Desarrollo y cohetes a la luna

Los trabajadores argentinos, primeros en un ranking mundial de capacidades técnicas

 

El historiador de la Universidad de Harvard y ex asesor de Barack Obama, Joseph S. Tulchin —un latinoamericanista, en jerga académica— alcanzó y mantuvo cierta fama en el país desde que en 1990 se editó su ensayo: “La Argentina y los Estados Unidos. Historia de una Desconfianza”. El domingo 23/09/2019, un matutino porteño publicó un reportaje a Tulchin, que anda de gira por Sudamérica. Ex director del Programa Latinoamericano del Woodrow Wilson International Center, dijo en el reportaje que tras la caída del Muro se subió al carro de los optimistas sobre las perspectivas del capitalismo, la democracia y los derechos humanos porque “era un momento histórico [y]. La euforia era de Occidente”. Para compensar, agregó: “Tengo que reconocer ahora que mi gira por América del Sur es una confesión de culpa. Fui demasiado optimista”. De paso dejó en claro que “Trump no tiene una visión sobre América Latina. La hegemonía se terminó con Barack Obama […] Sigo pensando que Obama estaba en lo cierto y que Trump está equivocado”.

 

Tulchin reconoce su error.

 

Tulchin no se priva de caer en el lugar común de reprochar que “no hubo país en América Latina que aprovechara los precios de las materias primas para diversificar la economía” y resaltar el asunto que va para largo de la entrada de China en el mercado mundial y la disputa de Trump con el panda. No obstante, subraya que su “punto central es que el mundo hoy no es un juego de poder de suma cero. Hoy el sistema global sigue permitiendo esa capacidad de actuar de países más pequeños y débiles, como en América Latina. Pero hoy ni la Argentina ni Brasil están en condiciones de ejercer esa capacidad. La han perdido por diferentes factores. Pero otros países sí lo conservan. Lo llamativo es que hoy no hay un objetivo regional, no hay un propósito”. Entiende Tulchin que “ninguno de los gobiernos conservadores de derecha ha traído al poder una visión económica”. E infiere que “América Latina no se desarrolla por fallas en común que no las corrige ni la izquierda ni la derecha: la falta de inversión nacional en capital humano [y la región] tiene hoy la inversión más baja del mundo en capital humano […] Esto no es una cuestión ideológica […] ¿Por qué no hay inversión en capital humano? No tengo la respuesta. El espacio queda abierto, esperando un momento de tranquilidad. Y un liderazgo no corrupto”.

El 22 de julio próximo pasado, desde el Centro Espacial Satish Dhawan en el sur de India, despegó la misión a la Luna Chandrayaan-2 (que en sánscrito significa nave lunar). A un costo de 136 millones de dólares, la India intentó comprar la cuarta membresía del club lunar para estar junto a chinos, rusos y yanquis. Según datos publicado por The New York Times, el complejo espacial indio tiene un presupuesto anual de 1.500 millones de dólares, lo que habla de la importancia del tema lunar. Chandrayaan-2 se compone de un orbitador, un módulo de aterrizaje y un vehículo robot explorador. El sábado 7 de septiembre, día previsto para el alunizaje, todo iba bien hasta que faltando un kilómetro y medio para alcanzar la superficie, se perdió contacto con el módulo y el vehículo robot. El primer ministro Narendra Modi capeó la frustración política de la población pronunciando una sentida arenga nacionalista. No se sabe qué pasó y se tienen pocas esperanzas de restablecer la comunicación. La ropa la salvan con el orbitador que tiene suficiente combustible para permanecer en órbita alrededor de la Luna durante al menos un año, y lleva ocho instrumentos que mapearán la superficie lunar en 3D, usarán láser y radar para buscar agua y otros minerales y estudiarán la escasa atmósfera de la luna (llamada exósfera). Los indios están empeñados en encontrar agua en la Luna.

