Coquetear con la catástrofe

Guerra, Estado y Nación en un mundo en crisis

 

En un plenario de la Organización del Atlántico Norte (OTAN) transcurrido esta semana en Madrid, su secretario general Jens Stoltenberg anunció un aumento del 650% de los efectivos militares que serán desplegados en Europa del Este porque “Rusia presenta la amenaza más significativa y directa a nuestra seguridad, nuestros valores” y al “orden internacional basado en reglas (rules based internacional order)” [1]. Este despliegue militar priorizará la situación de la región del Báltico, que hoy plantea serios desafíos. La decisión de Lituania de apelar a las sanciones recientemente adoptadas contra Rusia para impedirle el uso de territorio lituano a fin de abastecer a su enclave en Kaliningrado rompe acuerdos internacionales vigentes desde hace mucho tiempo y crea la posibilidad de un enfrentamiento directo con Rusia. A esto se suma la decisión de la OTAN de integrar a Finlandia y a Suecia, duplicando así el territorio que la OTAN controla al borde de la frontera rusa. Esto constituye una amenaza inaceptable a la seguridad nacional de Rusia.

El aumento de 40.000 a 300.000 efectivos de la OTAN fue acompañado esta semana por la decisión norteamericana de ampliar la presencia de sus tropas en todo el territorio europeo y de abrir una base militar en Polonia para “defender cada centímetro del territorio” de la Alianza Atlántica ante el avance ruso, porque “cuando decimos que un ataque contra uno es un ataque contra todos (los países de la OTAN) lo creemos seriamente” [2]. Es la primera vez que los Estados Unidos abren una base militar permanente en el flanco este de la OTAN, vulnerando así un Acuerdo firmado en 1997 entre Rusia y esta organización.

En paralelo con estos movimientos, Jake Sullivan, asesor de Seguridad Nacional del Presidente Biden, anunció esta semana la finalización de un nuevo paquete de medidas de ayuda militar a Ucrania, que incluirá armamento tecnológico avanzado de alcance territorial mediano y largo así como asistencia económica para el funcionamiento del gobierno de Ucrania por 7.500 millones (billions) de dólares mensuales.

 

 

Fisuras en la visión oficial

Esta semana Zelensky admitió que la situación de su ejército es cada vez más difícil y tiene que ser resuelta “antes de que llegue el invierno”, poniendo así por primera vez una fecha a la finalización del conflicto. Asimismo, advirtió que si la guerra no se contiene en Ucrania desbordará inevitablemente hacia la propia OTAN, con el consiguiente riesgo nuclear [3].

Ante la nueva escalada militar de la OTAN hacia el Báltico, el Presidente Putin advirtió que transferirá a Bielorrusia misiles de larga distancia con capacidad de portar armas convencionales y nucleares [4]. En paralelo, Dmitri Medvedev, vicepresidente del Consejo de Seguridad Nacional ruso, dejó en claro que cualquier acto contra Rusia por parte de un país de la OTAN implicará el estallido de la Tercera Guerra Mundial [5]. A pesar de estas advertencias, el Pentágono se limitó –como en otras oportunidades– a minimizar las amenazas de guerra nuclear calificándolas de “poco serias e irresponsables” [6].

Hacia fines de mayo y con el apoyo del Financial Times –uno de los principales medios financieros–, Henry Kissinger expuso su preocupación por la estrategia oficial de escalar el conflicto. Señaló que Ucrania debe aceptar una vuelta al status quo anterior a la guerra –incluyendo si fuese necesario la perdida de territorios controlados por Rusia– e iniciar inmediatamente negociaciones con Rusia. De no ocurrir esto último dentro de los próximos dos meses, la guerra se extenderá a otras partes de Europa con consecuencias catastróficas, pues “Rusia es parte integral de Europa y una ruptura fortalecería su alianza con China” [7], corriendo así los Estados Unidos el riesgo de perder el control de Eurasia, la masa continental más grande y rica del planeta. Esto último implicaría el fin de su hegemonía mundial y de la vigencia del dólar como moneda internacional de reserva.

