CONFUSIONES Y VAQUITAS

La recolonización es al Régimen lo que la soberanía nacional es al Movimiento popular y democrático

 

 

El colono y el colonizado se conocen desde hace tiempo. Y, en realidad, tiene
razón el colono cuando dice conocerlos. Es el colono el que ha hecho y sigue haciendo
al colonizado. El colono saca su verdad, es decir, sus bienes, del sistema colonial.
Franz Fanon

Frentes

Si por un momento apartamos la atención de las torpezas, el cinismo y las crueldades macristas de cada día, y la dirigimos al legado del gobierno en agonía, veremos que la herencia con que la oligarquía retribuye al pueblo de la Nación consiste en un país internado en el túnel sin salida de la recolonización norteamericana.

A nadie que haya seguido el proceso que desnudó las maniobras protagonizadas por los más altos estamentos del Estado y la Embajada -particularmente las cometidas con las famosas fotocopias- se le escapa que buscan eliminar a la jefa política responsable de que la Argentina recuperara los más altos niveles de autonomía y bienestar de los últimos 65 años; alguien que, al contar con un fuerte respaldo popular, incurre en un crimen de lesa dependencia. Y para ese observador tampoco pasa desapercibido que tales maniobras persiguen -además-favorecer a empresas norteamericanas.

Asimismo, el estímulo y apoyo de los Estados Unidos al desenfrenado endeudamiento externo que emprendió la pata local del Régimen, obedece no sólo al jugoso negocio de financistas, intermediarios y fugadores, sino también a que en las condiciones dadas esa deuda constituye un poderoso mecanismo de sometimiento del país.

Que el modelo económico haya cosechado en algo más de 3 años un amplio rechazo popular no significa que no haya alcanzado los principales objetivos que se propusieron sus promotores y ejecutores, y menos aún que haya fracasado la actual estrategia de dominación, que queda plasmada en un retroceso más difícil de revertir que la política económica; más aún, no se reduce a la imposición de un patrón de acumulación que sirve a unos pocos y arroja a la miseria a la mayoría.

En el frente militar, el gobierno se ha sometido a las instrucciones que Washington imparte a través del Comando Sur y ha avanzado en la conversión de las Fuerzas Armadas en aparatos policiales: con el falso argumento de la lucha contra el narcotráfico y el terrorismo oculta otro eslabón de la cadena de subordinación.

Sin fisuras en la línea política, el más reciente de los pasos decisivos ha sido el abandono de la UNASUR, a lo que hay que agregar los permanentes ataques del Presidente al gobierno de Venezuela: se han retomado las peores tradiciones en materia de política exterior.

¿Se podría haber hecho un daño similar al país y a los sectores populares sin tanta torpeza? Sí: la ineptitud del Presidente y las recientes mediciones de opinión explican la desesperación de las mismas facciones del gran capital que construyeron y sostuvieron esta aventura presidencial por definir su relevo.

Esto significa que, además de descubrir y comprender los objetivos, mecanismos y víctimas de estas políticas y operaciones —ilícitas o no— debemos descifrar las condiciones de posibilidad a partir de las cuales se tornan aceptables y creíbles para amplios sectores sociales: aquellas que configuran la sumisión de los dominados al orden social que se pretende imponer, y que se impone al ser percibido de manera irreflexiva como el orden de las cosas: se sabe que en el control de la dimensión cultural del proceso político han jugado un rol central los medios de desinformación, las tecnologías de incomunicación y el rediseño del sistema pseudoeducativo; pero si las semillas venenosas gestadas en los laboratorios de Durán Barba y Marcos Peña dieron frutos en 2015 y 2017, y dan algunos más todavía, es porque fueron sembradas en terreno fértil.

Una síntesis que refleje en primera aproximación la etapa que estamos transitando puede formularse en estos términos: la contradicción entre la expansión del dominio colonial y la capacidad real para sostenerla, obliga al Imperio a adoptar formas corruptas y violentas para prevenir o atacar procesos autonómicos y consolidar el colonialismo político, económico y cultural. Por eso mismo, uno de los objetivos estratégicos de un gobierno popular no puede ser otro que romper la lógica de la dependencia, para lo cual es necesario comprender su génesis y naturaleza. La recolonización es al Régimen lo que la soberanía nacional es al Movimiento popular y democrático.

 

Desarrollo y subdesarrollo

Lo primero que hay que decir es que el subdesarrollo es un proceso necesariamente ligado a la expansión del capitalismo, que se inicia a fines del siglo XV. La articulación global del capitalismo generó condiciones desiguales: en algunas regiones el desarrollo económico tuvo lugar con mayor rapidez y con características diferentes que en otras. Estas desigualdades están determinadas porque la actividad económica, que es la fundamental en este sistema, se rige por la ley del máximo beneficio: la acumulación tendrá lugar y se concentrará en aquellas regiones que favorezcan la obtención de una ganancia, regiones que a su vez absorberán los recursos de otras zonas que les son periféricas. La periferia quedó materializada en el subsistema colonial.

