CRONICA DE UNA DEBACLE ANUNCIADA

La bomba Trump estalló en la cara de los Estados Unidos, y particularmente, en la de los republicanos

“Creo que el Republicanismo se está revelando como un desorden de la personalidad, más que una ideología”- Naomi Klein

El miércoles 6 de Enero la bomba Trump le estalló en la cara a los ciudadanos estadounidenses en general, y a los republicanos en particular, marcando una fecha histórica y sangrienta para el país luego de un año que no ha dado tregua. El espectro de la sedición política más temida -el acoso violento al Capitolio de los Estados Unidos- llegó para cobrarle a los conservadores estos cuatro años de esconder la cabeza bajo la tierra, la dignidad bajo la alfombra, y los valores democráticos en lo más oscuro del sótano. Jugaron con fuego, y de pronto las llamas les llegaron hasta los dobladillos de sus impecables trajes mientras se escondían bajo los muebles del Congreso. La imagen de los funcionarios tirando sus identificaciones en el piso para no ser reconocidos, las fotos de sus familiares rotas en el piso, las noticias del vicepresidente Mike Pence evacuado por miedo a represalias, los miles de furibundos intrusos trepando temerariamente los muros, el despliegue de fuerzas represivas que por un largo rato no lograron impedir la invasión, forman la escenografía del último capítulo de una tragedia estadounidense. Los que venimos siguiéndola acto por acto, no esperábamos menos. Estamos shockeados, pero para nada sorprendidos.

 

Los eventos se desencadenaron tan rápida y espectacularmente que es fácil olvidarse que hace muy pocos días Trump presionó al secretario de Estado de Georgia, Brad Raffensperger, para que “encuentre” 11,780 votos antes de la ceremonia oficial de recuento del Colegio Electoral en el Capitolio. Ante la negativa del funcionario, vino la amenaza: “Lo que usted está haciendo es una ofensa criminal. No puede dejar que eso suceda. Es un gran riesgo para usted y para su abogado”. La condena social generalizada ante esta táctica mafiosa no surtió ningún efecto sobre Trump, quien desde entonces se dedicó a presionar a su vicepresidente para que éste se negara a aceptar los resultados frente al Congreso. Dada la resistencia de Pence, terminó acusándolo de “traidor” (“Con todo lo que hice por él”, se quejaría el vicepresidente, días más tarde, mientras escapaba de la turba, perdiendo por primera vez su compostura de perfecto monaguillo).

Enfrentado a la realidad, Trump decidió entonces jugar con lo único que le quedaba: la vida de sus fanáticos. La presidencia que comenzó con un discurso de inauguración en el que se prometía “parar la carnicería” que supuestamente los demócratas estaban infligiendo sobre los conservadores, concluye con una bastante más real. Son cinco los muertos en el Capitolio, dos de forma violenta, y tres por causas que probablemente se podrían haber manejado si el caos hubiera permitido la entrada de ambulancias.

Una manifestante le explicó a un periodista del Washington Post su sentimiento mientras intentaba tomar el monumental edificio: “¡Es fantástico!" Exclamó. “Así es como este país fue construido, es la manera en la que los padres de la patria asaltaron al Imperio Británico”. El detalle que esta joven olvida es que esos patriotas fundadores crearon la democracia más continua del mundo, con más de dos siglos de existencia. La Constitución de 1787, que tanta influencia tuvo en las nacientes democracias de muchos países, comienza “We the people” (“Nosotros el pueblo”) por un buen motivo. Se trata de acatar la voluntad de la mayoría, y crear un sistema que impida la toma de poder por parte de quienes no han sido elegidos. Un sistema imperfecto, que sin duda puede ser justamente criticado por muchos flancos --especialmente por no garantizar derechos básicos-- pero que aún no ha sido superado por otro.

Ese sistema es el que Trump intentó detonar con sus palabras engañosas: “Gané por aluvión”, “Las elecciones más fraudulentas y vergonzantes de la historia” y “no permitan que les roben las elecciones” fueron sus frases-mantra en los meses post-electorales, hasta que su retórica se volvió mucho más específica y violenta. En un llamado a manifestarse en el Capitolio el día de la recepción formal de los votos, el Presidente tuiteó: “Estén allí, sean salvajes”. La cámara de eco de las redes lo tomó al pie de la letra: uno de los grupos de Facebook llamados “Paren el robo” sumó 100 miembros por segundo hasta llegar hasta los 320.000, cuando la plataforma decidió cerrarlo. Luego Trump organizó un evento el mismo día de la protesta, a pocas cuadras del recinto. Desde ese podio fue muy claro: “Nunca van a reconquistar al país siendo débiles. Tienen que demostrar fuerza y tienen que ser fuertes. Tenemos que demandar que el congreso haga lo correcto”. “Nunca vamos a reconocer el resultado --agregó--. Iremos al Capitolio a darle a los republicanos la audacia que necesitan para recuperar el país.” Menuda audacia, tirar la Constitución por la ventana. “Caminaremos juntos por la Avenida Pensilvania”, concluyó el presidente, que sin embargo enfiló hacia un festejo privado donde puede verse, en un video filtrado, a su familia festejando y bailando mientras miran la toma en una pantalla.

