De un cuento de hadas a lo desconocido

La música que escuché mientras escribía

 

Es imposible desprenderse de Jacqueline Du Pre en sólo una semana. Y por los comentarios recibidos no me pasó solo a mí. De modo que este último domingo de abril seguimos con la cellista inglesa de nombre francés.

Para comenzar, un documental filmado por el mismo director de La Trucha, Christopher Nupen, con testimonios de quienes la conocieron. El imponente barítono alemán Dietrich Fischer-Dieskau dice que le impresionaban sus interpretaciones porque parecía que estuviera componiendo la obra en ese momento y algo casi idéntico agrega Daniel Barenboim, que se casó con ella cuando tenía 25 años y Jacqueline apenas 22, edades que hoy llaman la atención pero que por entonces eran muy usuales. En realidad Fischer-Dieskau incluye en su observación a Barenboim. Nunca había oído tocar esas piezas de tal modo, dice alguien que lo oyó casi todo y lo cantó como nadie.

Su amiga Cynthia Friend (sí, en serio), que la acompañó hasta sus últimos terribles años, la describe como un ser contradictorio. Una apacible dama inglesa, pero de pronto una gitana que viene del fondo del bosque o, como en un cuento de hadas, una niña especial que aparece de pronto sobre una hoja del jardín. El heredero de un gran taller de luthiers de Inglaterra, Charles Beare, cuenta que cuando Jackie tocaba allí su Stradivarius Davidov, todos dejaban lo que estuvieran haciendo para escucharla porque su sonido era único. El pianista y director Vladímir Áshkenazi dice que sólo llama genios a los grandes compositores, pero que Jacqueline Du Pre está muy cerca de esa definición, y explica por qué.

El material documental que Nupen recopiló dice más que mil palabras. Las miradas entre ella y Barenboim mientras eligen unas partituras para piano y cello no necesitan explicación. Acaban de conocerse, se están descubriendo una al otro. Pero cuando salen a la calle, el petiso Barenboim la toma del hombro. (Mi viejo se molestaba cuando antes de pegar el estirón yo hacía lo mismo con él, porque lo obligaba a ladearse. Hace unos años, Mónica se cruzó a Barenboim en la calle, con un paletó rojo parecido al que usa en uno de los videos de hoy y con unas botas texanas que le agregaban un par de centímetros.) Una señora se da vuelta para mirarlos. No por la altura, sino porque dos jóvenes abrazados no formaban parte de la buena cultura inglesa. Y lo mismo te puede pasar hoy en Estados Unidos. La expresión de sentimientos no es cosa sajona bien vista.

Pinchas Zukerman y Zubin Mehta (acepto la corrección de un lector, no era de familia judía, me confundí porque vive en Israel y dirige su filarmónica) la comparan con un caballo salvaje. Zukerman recuerda el apodo con que la llamaban, Smiley (alegre, sonriente), y confiesa qué afortunado se siente de haberla conocido. Todos ellos insisten en que nunca perdió la alegría, que nadie jamás la oyó quejarse, que fue tan valiente. Su médico, el doctor Leonard Selby, aporta otra dimensión. Sin menoscabar su valentía revela cuánto le costó aceptar su enfermedad. "Siempre reía y bromeaba pero creo que en el fondo tenía mucho miedo.  Miedo a lo desconocido", dice.

 

Elgar, Brahms, Schumann, Beethoven

Después viene la música. Para empezar, el concierto del compositor inglés del siglo XIX Edward Elgar, cuya interpretación le dio renombre inmediato a Jacqueline Du Pre. Luego los que más me gustan a mi: una sonata de Brahms y el concierto de Schumann para cello, y por último El Fantasma, un trío famoso que Beethoven escribió cuando ni se daba cuenta de que el piano estaba desafinado, como recuerda en el video uno de sus contemporáneos (estaba tan sordo que creía que era pintor, dice el chiste). Smiley, Pinky y Danny, como se llamaban entre ellos.

Lo que sigue son unos minutos filmados en Australia, donde podés verlos como dos cachorros juguetones detrás de una pelota en una piscina y a Barenboim ensayando en su doble rol de pianista y director.

El segundo corto, también de Nupen, muestra cómo se conocieron (del modo menos romántico, los dos tenían mononucleosis y se contaban sus síntomas por teléfono), se descubrieron musicalmente afines y en pocos meses se casaron (en Israel, adonde ella lo siguió cuando se anunció la inminencia de la guerra, a la cual él se ha opuesto desde entonces con una tenacidad y una inteligencia admirables).

Están en inglés y sin subtítulos, pero la imagen vale la pena y te señalo lo que me parece más importante.

Barenboim, que dio su primer concierto de piano a los 7 años, cuenta que dirigió por primera vez a los 12, y a los 14 dejó para perfeccionarse como pianista porque no podía hacer bien las dos cosas y además crecer. Pero a los 19 ya estaba de vuelta en el podio con la batuta. Agradece que su trabajo consista en hacer lo que le gusta, y no empezar a vivir a las 5 de la tarde como tanta gente que trabaja desde las 9 en cosas que no le interesan. Ante una pregunta no demasiado interesante sobre si en caso de provenir de una familia de futbolistas y no de músicos, cree que hubiera sido un gran jugador, contesta con el cuidado reflexivo que tan bien le conocemos hoy, aplicado a las grandes cuestiones de la vida contemporánea.

Con una hermosa seriedad infantil, Barenboim explica que la relación de pareja no tiene nada que ver con la afinidad musical. "Mucha gente se confunde porque suena muy romántico decir que dos personas están enamoradas y por eso tocan bien juntas.  Pero yo conozco personas que tocan muy bien juntas y no están enamoradas y también personas que están enamoradas pero no tocan bien juntas".

 

 

 

Para el final dejé una entrevista de 15 minutos que le hizo una vez más Nupen, cuando ya el deterioro era evidente. Dice que llevaba 11 años sin tocar el concierto de Elgar, por lo que se deduce que tendría 38 y le quedaban cuatro de una vida tremenda.

No sé si esa entrevista es para todxs. Por momentos la forma en que Nupen la interroga parece cruel, aunque sé por experiencia con amigxs que sufrieron procesos equivalentes, que agradecen a quienes no fingen que está todo bien y les hablan con la mayor naturalidad de aquello que los acongoja pero que la gente bien educada elude. No se explica a qué forma de edición del concierto se refiere al principio, ya que ella había perdido la sensibilidad en los dedos y no podía tocar. Ni siquiera podía leer y venían los amigos a hacerlo por ella en voz alta.

Cuando Nupen le pregunta qué le atrajo en el concierto de Elgar, su respuesta es autobiográfica: "Oscila entre un patetismo terrible y una diversión y un regocijo ridículos".

 

 

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