Del voto a las botas

Ya en 1944 Polanyi entendió la descomposición del liberalismo como el camino al fascismo

 

El camino que siguen Maurizio Macrì y Patricia Bullrich es menos líneal y estridente que el de Jair Bolsonaro. La retórica de derechos humanos que el Gran Maestro Claudio Avruj inculcó a Cambiemos es un reconocimiento de los límites que la sociedad argentina y sus luchas históricas le ponen al proyecto autoritario. La hipocresía característica del discurso de Macrì, quien se pretende transparente, honesto y sincero, es el tributo que el vicio rinde a la virtud. Pero aun así es el sendero que lleva del liberalismo al fascismo, según la lectura del historiador económico húngaro, Karl Polanyi, quien se radicó en Gran Bretaña huyendo del verdadero fascismo, que en su país fue de los más crueles. Militante de la izquierda cristiana, murió en 1964, antes de que Pinochet, Thatcher y Reagan encabezaran la contrarrevolución neoliberal, pero en su libro de 1944 La Gran Transformación postuló que los excesos del liberalismo desembocan en el fascismo. Lo sufrió en patria propia.

Su obra fue retomada por el antropólogo y geógrafo marxista inglés David Harvey, autor de A Brief History of Neoliberalism. Profesor en la Universidad de la Ciudad de Nueva York (CUNY), hace algunos años asistió a un seminario sobre la Argentina y pidió que le contaran quien era Hugo Moyano, que en esos días capitaneaba un paro general.

Harvey ubica los orígenes de clase del neoliberalismo en la década de 1970, cuando los grandes capitalistas estaban en dificultades por la organización obrera que desde 1945 había logrado la mayor participación en el ingreso nacional de la historia y amplios beneficios sociales (Federico Vocos cuenta en su nota sobre los gerentes de Ford cómo se dio ese fenómeno en la Argentina). En una entrevista con el ganador del Premio Pulitzer Chris Hedges, Harvey sostiene que el orden social implantado en las dos décadas siguientes para contrarrestar ese avance popular se basó en las ideas de libertad de mercado, privatización y emprendedurismo.

La idea de que el mundo sería rico y feliz si se levantaran las regulaciones estatales, se redujeran los impuestos a los ricos, se liberara el flujo de capitales, se destruyeran los sindicatos y se firmaran tratados de libre comercio que terminarían exportando empleos a China es una estafa, dice. Pero como proyecto político fue exitoso, porque presentó la libertad de mercado como si fuera la libertad individual de elegir  que reclamaba la generación contestataria del Mayo Francés de 1968 (o del Cordobazo argentino de 1969). “¿Quieren libertad? Les daremos libertad de mercado. ¿Quieren justicia social? Olvídenlo. No se organicen”.

Su triunfo como ideología consistió en expulsar a los críticos keynesianos de la academia, las principales instituciones estatales, medios de comunicación y organizaciones financieras como el FMI y el Banco Mundial y substituirlos por intelectuales como Milton Friedman, que recibió abundante financiamiento corporativo en la Universidad de Chicago. Desde allí difundió teorías económicas desacreditadas que popularizaron Friedrich Hayek y la “escritora de tercera categoría Ayn Rand”.

 

Ayn Rand, el manantial en el que abrevan algunos animales políticos

 

Esta novelista rusa afincada en Estados Unidos que Harvey califica con tanto desdén es la lectura preferida que declara Macrì, cuyo primer regalo para su actual pareja fue la ficción política de Rand El Manantial.

