Cortoplacismo pragmático

Una nueva muestra de debilidad ante el estrepitoso derrumbe de la economía y del gobierno

 

Las medidas anunciadas en el plan “alivio”, según las palabras de Macri en el paupérrimo video de difusión, no son otra cosa que una nueva muestra de debilidad ante el estrepitoso derrumbe de la economía y del gobierno. En diversos períodos de la historia económica reciente, el intento de paliar con medidas heterodoxas algunos efectos perniciosos de las políticas de ajuste ortodoxo, sin modificar los elementos sustantivos de la estrategia de largo plazo, terminó mal. Esto ocurrió, por ejemplo, en el ecléctico programa que se inició en el ocaso de la última dictadura militar, o también en el  “pragmatismo cortoplacista” que caracterizó el final del gobierno de Alfonsín poco antes de la crisis hiperinflacionaria, como decía el economista Daniel Azpiazu.

Ya no es un hallazgo admitir que el gobierno es, al menos, burdo en la lectura histórica de los procesos económicos. Es el propio Macri intentando justificar su 54,7% de inflación interanual en marzo afirmando que el promedio de los últimos 80 años fue 62,5%. Sin hacer mención alguna a que en su gobierno se incrementó notablemente la inflación: el promedio de los gobiernos de Cristina Fernández de Kirchner fue de 25,4% según el IPC provincias de CIFRA, en tanto que el suyo fue del 34,8%. Y tampoco a que es muy distinto comparar etapas de crecimiento con inflación que los recesivos con inflación, como es su caso.

No debería sorprender que en el gobierno haya poco aprendizaje de los acontecimientos del pasado y que el único reflejo histórico sea el intento de repetir la experiencia de la primavera de 2017, cuando con fines electorales suspendieron parte del ajuste y le dieron rienda suelta al consumo a través de patear los aumentos de tarifas, para después de las elecciones activar la cláusula gatillo en las paritarias, planchar el tipo de cambio y, entre otras, endeudar a los hogares de menores ingresos.

Del mismo modo, los anuncios de la tregua de precios en un conjunto acotado de productos básicos y en el tarifazo y la nueva expansión del crédito a jubilados y beneficiarios de programas sociales (cuyo monto equivale al 1,2% del consumo privado del país) tienen como meta amortiguar los efectos de la profunda recesión en la que está inmersa la economía argentina hasta la contienda electoral de octubre de este año. En la misma línea se ubica el reciente cierre de paritarias con recuperación salarial y cláusula gatillo, como es el caso de los trabajadores del subte y los docentes bonaerenses. Aún son experiencias acotadas pero lo que importa es que —al contrario de lo que se intenta instalar en el sentido común— los gremios que alcanzaron estos resultados son aquellos que pelearon durante su negociación salarial.

De todas maneras, el alcance de las medidas es limitado frente a la magnitud de la crisis actual, que dista significativamente de la que precedió a la primavera de 2017. En ambas recesiones (la de 2016 y la de 2018) las contracciones del PIB se concentraron después del primer trimestre, pero mientras que en 2016 la caída fue de 2,9%, en 2018 trepó a 4,5% interanual en el promedio de los tres últimos trimestres. No solo hay una diferencia cuantitativa sino cualitativa en ambos procesos recesivos, ya que en el actual se advierte un numeroso cierre de empresas, que son mucho más difíciles de recuperar. Tal es así que según datos de AFIP la reducción neta fue de 10.322 empresas en 2018, mientras que en 2016 esta disminución había alcanzado a 1.406 firmas.

Tanto el gobierno como el FMI sostienen que la leve expansión mensual de la actividad industrial y de la construcción en enero y febrero son indicios de que la crisis “tocó fondo”. En primer lugar, cabe señalar que en esos meses estos sectores evidenciaron caídas interanuales de 10,9% y 8,5%, respectivamente, en el caso de la industria y de 15,7% y 5,3% en la construcción. En segundo lugar, los acontecimientos de marzo en materia cambiaria con sus consiguientes efectos inflacionarios (el 4,7% de inflación mensual que se acaba de conocer), así como la posterior suba de la tasa de interés muestran una perspectiva distinta a un escenario de reactivación. En tercera instancia, tampoco parece comprobarse el boom exportador que esperaba el gobierno ya que las exportaciones, que habían crecido al final de 2018, cayeron 0,7% en el primer bimestre del año. Esto es importante no solo para el nivel de actividad sino también para el sostenimiento del tipo de cambio, que es más importante que el consumo para mantenerse competitivo electoralmente.

En un escenario signado por un ratio de deuda pública sobre el PIB que trepó al 86,2%  al final de 2018, con una pesada carga de vencimientos que se acumulan en el segundo trimestre del año (se deben cancelar más de U$D 20.000 millones en ese período), que las exportaciones no reaccionen es un problema grueso que por ahora solo puede compensar el impacto recesivo en las importaciones, las cuales cayeron 24,8% en el primer bimestre del año. De allí que el “cortoplacismo pragmático” de la Alianza Cambiemos no solo será un aliciente de escasa envergadura ante la profundidad de la crisis sino que además puede tener efectos “no deseados” en materia cambiaria. Es decir, si se modera la caída del consumo es más posible que suban las importaciones que ocurra la reapertura de las empresas que cerraron.

A este devenir de la economía estarán atentos los que están inmersos en la nueva bicicleta financiera montada sobre un nuevo “festival de letras”. El stock acumulado entre las LELIQs del Banco Central y las Letras del Tesoro Nacional igualó en marzo de 2019 el stock acumulado en pesos de las LEBACs y Letras del Tesoro que estaban vigentes en marzo de 2018, cuando implosionó la corrida cambiaria. Actualmente constituyen una plétora de capital pasible de dolarizarse en nada menos que 46.000 millones de dólares, en un escenario signado por una elevada inestabilidad macroeconómica y de fuertes pugnas por el poder, incluso en el seno del poder económico.

 

(CIFRA-CTA)

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