De ayer a hoy

Estados Unidos vs. China: de la guerra de Corea a una competencia sin precedentes

 

Estados Unidos y China han transitado un terreno cambiante en sus relaciones. En 1950 Washington y Pekín combatían entre sí en la guerra de Corea, que había estado bajo dominio japonés antes y durante la Segunda Guerra Mundial. Luego de la rendición de Tokio, Estados Unidos y la entonces Unión Soviética dividieron partes. Como consecuencia de esto, al norte se establecería la comunista República Popular Democrática de Corea (Corea del Norte, en el uso corriente) y al sur la capitalista República de Corea (Corea del Sur, ídem). El paralelo 38 funcionaba como límite de ambos campos.

En junio de 1950 Corea del Norte –con apoyo pero sin participación directa de China– atacó a su similar del Sur y avanzó sobre su territorio. Estados Unidos y otros países asociados concurrieron en auxilio de aquélla. Repelieron, bajo mandato de la ONU, el avance norcoreano y empujaron a sus tropas hasta adentro de su propio suelo. Así las cosas, China –que en ese entonces no estaba incorporada a la antedicha ONU– decidió participar activamente en la contienda en favor de los norteños, que recuperaron el terreno perdido. La guerra terminó sin que ninguno de los dos bandos se impusiera y la frontera entre ambos países quedó en el mismo lugar que se había demarcado con anterioridad.

En 1972 Richard Nixon realizó una visita a China. Era la primera vez que un Presidente norteamericano lo hacía. Fue recibido por el Jefe de Gobierno, Chou En Lai. Y mantuvo luego un encuentro con Mao Tsé Tung, que –aún viejo y achacoso– presidía el Partido Comunista Chino. La guerra de Vietnam estaba en curso y ambos países apoyaban a distintas partes: Pekín a Vietnam del Norte y Washington a Vietnam del Sur, circunstancia que no impidió un intercambio de amabilidades y acuerdos. Entre estos últimos merece ser destacado que Nixon aceptó suspender las relaciones diplomáticas con Taiwán y acordó que apoyaría la incorporación de China a la ONU. Pero tal vez el mayor éxito que alcanzó Mao fue que el Presidente norteamericano estuviera en Pekín y ambos pudieran conversar mientras se desarrollaba la guerra vietnamita. Nixon, por su parte, abría una puerta que podía ser ventajosa para su país en el terreno mercantil pero, sobre todo, para alcanzar una útil cooperación entre ambos países para contrarrestar a la Unión Soviética.

Esto último no era mera fantasía. En marzo de 1969 –es decir, tres años antes del encuentro entre Nixon y Mao– había habido un encontronazo entre Pekín y Moscú, que generó una discordia y un distanciamiento entre ambos países por bastante tiempo. Ambos tuvieron un choque fronterizo en la isla fluvial de Zhembao. El combate causó 58 muertos y 94 heridos en las filas soviéticas y unas 800 bajas en las tropas chinas. Nixon intentaba sacar provecho de esa discordia con su viaje a China. Merece consignarse que recién en 1991 Moscú aceptó la soberanía china en la antedicha isla.

Bastante tiempo después, en septiembre de 2001, se realizó en Shanghai una reunión de la Cooperación Económica Asia-Pacifico (APEC) –que se fundó en 1989– a la que obviamente concurrió Estados Unidos. Y en diciembre Washington apoyó el ingreso de China como miembro de la Organización Mundial del Comercio.

Este entendimiento entre Estados Unidos y Pekín se mantuvo hasta no mucho tiempo atrás. Comenzó a cerrarse en 2016 cuando Donald Trump decidió contener las transacciones comerciales de su país con China que, con posterioridad, fueron ampliadas por el actual Presidente Joseph Biden. Éste inició también un despliegue militar hacia la zona de Asia-Pacífico. Arrancó con la alianza naval militar entre Australia, Renio Unido y Estados Unidos (AUKUS, su acrónimo en inglés) y continuó con un desplazamiento de barcos de guerra hacia los mares indo-pacíficos, sobre los de la China Meridional y la China Oriental. Pero además creó, en mayo de 2022, el Marco Económico del Indo-Pacífico (IPEF, su acrónimo en inglés), iniciativa multilateral que aglutina cerca del 40% del PBI mundial. Sus integrantes son Australia, Brunei, Corea del Sur, India, Indonesia, Filipinas, Malasia, Nueva Zelanda, Singapur, Tailandia y Vietnam. Sus intenciones formalizadas son, entre otras: establecer una colaboración comercial entre los miembros; apuntalar la estabilidad de las cadenas de suministros; y combatir la corrupción. Repárese que, como es obvio, China no está en ese listado.

