Democracia o apartheid

La comunidad internacional debe ponerle límites a Israel

 

Durante la primera quincena de septiembre de 2005 el escritor Mario Vargas Llosa, ejerciendo el rol de cronista, visitó los territorios palestinos de Gaza y Cisjordania. El resultado de su viaje se reflejó en ocho notas que fueron publicadas por el diario El País de España y otros medios internacionales. Posteriormente las notas han sido recogidas en un opúsculo titulado Israel/Palestina: Paz o Guerra Santa (Ed. Aguilar) que está disponible actualmente en Amazon. El texto tiene enorme actualidad por varias razones. En primer lugar, porque pese a ser obra de un proclamado “amigo de Israel” consigue una descripción realista y cruda de los padecimientos de la población palestina que vive en los territorios ocupados militarmente por Israel. En segundo lugar, porque demuestra que, a 18 años de esa visita, los padecimientos de esa población siguen siendo los mismos. Vargas Llosa, a raíz de esas crónicas, que permitieron a los lectores europeos conocer una realidad ocultada por los medios tradicionales, fue acusado de “enemigo de Israel” y de “antisemita”, pero como él mismo se encarga de exponer, considera inaceptable “el chantaje al que recurren muchos fanáticos, de llamar ‘antisemita’ a quien denuncia los abusos y crímenes que comete el gobierno de Israel. Afortunadamente, basta para demostrar la puerilidad de ese reproche la existencia, en el propio Israel, de un importante número de ciudadanos israelíes críticos que se niegan a ser silenciados por los intolerantes que, esgrimiendo el sempiterno argumento de los enemigos de la libertad, los acusan de traicionar al pueblo judío y de dar armas a sus enemigos”.

 

La crónica de Vargas Llosa

Demandaría mucho espacio hacer una síntesis de las violaciones a los derechos humanos de los habitantes palestinos comprobadas por Vargas Llosa, de modo que la mejor solución es recomendar la lectura de su libro. No obstante, nos parece oportuno citar dos de los episodios que relata por los motivos que luego se comprenderán. En la visita que hace a Hebrón, toma contacto con una familia palestina de viejos residentes. En esta zona se halla uno de los lugares más santos para el judaísmo y el islam, la llamada Tumba de los Patriarcas, donde, en febrero de 1994, el colono Baruch Goldstein ametralló a los musulmanes que allí oraban, matando a 29 e hiriendo a varias docenas más. Vargas Llosa relata que “para llegar a la casa de Hashem al-Gaza, o a la de cualquiera de sus vecinos árabes, no es posible hacerlo por la puerta principal, pues está bloqueada con altos de inmundicias y piedras que arrojan contra ella los colonos judíos, instalados en un asentamiento que sobrevuela todo el barrio”. Añade que los palestinos “están sometidos a un acoso sistemático y feroz de parte de los colonos, que las apedrean, arrojan basuras y excrementos a sus casas, montan expediciones para invadir sus viviendas y destrozarlas, y atacan a sus niños cuando regresan de la escuela, ante la absoluta indiferencia de los soldados israelíes que presencian estas atrocidades”. Relata que “en enero de 2003, un sábado en la tarde, súbitamente diez colonos y tres policías israelíes irrumpieron en la casa de Hashem al-Gaza. Encerraron a Hashem, su mujer y los niños en el interior y con una sierra mecánica cortaron todas las viñas del huerto, que habían sembrado los ancestros del dueño de casa”. Comenta que en los últimos cinco años unos 25.000 residentes han sido erradicados de sus hogares en la zona H-2 de la ciudad de Hebrón a través de estos métodos.

Otra entrevista de Vargas Llosa permite conocer el pensamiento que anida en la cabeza de los colonos judíos que ocupan Cisjordania. Visita en su moderna vivienda a Ezequiel Lifschitz, un joven ingeniero informático que como muchos colonos del asentamiento de Mizpeh Jerico, situado en Cisjordania, trabaja en Jerusalén, distante a solo media hora de viaje. El ingeniero judío pertenece al movimiento Gush Emunim (El Bloque de los Fieles) que cuenta con cientos de miles de integrantes. Este movimiento defiende el nacionalismo, el mesianismo y la ortodoxia en sus expresiones más extremas y las palabras entrecomilladas, tomadas del texto original, no dejan lugar a dudas: “Los creyentes miramos las cosas de manera diferente. Dios ha fijado a cada nación una meta. La Torah dijo que los judíos volveríamos a Israel y aquí estamos. La meta para los judíos es reconstruir el país que perdimos. De ese modo Israel contribuirá a que haya un mundo mejor que el actual. Esta tierra nos la dio Dios e Israel no podría cumplir su misión si no la recuperáramos toda, sin el menor recorte, incluyendo a Judea, Samaria y Gaza. Puede que no ocurra de inmediato, pero tarde o temprano ocurrirá. Tenemos todo el tiempo por delante. Rezo mucho para que se cumpla la profecía cuanto antes”. En relación con la idea de que haya dos Estados, considera que “va contra la Torah y es tan sacrílega como encender fuego en shabbat. Nuestra política debe ser inflexible: los árabes que acepten que ésta es tierra judía, que nunca será suya, pueden quedarse a trabajar aquí, para nosotros. Los que no lo acepten, deben irse. Y los que se rebelen y quieran pelear, deben saber que los mataremos. Sólo si Israel cumple lo que dice la Torah será una nación útil al resto del mundo”.