 

 

 

 

 

 

La postura de Kissinger choca, sin embargo, con la política de los neocons que, en su versión neoliberal demócrata, controlan al Departamento de Estado y otras instituciones y oficinas vinculadas a la política exterior norteamericana. Con fuerte apoyo de los organismos de inteligencia norteamericanos, y muy influenciados por George Soros y su estrategia de consolidar la hegemonía norteamericana a partir de la destrucción de los Estados nacionales, los neocons buscan desde hace décadas provocar un “cambio de régimen” (regime change) en Rusia que permita desintegrarla en varios sub-Estados. Este intento, puesto en acción durante la implosión de la Unión Soviética, llegó a su fin cuando Putin sustituyó a Boris Yeltsin en el manejo del gobierno ruso, iniciando un proceso –que llega hasta nuestros días– de desarrollo de un capitalismo nacional con fuerte intervención del Estado en la economía rusa.

Los resultados de la guerra empiezan ahora “a sacudir la confianza que sectores del gobierno de Biden tienen sobre la posibilidad de que Ucrania pueda ganar la guerra e incluso recuperar territorios perdidos. La base de esta desconfianza radica en la enorme pérdida de tropa militar y la destrucción de equipo y munición a un ritmo que no puede ser sustituido [8]. Estas discusiones internas no impiden al gobierno de Biden seguir enviando a Zelensky todo el equipo y material de guerra que pide. Pareciera que se busca impedir una debacle militar antes de las próximas elecciones de medio término, a realizarse en noviembre en los Estados Unidos.

Sectores de los organismos de inteligencia también dudan sobre el resultado de la guerra en Ucrania. Una nota reciente del New York Times [9] es emblemática: reconoce la presencia activa de agentes de inteligencia norteamericanos y de la OTAN en Ucrania y en bases europeas entrenando a tropas del ejército de ese país. La nota apoya el envío continuo de armas con tecnología avanzada como único medio de asegurar un triunfo sobre el ejército ruso. Sin embargo, concluye que las enormes pérdidas sufridas por las tropas con mayor experiencia y entrenamiento constituyen el principal problema del ejército de Ucrania, circunstancia que arroja dudas sobre el sentido de continuar con esta política.

Así, pareciera que la política de los neocons demócratas, que no ha logrado impedir el avance del ejército ruso, pone en riesgo la integridad del ejército de Ucrania, convierte a este país en inviable y tiende a precipitar un enfrentamiento entre potencias nucleares.

 

 

Guerra económica y desarrollo nacional

Para Putin las sanciones contra Rusia se basaron en la falsa premisa de que no es un país soberano. La respuesta rusa demostró “que lo que importa es la identidad nacional, la soberanía política y el fortalecimiento de los factores que determinan la independencia económica, financiera y tecnológica”. Los países centrales no advirtieron que “Rusia tiene capacidad de aplicar políticas macroeconómicas sustentables, garantizar la seguridad alimentaria de su población, sustituir importaciones y crear su propio sistema de pagos”. De ahí que, a pesar de haber sufrido las mayores sanciones económicas y financieras de que se tenga memoria, la economía rusa no fue destrozada: la inflación está controlada, las tasas de interés incentivan a la inversión local y permiten ahorrar, el rublo es la moneda que más se ha fortalecido en relación al dólar en lo que va del año, el superávit comercial duplica al del año anterior y el país se encamina hacia la creación de un nuevo orden global, multipolar, basado en transacciones comerciales y financieras independientes del dólar, pues “bajo la tormenta de la inflación mundial muchas naciones en desarrollo se preguntan: ¿por qué tenemos que intercambiar nuestros bienes y servicios por dólares y euros que pierden valor frente a nuestros propios ojos? Y concluyen que el intercambio de entidades místicas está siendo sustituido por el intercambio de activos reales… las monedas que se devalúan serán sustituidas por alimentos, productos energéticos y otros commodities y recursos naturales… y este proceso contribuirá a una mayor pérdida del valor del dólar” [10].

