De la crisis a la acción política

La construcción de un contrapoder popular que pueda evitar una salida reaccionaria

 

La crisis financiera destruyó la dinámica económica y desnudó por fin la crisis política que el gobierno de Macri ha estado disimulando desde las elecciones de medio término de octubre de 2017. A dos meses de aquel triunfo electoral, el Presidente debió enfrentar la furia plebeya de organizaciones populares opuestas a ajustar el sistema previsional. Si durante aquel año el gobierno se empeñó en amedrentar a la población por medio de la represión, la crisis de diciembre tuvo dos efectos relevantes. Por un lado, mostró el camino para neutralizar las salidas represivas: la movilización de masas; y por otro, dio lugar al disgusto y a la respuesta de los mercados, y al desesperado intento del gobierno por anclar la viabilidad de su programa en un acuerdo con el FMI. La frustración de ese plan político confirma que a la insustentabilidad social y financiera del programa de Macri le sigue una insustentabilidad política. Lo estamos viendo.

Un precipitado cambio de clima obliga a pasar del anuncio de la crisis a la gestación de acciones políticas de corto plazo. Así lo entiende el peronismo tradicional que acompañó al gobierno hasta ahora. Peronismo convencional y Cambiemos negocian y disputan los términos del desenlace de la crisis. Programáticamente, solo comparten la tesis según la cual no se puede “volver atrás”. Razón demás para que nos preguntemos: ¿qué designa estrictamente ese atrás? Hay más de un modo de narrar lo que ocurrió en el país desde mediados de los años '90 hasta 2015. Por debajo del lenguaje mistificado de la grieta, subyace uno de los períodos más interesantes de aquello que aún en el presente podemos llamar la lucha de clases. Si 2001 mostró la existencia de una potencia popular de trabajadores desocupados, de diversos actores urbanos y rurales, de un contrapoder con la consistencia suficiente como para liquidar la legitimidad neoliberal sostenida por el llamado Consenso de Washington, el kirchnerismo –en particular el gobierno de Cristina–, con sus módicas reformas, acabó por concitar un odio generalizado sobre el que se sustenta todavía hoy el gobierno nacional.

El fantasma plebeyo no desapareció tras el 2001. Tampoco con la crisis del Frente para la Victoria y la llegada del nuevo gobierno. Las enormes movilizaciones contra el 2 x 1, de los universitarios, del movimiento de mujeres, de la diversidad sexual y por la legalización del aborto; las marchas sindicales y de los trabajadores de la economía popular; las asambleas contra la megaminería y toda una extensa miríada de iniciativas contra el monocultivo sojero, en defensa del agua y de los bienes comunes; y la reacción contra la violencia represiva en los barrios exhiben una particularidad argentina que muchos países del continente observan con sorpresa. No se trata solo de una aptitud para salir a la calle, sino también de una prefiguración programática. Allí, en esas luchas, en esas redes, en ese protagonismo, late una inteligencia colectiva, nuevas formas de liderazgo y de toma de decisiones, una nueva comprensión sobre las mutaciones del país y de lo que ya no se tolera.

La crisis llegó y se proyecta en su contenido real como una crisis de la democracia entendida como marco jurídico y orden institucional a respetar. ¿Es posible concebir de aquí en adelante la acción política sin una idea clara y antagonista de la democracia como materialización económica e institucional concreta del protagonismo de los movimientos populares? Y, además, ¿no es evidente, a esta altura, que no es viable una dinámica de extensión de derechos democráticos sin la producción paralela de subjetividades capaces de producirlos, ejercerlos, defenderlos? ¿No es preciso, entonces, partir de lo que estas subjetividades proponen en términos tanto prácticos como discursivos a la hora de imaginar frentes políticos? ¿No hace falta crear instituciones capaces de expresar una concepción abierta de la toma de decisiones orientada a fortalecer el aspecto material de los llamados derechos? Preguntas como estas nos llevan a mirar de frente la situación. ¿Cómo dar curso a una nueva voluntad colectiva capaz de articular un programa y una dinámica política, abierta a la altura de las figuras actuales de un contrapoder que pueda evitar una salida reaccionaria de esta crisis?

 

 

 

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