A principios de junio se dio a conocer la primera edición del Global Skills Index (GSI) (Índice Global de Calificaciones Laborales). Fue realizado por Coursera, una ONG formada por grandes corporaciones que —según ellos dicen— gestiona la plataforma más grande del mundo para la educación superior. El índice se hizo aprovechando los datos de aprendizaje de la plataforma. Aunque los estudiantes de Coursera seguramente no son una muestra representativa, son un grupo importante para el análisis porque están relacionados con las principales corporaciones globales. El GSI intenta arrojar luz y ser un punto de referencia en el ritmo acelerado del cambio tecnológico que está haciendo que muchas actividades laborales, y las calificaciones que requieren, devengan obsoletas. El GSI mide y clasifica el grado de calificación laboral de 60 países que en conjunto representan el 80% de la población mundial y el 95 % del PIB mundial. También mide y clasifica las calificaciones laborales demandadas por diez de las principales industrias globales.

Si bien muchas economías en desarrollo, como es esperable, no tienen un buen desempeño en el promedio del GSI, hay una mosca blanca: la Argentina. Se destaca en el dominio de la tecnología. Es que los países con los puntajes más altos en calificación laboral son, en términos generales, los más ricos: la correlación entre el PIB per cápita de una nación y su mediana en el rango de GSI en la gestión empresarial, la tecnología y la ciencia de datos es -0,75. Y los países con el desempeño en calificación laboral más bajo también son aquellos con mayor riesgo de perder la carrera.

 

 

En cuanto a tecnología, los trabajadores argentinos encabezan el ranking mundial.

 

Una investigación realizada por Instituto Global de McKinsey sugiere que a nivel mundial más del 50% de la fuerza laboral corre el riesgo de perder sus puestos de trabajo debido a la automatización. Cuando los datos de este estudio sobre el riesgo de automatización de una nación se los correlaciona con su rango medio de GSI para las tres categorías tipificadas, el resultado que da es de 0,45; más bien bajo. La prudencia apunta a sopesar la apocada correlación con una encuesta realizada por el Foro Económico Mundial en la que se encontró que el 42% de las calificaciones laborales básicas requeridas hoy en día cambiarán sustancialmente para 2022.

La inspección del cuadro sobre salarios horarios de los 10 primeros países del ranking GSI deja pocas dudas sobre el carácter mosca blanca de la Argentina. Sin ninguna sorpresa, entre los mercados desarrollados y en desarrollo encontraron marcados contrastes en las calificaciones laborales. Previsiblemente, en promedio, América del Norte y Europa superan ampliamente a América Latina, Asia y Oriente Medio. Dicho esto, los Estados Unidos no logran alcanzar el primer cuartil de países en ninguno de los tres criterios de análisis y muestran una fuerte heterogeneidad regional, con el sur en particular rezagado en áreas clave de calificaciones laborales.

 

Tres en uno

En estos tres hechos tan disimiles se puede encontrar lo que tienen en común como manifestaciones diferentes del proceso orgánico de la acumulación a escala mundial, en los que se observa la hilacha del desarrollo desigual y el camino de sus superación para aquellos pocos países que pueden zafar de ese destino, entre ellos la Argentina.

El GSI juzga que la clave del modelo exitoso desarrollado por la Argentina está en que sus universidades “se centren en la enseñanza de habilidades tecnológicas prácticas”. Algo de eso hay, si se consideran los datos del trabajo de Anna Valero y John Van Reenen publicado en 2016 por el National Bureau of Economic Research: “El Impacto Económico de las Universidades: Evidencia a lo Largo del Planeta”, donde los autores desarrollan un nuevo conjunto de datos utilizando materiales de la UNESCO sobre la ubicación de casi 15.000 universidades en aproximadamente 1.500 regiones en 78 países, entre ellos la Argentina.

Observando lo sucedido entre 1950 y 2010 hallaron que los aumentos en el número de universidades están positivamente asociados con el crecimiento futuro del PIB per cápita; duplicar el número de universidades per cápita está asociado con un PIB futuro per cápita 4% mayor. Además parece haber efectos indirectos positivos de las universidades en las regiones vecinas. Es tan estratégica y apegada a la tradición desarrollista la apuesta del gobierno K de abrir universidades, como inscripta en la opción por el atraso la sugerencia de cerrarlas de la gobernadora bonaerense María E. Vidal con el argumento de que los pobres no concurren a sus aulas. Buen punto para tener cuenta por ejemplo en el caso de la UNSAM, que estaba por cerrar la flamante carrera (abrió hace un par de años) de ingeniería espacial por falta de apoyo del Estado.