Paradójicamente, la guerra económica contra Rusia ha expuesto las raíces de la independencia nacional en una estructura de poder mundial dominada por un capitalismo global monopólico en crisis. El gobierno adoptó medidas que responden al interés nacional e intervino fuertemente en la economía, logrando convertir a las sanciones en su contra en un boomerang que apresura los tiempos de una crisis financiera y económica de índole global. Los Estados Unidos y la Comunidad Europea responsabilizan a Putin por la estampida de los precios de la energía y de los alimentos, por la disrupción de las cadenas de valor global y por la hambruna en varias regiones periféricas. Sin embargo, si bien la guerra agrava estos fenómenos, sus causas preceden a la invasión a Ucrania.

Por un lado, son consecuencia de políticas adoptadas por la Reserva Federal y el Banco Europeo para superar la crisis financiera del 2008. Para ello inyectaron dinero al sistema financiero a tasas de interés cercanas a cero, provocando una brecha creciente entre el crecimiento del endeudamiento y el de la economía, creciente concentración del capital, especulación financiera, desindustrialización, endeudamiento ilimitado, pobreza y desigualdad social. Por el otro lado, la estampida de los precios de los productos energéticos y de los alimentos apunta a la crisis sistémica del capitalismo global monopólico. Esta crisis, invisibilizada por mucho tiempo, sale ahora a la luz del día. Uno de sus rasgos es la crisis alimentaria global vinculada a la expansión de los agronegocios que concentran la propiedad de la tierra en pocas manos e imponen una matriz productiva de índole extractiva basada en la reproducción de monocultivos, dependencia tecnológica, endeudamiento ilimitado y depredación ambiental. Otro aspecto crucial radica en una brutal concentración de la producción energética, que reproduce la depredación de recursos naturales no renovables, en particular del petróleo y el gas.

Hoy Occidente no puede sustituir su dependencia del abastecimiento de petróleo y gas ruso [11]. Las múltiples sanciones de distinta índole impuestas a la comercialización, los seguros y el transporte de productos energéticos de origen ruso no han hecho más que aumentar la disrupción del abastecimiento y la estampida de los precios de estos productos que, por la centralidad de la energía en la producción global, repercuten sobre los precios de todos los bienes y servicios. En el aumento del precio de la energía inciden factores diversos, entre ellos la intrincada maraña de operaciones de intermediación para evadir las sanciones impuestas a Rusia y que hemos analizado en otras notas; la especulación de las corporaciones monopólicas; la incapacidad de ciertos países productores de petróleo (Libia, Venezuela, Irán) de aumentar su producción debido a conflictos políticos y/o sanciones económicas, y maniobras especulativas de la OPEP para absorber mayores ganancias. Todos estos factores se suman, sin embargo, a un fenómeno más profundo que ha permanecido invisibilizado por mucho tiempo: los principales países productores de la OPEP operan casi al máximo de su capacidad instalada y sufren al mismo tiempo una progresiva pérdida de su capacidad productiva por el rendimiento decreciente de los pozos petrolíferos más antiguos. Así, operan al límite y con un costo creciente por unidad productiva [12]. Esto augura una demanda mundial de energía crecientemente insatisfecha y un futuro turbulento donde la energía ocupará un rol cada vez más determinante en el desarrollo delos conflictos locales y geopolíticos.

 

 

La Argentina, ¿por el camino de Sri Lanka?

