Criminalizar el aborto también es violencia obstétrica

Donde no hay igualdad, siempre hay violencia

 

Hay que despenalizar el aborto YA. Es urgente que el Estado les reconozca y les respete a las mujeres el poder y la autonomía sobre sus propios cuerpos, estén o no embarazadas, de la misma manera que lo reconoce la Ley Nacional 25.929 de Parto Humanizado.

Desde que el tema está en los medios, noto una insistencia —por parte de quienes están en contra de la despenalización— en debatir sobre el comienzo de la vida, sobre si el embrión es vida o no, para, en base a esa respuesta, definir si abortar es un crimen o no. Esto es gravísimo. En pleno siglo XXI, en plena democracia, no se puede considerar que nuestro cuerpo es un “envase contenedor” de algo que le pertenece a la sociedad y que el Estado debe “preservar”. Este concepto patriarcal es el que hace que estemos sometidas desde hace miles de años.

Desde mi punto de vista (y el de muchas mujeres que queremos la despenalización) el embrión sí es vida. Pero es la propia vida de la madre. Es la vida de la mujer desdoblándose a sí misma para empezar a vivir en dos cuerpos por un buen tiempo. Y de ninguna manera ese embrión, ese corazón latiendo, ese “bebé” o como cada uno lo quiera nombrar, es una vida sobre la cual la sociedad, el Estado o la Justicia puedan intervenir, ya que es vida dentro del cuerpo de la mujer, y nadie debe tener más derechos sobre el cuerpo de una mujer que ella misma.

Poner el foco del debate en el paradigma del comienzo de la vida es un error que solo sirve para distanciarnos de lo que verdaderamente hay que definir. No me gustan las campañas con muñequitos en forma de embrión, sean para conmover o para burlarse y banalizar, porque en ambos casos, nos alejan de la cuestión de fondo que es: la mujer que se hace un aborto, ¿debe ir presa? ¿Denunciarías a una amiga por hacerse un aborto, para que la encierren en un penal? Las respuestas son sí, no, y por qué. Fin del debate.

Criminalizar a la mujer que aborta es violencia obstétrica. Porque es otra manera de quitarle poder sobre su propio cuerpo. Es otra manera de decirle “vos, tu cuerpo, y lo que tu cuerpo gesta, nos pertenece. Acá, en tu cuerpo, decidimos nosotros”. Y este mandato patriarcal es el mismo por el cual cada parto y cada nacimiento está atravesado por la violencia obstétrica, invisibilizada, naturalizada y sistematizada. Es el mismo concepto por el cual, simbólica o literalmente, nos manipulan, nos estigmatizan, nos abusan y nos matan.

A la hora de exigir la despenalización del aborto —al igual que en la lucha contra la violencia obstétrica— es muy importante trascender el argumento de las muertes maternas. Es cierto que esta es la causa principal por la que urge frenar los abortos clandestinos, pero si solo hablamos de eso se podría interpretar que, de no morir las mujeres, el tema sería menos urgente. Y no. La penalización es gravísima en una sociedad que lucha por la igualdad de género porque sostiene el mensaje de que el Estado tiene poder hasta en el interior del cuerpo femenino. Y eso es desigualdad y es violencia que se replica cuando hay muerte y cuando no hay muerte también.

En cada aborto, sea en un centro clandestino o en una clínica de lujo, la mujer es manipulada, escondida, y sometida, sutil o alevosamente. Sea ella consciente o no. Siempre.

Penalizar el aborto es:

- impedir que haya estadísticas reales para recabar información que permita visibilizar, concientizar e implementar políticas de prevención;
- imposibilitar que haya protocolos que informen a la mujer sobre estudios a realizarse y tiempos a tener en cuenta;
- permitir que “el especialista” que practica el aborto no informe completa y correctamente a la mujer sobre el proceso que está llevando adelante, sus tiempos y sus variables;
- habilitar a los obstetras que trabajan en consultorios clandestinos (y también en clínicas de lujo) a que hagan lo que quieran con el cuerpo y con las emociones de las mujeres que abortan;
- obligar a callar a la mujer, sea en su dolor o en su alivio;
- condenar a la mujer a someterse en silencio, a no poder arrepentirse porque “ahora ya estás acá, te jodés”; es obligarla a aceptar el “esta semana estoy de viaje, en dos semanas lo hacemos”, total da igual si es con pastillas o por aspiración, total el cuerpo lo pone la mujer, y ni ella ni su embrión merecen dignidad;
- privar a la mujer de la posibilidad de informarse, procesar, saber qué pasaría si tal cosa, decidir en libertad y en paz, por sí o por no, cómo y cuándo;
- ningunear la maternidad, al decirle a la mujer: “Vos sos un envase, una máquina creando una criatura que no te necesita ni a vos ni a tus deseos de tenerla”.

En resumen, penalizar el aborto es garantizar la violencia obstétrica. Es, una vez más, gobernar sobre el cuerpo de la mujer.

Finalmente, mucho se discute sobre el rol del padre. ¿Y si el padre sí quiere tener al bebé? En mi opinión el hombre debe aceptar que no puede ser madre. El hombre no puede tener derecho a someter el cuerpo de una mujer solo porque lo haya fecundado. El hombre no tiene derecho a obligar a una persona recién nacida a vivir sin su madre o con una madre que no lo deseó, sólo porque lleva su sangre.

Las mujeres no somos recipientes de personas que le pertenecen al Estado. Nuestrxs hijxs, nuestras creaciones, no son objetos para entregar luego de “hacerlos”. Por eso, ese embrión o esa vida intrauterina, debe ser asunto exclusivamente de la madre y de nadie más. En la gestación —lo lamento, señores— el poder nos lo dio la naturaleza, y es nuestro. Y el derecho debe serlo también.

Es muy grave y de una ignorancia fenomenal que una sociedad que busca erradicar la violencia pretenda traer al mundo personas no queridas por sus madres, porque en esa obligación, en ese deber ser, es donde la violencia se gesta. Difícilmente terminemos con la violencia si seguimos ninguneando la maternidad y la crianza. Como dice la campaña de Las Casildas: “Maternidades desde el deseo, y no desde el mandato”.

Personalmente nunca me planteé la posibilidad de abortar, no quise hacerme estudios genéticos habiendo quedado embarazada con casi 40 años. Seguramente no tendría la capacidad de sostener o acompañar a una mujer que tomara la decisión de abortar, me reconozco limitada en ese sentido. Pero como persona puedo decir que no hubiera querido nacer sin una madre dispuesta. Y como madre, si me hubiera tocado la situación extrema de saber que no voy a poder permanecer con mi hijx, hubiera preferido interrumpir el embarazo antes que entregarlx una vez nacidx.

Mientras no se garantice la educación sexual integral, mientras no se garantice la posibilidad de elegir antes de concebir, mientras no se pueda interrumpir un embarazo con dignidad, mientras no se respete el derecho a parir en libertad, mientras no se valore la maternidad, no habrá igualdad. Y donde no hay igualdad, hay violencia. Siempre.

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