En ese mismo escenario su abogado Rudy Giuliani, había llamado a un “juicio por combate”, y Donald Trump Jr. se había desgañitado amenazando a los legisladores: “Podés ser un héroe o un cero, vos elegís, pero te vamos a estar mirando. Estos tipos, mejor que luchen por Trump, porque si no ¿sabes qué? en un par de meses nos van a tener en su jardín. Vamos por vos, y nos vamos a divertir haciéndolo.” Lindo pibe, Don Junior. La manzana nunca cae demasiado lejos del árbol, dice el dicho popular.

La incitación a la violencia de los últimos días fue evidente, pero no podemos olvidar que lleva años desarrollándose. Las milicias de ultraderecha han sido cortejadas por el presidente en numerosas oportunidades. La situación actual de fanatismo crispado es casi un trabajo de orfebre, y es posible que culmine con nacimiento de un terrorismo doméstico formado por miembros de grupos civiles que ya están armados hasta los dientes. Trump es un psicópata con especialidad en el manejo de masas, y es posible que algunos de sus fanáticos más radicalizados también sufran ciertos trastornos psíquicos. No sería raro: las enfermedades mentales afectan a más de 51 millones de personas en el país (1 de cada 5), y pueden provocar vulnerabilidad en algunos individuos. Trump llegó en un momento en el que una gran parte de la sociedad se sentía desilusionada y resentida, y supo sacar ventaja de sus frustraciones induciendo sentimientos de odio y niveles de excitación y lealtad muy extremos. Lo que nadie imaginaba es que formaría un culto cuasi-religioso de semejante magnitud.

Lejos están los días en los que el mayor dolor de cabeza del Partido Republicano eran los desafortunados tuits del presidente. En su gran mayoría, los miembros del GOP (Viejo Gran Partido) decidieron ya hace tiempo someterse a la conducta banal y destructiva de un narcisista patológico en pos de lograr imponer su agenda conservadora. Si Trump hubiera ganado, podemos estar seguros de que esa conducta seguiría su curso habitual. Pero Trump no sólo perdió, sino que se convirtió en el peor perdedor en la historia del país. Sus repetidos y delirantes esfuerzos por dar vuelta el resultado de los comicios (los cuales perdió por más de 7 millones de votos) generaron una grieta tectónica en el partido.

Luego de que prácticamente el total de los juicios iniciados por Trump y sus asociados fueran perdidos o desestimados por los jueces (en gran parte elegidos por el presidente), algunos republicanos decidieron aceptar la realidad, confiar en la palabra de los gobernadores y veedores involucrados (también, en su mayoría, miembros del GOP), y respetar la decisión adversa a Trump por parte una Corte Suprema conservadora hasta la médula. Del otro lado quedaron los que apoyaron la demencia presidencial, y no fueron pocos: 147 legisladores objetaron los resultados electorales el mismo 6 de enero, luego del asalto al Capitolio, creyendo que alguna miga del cadáver político de Trump podrá eventualmente caerles encima en forma de voto. El presente encuentra a los republicanos (ahora llamados con sorna bananeros) en una orgía de acusaciones, con la ocasional mea culpa que, por supuesto, llega demasiado tarde.