La semana pasada el primer ministro de Sri Lanka anunció que el país es jaqueado por la falta de reservas internacionales, el endeudamiento, el desabastecimiento de bienes y productos esenciales y el estallido social. Esta semana anunció “el colapso total de la economía” [13], suspendió la venta de combustible y productos energéticos y acudió a Rusia para pedir ayuda desesperada pues las lentas negociaciones con el FMI pueden facilitar la rápida desintegración del país. Más allá de las características específicas de Sri Lanka, su drama constituye un llamado de atención a las economías periféricas endeudadas, sin reservas y sacudidas por los conflictos locales y la inflación internacional.

La Argentina tiene privilegios que pocos países poseen: vastos recursos naturales, la segunda y la cuarta reserva mundial de gas y petróleo no convencional, y potencial para alimentar a 400 millones de personas. Sin embargo, más del 40% de su población y más de la mitad de sus niños se debaten en la pobreza y la indigencia ante la indiferencia de vastos sectores de la población. Las causas de estos desequilibrios radican en una estructura de poder local enormemente concentrada y en un entramado institucional muy débil, carcomido por el clientelismo, la corrupción y la falta de representatividad.

A esta situación hemos llegado luego de una guerra que viene de muy lejos. En algún momento, no tan lejano, esta guerra desapareció a más de 30.000 ciudadanxs. Hoy se enraíza en las instituciones, en el discurso y hasta en el sentido común de la sociedad. Persigue un objetivo central: fragmentar y canibalizar a la población para controlar el disenso y facilitar la acumulación y la fuga de la riqueza y los recursos naturales del país. El origen de esta guerra radica en una matriz productiva dependiente tecnológicamente, dominada por un puñado de corporaciones multinacionales industriales y de agronegocios que demandan divisas imposibles de conseguir con las exportaciones que generan. La economía desemboca así en crisis externas que conducen al endeudamiento ilimitado, la dolarización, la concentración comercial y financiera, la especulación y la continua fuga de divisas.

Las armas que se utilizan en esta guerra van desde la inflación y la corrida financiera y cambiaria a las fake news, el vaciamiento de los discursos, ideas e intenciones, la cooptación de símbolos, intereses y programas y la generación de miedo y odio hacia lo nacional y popular. El campo de batalla es extendido: desde las pequeñas cosas de la vida diaria, las estructuras del Estado, las instituciones hasta las organizaciones de la sociedad. Hoy esta guerra busca desintegrar a la identidad nacional y destruir a la soberanía política.

Estas circunstancias exigen poner fin a la fragmentación política y al canibalismo social, al clientelismo, a la pelea por las sillas y los cargos futuros. Exige debatir y definir los intereses comunes y el interés nacional articulando alianzas entre los distintos movimientos sociales, entre estos y las distintas tendencias del progresismo dentro y fuera del Frente de Todos, entre sindicatos, empresas y organizaciones de la comunidad. Exige pues dejar a un lado los fuegos de artificios de una elección cada vez más lejana y focalizar la atención, el debate y la movilización popular en la necesidad de poner fin a la inflación, la dolarización y la corrida cambiaria que conducen, como en el caso de Sri Lanka, a la desintegración nacional.

 

 

 

[1] zerohedge.com 28 6 2022
[2] Joe Biden, reuters.com 29 6 2022
[3] Zerohedge.com 29 6 2022
[4] Zerohedge.com 25 6 2022
[5] Zerohedge.com 28 6 2022
[6] Zerohedge.com 27 6 2022
[7] washingtonpost.com 24 5 2022
[8] Edition.cnn.com 28 6 2022
[9] nytimes.com 26 6 2022
[10] Putin en.kremlin.ru 17 6 2022
[11] Oilprice.com 24 28 6 2022, zerohedge.com 28 ft.com 27
[12] Entre otros, bloomberg.com 10 5 2022, greenpeace.org 22 3 2020, bnnbloomberg.ca 2 4 2019, tupa.gxt.fi 22 12 2019, ft.com 10 11 2019
[13] Zerohedge.com 22, 27/6 2022

 

 

 

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