DE LA MANO INVISIBLE A LA MANO DURA

Volver a poder endeudarse con el exterior impulsa a desaparecer a los desaparecidos

 

La mitad de los votos emitidos en las PASO respaldan posturas políticas de derecha para las cuales cualquier atisbo en dirección hacia los dominios del igualitarismo moderno debe ser rechazado sin atenuantes. La convicción de que la sociedad como un todo mejora si el ingreso es transferido desde los ricos hacia los pobres, al amparo de la creencia de que el Estado es el instrumento más indicado para efectivizar tal redistribución, desenvolviendo e implementando políticas públicas para efectuar la mentada redistribución, es el ABC del igualitarismo moderno. Ese conjunto de ideas prácticas y saludables para la democracia, no recibe del otro 50 % un fervor que equilibre —e incluso, sobrepase como rasgo cultural— al frenesí desmentidor de los detractores libertarios.

Que lo sobrepase como rasgo cultural no es una expresión de deseo, sino una necesidad política de primer orden. Sucede que si el capitalismo argentino funciona mal y poco, en lo primordial se debe a los salarios de morondanga que se pagan en promedio. A ese pauperismo condujo el funcionamiento del sistema político argentino realmente existente, cuyas bellas ideas sobre el desarrollo añoran el Paraíso del lado de la oferta. Se siguen equivocando de Paraíso perdido. El sistema crece mediante la inversión y la inversión es una función creciente del consumo. Es así como en un sistema en el que lo que importa antes que nada es vender antes que producir, como sea, pero vender, si la demanda resulta insuficiente por decisiones de política económica que menoscaban el poder de compra de los salarios, se atora su capacidad de reproducirse al alza mediante la inversión.

Los que deciden acerca de la inversión son los empresarios. La derecha dice representarlos y estropea el equilibrio social cuando —demagógicamente— alienta a desplumar los salarios. El movimiento nacional se ha olvidado de trabajar políticamente ahí, y le regala completamente a la reacción el sector empresarial. Así, lo que no pasa de ser un sueño húmedo de cualquier empresario, acumular lo más posible pagando lo menos posible, los necios de la derecha lo convierten en bandera política. Y lo practican. Debería generar preocupación que el documento que coronó la reciente reunión de IDEA (Instituto para el Desarrollo Empresarial de la Argentina) en Mar del Plata, conlleve un ataque directo a los trabajadores, que no fue repelido por la dirigencia política consciente de sus responsabilidades, mediante el simple expediente de dejarle en claro al cuerpo social que esa visión inclina la cancha a favor —supuestamente— del capital y contra los intereses de la nación.

 

 

Supuestamente porque, de ponerse en práctica, bajarían estructuralmente los salarios, y con menos demanda efectiva, habría menos espacio para los negocios. En un sector —el burgués— que por sí mismo no actúa como clase, si no que media el optimismo de la voluntad para que se comporten como tal en función del interés nacional, la norma de conducta la dicta la spenceriana supervivencia del más fuerte, que en este caso confluye hacia la concentración económica. Verdad, la buena marcha del capitalismo supone concentración. Pero, una cosa es que esta acontezca porque se achican los mercados y otra muy diferente por la insuficiencia de la espalda financiera para lograr una escala acorde a la que promete la expansión vegetativa del mercado que se trate. En este segundo caso, resulta un síntoma inequívoco de que el poder compensador de la alianza de clases —generado por la voluntad política— está actuando de forma eficaz a favor del interés nacional, que no es otro que el crecimiento sólido y sostenido a largo plazo del producto bruto per cápita igualitariamente distribuido.

 

Las consecuencias

Inflación desatada, tipo de cambio “mirame y no me toques”, endeudamiento externo enorme, pobreza generalizada, la auditoria del FMI, trastornados que quieren matar a Moby Dick, elementos de la crisis que en función del interés nacional y la buena marcha de la democracia deben resolverse en dirección hacia la ampliación y fortaleza del mercado interno.

Los serios problemas de inseguridad y actividades criminales diversas, de momento, han perdido cartel y espacio en el sentir ciudadano, debido a las trompadas que pega la inflación. Pero están ahí, esperando su turno para aparecer, cuando sea necesario alienar a la opinión pública con el objetivo de recuperar el espacio de maniobra que —de triunfar en los comicios alguna de las variantes de la derecha dura— indefectiblemente comenzará a perderse en progresión geométrica a causa de iniciativas de política económica en particular —y de política en general— que en vez de ir en pos de la salida agravan todas las lacras de la crisis. Incluso, el disparate de la eventual dolarización luce no pasar de una operación de relaciones públicas para la vuelta de la repudiada convertibilidad.

Desde que José Alfredo Martínez de Hoz trazó el camino del endeudamiento externo como el gran negocio del país para pocos, siendo Domingo Felipe Cavallo un continuador eficiente que lo perfeccionó y Mauricio Macri su último ersatz, la derecha no tiene otro programa que ese. El menudo problema que enfrentan ahora es que, por el endeudamiento 2016-2019 y con el FMI merodeando, se agotaron en la coyuntura las posibilidades de que el viejo Gómez global responda indicando donde está la isla del tesoro para colocar bonos soberanos a cambio de dólares.

