Democraticidas y republiquetanos

Unidos en la defensa del orden social

 

Lo que está a la vista

Las contundentes precisiones de Cristina Fernández, vinculadas con lógica implacable y denunciadas con valentía y compromiso conmovedores, hacen de su declaración en la audiencia por la causa del Memorándum con Irán, relacionado con el atentado a la DAIA/AMIA, una pieza oratoria de importancia política e histórica fundamental y una interpelación a la comunidad internacional, a la sociedad argentina entera y al Frente de Todos en particular, pero también a las futuras generaciones de argentin@s. Y comparte algunos destinatarios con la pregunta clave que cerró la intervención de Máximo Kirchner en la Cámara de Diputados, durante la sesión informativa del Jefe de Gabinete, Santiago Cafiero: “¿Les parece a ustedes que la podemos pagar en 10 años? ¿Podemos pagar en 10 años la deuda con el FMI?”

 

El diputado Máximo Kirchner.

 

La prioridad de liberar al país de la dependencia de poderes corporativos externos e internos es lo que establece una correspondencia recíproca entre ambos discursos, que expresan así la hora crucial que transita la nación. En realidad, toda Nuestra América se enfrenta a una opción de hierro: gobiernan los pueblos o gobiernan las grandes corporaciones, rigen la soberanía popular y la soberanía nacional o rigen los intereses corporativos.

El menú de mecanismos mediante los cuales se intenta imponer el gobierno de grupos económicos poderosos varía según circunstancias de tiempo y lugar. Es decir, según el momento y el país, pero responden a un patrón común y están coordinados desde Washington, como acaba de comprobarse con la participación de los gobiernos de la Argentina, Chile y Ecuador –entre otros– en el golpe contra Evo Morales. Comprende desde la criminalización de la política en base al falso relato de la corrupción a través de la acción conjunta de grandes medios de comunicación, servicios de inteligencia y aparatos judiciales, hasta el endeudamiento forzado con alto costo para los sectores más vulnerables. Procedimientos no excluyentes, sino complementarios entre sí.

Así, el desprestigio de la política –sobre todo de l@s líderes de masas–, la desorganización y malestar de los sectores populares y la conformación de instituciones aparentemente filantrópicas (las tan mentadas ONGs), completan el cuadro propicio para debilitar al Estado y allanar la apropiación de recursos estratégicos por parte de una especie de continental oligárquico-corporativa: tal el objetivo central.

 

 

Derecha: triunfos y fracasos

En lo que va del siglo, han fracasado en nuestro país los intentos de destituir a los gobiernos populares de 2003-2015, las distintas maniobras para eliminar del escenario político a la jefa del movimiento nacional, popular y democrático, y la continuidad de la derecha democraticida y republiquetana en la conducción del Estado. Sin embargo, en medio de esos fracasos se erige la principal conquista de la restauración reaccionaria: en tan sólo 4 años lograron concretar el más grande endeudamiento por unidad de tiempo de la historia nacional, y el retorno del FMI con el objetivo inmediato de cubrir la salida de los especuladores que no se habían retirado a tiempo, y el estratégico de asegurar la continuidad de políticas que impidieran alcanzar elevados niveles relativos de autonomía nacional, un triunfo invalorable teniendo en cuenta que –en el mejor de los casos– el país se las tendrá que ver con el Fondo durante 20 años.

Si se considera que tanto los triunfos como los fracasos arriba mencionados se produjeron con un importante apoyo popular que aún se mantiene en niveles respetables, se confirma que la mentada grieta está arraigada en la sociedad y que no es un problema que dependa de la actitud más o menos amable de algún político, como pretenden los medios dominantes. Lo cierto es que fracasos y triunfos mafiosos determinan frentes de lucha decisivos para los proyectos nacional-populares. Pero esta es apenas la superficie del problema.

 

 

Gramsci para todos los gustos

Así como –según Antonio Gramsci– los jesuitas hicieron una lectura aviesa y condenaron históricamente pour la galerie las enseñanzas de Nicolás Maquiavelo, pero “fueron, en la práctica, sus mejores discípulos”, en referencia a ellos, el revolucionario italiano se hizo una pregunta irónica: “¿No habrá sido Maquiavelo un político poco maquiavélico, puesto que sus normas se aplican pero no se dicen?”[i]. Los ideólogos de la derecha argentina conocen la obra de Gramsci y son buenos discípulos, pero no lo dicen. Ya la leían en las décadas de los '70 y '80 del siglo pasado. Saben que lo que se disputa con un gobierno popular es el poder social, que lo que está en juego es la hegemonía. Además, saben que más allá de que algunas políticas puedan serles circunstancialmente beneficiosas, en la medida que ese gobierno tenga éxito y permanezca en la conducción del Estado, podría poner en jaque sus dispositivos de dominio: lo que mueve el comportamiento político de la conducción de la alta burguesía –Paolo Rocca, Héctor Magnetto, Luis Pagani y compañía– es la defensa del orden social que los favorece, no la “ideología”: son pruebas elocuentes el amor del gran capital por el peronista Carlos Menem y los ataques brutales a la peronista Cristina Fernández. Menem les cedió el gobierno, Cristina representa una grave amenaza a sus privilegios.

