CRUZADOS DIGITALES

La violencia contra las mujeres desde el anonimato en las redes

 

El 23 de septiembre se cumplieron 73 años de la promulgación de la Ley Evita, que permitió a las mujeres argentinas votar. Casi tres cuartos de siglo después las desigualdades de representación y participación continúan, y las formas de excluir a las mujeres de la toma de decisiones se renuevan. La violencia política es una de ellas: en 2019 se la incluyó en el texto de la ley 26.485 de Protección Integral a las Mujeres, justamente porque de acuerdo a los relevamientos del Equipo Latinoamericano de Justicia y Género (ELA) 8 de cada 10 políticas sufren este maltrato traducido en comentarios, amenazas y su exclusión de espacios. Y estas violencias tienen su versión digital, expandiéndose en las redes y aprovechando sus lógicas de anonimato y masividad.

Ofelia Fernández es una de las referentes políticas que con frecuencia denuncia haber recibido agresiones. “Me putean tanto, son tantos los ataques y las operaciones (...) Hay una dinámica de festejo por parte de quienes propagan esta violencia”, reflexionó en una entrevista con Santiago Oroz para Revista Oleada. Advirtió que “puede ponerse muy pesado, ¿por qué no van a agarrarte y a hacerte algo en la calle para ponerlo en algún lugar a ver si se lo festejen? Y que se lo festejen, y así se vaya corriendo el límite cada vez más”.

La web de Ciberseguras, una organización que combate la violencia de género en Internet, explica que “el acoso grupal se orienta hacia la mujer que tiene una participación y exposición más pública, ya sea en espacios físicos o en Internet, y puede darse en respuesta a nuevos roles, carreras o trabajos que se feminizan, o hacia campañas e iniciativas centradas en la igualdad y los derechos”. Estos ataques en sistema buscan provocar la autocensura de estas mujeres, o a que salgan de las redes para preservarse. El objetivo es ese: desplazar a las mujeres de la discusión que sea, que suelten el poder si lo tienen, que bajen la voz si la están alzando.

 

 

Los voceros de la misoginia

Si la motivación es neutralizar la presencia de una mujer en la toma de decisiones, todos los ámbitos creados por y pensados para varones son territorios de disputa. El ámbito de lo jurídico es el aparato androcéntrico por excelencia: el derecho moderno está pensado para una idea de ciudadano masculino que es, a su vez, el que ejerce la justicia. Y ahí las mujeres que se plantan también molestan. Marcela Pájaro, jueza de familia de Bariloche, sufre ataques hace meses. Un hombre llamado Sebastián Escalada y un grupo de varones de su ciudad la hostigan divulgando información privada sobre ella y deslegitimando su capacidad de ejercer su profesión basándose en estereotipos de género.

Todo empezó cuando la jueza le permitió a la ex mujer de Escalada y sus dos hijas viajar fuera del país por 60 días y ellas no regresaron cuando el plazo terminó. Lejos de reconocer que el hecho de que sus hijas no hubieran vuelto a Argentina excede las decisiones de la jueza, Escalada lo volvió un tema personal. La denunció en el Consejo de la Magistratura —organismo que desestimó la denuncia por unanimidad— y entonces optó por crear noticias falsas y organizar a la comunidad en su contra, acusándola de estar involucrada en redes de trata de menores, mantener conexiones clandestinas de gas y otros delitos, sin aportar ninguna prueba. Escalada se paseó con una camioneta ploteada con el nombre de la jueza y frases acusatorias sobre el presunto robo de sus hijas. Lo hizo hasta el fin de semana pasado, cuando le secuestraron el auto luego de las denuncias civil y penal que impuso la magistrada. El caso completo está contado en este artículo de LatFem. Pero el hostigamiento no cesa: las redes se tienden infinitas y prácticamente desreguladas, y allí arenga a otras personas a colgar carteles en la vía pública, distribuir folletos y esperarla en la puerta de su casa y su lugar de trabajo. Las redes ofician como el terreno para decir cualquier cosa, lo que sirva, lo que funcione.

 

 

 

Carteles en el centro cívico de Bariloche para hostigar a la jueza Pájaro.

 

 

Su caso no es el único: son muchas las mujeres en altos cargos de poder en la Justicia que reciben insultos y ataques por fallar con perspectiva de género. La historia se repite: en vez de responder con argumentos y discutir posicionamientos, los ataques son los mismos. La acusación se fija en su desacato de los roles estereotipados sobre las mujeres, que no se agotan nunca porque una mujer pública es una mujer que rompió con el mandato original, el de quedarse en su casa. Ya sea por malas madres, o por no haber sido madres, o por cómo se visten, o por cómo se maquillan, o por su aspecto físico, o por sus parejas, o por sus deseos; los ataques no apuntan a una discusión de argumentos sino a un ejercicio de violencia.

