló porque una deuda que representaba el 150% del PBI pasó a representar el 57%, fue mucho más manejable. Cuando Lavagna le dijo abiertamente: “Mirá Néstor, no sé si va a ser posible una quita de esta naturaleza”, Néstor le contestaba muy brutalmente: “Vos explicales que a los muertos no les van a cobrar nada, así que es mejor que nos dejen sobrevivir que algo van a cobrar”. Esto, que parecía un discurso muy chabacano, terminó siendo muy lógico y el que hizo un trabajo enorme con ese discurso fue Guillermo Nielsen que era el que tenía que dar la cara ante los acreedores para traducirles eso, y salió muy bien”.

Hace pocos días, en el 124 aniversario del nacimiento de Juan Domingo Perón, Alberto eligió la sede del PJ para recibir las conclusiones de sus equipos técnicos y decir: “No quiero un partido que duerma mientras yo gobierne”. Y el archivo una vez más le hace honor a quien admite que Perón y cualquiera que tenga una trayectoria extensa tiene derecho a cambiar de opinión e incluso a tener contradicciones. Mucho antes del reencuentro con Cristina y de los compromisos asumidos por estos días, Alberto confesaba:

“Yo creo que el peronismo tiene que debatir lo que es, insisto en este punto. No podemos seguir aceptando la lógica del verticalismo o el oportunismo que habilita que el que gana tenga derecho a someter a todos a su lógica. Yo quisiera que en el futuro haya un candidato o candidata a presidente del peronismo que gane y garantice la institucionalización del rol del partido en la democracia, aún para frenar al Presidente cuando el Presidente se extralimita o desvía”.

Él puede garantizar esto, pero el que tiene que aportarle más y mejores ideas y contarle las costillas cuando detecte olvidos o agachadas es el partido; si su conducción se llena de alcahuetes y “sialbertistas” (algo que suele sobrar en los alrededores de cualquier liderazgo) no habrá mucho que hacer, será lo mismo de casi siempre, la dinámica y la soledad de la primera magistratura rara vez le permiten a quien conduce todo el andamiaje ser su propio control de gestión.

De todas maneras, uno de los mejores alumnos de Néstor Kirchner sabe que opera sobre tierra prácticamente arrasada y cuenta con la complicidad de los propios y la tolerancia de quienes –aún prefiriendo a Macri o a cualquiera de la Alianza Neoliberal que representa sus intereses pero no sirve para gobernar— entienden claramente la gravedad del momento actual.

 

 

Tener o no tener

Corte de nuevo, pero esta vez a su departamento en Puerto Madero. Dylan se echa frente a la guitarra firmada por Litto Nebbia. Ya sobre el cierre de las dos horas y media de nota, Alberto se entusiasma y cuenta otra jugosa anécdota sobre el “modo Néstor” de resolver conflictos complejos. “Tengo una del Kirchner pragmático que también era imponente”, dice, y recuerda:

“El otro día nos acordamos de esto con Ginés, a propósito de un conflicto salarial con los médicos del Hospital Garrahan. Ellos querían un aumento y Néstor se había juntado con los de ATE, con Pablo Micheli, que lo había convencido de que era una locura no aumentarles, que era un hospital pediátrico y los chicos estaban por encima de todo, que los médicos que estaban en ATE, lo había sensibilizado mucho. Entonces Néstor le pregunta:

¿De cuántos médicos estamos hablando?

300, responde Micheli.

Kirchner se da vuelta y dice:

Tanto quilombo por 300 médicos, ¿me están jodiendo?

Entonces lo llama a Ginés y le dice:

—Me estás haciendo tener un quilombo bárbaro con ATE por 300 tipos, ¿por qué no les damos el aumento?