Sin embargo, pululan quienes no sólo ven en la ideología la causa excluyente de esas conductas, sino que reducen esa compleja noción al odio de clase que se expresa en un dogmático antiperonismo. Suelen manifestar lo que no explican con formulaciones del tipo “nunca obtuvieron tan altos beneficios como con nuestro gobierno y, sin embargo, nos juegan en contra”. Nadie con un mínimo de sensatez pondría en duda la existencia de un antiperonismo cerrado, persistente y profuso, pero es el resultado de un trabajo ideológico que empezó antes que existiera el peronismo, viene del fondo de la historia y siempre ha tenido por blanco a toda entidad política que exprese a los sectores populares. No es lo que motiva a los Magnetto, es lo que manipula a buena parte de sus víctimas.

 

Marcha contra la cuarentena en Bahía Blanca, abril de 2020.

 

La historia nacional enseña que las probabilidades de que los propietarios del capital concentrado modifiquen su comportamiento político son nulas. Todo gobierno que represente los intereses populares y no esté dispuesto a claudicar tiene un solo camino para cumplir con su misión: enfrentarlos democráticamente.

Se trata de una disputa en la que se dirime quién conduce a vastos sectores sociales, razón suficiente para revisar algunas reflexiones de Gramsci, en tanto revelan cómo se relacionan los distintos componentes de la sociedad. El movimiento nacional puede encontrar en ellas un soporte teórico-práctico para convertir el acierto en la conducción del Estado en un círculo virtuoso, es decir, en la construcción de poder que –aunque más difícil y trabajosa que los necesarios triunfos electorales– es la única garantía de una victoria popular duradera.

 

 

El lugar del poder y de la disputa por conquistarlo

Me refiero al pensamiento de Gramsci sobre la sociedad civil, que aparece en varios de sus Quaderni y que está inspirado en un interés estrictamente político –no filosófico, como sugieren algunos gramsciólogos–, signado por las preocupaciones centrales de toda su producción: el fracaso de la revolución en Occidente, las nuevas dificultades que ha de abordar un proceso de cambio social en esa área geopolítica, y el esbozo de una nueva estrategia transformadora con los peligros que deberá afrontar. El análisis y el proyecto de transformación de la sociedad civil ocupan un lugar cardinal en los Quaderni porque para Gramsci la causa fundamental de la supervivencia del Estado capitalista radica en la complejidad, fortaleza y resistencia de la sociedad civil en la que hinca sus raíces el Estado: la estrategia para un cambio social profundo ha de partir de una transformación y una conquista progresiva de la sociedad civil como el camino más adecuado para construir un nuevo tipo de Estado.

Karl Marx sitúa la sociedad civil en la infraestructura, Gramsci la ubica en la superestructura. Este es uno de los aspectos que los diferencian. Lo menciono porque tiene derivaciones en el análisis político y porque guarda una estrecha coherencia con la convicción gramsciana de que las superestructuras, tal como aparecen en la sociedad capitalista, constituyen un obstáculo para una transformación social progresiva más fuerte incluso que el dominio burgués de la economía y del aparato militar –aunque no desestimo algunas críticas a Gramsci por la ausencia de un amplio análisis económico de la infraestructura–.

El sardo define la sociedad civil a través de su diferenciación con la sociedad política, y considera que son los dos planos principales de las superestructuras:

“Se pueden fijar dos grandes ‘planos’ superestructurales, aquel que se puede llamar de la ‘sociedad civil’, es decir, del conjunto de los organismos vulgarmente llamados ‘privados’, y aquel de la ‘sociedad política o Estado’, que corresponden [respectivamente] a la función de ‘hegemonía’ que el grupo dominante ejerce en toda la sociedad, y a aquel de ‘dominio directo’ o de mando que se expresa en el Estado y en el gobierno ‘jurídico’”.[ii]

La sociedad civil y la sociedad política se encuentran dentro de la superestructura del bloque histórico. La primera, aunque es relativamente autónoma, realiza una función de mediación entre la infraestructura –que influye en su configuración– y la sociedad política.

 

Antonio Gramsci.