La fase de la sociedad colonial concluyó con la independencia formal latinoamericana, que dio paso a la formación de sociedades nacionales. En nuestros países, el aparato del Estado quedó en manos de oligarquías terratenientes y burguesías comerciales.

El resultado de este proceso de incorporación de los países periféricos al mercado mundial capitalista fue la impregnación de sus estructuras y superestructuras internas por mecanismos de dependencia respecto de este mercado. Esto fue así porque la dependencia es condición insoslayable para la obtención del excedente de los sectores dominantes locales que, por esta razón, se hicieron fuertemente dependientes y se alejaron de la decisión autónoma que hubiese permitido la conformación de los mercados internos y la formación de naciones burguesas clásicas. Así, la dependencia se convirtió en un rasgo específico y necesario, que tiene carácter estructural: forma parte constitutiva del conjunto de relaciones de producción que conforman la base de la formación socioeconómica llamada subdesarrollo.

A fines del siglo XIX y comienzos del XX tuvo lugar un movimiento de altísima significación: la inserción de inversiones capitalistas directas en estas economías ya sometidas. Es la época del capitalismo monopolista, del imperialismo. Para los países centrales comenzó un momento de fuerte acumulación, de generación de ahorros que buscaban oportunidades de inversión rentable, que se presentaban en los países periféricos: la inversión adicional realizada en un país central rendía mucho menos que en un país periférico, por lo que tuvo lugar un intenso flujo de inversiones directas hacia nuestros países.

Pero, ¿con qué consecuencias? La inyección de tecnología moderna, de bienes de producción pesados, de capital circulante en gran escala, etc., en las estructuras ya subordinadas de los países latinoamericanos afianzó la dependencia y dio lugar a la definitiva cristalización de una formación socioeconómica con caracteres propios, que a su vez identifica una etapa singular: la neocolonial.

Lo que resultó bajo el impacto de las inversiones directas de los monopolios no fue una simple combinación de distintas tecnologías y relaciones de producción, fue algo más complejo: ni capitalismo ortodoxo, ni precapitalismo, y mucho menos una sociedad dual con sectores tradicionales y modernos, nacionales y extranjeros. Se configuró lo que algunos autores han denominado “modo específico de producción capitalista”, cuya especificidad viene dada por una múltiple dependencia: es el capitalismo del subdesarrollo.

A partir de la crisis de 1930, los países de la región quedaron integrados al centro hegemónico ya no sólo a través del mercado, sino también del aparato productivo. El recorrido que a partir de ese momento siguieron las economías latinoamericanas se movió dentro de los límites de aquella formación específica, y lo que surgió es lo que André Gunder Frank llamó el “desarrollo del subdesarrollo”. El primer peronismo y el kirchnerismo desafiaron este esquema, pero no lograron quebrarlo: la transformación de una formación social dependiente ha sido y será una tarea ciclópea. Para concretarla, el Movimiento nacional deberá ser capaz no sólo de alcanzar ese objetivo, sino de sostenerlo en el tiempo resistiendo duros embates: la Historia enseña que las conquistas populares demandan tiempo y esfuerzo y que, hasta ahora, con cada retorno del Régimen han sido rápida y drásticamente revertidas.

Se deduce que el desarrollo y el subdesarrollo se encuentran en interdependencia recíproca y dialéctica: el desarrollo de las regiones desarrolladas es el resultado y la contraparte del subdesarrollo de las regiones subdesarrolladas. Es decir que el subdesarrollo no es un simple atraso: suponerlo una etapa más del devenir histórico es incurrir en una confusión cuyo origen está en la concepción ideológica que, para situar los hechos históricos, substituye el tiempo histórico por el tiempo físico. Esta pretensión engañosa -que suele expresarse con la fórmula “países en vías de desarrollo”- introduce un falso concepto de subdesarrollo que, en términos políticos, se traduce en la negación de la dominación imperial, uno de los dos componentes del Régimen.

Por eso no es del todo acertada la sentencia que critica al macrismo porque “no hubo inversiones”. Hubo una lluvia de inversiones, pero -como escribí más arriba- en el terreno que más le interesa al aparato imperial, al capital financiero internacional y a los fugadores locales y extranjeros. Asimismo, es erróneo suponer que cualquier otra inversión hubiese sido beneficiosa, en particular las extranjeras, cuando todas las políticas del macrismo han generado un estado de cosas tal que esas inversiones, que no fueron, se hubieran traducido en mayor dependencia de nuestra economía y, por lo tanto, tarde o temprano, en un agravamiento de las ya deterioradas condiciones de vida de las mayorías.