Diana Maffía, filósofa, feminista y directora del Observatorio de Genero en la Justicia del Consejo de la Magistratura porteño, atacada con frecuencia en redes sociales, lo explica así: “Yo tengo una formación en filosofía analítica, que se ocupa de los argumentos y despeja los afectos y adjetivos. Va a la sustancia. La otra persona puede estar muy enojada, pero se puede separar esa carga violenta en el modo y continuar un diálogo. Pero, en algunos casos, sólo hay modos violentos y no hay contenido: lo que se quiere conservar a toda costa es la violencia”. Maffía explica que las redes sociales, por su funcionamiento, otorgan impunidad para estos ataques. “Hay una satisfacción omnipotente de insultar a alguien sin costo, de pensar que podés estar a la misma altura de alguien que tiene poder y producirle un daño”, explica. “La persona que se convierte en blanco sobresale por buenos o malos motivos, pero esa persona va a ser aleccionada, sobre todo cuando es alguien irreverente al sistema, cuando levanta la cabeza”.

Ataques como los que reciben Ofelia Fernández y Marcela Pájaro, define Maffía, tienen su origen en que estos grupos no toleran que se representen intereses hasta entonces no representados en ciertos ámbitos, ya sea porque es una mujer joven que llega a la Legislatura o una jueza que aplica perspectiva de género en sus fallos. “Los ataques estéticos y las amenazas sexuales que reciben en redes son inverosímiles. Es difícil explicar este tipo de agresividad si no es por este anonimato, esta inmediatez y esta impunidad”, califica.

 

 

Ofelia Fernández comenzó a restringir las respuestas ante los ataques sistemáticos.

 

 

 

La grieta global de las redes

La impunidad sobre las amenazas, fake news, hostigamientos y calumnias está prácticamente garantizada en Internet. La normativa alrededor de los contenidos que circulan en redes sociales es insuficiente. Todas las alarmas se prendieron este año por el período electoral en Estados Unidos, que encuentra a su sociedad al borde de una guerra civil a partir de posturas irreconciliables que las redes alimentan a diario, incluso cuando no nos damos cuenta.

El documental de Netflix The Social Dilemma muestra a ex trabajadores de empresas de redes sociales hablando sobre el monstruo en el que se convirtió el algoritmo: sobre el final, uno de ellos apunta a que hasta que no haya un consenso sobre qué es la verdad y qué es la realidad, no se podrán combatir las distorsiones sobre estas categorías que se generan en las redes. Los algoritmos alimentan una idea de verdad construida a través de cada perfil, y no permiten un diálogo sobre el daño que pueden provocar estos discursos a la democracia.

A principios de septiembre la justicia federal de nuestro país ordenó la detención de Eduardo Prestofelippo, “El Presto”, un influencer de Córdoba, por incitación al odio y a la violencia y amenazas contra Cristina Fernández. Fue a partir de un tweet en el que dirigió a la ex Presidenta el siguiente mensaje: “Vos no vas a salir VIVA de este estallido social (...) TE QUEDA POCO TIEMPO”. El repudio en redes por parte de sus aliados apuntó a una “censura de la libertad de expresión”. Pero como explicaba Diana Maffía: no hay contenido, hay violencia, y de esa manera no hay forma de conversar. “El Presto” y sus seguidores se multiplican por miles, porque las noticias falsas se leen sesenta veces más que las noticias reales, como explican también en The Social Dilemma. Es una bomba de tiempo que, combinada con una estructura patriarcal histórica, pone en peligro la vida social de muchísimas mujeres en el espacio público.

 

 

 

 

 

La perspectiva del futuro

A 73 años de un paso histórico en la participación de las mujeres en la esfera social, los esfuerzos por silenciarlas en la política y la justicia crecen. Natalia Gherardi, directora ejecutiva de ELA, destaca que “en las investigaciones que hicimos sobre violencia política, las entrevistadas refirieron que el ámbito más usado para concretar las agresiones fue "alguien a través de las redes sociales", en el 71% de los casos”. Protegernos, responder y contener sigue quedando en manos de las feministas. En 2018, Amnistía elaboró un documento llamado ToxicTwitter donde sistematizó los motivos por los cuales la red social falla a la hora de prevenir violencias hacia las mujeres en su plataforma. Esta semana, dos años después de haber publicado el informe, la ONG publicó un comunicado denunciando que Twitter tomó sólo una de sus diez recomendaciones. “Desde nuestra organización estamos convencidas que Twitter puede y debe hacer más para evitar estos abusos”, señaló Mariela Belski, directora ejecutiva de Amnistía Internacional Argentina.

Florencia Goldsman, periodista ciberfeminista, explica que los espacios donde circulan los ataques “son empresas muy poderosas que deberían estar dando respuesta ante tanta violencia, pero la violencia es un reflejo de la sociedad”. Por eso la respuesta no es sólo de denuncia sino de construcción: espacios seguros, estrategias colectivas de respuesta, infraestructuras nuevas. En Internet, pero también en el mundo real. “Estamos creando nuevas tecnologías —explica—, hay tecnología por fuera de Sillicon Valley”. Mientras tanto, opina que hacer la revolución con las herramientas del amo es, por lo menos, cuestionable. “Por eso parte de la estrategia es justamente no hacer públicas nuestras estrategias”, concluye Florencia. Los trolls se multiplican, pero los feminismos no retroceden en sus conquistas.

 

 

 

 

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