De la incertidumbre a la certeza

El monetarismo neoliberal destruyó la confianza en la moneda y dinamitó la capacidad regulatoria del Estado

 

En las últimas semanas, la sociedad argentina empezó a ser afligida, por enésima vez, por el tema cambiario: minorías especulativas lograron hacer subir fuertemente los tres indicadores marginales del dólar, crear una sensación de descontrol cambiario, e incidir en actitudes de algunas empresas productivas, que comenzaron un proceso de remarcación o de retención de mercadería justificado por expectativas devaluatorias.

El gobierno empezó a tomar más en serio lo que estaba ocurriendo, y logró en días recientes frenar una escalada de desestabilización económica y social que no tenía sustento en ninguna necesidad macroeconómica del país, sino exclusivamente en los deseos de negocios particulares de minorías influyentes.

El panorama se repite recurrentemente: los especuladores, pertenecientes al mismo grupo que impulsó al macrismo al gobierno y que ganó en ese período a costa del país, tiene la capacidad comunicacional de imponerle al conjunto la agenda económica, la angustia cotidiana y las ideas sobre cómo debería resolverse el problema.

En ese contexto Cristina Kirchner publicó una carta, que concluye con tres “certezas”. De esas certezas, una se refiere a la economía bimonetaria y a la necesidad de un amplio acuerdo sobre el tema. La ex Presidenta introduce una cuestión que anuda varios de los problemas centrales del país, y habilita a una discusión más trascendente que las superficialidades destructivas de la derecha económica y mediática.

 

 

Bimonetarismo y política

Es cierto: el bimonetarismo, como fenómeno existente en la realidad, no es un problema ideológico. Pero sí es un problema político.

El país no llegó al bimonetarismo por sus características geográficas, o por los genes de su población, sino por un recorrido histórico específico, hecho de sus intentos de desarrollo, de sus vínculos con la economía mundial, de sus luchas internas y de las pujas distributivas que lo atraviesan permanentemente.

El debilitamiento de la moneda nacional como reserva de valor –por eso apareció el dólar para suplir esa característica— tiene una larga historia.

Tuvo que ver en cómo se encaró el proceso sustitutivo de importaciones, cómo se aprovechó la desvalorización monetaria para abaratar el crédito a las empresas, y cómo no se suministró a la población alternativas confiables de ahorro en moneda nacional.

Pero si esos pueden ser considerados errores del legítimo proceso de industrialización, otros fueron los horrores luego que el neoliberalismo empezó a conducir las políticas económicas argentinas, desde Martínez de Hoz en adelante. Durante la dictadura cívico militar, no sólo se generaron inflaciones descomunales en forma sistemática, sino que se le brindó a la población un verdadero curso de especulación financiera: del plazo fijo al dólar, del dólar al plazo fijo, mientras se vendían alegremente dólares baratos, conseguidos con el endeudamiento del país.

Los neoliberales monetaristas que venían a “abatir la inflación” no sólo destruyeron la confianza en la moneda, sino que dinamitaron las capacidades regulatorias del Estado nacional.

La situación de endeudamiento externo insostenible que dejó la dictadura debió haber sido enfrentada en democracia, declarando inmediatamente el default. Alfonsín optó por continuar tratando de compatibilizar las finanzas de un Estado agobiado por la deuda externa, con el intento de que el país creciera. Se intentó el Austral, para inaugurar una moneda nueva, sin la carga de la historia previa, pero el intento estabilizador no se pudo sostener, arrastrado por el cuadro externo e interno de la economía. La hiperinflación confirmó entonces el valor del dólar como moneda de reserva, y le agregó otra función: ser la unidad de cuenta en que las empresas realizaban sus cálculos de rentabilidad.

Sólo agrediendo fuertemente a la economía nacional, como fue el experimento de la convertibilidad, abriendo de par en par el mercado interno a las importaciones y generando un desempleo del 18%, se logró estabilizar la economía y transferirle transitoriamente confiabilidad a la moneda nacional, atada al dólar. Todo el esquema estaba sostenido en un endeudamiento externo que cubría el desequilibrio comercial permanente. El país sólo logró llegar al superávit fiscal y externo por la vía catastrófica del derrumbe económico producido por la caída de la convertibilidad, que no había resuelto ningún problema de fondo.

Cuando de la mano del kirchnerismo se comenzó a recuperar la producción y el empleo, reaparecieron las tensiones inflacionarias, la falta de instrumentos de ahorro en pesos, la fuga de capitales. El macrismo discontinuó lo bueno logrado por la gestión anterior, para acentuar lo malo: inflación, recesión, pobreza y fuga masiva de capitales con super-endeudamiento.