 

Desafío sin precedentes

La competencia entre ambas potencias se ha desarrollado en diversos planos. Me limitaré a examinar someramente los que se refieren a asuntos mercantiles y los concernientes a los modos de manejar las nuevas tecnologías emergentes y sus repercusiones económicas.

Durante su presidencia, Trump llevó adelante un paquete de sanciones sobre productos de exportación chinos, a los que elevó sustancialmente los aranceles invocando prácticas desleales y robo a la propiedad intelectual, entre otras acusaciones. Biden, por su parte, mantuvo y amplió esta iniciativa con el objeto de presionar aún más a Pekín, que a su vez había contestado de la misma manera. Al día de hoy este conflicto comercial continúa.

En el campo de las nuevas tecnologías emergentes, en cambio, la cuestión es más delicada. En un artículo publicado recientemente en Foreign Affairs Today, titulado “La nueva competencia con China”, escrito por Michel Brown y Robert Atkinson [1], se señala que “Beijing se ha convertido en el principal desafío para Washington en el siglo XXI”. Y añaden: “Su objetivo es desplazar a Estados Unidos como superpotencia tecnológica y económica del mundo. Esta forma de competencia no tiene precedentes históricos”.

A diferencia del pasado, en el que una sola capacidad tecnológica importante –como por ejemplo el uso de la energía a vapor– podía definir una posición dominante, hoy en día se necesita un paquete de esas capacidades. Es decir, se necesitan no una sino varias. Definido esto, Brown y Atkinson señalan, además, que hay dos asuntos que presentan en la actualidad dificultades para Estados Unidos:

  1. Las empresas buscan una mayor rentabilidad al producir en el extranjero, donde tienen costos laborales y tasas impositivas más bajas que en su país; y
  2. Prefieren avanzar con lo que llaman “revolución accionaria”, que da prioridad a los intereses de corto plazo; actualmente los inversores mantienen sus acciones, a lo sumo, en un promedio más bajo que un año en comparación a los ocho que existían en la década del ‘50. Es decir que operan con horizontes temporales mucho más cortos y alejados de la producción.

Este afán produce una pérdida significativa en materia de diseño y de producción, a la vez que optimiza ganancias por acciones trimestrales, en lugar de efectuar inversiones competitivas de largo plazo. En resumen: se prefiere obtener ingresos rápidos a costa de disminuir el empuje tecnológico y la capacidad de fabricar.

 

Final

Es evidente que China ha aumentado considerablemente sus capacidades de producción tanto para fines económicos y sociales como para incrementar sus recursos militares. Comparativamente ha crecido mucho más que su antagonista. Las cadenas de suministros, el empuje tecnológico y el comercio de Pekín han tenido un ritmo sostenido, lo mismo que el desarrollo de su Fuerzas Armadas.

Hacia el final de su artículo, Brown y Atkinson señalan que “el objetivo de China en la carrera tecnológica es claro: en las palabras del propio líder chino Xi Jinping es ‘alcanzar y superar’ a Estados Unidos”. Agregan y alertan, luego, que “Estados Unidos no puede darse el lujo de esperar que China gane aún más la carrera por mejorar sus posiciones económica y militar”.

¿Está Biden en condiciones de iniciar algún repunte? Es difícil que lo haga. Debería, en principio, modificar la matriz de producción y desarrollo en la que se ha embarcado la economía de su país, que no es poco. Pero además no lo ayudaría el contexto internacional. Hoy en día flamea a duro viento la bandera de Marte en la guerra ruso-ucraniana y en la más reciente entablada entre Hamas e Israel. Ambas contiendas contribuyen a instalar un orbe incierto, en el que parecería estar merodeando la sombra de un estallido mundial.

 

 

 

[1] Michael Brown es ex director de la Unidad de Innovación en Defensa del Departamento de Defensa de Estados Unidos. Robert Atkinson preside la Fundación de Información Tecnológica e Innovación, con base en Washington D. C.

 

 

 

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