Correo urgente a San Pugliese

En el nombre del tango, del hijo y de tu espíritu Osvaldo

 

Querido Osvaldo:

Soy parte de esa generación que en medio de una Argentina arrasada por el menemato y el estallido social del 2001 descubrió el tango, y hoy digo que ese tango fue el que nos salvó del naufragio. La generación de la que le hablo estaba conformada por un grupo de post adolescentes que, en su mayoría, proveníamos del primer cordón del Conurbano; y así como en los años ’70 y ‘80 los jóvenes rockeros que se volcaron al tango lo hicieron atraídos por la singularidad compositiva de Astor Piazzolla, nuestra generación tanguera post 2001 desplegó otro juego rescatando del pasado su nombre y su legado, Osvaldo, y lo volvimos “nuestro contemporáneo”.

Pero, en esos primeros escarceos con el tango, ¿por qué optamos por usted y no por Troilo, Di Sarli o D’Arienzo? Sucedió que visualizamos en su figura la condensación de dos puños cerrados. Por un lado, su aspecto político: esa coherencia a lo largo de su vida, su militancia por una sociedad igualitaria que se tradujo de forma creíble y concreta, sin dobleces ni gestos vacíos. Y, por otro, su dimensión artística: la invención creativa de su música de sonoridad densa, fabril, avasallante, todo un símbolo de la contracultura que, a priori, parecía estar en sintonía o más cercana con el ideal de nuestra generación. En efecto, muchas de las acciones que usted emprendió a lo largo de su trayectoria las tomamos como propias, como la construcción cooperativa de proyectos e iniciativas con horizontalidad en la toma de decisiones; rasgo que a su vez remitía a otras organizaciones y movimientos sociales en plena efervescencia como las asambleas barriales, las agrupaciones de piqueteros y cartoneros, la toma y recuperación de fábricas.

Sabe Osvaldo, fue tanta la admiración y el cariño que le profesamos, que de su frase “soy un poroto, un tornillo de la máquina tanguera”, nació el nombre del colectivo de músicos más relevante de la escena del tango del siglo XXI: “La Máquina Tanguera” que nucleó a las nuevas y jóvenes orquestas típicas como La Fernández Branca –posteriormente Orquesta Típica Fernández Fierro–, La Furca, La Biaba, La Imperial, La Branquita… nombres que usted no conoció, pero que sin duda lo llevan en la sangre.

Y si de frases se trata, recuerdo su tierna negativa al título de Maestro: “¿Maestro? ¡Maestro viruta! ¿Qué maestro? ¡Un rasca atorrante, eso es lo que soy!”, o aquella de sus años últimos: “Todos los días le hago los cuernos al diablo, pero cuando llegue la hora del espiche diré: ‘Bueno muchachos, llegué hasta aquí, me las tomo, sigan ustedes’. Si al final… ¿yo qué hice? Tangos. Eso es todo”.

¿Eso es todo, Osvaldo? ¿La Yumba, no es acaso un pequeño milagro? ¿Y sostener su orquesta con amor y coraje aun estando preso, o frente al ninguneo de sellos discográficos y empresarios? ¿No fue eso lo que lo convirtió en un santo laico, ungido por el pueblo con barro de arrabal?

Por eso hoy, 25 de julio de 2025, en medio de una Argentina que se hunde en el delirio mesiánico de un revoltijo de pelos, le escribo este correo urgente que explota de amor por abrazarlo. Sí, justamente hoy, a 30 años del día en que decidió saltar al otro reino.

Lo quiero mucho.

Suyo siempre.

Matías (y toda una generación que no lo olvida)

PD: Con permiso Osvaldo, le arrimo en agradecimiento nuestro “San Pugliese”, tango recientemente grabado en los legendarios Estudios ION donde usted también dejó su huella. Lo hicimos con la Orquesta Típica Misteriosa Buenos Aires y la voz de Black Rodríguez Méndez. Recíbalo con fe, le juro por mi vieja que en cada nota, en cada palabra, hay un profundo amor por usted, por el tango, por nuestro pueblo, en fin… por la vida.

 

 

SAN PUGLIESE (antimufa)

Letra: Matías Mauricio.

Música: Javier Arias.

 

En el nombre del tango, del hijo y de tu espíritu Osvaldo, Amén.

 

De zurda y sin un mango se me hace don Osvaldo

que andás por calle Humboldt arriando un aluvión

de tangos enyumbados que van a contramano

de un mundo enajenado sin fe ni convicción.

 

Sabés, a Buenos Aires le falta tu misterio,

tu mística tanguera que hacía delirar.

Por eso yo te pido “santito” en este infierno

¡chuceame a los que quieren mufarnos la ciudad!

 

San Pugliese

antimufa, milonguero.

Protegenos

de la envidia y el rencor.

Que hoy tus tangos

son el alma del asfalto,

son el cuore y el infarto

de un país en rebelión.

 

Mi abuela me contaba que allá, en los cuarenta
las pibas se empilchaban de luz el corazón,

soñando que una noche al ritmo de tu orquesta

algún zorzal de barrio les cante tu canción.

 

Ya ves, a nuestro pueblo le jode el ninguneo

de ver que nos gobiernan los hijos de Caín.

Por eso yo te pido “santito” en este infierno

¡chuceame a los que quieren mufarnos el país!

 

Escuchalo… ¡Trae suerte!

 

 

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