En su importante constatación empírica, Valero y Van Reenen —neoclásicos al fin y al cabo— no terminan de entender (y no deberían, dado lo poco pertinente del enfoque neoclásico) los mecanismos a través de los cuales funcionan los efectos de las universidades en el crecimiento y con honestidad advierten que “es un área importante para investigar más a fondo”. Desde el mismo momento que se comprende que es la lucha de clases la que establece el precio del salario, o sea un precio político por excelencia, y se observa que en el GSI de los últimos 10 países se comienza a colegir el significado real de ser países del reino de 2 dólares la hora.

 

 

La India, la democracia más grande del mundo, es un país con arsenal termonuclear. Puede querer llegar a la Luna o seguir la carrera que ya emprendió a Marte con un ojo pegado a las cuestiones de defensa y sus cuitas geopolíticas con su vecina gigante China o el más reducido, pero no menos entreverado, con su vecino Pakistán. En estas decisiones parece que tallan más que nada cuestiones que hacen al prestigio y no al desarrollo, en vista de que el primero genera espacio político para seguir viviendo en el atraso en tanto que el segundo tensiona la vieja estructura y prácticamente obliga a profundizar la democracia. Ese síntoma también asoma en la Unión de Emiratos Árabes, que según informa el New York Times (25/09/2019) ha enviado a su primer astronauta al espacio. Sin cohetes o una nave espacial propia, el Centro Espacial Mohammed bin Rashid en Dubai compró un asiento en el Soyuz de la agencia espacial rusa, de la misma manera que los turistas espaciales ricos compraron viajes a la estación espacial. No se informó cuántos de los 400 millones de dólares que gasta Emiratos anualmente en el programa espacial salió el tour. Los funcionarios emiratíes esperan que el espacio inspire y capacite a una generación de ingenieros y científicos que puedan ayudar a preparar al país para un futuro posterior al petróleo. El próximo año planean enviar una nave espacial robótica a Marte y sus líderes hablan de colonizar el planeta rojo dentro de un siglo.

 

La historia aguarda

Pero nada de esto sirve en sí mismo para el desarrollo. Los grandes consumidores de técnicos son sectores cuya intensidad de capital está por arriba de la media social, como alimentos y bebidas, o algo o bastante por debajo, como muebles, aparatos electrodomésticos, artículos de cuero e incluso la industria del automóvil. Todos muy dependientes del poder de compra de los salarios. Y son las empresas y el mercado creciente quienes estimulan por los empleos que ofrecen a ir a capacitarse y a aprender a administrarlas. Las fuerzas impulsoras del desarrollo son la mecanización y la educación; la sustitución de las manos por las máquinas y de los músculos por los cerebros. Sin mercado eso no se hace y si la Argentina se posiciona mejor en los índices relacionados como el GSI y otros por el estilo, es por la mayor conciencia en el desenvolvimiento de su lucha de clases.

Esto asimismo significa que las variables nacionales de la distribución del ingreso devienen (particular y primordialmente el salario) tan autónomas y rígidas como las condiciones técnicas de producción, y desde ese momento no son más los precios de los productos los que determinan los ingresos de los productores, sino son los ingresos de los productores los que determinan los precios de los productos. Y nada escapa a la lógica del intercambio desigual, incluidos los cohetes a la luna.

Los bajos salarios chinos e indios resultan en bajos precios para los lanzamientos. Es lo que no alcanza a entender Tulchin. Argentina sí invirtió en capital humano, sí utilizó en pos de desarrollo los términos de intercambio favorables. Y el problema no está en la diversificación de las exportaciones no alcanzada, porque no son los precios de los bienes los que determinan la remuneración de los factores. El salario era y es siempre y en todas partes un precio administrado, institucional, y por lo tanto exógeno — en una palabra, político. Tras un adecuado reperfilamiento teórico, a un historiador como Tulchin no le debería, entonces, ser difícil comprender que no hemos resuelto el problema político que planteó el 17 de octubre de 1945: la Argentina no es viable si no mejora los salarios y como una vez más lo demostró ese pésimo recuerdo que es el gatomacrismo, entra en crisis si los abate. Diez días después, desde el 27 de octubre en adelante, la historia aguarda.

 

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