Desaparición (política) forzada

Cronología de los discursos orientados al exterminio, desde la 125 hasta hoy

 

El deseo de Horacio Rodríguez Larreta de “terminar con el kirchnerismo para siempre” es el epílogo de una serie sistemática de estigmatizaciones que se derraman en los ámbitos políticos, jurídicos, intelectuales y mediáticos, ampliados o reproducidos por las múltiples redes sociales. En todos esos terrenos, de forma combinada, se sedimentan estructuras discursivas que modelan el sentido común sobre el que se montan las agendas y los debates sociales y políticos.

El punto de partida de la violencia simbólica contra el kirchnerismo fueron los debates de la 125. El 25 de mayo de 2009, el entonces candidato a diputado de la Coalición Cívica –y ex titular de la Federación de Asociaciones Rurales de Entre Ríos– Jorge Chemes, señalaba que “como en la guerra, hay que ir matando a los de la primera fila; hay que barrer a la mayoría, a la mugre, para después sí, empezar a remar. Hay que cortarle la mano a los Kirchner porque vienen por más. Lo primero es el enemigo, al que hay que matar”. Ese mismo año, Elisa Carrió se sumó al coro de la necrofilia para advertir: “La gente en la calle dice que se vayan, la gente en la calle dice ‘los quiero matar’”.

En 2010, el entonces presidente de la Unión Cívica Radical, Ernesto Sanz, se encargaba de estigmatizar a Cristina Fernández de Kirchner al afirmar que su decreto conocido como Asignación Universal por Hijo (AUH), aprobado meses atrás, se había desvirtuado: “En el Conurbano bonaerense, la Asignación Universal por Hijo, que es buena en términos teóricos, se está yendo por la canaleta de dos cuestiones, el juego y la droga. Usted advierte del dos al diez de cada mes (cuando se liquida la asignación) cómo aumenta la recaudación de los bingos y de los casinos, y cómo se nutre el circuito ilegal de la droga a través de la plata que recaudan los famosos dealers de la droga”.

Luego del triunfo electoral de los globos de colores, en 2015, el ministro de Economía Alfonso Prat Gay consideró que una parte del personal de su cartera podía considerarse descartable, asegurando que “no vamos a dejar la grasa militante, vamos a contratar gente idónea y eliminar ñoquis”. En referencia a las presidencias de Néstor y Cristina Kirchner, el entonces presidente del Banco de la Nación Argentina, Javier González Fraga, evaluó –en mayo de 2016– que “le hicieron creer a un empleado medio que podía comprarse celulares e irse al exterior”. La gobernadora de la provincia de Buenos Aires, María Eugenia Vidal, también contribuyó a las estigmatizaciones que hoy se extienden y ramifican, cuando –en referencia a los docentes que luchaban por mejoras salariales– exigió “que digan si son kirchneristas”, asociando ese mote a una enfermedad política cuasi subversiva.

Apelando a otra de las descalificaciones usuales esgrimidas para deshumanizar al peronismo, el empresario y ex Presidente Mauricio Macri señaló en 2022 que “la Argentina fue uno de los primeros en crear el populismo, con Perón y Evita. Tal vez seamos uno de los primeros en erradicarlo. Lamentablemente lo hemos exportado al mundo y está siendo muy contagioso”. Pocos meses después, el diputado de Juntos por el Cambio Francisco Sánchez declaró: “No tengo dudas de que, si se comprueba la responsabilidad de Cristina Kirchner y el resto de las personas imputadas en la causa Vialidad, de los delitos que se les han imputado, son traidores a la Patria. Los traidores a la Patria no merecen ningún tipo de consideración. Doce años es muy poco para lo que han hecho; inhabilitación perpetua de cargos públicos también. Las penas tienen que ser ejemplares. Lamentablemente, en la Argentina se ha abolido la pena de muerte. Considero que personas que nos han afectado tan gravemente merecerían esa pena”.

El otro de los campos donde abunda la construcción demonizadora es caratulado como mundo intelectual. El 21 de agosto de 2012, Marcos Aguinis, un funcionario del pensamiento conservador, consideró que “las fuerzas (¿paramilitares?) de Milagro Sala provocaron analogías con las Juventudes Hitlerianas. (…) Los actuales paramilitares kirchneristas, y La Cámpora, y El Evita, y Tupac Amaru, y otras fórmulas igualmente confusas, en cambio, han estructurado una corporación que milita para ganar un sueldo o sentirse poderosos o meter la mano en los bienes de la Nación”. Cuando un colectivo cercano a Aguinis realizó una consulta respecto a “cómo se debía salir del kirchnerismo”, la ex legisladora de la Coalición Cívica Diana Maffía asoció a Cristina Kirchner con un animal mitológico con características antropofágicas: “Dale de comer a la dragona la carne humana que pide, y mientras la mastica y se relame date cuenta de todo, date cuenta de ella, date cuenta de vos, date cuenta de qué o quiénes le diste de comer. Porque no estará satisfecha. Querrá más. Y un día serás vos”.

 

Iconografía del odio.

 

La cosificación que se desperdigó desde la derecha política fue replicada y aumentada desde las propaladoras que imponen su sentido común por medio del mundo noticioso y la programación de entretenimiento. Desde este último ámbito, Susana Giménez aportó su glamour aterrorizado: “Le tengo miedo al populismo, al comunismo, a la zurda”. Los opinólogos, mientras tanto, contribuyeron con su grandilocuencia y su apego al escándalo: “Cristina es el cáncer de la Argentina”, aseguró en 2022 Ángel Pedro Etchecopar, apenas un mes antes de que Fernando Sabag Montiel se decidiera a extirpar el tumor, martillando dos veces en la cabeza de la Vicepresidenta. La deshumanización política –necesaria para justificar su persecución, desaparición o aniquilamiento– incluyó varios tipos de metáforas patologizantes, como las enunciadas por el periodista-médico Nelson Castro, quien diagnosticó a distancia la portación del síndrome de hubris, pretendidamente encarnado en el cuerpo poseído de Cristina Kirchner.

