De sobreactuaciones y excusas

Los errores no forzados de Milei a partir de la teoría del psicólogo Daniel Kahneman

 

El pasado 27 de marzo abandonó este mundo Daniel Kahneman, el famoso psicólogo israelí-estadounidense que por sus trabajos sobre la toma de decisiones y la economía del comportamiento obtuvo en 2002 el Premio Nobel de Economía otorgado por el Banco de Suecia. Que un psicólogo obtenga el Premio Nobel de Economía no debiera sorprendernos, si tenemos en cuenta que la división entre las diferentes disciplinas sociales es siempre relativa porque son básicamente perspectivas diferentes que iluminan aspectos de una única realidad compleja. El libro más difundido de Kahneman es Pensar rápido, pensar despacio (Ed. Penguin), en el que desarrolla su teoría de las operaciones que realiza la mente como fruto de dos personajes ficticios: por un lado el Sistema 1, que funciona de modo intuitivo y veloz, y por el otro lado el Sistema 2, que en una suerte de revisión de la decisiones veloces aprueba o racionaliza las ideas y sensaciones generadas por el primero. Como nos advierte Kahneman, el Sistema 2 “no es un mero apologista del Sistema 1; también nos previene de la expresión abierta de muchas ideas locas y de impulsos inapropiados”. Las ideas del reconocido psicólogo resultan útiles para entender el funcionamiento del gobierno del Presidente Javier Milei, que parece dominado por el Sistema 1. El último y más grosero error ha sido invitar al embajador israelí a participar en una reunión del gabinete de ministros donde se analizó la política exterior frente a los graves acontecimientos internacionales derivados del conflicto entre Israel y la República de Irán. Los esfuerzos del Presidente por no reconocer el error han sido patéticos y sólo han servido para demostrar que el exceso de confianza es una de las formas más antiguas y más peligrosas de autoengaño.

El comunicado de la Presidencia de la Nación, que se difundió el domingo 14 por la noche, no deja lugar a dudas:

 

 

El comunicado, que menciona una única reunión, fue acompañado de una foto del encuentro en la que participó el embajador israelí. Se trata de un hecho que no registra antecedentes ni en la Argentina ni el mundo. Ningún país soberano discute su política exterior en presencia del embajador de un Estado extranjero. Por otra parte, las deliberaciones del gabinete de ministros están siempre sometidas a un cierto protocolo de discreción. En el caso de España, por ejemplo, las reuniones del Consejo de Ministros, que se llevan a cabo semanalmente, se consideran tan importantes y delicadas que los ministros, cuando son nombrados y toman posesión de su cargo ante el rey, tienen que jurar o prometer “mantener el secreto de las deliberaciones del Consejo de Ministros”.

 

El huevo de la serpiente

Como consecuencia de una crítica difundida radialmente por el periodista Jorge Lanata, el Presidente Milei trató de corregir el grave desatino con un tuit en el que explicaba que “el embajador contó la visión oficial de Israel y luego se retiró, dando así comienzo a la reunión formal del CC (Comité de Crisis)”. Pero son meras excusas, similares a las aclaraciones posteriores al aumento embozado de su sueldo. Lo cierto es que el embajador israelí se retiró con el vocero presidencial para participar luego de una insólita conferencia de prensa conjunta en la que reconoció que su participación en la reunión fue de más de una hora: “Vine aquí a expresar el agradecimiento al Presidente (Milei) del Primer Ministro Benjamin Netanyahu y el Presidente Isaac Herzog, por su clara y rotunda condena a Irán, y estar del lado correcto de los hechos”, expresó el diplomático.

 

 

Solo resta añadir que la sobreactuación del Presidente Milei fue seguida luego por una acusación contra Lanata de recibir “sobres” para realizar su trabajo, lo que derivó en una declaración de Elisa Carrió en la que señala que “el autoritarismo de Milei existe desde el principio. Los que realmente amamos en serio la libertad tendríamos que ver a tiempo el huevo de la serpiente”.