Ginés se planta y le contesta que no se lo dábamos porque no les correspondía y que si se lo dábamos íbamos a tener el verdadero quilombo pues 19.000 médicos más iban a venir con el mismo reclamo. Entonces Néstor se recalienta y levanta la voz para decirle que él (Ginés) estaba con los gordos y quería joder a ATE, que por eso rompía las pelotas. Ginés lo corta, diciéndole que no le iba a permitir semejante acusación, y le dio una explicación muy sensata de por qué no correspondía ese aumento, muy entendible además en términos fiscales. Es un delirio si concedés eso, le dice, van a venir todos a pedir lo que no tenemos cómo pagar. Se lo explicó hasta en cifras, con detalle. Kirchner se quedó callado un momento y –nunca me olvido- llamó a su Secretario y le dijo: Ubicalo a Micheli. El secretario le acerca el teléfono, Néstor lo agarra y sin preámbulo le dice:

—Pablo, andate a la puta que te parió, ¡no tenés una mierda en el Garrahan!

Corta y le dice parco a Ginés:

¿Ahora estamos bien?

"Espectacular, eso era Kirchner, un tipo que sabía imponer, pero también escuchar y equilibrarlo todo”.

Alberto toma todo lo que se comprometa con su liderazgo y se deje conducir, sin importar los casi 20 puntos de diferencia con Macri ni la cantidad de votos que arrimen. Quiere a todo el peronismo adentro, incluso a Randazzo, un extraño peronista que si no se le aseguran puestos expectables (ejecutivos casi exclusivamente) se retira del juego y en sus caprichos protagónicos no tiene un gran aprecio por el clásico apotegma de “primero la patria, después el movimiento y por último los hombres”. Puede que otro trato –el de Alberto— colabore a reconducirlo como cuadro orgánico del Frente de Todos. Por lo pronto se muestra igual a sí mismo, acaba de llegar, puso el cuerpo en un acto y ya pide lugares en la Aduana y la AFIP.

“Yo soy de los que creen que no podemos seguir regalándole al gobierno de Macri organizaciones y compañeros, dándole la ventaja de nuestras divisiones internas". Lo dijo y lo dice, lo pensaba y lo piensa. También pasea a Dylan por los alrededores de su casa, igual que siempre y mientras evalúa las dudas y chicanas de quienes nunca entendieron al peronismo cabalmente, ni lo quieren por su conformación policlasista.

 

 

Insert para el debate

En Apuntes para la militancia, Cooke observa que el movimiento debe ser policlasista en su composición para evitar el aislamiento de la clase trabajadora pero no en su ideología y sus acciones concretas, que siempre deben considerar el bienestar del sujeto social peronista por excelencia. Un caso típico de pregunta asertiva alla Cooke:

—¿Quién ha dicho que porque el peronismo tenga una composición social policlasista su ideología es también policlasista? El clasismo aparece de ese modo como una tentativa ideológica de desmembrar el movimiento nacional, de aislar a la clase trabajadora en nombre de un ideologismo puro.

Alberto tiene claro adónde situarse al decir que “los revolucionarios enfrentan la realidad que quieren cambiar y tiran casi todo lo disponible por la ventana, los reformistas la cambian utilizando los elementos con los que cuentan y con las reglas establecidas. Pero todos deben operar sobre la realidad, con los elementos disponibles en la realidad, cuando dejás de ver la realidad dejás de hacer política… Harás otra cosa, pero política no”.

Lo leyó, lo militó desde los 14 años en la UES Lealtad y como funcionario de dos gobiernos hegemonizados por el peronismo en su juventud y adultez, lo analizó desde el llano y por eso lo afirma con aplomo, sin dudar. Alberto es peronista, invita sin obligar ni someter y es genuinamente frentista. Mientras diciembre se acerca con una parsimonia exasperante, Juntos por El Cambio cumple casi cuatro años en campaña permanente y todes barajan gabinetes y medidas probables, él sabe que el desafío es tan enorme como sus convicciones. Lo que viene es transformar la realidad traccionando la gran heterogeneidad del Frente de Todos y —más que poner el ojo en el prontuario de tal o cual o en la aparente contradicción de algunos planteos— la clave es Alberto. Confiar en Alberto, acompañarlo, incluso defenderlo o como él mismo pide, prepararse para corregirlo –o enfrentarlo, como ya preconizan algunos movimientos sociales identificados con la izquierda trotskista— cuando la misma realidad que pretende cambiar lo aparte de sus promesas de campaña o su capacidad de conducción sea incapaz de conjurar las disidencias internas. Que así sea y entonces será mejor para todos, sin dudas.

 

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