El andamiaje político y mediático tiene además su soporte digital, conformado por los influencers del mundo online que se difunde por YouTube, Instagram, Tik-Tok y Twitch, captando la atención de poblaciones demográficas sub-40, que tienen menor nivel de contacto con la radio y la televisión. Uno de sus referentes más explícitos es Manuel Jorge Gorostiaga, conocido por el pseudónimo de Emmanuel Danann. Tiene casi 200.000 seguidores en Instagram y se dedica a realizar arengas que incluyen la reivindicación del genocidio y la figura de Jorge Rafael Videla. En sus monólogos categoriza a la actual Vicepresidenta como el mal supremo y recurre a la homofobia, la xenofobia y la estigmatización del peronismo, además de considerar que las escuelas públicas y las universidades argentinas son centros de adoctrinamiento izquierdista. Se desempeñó durante el gobierno de Mauricio Macri como espía de la Agencia Federal de Inteligencia (AFI) y fue premiado por APTRA como un relevante “influencer de opinión” en la última edición del Martín Fierro Digital de diciembre de 2021.

 

Manuel Jorge Gorostiaga, alias Emmanuel Danann, homenajeando a los Falcon verde.

 

Otro de los difusores digitales es Martín Almeida, quien salió del mundo virtual debido a sus contactos con Fernando Sabag Montiel y Brenda Uliarte. Cuando se colgaron en Plaza de Mayo bolsas que asemejaban a plásticos contenedores de cadáveres, Almeida se interrogó en forma retórica: “¿Qué es eso de andar colgando bolsas mortuorias? Para eso pongamos ataúdes con nombre y apellido”, dijo en uno de sus shows. Otros de los comunicadores del subsuelo virtual es Eduardo Miguel Prestofelippo, alias el Presto. Un año después del triunfo de la fórmula Fernández-Fernández, en plena pandemia, amenazó a la Vicepresidenta con el siguiente mensaje: “Vos no vas a salir viva de este estallido social. Vas a ser la primera en pagar todo el daño que causaron. Te queda poco tiempo”, publicó. Tiempo después rindió un homenaje al dictador Videla. En 2022 Prestofelippo fue condenado a 30 días de prisión domiciliaria efectiva por hostigar y discriminar a Fabiola Yáñez a través de sus redes sociales.

El andamiaje forense aportó, desde 2009, su cariz formal y jurisconsulto: desde Claudio Bonadío a Diego Luciani –bajo la atenta mirada de los supremos y Comodoro Py– se aportaron las “toneladas de pruebas” destinadas a garantizar su proscripción política. Del alegato del fiscal Luciani al día del intento de asesinato pasaron pocos días. El 5 de septiembre de 2022 –tres días después del frustrado magnicidio– el dirigente de “Centro Cultural Kyle Rittenhouse” de La Plata, José Derman, elogió a Sabag Montiel y afirmó: “La democracia está siendo pisoteada cuando vos no tenés derecho a postear lo que querés porque cuestionás la ideología de género”.

 

El dirigente negacionista José Derman.

 

Pocas horas después, Derman fue detenido y se le secuestró un proyectil de mortero con capacidad explosiva operativa. Patricia Bullrich se negó a repudiar el atentado. Su actual competidor, el jefe del gobierno porteño, se diferenció de la ex presidenta del PRO pero pocos días después –frente a los debates de los discursos de odio que prologaron la acción criminal de Sabag Montiel– sostuvo: “El kirchnerismo intenta distraer y propone una ley mordaza. Con el argumento de que la culpa de todo lo que pasa es del periodismo, la Justicia y la oposición, buscan controlar la libertad de expresión. No lo vamos a permitir”.

Cuando las balas se estancaron en la recámara del arma de Sabag Montiel, el diario Clarín adelantó: “La bala que no salió y el fallo que sí saldrá”. Frente al próximo desenlace electoral, Rodríguez Larreta se comprometió a “terminar con el kirchnerismo para siempre”. En un artículo titulado En la Argentina no hay grieta: hay discursos de odio, Nicolas Vilela parafrasea al filósofo alemán Theodor Adorno, quien había sostenido que la cultura nazi “estableció que ‘el antisemitismo es un medio de comunicación de masas’. En nuestro país, esto es literalmente así: el anti-kirchnerismo es un medio de comunicación de masas”. Su instauración estructural funciona bajo la impronta de un odio de clase que no soporta la existencia de un subalterno rebelde, capaz de defender sus derechos: reconocer al sujeto pueblo como un semejante supone aceptar que formamos parte de una especie emparentada. Y no hay nada más insoportable para la mente colonial –y sus secuaces aspiracionales– que aceptarse como parte integrante de una nacionalidad común de la que forman parte los cabecitas negras, los villeros, los pueblos originarios, los choriplaneros y los peronistas. No pueden verse en el espejo de lo que consideran y catalogan como inferior. Se sienten obligados a terminar con ellos. El sincericidio de Larreta no hace más que expresar ese miedo atroz a la mezcla con aquellos que desprecian y a quienes –por lo tanto– deben negar su condición equivalente de humanidad.

 

 

 

 

 

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