Según la teoría de Kahneman, el Sistema 1 procesa información con gran velocidad, pero no genera una señal de alarma cuando anda descaminado. Las reacciones intuitivas del Sistema 1 acuden confiadamente a la mente como consecuencia de las aptitudes personales y las claves de interpretación heurística que cada persona ha desarrollado. El Sistema 2 no tiene tampoco una capacidad para distinguir una respuesta razonable de otra que no lo es. Por ese motivo, el Sistema 1 es fuente permanente de errores y sesgos basados en una confianza excesiva en las propias suposiciones. En personas autoritarias y egocéntricas como Milei, instalado en un cargo de enorme responsabilidad sin contar con experiencia política alguna, las posibilidades de incurrir en errores no forzados son incalculables. En opinión de Kahneman, el Sistema 1 no es fácilmente educable y las personas en general tienen más facilidad para reconocer los errores ajenos que los propios. “Es mucho más fácil identificar un campo minado cuando vemos a otros caminando por él que cuando lo hacemos nosotros”. El problema de Milei es que, según todas las evidencias, tiene el Sistema 2 inactivo o profundamente alterado.

 

Daniel Kahneman.

 

 

El poder de las organizaciones

El único modo de evitar errores, según Kahneman, es cuando los individuos se someten a organizaciones que tienen la posibilidad de “pensar despacio” y tienen poder para imponer procedimientos de forma ordenada. Esta recomendación no sólo debería recogerla Milei sino también muchos integrantes de nuestra clase dirigente. “Cualquiera que sea su manera de proceder, una organización es una factoría que manufactura juicios y decisiones. Toda factoría debe tener formas de asegurar la calidad de sus productos en el diseño inicial, en la fabricación y las inspecciones finales. Las etapas pertinentes en la producción de decisiones son el enmarque del problema que hay que resolver, la obtención de la información relevante previa a la decisión y la reflexión y revisión. Una organización que trate de mejorar el producto de su decisión debe proponerse rutinariamente llevar a cabo mejoras en la eficiencia y seguir cada una de estas etapas. El constante control de calidad es una alternativa a las revisiones generales de procesos que las organizaciones comúnmente llevan a cabo después de un desastre”. Como se percibe, las recomendaciones de Kahneman resultan extremadamente útiles para encarar la reflexión política, cuando se asume que la crítica al comportamiento de los demás debiera ser precedida por la autocrítica de los propios comportamientos.

Si el sistema presidencialista fue diseñado para coronar un rey con el nombre de Presidente, el problema se agrava cuando el investido arrastra el peso de una personalidad autoritaria, arrogante, imprevisible, esotérica y mística. La muestra más elocuente del síndrome que nos afecta es el manejo de la política exterior, conducida como si fuera la competencia de un patrón de estancia, caprichoso y extravagante, convencido de que sus filias y fobias personales pueden transformarse en políticas de Estado. Otro tanto acontece con las decisiones en el terreno económico y social, donde predominan las ficciones de atribuir eficiencia a los mercados en la distribución de bienes entre las personas. Kahneman cuestiona severamente la interpretación de la Escuela de Economía de Chicago, cuya fe en la racionalidad humana “está estrechamente relacionada con una ideología para la que es innecesario, y hasta inmoral, proteger a las personas contra sus propias elecciones”. Pero en su opinión, “los humanos también necesitan, más que los economistas, protección contra otros que deliberadamente explotan su debilidad, fruto sobre todo de las veleidades del Sistema 1 y de la pereza del Sistema 2”. Es notable la facilidad con la que se acude al uso de falacias narrativas para describir historias dudosas del pasado y justificar las opiniones sobre el modo en que se conduce el mundo. La historia de ascensos y caídas de tantos Presidentes muestran que al final las falacias narrativas se agotan y estalla la paciencia de los pueblos. Como señala Robert Trivers en La insensatez de los necios, deberíamos evitar el exceso de confianza y la inconsciencia porque son actitudes peligrosas por separado. “Juntas pueden ser mortíferas”.

 

 

 

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