 

Vargas Llosa en un control militar israelí en la ciudad palestina de Hebrón. Foto: Oren Ziv.

 

La situación de los residentes palestinos desde el año de la crónica de Vargas Llosa no ha experimentado ningún cambio y sin duda se ha agravado. Según relata Marcelo Cantelmi, corresponsal enviado por Clarín a la región, “los colonos ultraortodoxos judíos de Cisjordania están hostigando o matando abiertamente a los cultivadores palestinos de esos territorios ocupados por Israel desde 1967. Estos grupos, que tienen algunas organizaciones que sus críticos llaman abiertamente terroristas o extremistas como la llamada La Familia, detentan un fuerte poder político debido a que el actual gobierno israelí del premier Benjamín Netanyahu logró regresar al poder con el auxilio de estas minorías fanatizadas. Pero el agravante, le dicen a este enviado fuentes diplomáticas, es que parte de los ministros del gabinete, en particular uno de ellos a cargo de Seguridad Nacional, Itamar Ben-Gvir, encabezan una operación de destino imprevisible con la entrega masiva de armas, aliviando las regulaciones para adquirirlas”. Desde el 7 de octubre, el corresponsal registra 110 muertes de palestinos en Cisjordana en choques con el ejército o a manos de colonos que han disparado frente a la pasividad de los soldados israelíes. “Hay un video distribuido por B'Tselem en el que se ve a un colono abriendo fuego a quemarropa sobre un palestino en Al-Tuwani, una aldea en las colinas del sur de Hebrón. Otros casos sucedieron en la población de Qusra la semana pasada, donde seis palestinos murieron en dos incidentes, cinco de ellos a manos de colonos”.

 

La limpieza étnica en ciernes

La existencia de un proceso de limpieza étnica que destruyó 800 aldeas para provocar el desplazamiento de las poblaciones indígenas en Palestina en 1948 ha quedado reflejado en múltiples investigaciones realizadas por los nuevos historiadores judíos. Los trabajos de Ilan Pappé, en La limpieza étnica de Palestina (Ed. Crítica) y la de otros historiadores judíos como Avi Shlaim en El muro de hierro (Ed. Almed), basados en los archivos históricos de Israel, no dejan lugar a ninguna duda. Por otra parte, la existencia de una enorme masa de refugiados palestinos a los que se les niega el derecho al retorno y que siguen bajo el amparo de la UNRWA (Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados Palestinos en Oriente Próximo) es una prueba de la actualidad que reviste el problema. Los refugiados de 1948 eran 750.000 y en la actualidad, debido a su descendencia, son alrededor de 5,9 millones que viven en campos en Gaza, Jordania, Siria, Líbano y otros países árabes. La Resolución 194/1949 de la Asamblea General de la ONU consagró el derecho al retorno de estos refugiados que, como su nombre lo indica, son personas no combatientes que simplemente dejaron sus viviendas para huir de los escenarios bélicos. Israel niega el derecho al retorno con un argumento que confirma la aspiración de preservar una mayoría étnica judía en ese territorio: “Permitir que quienes reclaman el status de refugiados, cuyo número está en constante crecimiento (principalmente los descendientes de los refugiados originales), adquieran la residencia en Israel crearía una mayoría árabe palestina en un país democrático, lo que acabaría con la existencia de un Estado judío”.

El profesor israelí residente en Londres Moshé Machover prevé un destino catastrófico para los palestinos en el nuevo escenario que se abrió el pasado 7 de octubre con el ataque militar de Hamás. Considera que los milicianos de Hamás podrían haberse limitado a atacar instalaciones militares, pero al cometer atrocidades sobre civiles han incurrido, además de perpetrar claras violaciones del derecho humanitario, en un grave error político, porque le ha dado al gobierno de Netanyahu el pretexto que necesitaba para completar la operación de limpieza étnica iniciada por sus antecesores en el siglo pasado. Según informa Cantelmi, el éxodo es estimulado por la minoría halcón del gobierno israelí que buscaría que los palestinos de Gaza se radiquen fuera de ese territorio. Añade que “se sabe que Netanyahu reclamó a gobiernos europeos que presionen a Egipto en ese sentido”. De modo que si nadie lo remedia asistiremos pronto a una catástrofe humanitaria de resultados incalculables.