 

El romántico regalo

Tratar como iguales a los desiguales

Así se intentó desmantelar las instituciones colectivas de la clase trabajadora, sus sindicatos y partidos. El mayor atractivo de la libertad de mercado es que parece ser igualitaria, pero no hay nada menos equitativo que “tratar como iguales a quienes son desiguales. Si sos muy rico, significa que podrás ser más rico y si sos muy pobre, es probable que llegues a ser más pobre. Marx mostró en forma brillante en el primer tomo de El Capital que la libertad de mercado produce mayores niveles de desigualdad social”, añade Harvey. Y Hedges acota que como doctrina económica el neoliberalismo fue siempre un disparate. Su validez no supera la de pasadas ideologías dominantes, como el derecho divino de los reyes y la creencia fascista en la raza superior. Ninguna de sus promesas fue ni remotamente posible. Concentrar la riqueza en manos de una elite oligárquica global (ocho familias poseen tanta riqueza como la mitad de la población mundial), al mismo tiempo que se desmantelan los controles y regulaciones estatales, siempre crea masiva desigualdad de ingresos y poder monopólico, alimenta el extremismo político y destruye la democracia.

 

Acumulación por desposesión

El neoliberalismo genera poca riqueza. Más bien, la redistribuye hacia arriba, en un proceso que Harvey llama de “acumulación por desposesión”, que va en compañía de la financierización de la economía. Uno de sus métodos es la creación de nuevos mercados de commodities. “Áreas como los servicios de salud, la educación superior, vivienda para la población de menores ingresos, que eran vistas como una obligación social, se convierten en commodities, de modo que se impone una lógica de mercado en áreas que no deberían estar abiertas al mercado”, dice. “El agua en Gran Bretaña era provista como un servicio público. Luego fue privatizada y hubo que pagar por ella. También privatizaron el transporte y los ferrocarriles”. Pero ahora la mayoría de la población ve que la privatización fue insana y tuvo consecuencias demenciales. Por eso el Partido Laborista anuncia que devolverá todos esos servicios al dominio público, porque así no funcionan, agrega.

En su libro, Harvey afirma que la desregulación permitió al sistema financiero convertirse en uno de los principales instrumentos redistributivos, “por medio de la especulación, la actividad predatoria, el fraude y el robo”. La colocación de acciones, los esquemas Ponzi (como el de Bernard Madoff), la destrucción estructurada de activos por medio de la inflación; el despojo de activos a través de fusiones y adquisiciones, la promoción de niveles de deuda que aún en los países capitalistas avanzados reduce a la servidumbre a poblaciones enteras. Por no hablar del fraude empresarial, de la desposesión de bienes, del arrasamiento del sistema previsional y los colapsos de empresas por manipulaciones de acciones y créditos. Tods ess se constituyen en rasgos centrales del sistema financiero capitalista”.

Con ese tremendo poder financiero el neoliberalismo puede engendrar crisis económicas para deprimir el valor de los bienes que le interesa capturar. Harvey menciona los casos del sudeste asiático en 1997 y 1998, que resultarán familiares a los argentinos de dos décadas más tarde. “De repente la liquidez se secó y los grandes bancos dejaron de prestar dinero. Luego de un gran flujo de capital extranjero hacia Indonesia, cerraron el grifo y el capital extranjero huyó. Una vez que todas las firmas quebraran, podrían ser adquiridas y puestas en funcionamiento. Lo mismo vimos en Estados Unidos durante la crisis de la vivienda. El remate de casas por imposibilidad de pagar permitió que los grandes inversores las compraran muy baratas. Blackstone compró 200.000 propiedades y se convirtió en el principal propietario de los Estados Unidos, a la espera de que el mercado se recupere, para revenderlas con enormes ganancias. Todos los demás perdieron en esta masiva transferencia de riqueza”.

 

Libertad individual y justicia social

Harvey advierte que la libertad individual y la justicia social no son necesariamente compatibles y lo desarrolla a partir de los dos tipos de libertades enunciadas por Polanyi. Una mala, la libertad de explotar a los demás para obtener enormes beneficios sin preocuparse por el bien común, incluyendo al ecosistema y a las instituciones democráticas. Mediante esas malas libertades las empresas monopolizan avances científicos y tecnológicos en su beneficio aun cuando, como en el caso de la industria farmacéutica, ese monopolio implique poner en peligro la vida de quienes no pueden pagar precios exorbitantes. La primacía de estas malas libertades asfixia o suprime las buenas: libertad de conciencia, de expresión, de reunión, de asociación, de elegir el propio trabajo.