 

Además de las relaciones pacíficas y conflictivas entre la sociedad política y la sociedad civil, en el interior de esta última se producen múltiples enfrentamientos a través de los cuales prevalece un tipo de organismos “privados” sobre otros. Esta prevalencia será decisiva en la orientación de la sociedad política o Estado, porque la dirección de la sociedad civil constituye la base del Estado [iii]. En este sentido debe ser entendida la consideración de la sociedad civil como “base ética del Estado” o “trinchera”: es la defensa de la sociedad política porque a través de aquella se difunden la ideología, los intereses y los valores de la clase que domina el Estado, y se articula el consenso y la dirección moral e intelectual del conjunto social. En otras palabras, la sociedad civil es el lugar de la lucha ideológica –hoy podemos presenciar, por ejemplo, los intereses antagónicos que se disputan el control de la producción y orientación cultural–. No es sólo un campo de pluralismo cultural, es también un espacio de enfrentamientos entre cosmovisiones y universos culturales que inciden en el comportamiento de las masas. Gramsci, a través de la diferenciación entre sociedad política y sociedad civil pretende develar la función pública que desarrollan los organismos “privados”. La sociedad civil se convierte en el lugar donde se forma la voluntad colectiva, se articula la “estructura material” de la cultura y se organizan el consentimiento y la adhesión de las clases dominadas al sistema imperante. Dice: “La escuela, en todos sus grados, y la Iglesia son las dos mayores organizaciones culturales en cada país por el número de personal que ocupan”, así como por su influencia en los mecanismos de socialización y su poder de movilización en la sociedad [iv]. Se refiere a la Iglesia Católica, omnipresente en la Italia de su época. Hoy, nosotros debemos agregar las otras iglesias, los medios masivos de comunicación, las ONGs, las llamadas redes sociales, etcétera.

Además del Estado y la escuela, Gramsci presenta al partido político como una instancia fundamental para la nueva educación de los sectores populares. Una de las funciones principales que le asigna es realizar una reforma intelectual y moral y crear una nueva voluntad colectiva nacional-popular, concepción que supera largamente la de partido político a la usanza liberal, como mera máquina electoral, realidad excluyente en nuestra geografía política. Para mostrar el carácter metapolítico del partido, lo propone como prolongador de El Príncipe de Nicolás Maquiavelo, forma mítica capaz de seducir al pueblo: como fundador de un tipo de Estado que responda a la voluntad de las masas conscientes de sus intereses, y fiel servidor de las necesidades correspondientes.

 

 

Consecuencias políticas

Las reflexiones citadas no dejan dudas en cuanto a que el poder político tiene su asiento en la sociedad, no en el sistema institucional. Se deduce entonces que la relación de fuerzas se dirime en la sociedad civil antes que en cualquier ámbito institucional: para bien o para mal, una causa se gana primero en la sociedad.

Un caso que confirma esta enseñanza gramsciana es aquel hecho histórico que protagonizó Néstor Kirchner, cuando sin las mayorías requeridas por la Constitución en el Congreso, logró el desplazamiento de la Corte Suprema menemista. Mayoritariamente repudiada allí donde está el poder, Kirchner tuvo sensibilidad para percibirlo y arrojo para denunciarla.

En otro orden, una derivación relevante está relacionada con la ideología del liberalismo –venerada por las huestes del liberalismo conservador, pero también por una parte nada despreciable de nuestro Frente de Todos–. La defensa de la economía como actividad propia de la sociedad civil en la que el Estado no debe intervenir, en ocasiones se ha fundamentado en una lectura tergiversada de Gramsci: su distinción entre sociedad política y sociedad civil es en realidad una distinción metodológica y didáctica, no una distinción orgánica. Lo que pretende el liberalismo es lograr un conjunto de normas estatales a su medida. En otras palabras, que los funcionarios políticos no interfieran en su orden económico. La concepción liberal se basa en que la democracia debe reducirse a una mera alternancia de partidos en el manejo del Estado y nunca debe dar lugar a la constitución de una nueva sociedad política y una nueva sociedad civil [v].

Esta especie de economicismo está en la raíz de la letanía liberal que sacraliza la sociedad civil y la pretende una entidad independiente y autónoma de la sociedad política. Gramsci señala con agudeza que ese mismo economicismo forma un nexo con las posiciones del “sindicalismo teórico” o “autónomo”, que focaliza sus luchas sólo a nivel de la infraestructura y se desentiende de una política estatal.

A propósito del economicismo liberal y siempre con Gramsci, se puede afirmar que creencias que chocan sin pausa con la realidad, como la que sostiene que el Estado debe ser excluido de toda actividad económica, pueden explicarse teniendo presente que tal corriente económica y cierto periodismo son profesiones que si provocan un daño sistemático a la sociedad no reciben sanción social; todo un logro de esos periodistas y economistas, en su condición de actores políticos que trabajan de ideólogos. Los economistas crean el guión y los periodistas lo traducen y difunden. Se vinculan a través de una división social del trabajo y buscan legitimar –con suerte dispar– ese orden político que, como cualquier otro, incluye no sólo las relaciones de dominación, sino también un determinado reparto del excedente: lo que determina las condiciones de vida de l@s un@s y l@s otr@s.

 

 

 

[i] Las citas textuales y las referencias sobre Gramsci corresponden a Cuadernos de la cárcel, Edición crítica del Instituto Gramsci, a cargo de Valentino Gerratana. Coedición Ediciones Era/Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, 1999.
[ii] Q12 (1932).
[iii] Q 6 (1930-1932).
[iv] Q11 (1932-1933).
[v] Q 6 (1930-1932) y Q13 (1932-1934).

 

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