Es cierto, en la Argentina parecen morir las teorías económicas… formuladas en el exterior, pensando en otras realidades. Pero aquí tenemos una larga tradición de estudio y pensamiento nacional en torno a estas cuestiones, y una serie de certezas sobre cómo ir desmontando el problema.

 

 

Dolarización o afirmación nacional

Desde la época del menemismo –una versión del peronismo que le resultaba bastante simpática a los grandes empresarios—, hay una fracción del establishment argentino que viene planteando la eliminación de la moneda nacional y su reemplazo por la moneda de los Estados Unidos. Ecuador es un perfecto ejemplo de la no solución que es la dolarización.

Ese mecanismo no resuelve los problemas principales de la economía, ni la miseria, ni el desempleo, ni el endeudamiento, ni la mala inserción internacional, pero favorece la internacionalización de los negocios locales al tiempo que debilita aún más al Estado. Es un camino de profundización de la dependencia y el subdesarrollo, o sea, consolida en forma estable la pobreza de una buena parte del país.

La alternativa es desmontar el bimonetarismo, con un conjunto de medidas viables que no son mágicas, sino que configuran una verdadera reforma económica, en el mejor sentido de la palabra. Dado que el bimonetarismo condensa errores en varias áreas de la política económica, desde la política fiscal, monetaria, cambiaria, de comercio exterior, productiva y hasta cultural, son muchas las acciones que se pueden ejecutar para resolver la cuestión.

Para que nuestra moneda deje de devaluarse frente al dólar, algunos piensan que debería producirse una fuerte contracción monetaria, que generaría desempleo, más pobreza y crisis social. En realidad hay que trabajar sobre la oferta y la demanda de dólares, resolviendo al mismo tiempo los problemas de fondo.

Si la mayor demanda de dólares proviene de un comercio exterior deficitario, hay que ir hacia un comercio exterior de bienes y servicios equilibrado. Si otra parte de la demanda proviene de la especulación financiera, regular muy fuertemente el ingreso y salida de capital especulativo, que no aporta absolutamente nada a la economía nacional, como se demostró nuevamente durante el macrismo. Si la gente necesita, lógicamente, ahorrar, hay que construir mecanismos de ahorro confiable en pesos.

Las Reservas de Banco Central deben ser cuidadas con celo: no pueden ser entregadas a voluntad de los especuladores o de los fugadores seriales. Las Reservas no están para eso, como pensaban Federico Sturzenegger y Toto Caputo.

En cuanto a la inflación, como tiene diversos orígenes es bueno atender con políticas específicas a cada uno de los tipos de inflación. Si el Estado debió, en ciertos períodos, efectuar emisiones exageradas de dinero porque no tenía otra forma de cubrir sus gastos, habrá que buscar un perfil recaudatorio más eficaz que el actual, que en nuestro país es perfectamente posible en términos de la riqueza generada. Lo equivocado es diagnosticar siempre que la inflación sólo se origina en la emisión monetaria que infla la demanda y que por lo tanto el remedio es bajar los sueldos y achicar el gasto público.

Nada de esto es original y nuevo, sino que fue parcialmente intentado por diversos gobiernos. Varios de estos puntos figuran, por otra parte, en la agenda de la actual gestión y su pueden ver en el diseño del Presupuesto Nacional 2021. El secreto es que se apliquen conjuntamente, y que perduren en el tiempo para que las inercias en los comportamientos vayan pasando y se verifique lo que ocurre en cualquier parte donde la moneda local es respetada y usada. No alcanzan cuatro años.

Varios de los desequilibrios que confluyen para que la erosión de la moneda nacional continúe, son producto de intereses económicos concretos –exportadores/especuladores, monopolios remarcadores, fondos especulativos internacionales, evasores impositivos, bancos y corredores de Bolsa dedicados a la timba—, por lo que el saneamiento de esos desequilibrios no es un problema “técnico”, sino que requiere un fuerte respaldo político y clara decisión estatal.

Sin ese ingrediente de convicción y movilización política, las medidas se diluirían, derrotadas una tras otra por las fuerzas que ganan con el fracaso del país.

En ese sentido, el principal problema es cómo fortalecer al Estado nacional para cumplir con las funciones que no cumplió ni cumplirá la burguesía local. Entre ellas, cobrar impuestos y tener un resultado fiscal normal, preservar la moneda nacional e intercambiar con el mundo en función de nuestros propios intereses.