Bajo esas inevitables circunstancias, no es esperable otra cosa que traten de volver a los viejos buenos tiempos. Para eso necesitan los dólares que les proporcione el único abastecedor posible: el superávit comercial (exportaciones mayores que importaciones). Como estos tíos son librecambistas, ese superávit no puede provenir de la sustitución de importaciones —a la que maldicen y en consecuencia repudian—, sino necesariamente de un fuerte desempleo. En el margen, esto exacerba la actividad criminal. El remedio que tienen para frenar el problema que crearon es el mito de la mano dura.

 

Crimen y castigo

Encima este potencial agravamiento de la actividad criminal se da en un escenario global caracterizado por la interdependencia, que trajo aparejado el aumento de los intercambios exteriores de las mercancías y servicios ilegales y objetivamente contaminó la atmósfera social. Para que esta base material de los conflictos en cierta forma se haya consolidado, fue necesario que la actividad criminal avanzara en proporción directa a la crisis política del Estado. Un enfoque equilibrado necesario para enfrentar el flagelo no puede desentenderse de la eficacia de la represión, como tampoco de los efectos generados por la pobreza relativa y la desigualdad.

Es que conforme no se resuelva la crisis del Estado, la propia política anti-criminal se convierte en un campo fértil en donde florecen las demagogias de diverso cuño, pues reclaman para sí el status de condición necesaria de la salida de una verdadera crisis de seguridad urbana, cuando en realidad son un instrumento. Así, se convierten en parte del problema e, irónicamente, del “desorden establecido”.

Cabe preguntarse si para lograr la eficacia en la represión del crimen, el tamaño del Estado es indiferente. Esto en vista de que los heraldos de la mano dura generalmente quieren achicar el sector público y cobrar menos impuestos. ¿Mucho menos recursos para mucha más represión?

Desde esta perspectiva, resulta que el tamaño del Estado no puede ser cualquiera. Uno pronunciadamente más parvo —como quieren los libertarios— que aquel que las necesidades de acumulación demandan —es decir, el correspondiente al promedio de la OCDE— hace imposible alcanzar los patrones de equidad que cualquier sociedad occidental aprecia como razonables para sí. La crisis política que trasunta una democracia con ese síndrome encontraría trabas estructurales que le impedirían generar una solución tolerable para el conjunto de clases y sectores que la integran.

Frente a ese posible panorama interno, no debe perderse de vista que el tráfico criminal internacional creciente únicamente es posible como residuo de un movimiento mundial de capitales también creciente que permite a bajo costo volver legales cuantiosos beneficios que no lo son, para transformarlos en acumulables, el desideratum del capital.

 

Barrotes y valijas

Una sociedad tan golpeada como la argentina enfrenta un horizonte de más actividad criminal. Qué gran paradoja. Votan a la derecha sofocados por la inseguridad, y esa opción política la multiplica. Si la derecha logra volver a endeudarse internacionalmente, cuando venga el ajuste seguirán estropeando la eficacia del gasto público y la recaudación fiscal para continuar en el “negocio”, con las consecuencias ya descriptas.

Con más actividad criminal interna es cuestión de tiempo —y este se ha acelerado— que se engarce más a fondo en las redes internacionales. Sería temerariamente incauto suponer que la persistencia del crimen organizado no implicaría que evolucione hacia formas superiores de estructura. Al menos sería imprudente. Es para pensar si no habría que sacarse de la cabeza la imagen del mafioso hollywoodense. Los buenos muchachos producidos por la continuidad de la crisis política del Estado necesariamente tienen que aprender; está en la naturaleza de las cosas. Quizás las disidencias actuales en la propia definición de crimen organizado queden como un casi romántico recuerdo del pasado efímero. Una banda que quiere dolarizar no es otra cosa que una banda. Así serán sus consecuencias. Los bandoleros errantes —al decir del muy liberal, muy individualista metodológico Marcus Olson— nunca aportan un orden político persistente. Ese orden persistente solo puede ser provisto por los bandoleros establecidos.

Se entiende entonces, perfectamente, por cuáles razones la parte mayoritaria de la derecha quiere hacer desparecer de la historia a los desparecidos por la dictadura genocida. Más allá de la morbosa meta subjetiva de justificar lo injustificable que alienta algún que otro personaje de ese colectivo, objetivamente sus elementos más conscientes ya han caído en la cuenta de que hay que volver respetable la represión.

Llovido sobre mojado, en este escenario potencialmente tan desalentador, que sería generado por la decisión soberana del pueblo argentino manifestada en las urnas, se da en un contexto mundial en el cual las clases trabajadoras de los países centrales están batallando con ganas por mayores salarios. Si las diferencias entre los salarios del centro versus los de la periferia actualmente son 15 ó 20 a 1, el hiato tiene tendencia a ampliarse. Ese aumento de las remuneraciones de los trabajadores en los países centrales —como la diferencia actual— es pagado —en parte— por los trabajadores de la periferia. Los bajos salarios que cobran los periféricos percuten en los bajos precios de lo que exportan y esa diferencia se la apropia el consumidor extranjero. Así, la cuestión de las clases explotadas dentro de una nación dejó paso a la explotación de los países desarrollados a los países subdesarrollados, en la que los empresarios y trabajadores del centro se benefician con esa explotación y, en consecuencia, están asociados para conservar esta situación de intercambio desigual, que les es tan favorable.

El himno nacional nos recomienda que veamos “en el trono a la noble igualdad”. Sin esa entronización, el más feo dilema de los barrotes o la valija aguarda a una considerable porción de los argentinos. Sería una terrible herida abierta por mano propia.

 

 

 

 

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