Cooperar o perecer

Dilemas de una humanidad en guerra

 

A 75 años de Declaración Universal de los Derechos Humanos (DUDH) cooperar o perecer vuelve a presentarse como el dilema principal de la comunidad global. Aquel planteo del diplomático chileno Hernán Santa Cruz, uno de los padres intelectuales de la DUDH, adquiere hoy un sentido existencial para la humanidad ante un avance del sufrimiento sin límite que generan las guerras en Ucrania y Medio Oriente.

La DUDH fue la respuesta de la civilización ante “el desconocimiento y el menosprecio de los derechos humanos (que) han originado actos de barbarie ultrajantes para la conciencia de la humanidad”. Este pilar jurídico está fundado en el ideal elevado de lograr “un mundo en que los seres humanos, liberados del temor y de la miseria, disfruten de la libertad de palabra y de la libertad de creencias”. La DUDH contenía así los derechos que la Carta de Naciones Unidas adoptada en 1945 consideraba necesario respetar para preservar a las generaciones venideras del flagelo de la guerra, promover el progreso social y elevar el nivel de vida. Establecida solo tres años antes, las Naciones Unidas se erigía como el único lugar donde todos los países podrían reunirse, discutir problemas comunes y encontrar soluciones que beneficiarían a toda la humanidad. Los tres pilares en que se fundamenta la entidad son el respeto a los derechos humanos y a las libertades fundamentales, el mantenimiento de la paz y seguridad, y el desarrollo sostenible.

Es lamentable que estos objetivos sigan siendo una aspiración y que la conciencia de solidaridad en el mundo pareciera incluso haber retrocedido. Al terror inenarrable de las víctimas de las barbaries de las guerras, se agrega el temor a la miseria a la que han sido arrastradas grandes porciones de humanidad. Las crisis simultáneas que azotan al globo: un nivel de desigualdad inédito, el triple impacto planetario del cambio climático, la contaminación y la pérdida de biodiversidad, la reducción del espacio cívico, la pandemia del Covid-19 —de la cual aún no nos recuperamos— y el riesgo latente de nuevas epidemias son una espada de Damocles para la humanidad.

Una vez más, mujeres y niñas son quienes padecen de manera desproporcionada e injusta los males del presente. Los ataques sexuales contra mujeres en los brutales ataques de Hamas contra población civil israelí del 7 de octubre son un espantoso ejemplo de aquello. También son mujeres y niños dos tercios de las personas asesinadas en Gaza como parte de la devastadora reacción del ejército de Israel desde aquella fecha y hasta el presente. En esa parte del mundo, dos madres son asesinadas cada hora y siete mujeres cada dos horas, mientras el resto sobrevive en el pánico y la ansiedad.

Las supervivientes se han visto forzadas a abandonar sus hogares y a buscar protección en refugios superpoblados, sin alimentos, agua, ni suministros de salud y privacidad, lo que incrementa los riesgos de muerte y de mayor violencia sexual.

Como en todas las guerras, aumenta masivamente la cantidad de viudas, mujeres que de la noche a la mañana pasan a ser jefas de hogar, obligadas a asegurar solas y en las peores circunstancias, la supervivencia de los miembros de sus familias.

A 75 años de la DUDH, la igualdad de género se convierte en un objetivo cada vez más distante. Como advierte la ONU, si las tendencias actuales se proyectan en el tiempo, más de 340 millones de mujeres y niñas —8 % de todas las mujeres del mundo— vivirán en la pobreza extrema en 2030. Casi una de cada cuatro experimentará inseguridad alimentaria moderada o grave.

Sin acuerdos globales, el efecto dominó de la guerra y las crisis que nos acechan agravarán la desigualdad y harán inalcanzable para una mayoría el anhelo de una vida digna. Es imperativo entonces retomar la firmeza moral y jurídica del sistema internacional basado en los derechos humanos, los principios del multilateralismo, la valoración de la democracia y del orden global basado en normas. No podemos aceptar pasivamente que se diluyan los principios de la Carta de Naciones Unidas y se desconozcan los derechos consagrados hace 75 años en la DUDH; han sido valores comunes y normas compartidas por todas las naciones.

Por eso, apegarse a lo más sólido que dio el humanismo jurídico, el andamiaje de los Derechos Humanos, pasa a ser una necesidad antes que una opción.

El respeto a la dignidad intrínseca de todos los seres humanos; las relaciones entre países basadas en el respeto al principio de la igualdad de derechos y la libre determinación de los pueblos, y la cooperación internacional deben afianzarse como guía legal y económica para lograr una estabilidad y gobernanza internacional sólida, que desincentive conflictos y busque soluciones equitativas a las crisis, incluyendo la emergencia climática.

En este contexto, una reciente iniciativa surgida en el seno de las Naciones Unidas y apoyada en su mayoría por países del sur global, incluidos la Argentina, Brasil y Chile, enciende una luz de esperanza. Puso en marcha un proceso que podría llevar el debate sobre la fiscalidad global de la OCDE, un club de países ricos, a las Naciones Unidas.

Esta resolución, promovida por Estados africanos y otros países emergentes, pretende crear una convención sobre cooperación fiscal internacional. Esto abriría una vía para construir un sistema fiscal internacional más justo e inclusivo, que no beneficie únicamente a los países ricos ni aumente la riqueza de unos pocos, sino que proporcione recursos suficientes a las economías en desarrollo, que son las grandes perdedoras del sistema actual. Si las negociaciones para un convenio de este tipo van en la buena dirección, podría dar lugar a mayores ingresos fiscales y, por tanto, a más recursos para invertir en servicios públicos y desarrollo. La clave está en garantizar que las empresas paguen una proporción justa de sus ingresos en concepto de impuestos y que los ingresos se distribuyan equitativamente entre los países.

Aunque frente a las grandes amenazas actuales esto pueda parecer una migaja, lo cierto es que avanzar en una demanda histórica de los países del sur global, da nuevos aires al multilateralismo. Nos ofrece una prueba de que las Naciones Unidas puede seguir siendo un espacio donde se puede cooperar para no perecer, como señaló mi compatriota Santa Cruz.

Eleanor Roosevelt, presidenta del Comité de Redacción de la DUDH decía: “No basta con hablar de paz. Hay que creer en ella. Y no basta con creer en ella. Hay que trabajar por ella”. Hoy esto implica defender y reforzar las instituciones de gobernanza global y procurar los recursos concretos para enfrentar las catástrofes de nuestro tiempo, fomentar el progreso social, mejorar las condiciones de vida y la protección real a los derechos humanos de todos y todas.

 

 

 

 

* Magdalena Sepúlveda Carmona fue la relatora especial de las Naciones Unidas sobre la extrema pobreza y los derechos humanos. En la actualidad es miembro de la Comisión Independiente para la Reforma de la Fiscalidad Corporativa Internacional (ICRICT) y directora ejecutiva de la Iniciativa Global por los Derechos Económicos, Sociales y Culturales (GI-ESCR).

 

 

 

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