 

 

Los que “crean riqueza” versus los “parásitos”

Las medidas mencionadas más arriba servirían para resolver la cuestión del bimonetarismo. En cuanto a “una más que evidente extorsión devaluatoria”, como señala correctamente la actual Vicepresidenta, requiere trabajarla puntualmente en el terreno de los mercados marginales. Pero también en el terreno comunicacional, punto débil del gobierno actual, y en general de los gobiernos populares desde que se inició la democracia.

Lo que sí es inevitable es asumir la existencia del conflicto político en torno a estas cuestiones, y entender las lógicas profundas que lo animan.

En el actual antikirchnerismo y antiperonismo de la derecha local hay un proceso de radicalización ideológica, que teme por la propiedad privada y se siente amenazada como si estuviera frente al gobierno de la Unidad Popular de Salvador Allende.

Jamás hubo un gobierno así en Argentina, pero perciben que todo paso hacia una sociedad un poco menos desigual los pone al borde de ser la Unión Soviética. Ese delirio persecutorio, cuyo origen sería importante conocer, pero cuya función conservadora es evidente, pone a una parte de la derecha argentina en un estado de guerra contra la sociedad.

En ese sentido es importante no menospreciar un concepto perverso que fue repetido en las declaraciones de Alfredo Cornejo (presidente de la UCR) y de Mauricio Macri (líder del PRO) hace pocos días.

El 18 de octubre, el diputado nacional Cornejo sostuvo que “la verdadera grieta no es peronista y antiperonista. Es entre la gente que produce y trabaja y se esfuerza para generar riqueza y el sector parasitario que viven (sic) de quienes generan riqueza. El peronismo de hoy, que es el kirchnerismo, está representando más a los que no trabajan que a los que trabajan y crean riqueza. Representa al sector parasitario”.

Dos días después, el 20 de octubre, Mauricio Macri sostuvo que “hay que recuperar la dignidad del trabajo, a eso hay que apuntar, que el peronismo vuelva a recuperar su esencia, que sea el partido de los trabajadores, hoy es el partido de los que no trabajan".

Es evidente que ambos personajes han recibido un nuevo libreto para difundir, que no puede haber sido pensado por ellos. El nuevo libreto representa un incremento conceptual en el nivel de radicalización ideológica de la derecha e implica amenazas antidemocráticas muy precisas.

El partido de los grandes propietarios empieza a insinuar que quienes no están con ellos, son parásitos, que viven de ellos. El argumento circula por diversos espacios de la derecha local, enfurecida porque millones de argentinxs hoy dependen del Estado para subsistir. Serían los “parásitos” que a través del Estado viven de los que producen, que son los propietarios de las fuentes de riqueza del país.

Se suministra una ideología del desprecio –a los parásitos— y de rechazo hacia el Estado y a los impuestos –que alimentan a “los parásitos”— y al Frente de Todos, que sería la expresión política de los parásitos.

Pareciera que se busca blindar la sensibilidad de ciertos sectores propietarios, proponiéndoles una lectura salvaje de la sociedad, que los pone como víctimas de las mayorías empobrecidas y de los sectores políticos que buscan representarlas.

Es inocultable el desdén que ocultan estas expresiones hacia los millones de argentinos –trabajen o no trabajen— golpeados por las sucesivas crisis, así como el increíble caradurismo de quienes han protagonizado el desastroso experimento económico de Cambiemos.

Las fallidas tentativas neoliberales en vez de fundar un capitalismo dinámico y competitivo, como afirmaban públicamente, profundizaron el subdesarrollo y engendraron una economía penetrada por los intereses rentísticos y financieros, de muy bajo crecimiento. Pero los sectores empresariales crecidos al calor de esos experimentos pretenden que los arrojados a la miseria, el desempleo y la marginalidad son los responsables del deterioro del país.

Aún las nuevas consignas repetidas por Macri y Cornejo no han permeado el discurso de toda la derecha local. Pero si prevalecieran, dinamitarían todos los puentes de diálogo civilizado y de búsqueda de consensos democráticos.

Ese discurso desemboca en el siguiente razonamiento: si los peronistas que representan a los parásitos que viven de nosotros ganan las elecciones —porque los parásitos son muchos más que los que creamos riqueza—, tienen valor las elecciones? La nueva teoría troglodita sería que el subdesarrollo es producto de que las mayorías ganen las elecciones en democracia.

El amplio campo popular necesita dotarse de un discurso y un curso de acción claro y firme para poder hacer frente a una derecha tan dañina en el gobierno, como agresiva y antidemocrática en la oposición.

 

 

 

 

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