De la información a la metaficción

Todo lo que se emite a través de algún instrumento, cualquiera sea su tecnología, es ficción

 

Cuando el filósofo argelino/francés Jacques Derrida pone en valor su neologismo “artefactualidad” está alumbrando una de las más brillantes secuencias en su derrotero de la deconstrucción como eje de su pensamiento. No niega la actualidad, pero afirma que la misma “está hecha”, no está dada sino “activamente producida, cribada, utilizada y performativamente interpretada por numerosos dispositivos ficticios o artificiales, jerarquizadores y selectivos”.

Con el respeto que Derrida merece, se me ocurrió tomar la artefactualidad como el momento en que la “actualidad” pasa por un “artefacto”. Ese único momento en que esa actualidad puede darse y a la vez sólo existe en virtud de la producción, selección y uso de cierto dispositivo que a la vez le da entidad al artefacto.

Siempre la realidad, sin perder esa condición, nos llega desde una factura ficcional. Todo es ficción en los medios electrónicos y hasta podemos aventurar ver algo similar en los gráficos. La noticia es una noticia, pero al pasar por el teleprompter, al ser leída por una voz o subrayada en un graph incorpora validaciones ajenas a esa realidad que la constituye y se convierte en un hecho de ficción.

Un partido de fútbol visto por la pantalla de cualquier terminal de recepción es “una imagen de un partido de fútbol”, no el partido de fútbol.

Tomemos el ejemplo de una emisión mediante el uso televisivo. Esta se compone de mecanismos técnicos que obligan a cierto cambio en el uso de la palabra para quienes participan en el contenido transmitido. No habla igual un presentador de noticias que el común de la gente Ahí ya tenemos ficción, aunque el formato escape a esta definición. Pero también a dicha emisión se llega luego de recorrer un camino institucional devenido desde las autoridades de un medio y su instrucción para el armado de un formato y eso condiciona imágenes (que son unas y no otras), lo que hace percibir al televidente cierta experiencia visual que es una y no otra. Ahí volvemos a tener ficción, así sea la presentación de un concierto. Toda la gestualidad de un participante en cualquier programa de TV o radio manifestada en un tipo de discurso, corporalidad determinada, tonos de voz y distintos énfasis, constituyen ficción.

La separación entre ficción y no ficción es una utilización cultural habitual en los medios y entre sus hacedores, que la han naturalizado para distinguir contenidos. Entonces nos acostumbramos a que la ficción sólo corresponde a ciertos mundos imaginarios donde personajes inventados cuentan alguna historia, en tanto la no ficción se nutriría de representaciones concretas del mundo real donde personas reales hacen algo.

Pobre distinción entre una y otra. La no ficción puede perfectamente presentarnos formatos donde priman mundos imaginarios y donde se cuentan historias no necesariamente verídicas y reales.

Se puede argumentar –algunos pensadores lo hacen en este sentido– que la no ficción es algo donde su realizador se compromete con ciertas verdades que construyen esa no ficción. Y se responsabiliza de esa verdad. Tampoco brinda acabado sentido esta definición.

En cuanto a lo que es un formato de ficción, se tiende a ver como un conjunto de relatos inventados contados de tal manera que, en algún momento de su desarrollo, el público (audiencia, televidente, oyente) lo crea cierto; es decir, la ficción tiene un componente que vincula lo que se narra con el asumir por parte de la audiencia, aunque sea en forma momentánea, que se trata de una verdad.

Muchos hablan, y creen, en el pacto ficcional, que es el acuerdo entre la emisión y la recepción de un hecho audiovisual en el cual el receptor cede su pretensión de certeza y toma lo que quiere, puede o conforma del universo representado por el contenido. Ahí no existen datos de falsedad o no de la obra. Estimo que esto corresponde con similar posibilidad también a la llamada no ficción, ya que (y siguiendo a la Escuela de Birmingham) decimos que, por ejemplo, en un contenido informativo, las audiencias pueden tomar el mensaje, rechazarlo o negociarlo.

O sea que, aun dentro de las miradas más filosóficas sobre las distinciones entre ficción y no ficción, no hallamos determinantes claras que hablen de su separación como formas.

Se afirma que en ese pacto ficcional es imprescindible que quien recibe sepa que está ante una ficción, de lo contrario ese contrato es incumplible ya que la ficción no tendría lugar como tal y el receptor se vería engañado en su percepción del contenido. En los últimos años asistimos a construcciones mediáticas no ficcionales (sobre todo programas audiovisuales de noticias y políticos) con iguales características, o sea que el emisor no asegura que lo expuesto desnude las “verdades” de la no ficción, por lo que habría un pacto incumplido y la audiencia se vería engañada.

A la luz de las formas construidas como mensajes literarios y audiovisuales en los últimos 50 años, es complejo resolver este dilema del pacto ficcional. Si tomamos la obra de Emmanuel Carrère y Ryszard Kapuscinski, entre otros, y el formato de programas de TV dedicados a la información, apreciamos la mínima diferencia que puede haber entre ficción y no ficción. Cuando se desdibujan márgenes que diferencian ficción y la llamada realidad, asistimos a un nuevo concepto, el de metaficción. Y sobran experiencias fílmicas en formato de docudrama y docuficción.

Pero todo esto es en el plano de cierta mirada filosófica sobre las comunicaciones y sus instrumentos (sean literarios, periodísticos gráficos o audiovisuales). Lo que da más certeza a comprender que todo lo que se emite, transmite, proyecta a través de algún instrumento, cualquiera sea su tecnología de impulso a esas acciones, es ficción, es precisamente este cambio de esencia al pasar por un artefacto; volvemos a la genial “artefactualidad” de Derrida y decimos, tomando a Gregor Johann Mendel, que “lo cuantitativo modifica lo cualitativo”, que un “producto que comunica”, en cualquier de sus variables, tiene una composición que muta en parte de su estructura al transitar por un artefacto.

O sea, la actualidad cambia. La ficción domina. Queda en el receptor distinguir esa diferencia.

 

 

 

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