La penetración cultural contribuye a la PROpagación de este tipo de confusiones, que alcanza a segmentos en los que no faltan actores progresistas.

 

Política y cultura

El discurso político de la derecha autóctona, respaldado sin reservas por sus socios-mandantes del exterior, sostiene que la existencia misma del Movimiento nacional es lo que explica la decadencia del país. Este relato ha logrado formulaciones más o menos sofisticadas -la variante más reciente fue el burdo enunciado presidencial que ubica el comienzo de todos los males 70 años atrás- y ha contado con publicistas más o menos refinados, pero en esencia no ha variado desde la irrupción del yrigoyenismo hasta hoy: reivindica un ilusorio estado de desarrollo que se habría alcanzado en los remotos tiempos del Estado oligárquico del Centenario, sostiene que a partir de entonces el país se desbarrancó al subdesarrollo y, finalmente, propone desandar ese camino hasta llegar a una situación similar a la de aquel paraíso perdido. Cualquier análisis realista pone en ridículo semejantes falsificaciones del proceso histórico, pero no alcanza para desmontarlas en la conciencia de muchos argentinos. Que este discurso se haya mantenido vigente más de 100 años, cuando las cosas han sido exactamente al revés de lo que sostiene, es una confirmación de los asertos marxianos que señalan que las ideas dominantes son las de los sectores dominantes y que la cultura no nace y sobrevive en el aire: está en estrecha relación con la estructura socioeconómica de una formación social.

La importancia de la dimensión cultural en la lucha por imponer el dominio o doblegarlo no es una comprobación reciente. Las trampas ideológicas o la lisa y llana manipulación no son sólo un recurso de campaña: cuando los sectores dominantes usurpaban el manejo del Estado mediante el fraude o la fuerza, la cuestión cultural era, como ahora, un arma insustituible. Así se forjó esa ideología arraigada en vastos sectores medios que recurrentemente actúan contra sus propios intereses, la misma que atribuye nuestras desventuras a la venalidad de los líderes populares, y da sustento a la creencia de que la intervención  norteamericana es una ayuda y no la causa principal de la actual decadencia autoinfligida.

Un ejemplo interesante es la colaboración en materia judicial que ofreció y brindó el actual embajador de ese país: los resultados de tan generosa contribución se pueden ver en procesos judiciales adulterados como el referido al comienzo de esta nota, y la contundencia de la correspondiente acción cultural en que una vasta franja de la población desconoce las vicisitudes de tales actuaciones y está convencida de que “se robaron todo”. En esta línea de manipulación, la otra cara de la moneda es la transparencia de personajes como Macri, cualidad supeditada a las conveniencias del Imperio.

La tesis de la autonomía de la cultura, que alimenta la sorpresa de muchos ante un sentido común cuya indómita resistencia parece tan impermeable al cambio como a la comprensión de la realidad, es en sí misma una maniobra ideológica de raigambre reaccionaria, pues  pretende esconder las raíces sociales, políticas y económicas de las ideas, el arte, la literatura y las demás manifestaciones de lo que suele llamarse el espíritu humano. Tras el pretendido apoliticismo de la cultura, tan militado por el macrismo, se enmascara su prosapia antipopular: disimula un tipo de cultura que sirve al Régimen.

Toda actitud consecuente con los intereses populares y de la Nación debe partir de dos premisas fundamentales respecto de las relaciones entre la cultura y la política: en primer lugar, debe tener en cuenta el carácter político de la cultura, es decir, que la cultura es una de las formas de la lucha de clases y que, por lo tanto, ésta se manifiesta -a veces en forma clara, a veces confusa- en las distintas expresiones culturales. En segundo lugar, es necesario reconocer que la cultura es un instrumento central en la vida de los pueblos y que, como tal, puede ser tan útil a la opresión como a la liberación; todo dependerá del contenido y la utilización que se le dé: ésta es la razón por la que las batallas culturales tienen importancia fundamental en todo proceso en el que se disputen transformaciones de fondo, y en la formación de cuadros del Movimiento nacional y popular.

El reconocimiento del carácter político de la cultura y del carácter cultural de la política, constituye un importante paso para la comprensión de los problemas del neocolonialismo, así como para concebir una línea de acción práctica y teórica que permita adelantar la empresa de la liberación nacional y social.

Como diría Atahualpa, cuando las confusiones son de nosotros, las vaquitas son ajenas.

 

 

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