De buenos a villanos

El día que las bellas almas descubrieron el hedor de Comodoro Py

 

En la literatura, particularmente en historias destinadas a chicos o adolescentes, en tiras de dibujos animados e incluso en guiones cinematográficos, es bastante común encontrar personajes que encarnan individuos intachables que se transforman en un instante en villanos, o viceversa. Generalmente tendemos a creer que esas mutaciones surgen de interpretaciones mágicas o excesivamente imaginativas de los autores de esas historias. Pero no siempre es así.

Hace un par de semanas atrás me ocurrió que, por un inconveniente de carácter médico, estuve cuatro o cinco días internado y, por lo tanto, alejado de la información cotidiana. Obviamente, apenas fui dado de alta me abalancé, para ponerme al día, a repasar la lectura de diarios que durante ese período tuve que dejar de lado.

Lo que más me impactó fue encontrarme con una inusitada cantidad de notas y columnas dirigidas a cuestionar severamente el accionar del Poder Judicial y de algunos de sus actores. Mi primera reacción fue atribuirlo a que Cristina Kirchner había retomado las críticas que desde hace muchos años y reiteradamente viene formulando a un poder que carece de la transparencia que todos le reclamamos. Pero enorme fue mi sorpresa cuando advertí que esas críticas, con expresiones aún más duras, estaban suscriptas y refrendadas por periodistas y connotados columnistas de los grandes medios de comunicación. Uno de ellos, en este caso Joaquín Morales Solá, indicaba que “sería injusto señalar que existe sólo la casta política porque también sobreviven la empresaria, la sindical y (subraya en negrita) sobre todo la judicial”. Agrega que la judicial “es la única casta que gobierna sin un mandato fijado por la Constitución”. Me sonaba al reclamo que tantas veces hicimos desde el campo nacional y popular sobre la necesidad de democratizar a la Justicia. Una demanda que, cada vez que la formulábamos, este columnista y otros desechaban con duros términos, porque la consideraban un intento “de colonización kirchnerista al Poder Judicial”. Pero los anatemas de los nuevos críticos del Poder Judicial se desparramaban ahora a lo largo de infinidad de notas, por ejemplo calificando a Comodoro Py como un lugar cenagoso o como la representación de las peores prácticas. Un columnista también de La Nación, por quien guardo un enorme respeto, llegó a decir de un juez que “es la encarnación de ese lugar sospechado de tantos vicios que es Comodoro Py. Los Tribunales federales de la Capital Federal donde se absuelven los casos de corrupción”. Y es cierto que es un lugar sospechado. En primer lugar porque no todos los casos de supuesta corrupción se resuelven con la misma vara. Le faltó decir que sólo se absuelve a quienes han estado vinculados a la gestión del macrismo. Como por ejemplo en las causas de los Parques Eólicos, la concesión de autopistas, el Correo Argentino y, los más resonantes, las causas por espionaje ilegal (incluida la que se practicó contra los familiares de los submarinistas del San Juan). Mientras tanto, los casos que se fabricaron contra Cristina Kirchner no sólo no cuentan con el beneficio de absoluciones sino que son reabiertos, si fueron desechados en primera instancia, como el del Memorándum con Irán y tantos otros, para continuar con la persecución política.

No hay duda, como ahora reconocen los que están reformateando a los buenos en villanos, que Comodoro Py se había transformado en sí mismo en un foro de atracción. A punto tal que todas las causas que afectaban a la coalición política, mediática y económica que ganó las elecciones en 2015 y tramitaban fuera de esos tribunales eran inmediatamente atraídas mediante infinidad de groseras maniobras procesales, para que recalaran en el edificio de Retiro. Pero sería injusto generalizar, atribuyendo a todos los jueces de primera instancia una intención benévola y favorable a ese bloque de poder. No es nuestra manera de actuar tirarle al pichón para que le pegue a cualquiera. Hubo jueces y juezas que mantuvieron la imparcialidad. Pero hubo otros que no. Caso paradigmático de estos últimos fue Claudio Bonadío, el de las ocho indagatorias en un solo día a Cristina Kirchner, récord en el mundo occidental. Pero no fue la única marca en la que estuvo a la cabeza: también se destacó por sus maniobras de forum shopping, el uso indiscriminado de escuchas ilegales e informes de inteligencia y la multiplicidad de testigos coaccionados. Su forma de proceder –y esto es lo más grave– fue avalada por instancias superiores, de camaristas federales y de Casación que antes de dictaminar corrían a la Casa de Gobierno o a la Quinta de Olivos a entrevistarse con el Presidente Macri y que en otros casos fueron simplemente designados a dedo, también por Macri. Tal vez allí, más que en primera instancia, es donde está el huevo de la serpiente. Ni que decir de aquellos medios que incluían en el Olimpo de los probos a los magistrados que condenaban kirchneristas y condenaban al infierno a jueces y fiscales que no acataban las órdenes y mandatos del denominado periodismo de guerra.

Y ya que hablamos del periodismo, también observé en esos días que fueron del descanso a la relectura algunos cambios significativos y roles que se han invertido: buenos que pasaron a ser villanos y villanos que pasaron a ser buenos. Me adelanto a decir que condeno insultos o descalificaciones sobre los que ejercen el periodismo, porque es cierto que para refutar lo que uno considera un error o una mentira no hace falta recurrir a la chabacanería. No menos cierto es que el periodista se jerarquiza si reconoce que cometió un error y, aún más, si acepta que incurrió en una mentira. En ese sentido me pareció patético ver a Patricia Bullrich pidiéndole a Jorge Lanata que tenga “piedad” por Milei, que maltrató al periodista tratándolo de “mentiroso” y “ensobrado”. Justamente ella, que se empinó en la política sembrando odio colgada de falsas noticias (fake news en inglés), como que Máximo Kirchner y Nilda Garré poseían una cuenta multimillonaria en dólares en el exterior o que la Morsa era Aníbal Fernández o detrás del invento del asesinato de Nisman, que ella ayudó a construir imponiéndole a la Gendarmería que fabricara una autopsia trucha.

 

Bullrich con Lanata, antes de su última derrota.

 

Finalmente, la Historia siempre da vuelta la taba. Lástima que a veces llega tarde y el daño ya está producido. Por eso no hay que creer en la magia fantasiosa de que los buenos se transforman en villanos o los villanos en buenos. En realidad, en estos tiempos modernos ese papel lo adjudican los grandes medios masivos de comunicación, sobre todo los que tienen un ejercicio casi monopólico de la palabra, o lo que el director de este portal califica con acierto como redes antisociales.

 

 

 

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