 

Karl Polanyi lo padeció en patria propia.

 

Escribe Polanyi: “La planificación y el control son atacados como opuestos a la libertad. Se exaltan la libertad de empresa y la propiedad privada como esenciales para la libertad. La libertad que crea la regulación es denunciada como falta de libertad; la justicia, la libertad y el bienestar que producen son execrados como camuflaje de la esclavitud”. De este modo la idea de la libertad degenera en una mera defensa de la libertad de empresa, “que implica la plena libertad para aquellos cuyos ingresos, ocio y seguridad están asegurados, y migajas de libertad para quienes en vano intentan usar sus derechos democráticos para defenderse del poder de los dueños de la propiedad”. (Te hicieron creer que podías irte de vacaciones.)

Para Polanyi “no es posible una sociedad en la cual estén ausentes el poder y la coacción, ni un mundo en el que no tenga una función la fuerza”. Harvey lleva esta reflexión de Polanyi a su corolario: “Esta utopía liberal sólo puede sostenerse por la fuerza, la violencia y el autoritarismo. En opinión de Polanyi, el utopismo liberal o neoliberal está condenado a que lo frustre el autoritarismo o incluso el liso y llano fascismo. Las buenas libertades perecen, las malas quedan a cargo”.

 

David Harvey, la fábrica de la desigualdad

 

Cuando la estafa del neoliberalismo llega a ser comprendida por todo el espectro político y es cada vez más difícil ocultar su naturaleza predatoria, incluyendo sus demandas de enormes subsidios públicos (Amazon en Estados Unidos, las grandes petroleras y eléctricas en la Argentina), las élites gobernantes se alían con demagogos de derecha que usan las tácticas más crudas del racismo, la islamofobia (o el desprecio y la persecución a los pueblos originarios), fanatismo y misoginia, para alejar de las élites gobernantes la frustración y la furia crecientes del público, y reconducirlos hacia los vulnerables. Esos demagogos aceleran el saqueo que realizan las élites gobernantes y al mismo tiempo prometen proteger a ls trabajadores. Hedges pone como ejemplo el gobierno de Donald Trump en Estados Unidos, que derogó numerosas regulaciones, de las emisiones de gases que producen el efecto invernadero a la neutralidad de internet, y eliminó impuestos a las personas y las empresas más ricas, sacrificando en la próxima década ingresos estatales por 1,5 billones de dólares (trillions, en inglés) mientras practica un lenguaje y formas de control autoritarios. La similitud con Macrì alcanza hasta los detalles extravagantes, como la incontinencia verbal. El Presidente argentino desencadenó la última corrida al anunciar el acuerdo con el FMI que recién comenzaba a negociar. Trump consiguió un brusco alza del mercado de valores al afirmar que había llegado en Buenos Aires a un acuerdo con Xi Jiping. Cuando al día siguiente se supo que no era cierto, el mercado se desplomó. La diferencia es que aquí hay quienes pugnan para que no se le suelte la lengua (por eso el Hada Buena y Rodríguez Larreta han hecho una tregua con Marcos Peña Braun, que es el único que lo apacigua en sus raptos de furia) y en Estados Unidos ya ni lo intentan.

El neoliberalismo transforma la libertad para la mayoría en libertad para pocos. Su resultado lógico es el neofascismo, que suprime las libertades civiles en nombre de la seguridad nacional y estigmatiza como traidores y enemigos del pueblo a grupos enteros de personas que se oponen. Este es el instrumento utilizado por las élites dominantes para mantener el control, dividir y destruir a la sociedad y así profundizar el saqueo y la desigualdad social. La ideología gobernante, que ha perdido credibilidad, concluye Chris Hedges, es reemplazada por la dominación autoritaria (que en inglés se dice con la misma palabra que borceguí: jackboot).

 

Una palabra que lo dice todo

 


La música que escuché mientras escribía

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