 

La solución de dos Estados

Si bien la desproporcionada respuesta israelí no permite abrigar esperanzas de una pronta solución política, todas las opciones merecen ser exploradas. En opinión de Ilan Pappé, “a menos que Israel reconozca el papel central que ha desempeñado y continúa desempeñando en el expolio del pueblo palestino, y acepte las consecuencias que implica el reconocimiento de la limpieza étnica, todos los intentos de resolver el conflicto están condenados al fracaso”. Convengamos que el principal obstáculo para la publicitada “solución de dos Estados” es la presencia de asentamientos ilegales de colonos judíos en Cisjordania. Haciendo un ejercicio de mera especulación teórica, los defensores de la solución de dos Estados deberían formularse y responder a las siguientes preguntas: ¿Quién estaría en condiciones de desalojar por la fuerza a los 700.000 colonos fanáticos religiosos armados hasta los dientes que ocupan Cisjordania? ¿El ejército israelí, a costa de una guerra civil? ¿Los Estados Unidos? ¿La ONU? Esa presencia y la expansión constante de esas colonias, mientras se negocia retóricamente la “solución de dos Estados”, no es una cuestión menor y revela la dificultad estructural de resolver un conflicto que arranca de la forma peculiar en que se conformó el Estado judío. El nacionalismo étnico afronta el problema de todos los nacionalismos étnicos: la presencia de otros grupos étnicos dentro del territorio reivindicado. Como señala Luigi Zoja en Paranoia, la locura que hace la historia (FCE), “el racismo es un roble que llega hasta el cielo, cuyas raíces profundísimas se hunden en todo el segundo milenio de nuestra era”. El historiador israelí Ilan Pappe, entrevistado en Haifa por Vargas Llosa, piensa que en el ideal sionista –un Estado sólo para los judíos– está la raíz de los problemas, la fuente de la xenofobia, el racismo y el nacionalismo, que son obstáculos insuperables para un acuerdo, y por ese motivo defiende un Estado laico y binacional para palestinos e israelíes.

 

Estado laico y binacional

Entre los intelectuales judíos que en los inicios del siglo pasado preconizaban un “Estado binacional” se puede mencionar al rabino Judá Magnes, al teólogo Martin Buber, a Albert Einstein y a Hannah Arendt. El rabino Magnes rechazaba el proyecto de estatalidad judía promovido por el sionismo y afirmaba que “debemos renunciar a la idea de una Palestina judía. Tanto judíos como árabes tienen tantos derechos los unos como los otros… Esa es la única base ética de nuestras reivindicaciones” (cit. por Virginia Tilley en Palestina/Israel: un país, un Estado, Ed. Akal). Lejos de ser una utopía, la idea de un Estado binacional estuvo también entre las alternativas que barajó el Comité Especial de las Naciones Unidas sobre Palestina en 1947. Uno de los proyectos –que luego fue descartado– decía que “la partición de Palestina es injusta, ilegal e impracticable, y la única solución justa y viable es el establecimiento inmediato de un Estado unitario, democrático e independiente con salvaguardias adecuadas para las minorías”. Albert Einstein participaba de la misma idea: “Yo vería mucho más razonable el acuerdo con los árabes sobre la base de una vida conjunta en paz –escribió– que la creación de un Estado judío”. Finalmente cabe señalar que la Declaración del Establecimiento del Estado de Israel de 1948 también sentaba las bases para un Estado binacional cuando se comprometía a “asegurar una total igualdad de derechos sociales y políticos a todos sus habitantes, sin tener en cuenta su religión, raza o género”.

Si bien el proyecto binacional en la actualidad es políticamente difícil de implementar porque existe una clara mayoría en Israel que defiende la estatalidad judía y no conciben una democracia laica e igualitaria, la comunidad internacional tiene el deber de exigir a Israel que ponga fin al régimen de apartheid que considera a los palestinos como ciudadanos de segunda clase. En la actualidad existe una iniciativa surgida en 2004 de la sociedad civil palestina consistente en aplicar al Estado de Israel una campaña de boicot, sanciones y desinversión (BDS por sus siglas en inglés). Consideran que dado que el “problema palestino” es una consecuencia de las acciones de las potencias occidentales, todas deberían colaborar para que se llegue a una solución justa y humana. Se trata de defender una propuesta tan realista como la que puso fin al régimen de apartheid en Sudáfrica, de modo que la brutal realidad que nos golpea no debería desanimarnos.

 

 

 

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