Hoy se lamentan por los pasillos aceptando, puertas adentro, que deberían haber ejercido un mayor control sobre Trump. “El error fue que creímos que una vez nominado iba a mejorar, que una vez que tuviera un gabinete iba a ser más presidencial”, dijo un senador. “Pensamos que finalmente iba a aceptar la derrota”, se justificó otro. El tema es que pocos de ellos criticaron el delirio post-electoral del presidente, ya que creían que lo necesitaban para ganar el ballotage de los dos escaños senatoriales de Georgia del martes 5 de enero. Luego de perder en esta instancia la mayoría en el Senado, a dos meses de las elecciones y minutos antes del intento de toma al Capitolio, Mitch McConnell, el jefe de la mayoría republicana en esa cámara y quizás el aliado más efectivo de Trump, criticó por primera vez la lucha alucinada del presidente por dar vuelta el resultado de la elección presidencial. Hoy, ante el caos, el no tener el control de ninguna de las cámaras parece un mal menor y un momento lejano. El crujido del partido es atronador, como el sonido de miles y miles de fichas cayendo, finalmente, sobre sus cabezas. Todo lo construido políticamente de manera vergonzante hoy se desarma como un castillo de naipes. Tendrán su Corte Suprema antiaborto, y miles de jueces conservadores desparramados por todo el territorio, pero se quedan momentáneamente sin partido, mirando en la pantalla un futuro donde la ruedita da vueltas y vueltas pero la imagen no carga.

Cabe notar que se trata de un momento violento en un país que sabe mucho de violencia. Esta nación de inventores produjo muchas de las tecnologías más importantes del siglo, incluyendo las computadoras e Internet, pero también creó la silla eléctrica, la bomba atómica y las armas semiautomáticas más letales del planeta. Casi todos los países democráticos y desarrollados tienen una historia turbia en su pasado, pero Estados Unidos ha sufrido en relativamente poco tiempo una guerra civil, una feroz historia de racismo que continúa supurando y el asesinato de 4 presidentes en funciones (mas el intento fallido de otros dos). Esto, sin mencionar su sanguinaria política exterior. Quizás lo que habría que preguntarse es cómo diablos lo que pasó el miércoles no sucedió antes.

Puede decirse que ganó la democracia, pero la realidad es que está por verse si los responsables, desde Trump hasta sus facilitadores en el congreso y la turba violenta, pagarán de una manera u otra los daños ocasionados. Lo que sí podemos preguntarnos es que hubiese pasado si los atacantes hubieran sido negros o musulmanes, e imaginar los castigos ejemplares que en ese caso se hubieran aplicado. Se trata de exigir justicia, aunque podemos imaginarnos la complicación política que un Trump en la cárcel puede significar, y la nafta que esto arrojaría al encendido fanatismo de sus seguidores.

La derrota es monumental, pero, por el momento, el Presidente sigue teniendo sus dedos peligrosamente cerca de los códigos nucleares -el famoso Botón Rojo- y encima ya no los tiene ocupados en tuitear desde que la plataforma suspendió de manera permanente su cuenta oficial. La jefa de la mayoría demócrata, Nancy Pelosi, se reunió con autoridades militares en un intento de controlar el tema nuclear, y amenazó con la destitución si el presidente no renuncia inmediatamente. Varios legisladores a ambos lados han sugerido asimismo la dimisión de Trump. Entre tanta incertidumbre, se da por cierto que el presidente prepara una catarata de perdones presidenciales incluyendo a su familia y, posiblemente, a él mismo. Serán unos días muy, muy largos en los Estados Unidos, a los que hay que sumarle las más de 4.000 muertes diarias  por COVID-19, muchas más que en los peores momentos de abril. Serán días en los uno no sabrá si estar contento porque el daño parece haber sido atajado a tiempo o triste porque el país es hoy un dechado de pandemonios.

Joe Biden recibe un país en una grave situación sanitaria, económica y política, y es un personaje muy moderado. No es de esperarse que, aún con el senado a favor, promueva grandes cambios, y ya sabemos a qué atenernos con la política exterior de un gobierno estadounidense, cualquiera sea su signo político. Pero el alivio es grande, ya que la alternativa era invivible y enormemente peligrosa. Para empezar, luego de escuchar las cuatro pueriles y grandilocuentes palabras de Trump repetidas hasta la náusea durante cuatro años, hoy Biden cita a poetas, y es seguro que no va a estar instigando a sus seguidores a tomar el Capitolio ni seduciendo a grupos de la derecha extremista. Los dejo con una poesía del irlandés Seamus Heaney que el futuro presidente recitó luego de su triunfo electoral, porque en estos tiempos es bueno no olvidarse que a veces, como dice el texto, la esperanza y la historia riman. Si, ya sé, no sucede muy seguido, mas bien todo lo contrario. Pero lo importante es que sucede.

La historia dice, no tengas esperanzas

De este lado de la tumba

Pero, entonces, una vez en la vida

La marea tan esperada de la justicia

Puede levantarse,

Y ahí, la esperanza y la historia, riman. 

(Poema extraído de La cura en Troya)

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