Desde Rusia con Trifonov

De Horowitz a Trifonov, las odiosas e inevitables comparaciones

 

La nota de HV sobre Vladimir Horowitz de hace unas semanas finalizaba con una filmación en la que Marta Argerich daba su opinión sobre el legendario pianista ruso. Argerich no era la única gran presencia pianística del video. En el minuto 9:30 y luego en el 10:04, muy brevemente, aparecía el también ruso Daniil Olegovich Trifonov.

 

No resulta casual la inclusión de Trifonov. Si bien las comparaciones suelen ser incorrectas, además de odiosas, cuando hablamos de artistas, muchos nos deleitamos pensando que, también en nuestras vidas y en este siglo XXI, disfrutamos de algo así como nuestro propio Vladimir Horowitz.

 

Trifonov ingresa al escenario mundial de la música en el Concurso Chopin del año 2010, como un torbellino descontrolado de solo 19 años. Obtiene solo un tercer premio, pese a varias interpretaciones que, en opinión de muchos, fueron superiores a las de los ganadores. La injusticia fue tan evidente que la misma Marta Argerich -jurado del concurso- se creyó obligada a pronunciar, tiempo después, una frase muy elogiosa sobre las calidades de Trifonov, como para corregir de algún modo aquella arbitrariedad: “(…) lo tiene todo y más. Lo que hace con sus manos es técnica y musicalmente increíble. Y además está su toque, dotado de ternura y, a la vez, de un elemento demoníaco. Nunca había escuchado algo así antes”. Recordamos al pasar el episodio en esta columna.

 

El desquite de la historia no se hizo esperar para el joven nacido en Nizhny-Novgorod. En 2011, con 20 años, Trifonov se consagró recibiendo el primer premio en el concurso Arthur Rubinstein en Tel Aviv, siendo laureado con los premios especiales a la mejor interpretación de una obra de Chopin, de mejor intérprete de música de cámara y el premio de favorito del público. Apenas unas semanas después, se presenta en el Concurso Tchaikovsky de Moscú y se alza con el primer premio, al que se agregan dos especiales, la Medalla de Oro y el Gran Premio, que solamente había sido conferido en el pasado a tres intérpretes, ninguno pianista. El Gran Premio se le concedió a Trifonov porque se consideró que todas sus interpretaciones durante el certamen, que abarcaron desde Scarlatti y Haydn hasta Prokofiev,  fueron excepcionales.[1]

 

Luego de esa cosecha de premios siguió una intensa historia, de 10 años, que dura hasta hoy, y en la que Trifonov se convirtió en uno de los grandes pianistas de la historia.

 

Las más importantes orquestas del mundo, teatros y salas de concierto, así como las discográficas, se disputaron la contratación de este tímido joven ruso, gigante, flaco, de manos enormes con largos dedos (que recordaban a las de Horowitz), que se encorvaba para tocar (como Glenn Gould) y que transpiraba demasiado. Cuando se sentaba al piano, sin embargo, la compenetración y abstracción en sus interpretaciones parecían transportarlo a otro planeta, viaje del que regresaba recién al terminar.

 

Muchos de los asistentes a sus conciertos, se preocupaban por la salud física y mental del pianista que, pensaban, podrían verse afectadas por la pasión, complejidad y perfección con las que ejecutaba su repertorio, cuya renovada extensión y variedad nunca dejaba de sorprender. Pero no había nada de qué preocuparse. Trifonov vive, desde siempre, en un mundo enteramente musical. Además de tocar el piano, compone: una sonata, un concierto, música de cámara, obras varias para piano, arreglos de obras clásicas, entre lo que ha trascendido, han brotado a la par de su carrera como intérprete, revelando una mente y voluntad incansables.

 

Hoy, con 30 años, casado con una publicista dominicana y residiendo en New York, Trifonov transmite desde su persona una madurez que no tenía a los 19 o 20 años, los que nunca fueron óbice para dejar a muchos profundamente impresionados. Puede decirse de él, como de Horowitz, que es un “cosaco de las estepas desatado”. Para comprobarlo basta verlo y escucharlo:

 

1.- En Lyon, tocando en vivo, con 23 años, durante una hora continua, los Doce Estudios de Ejecución Trascendental de Franz Liszt.

 

 

 

Resulta notable verificar que, en contraste con el notable esfuerzo que conlleva ejecutar íntegramente los estudios, Trifonov va “mejorando”, si es que puede decirse eso, a medida que avanza en la obra. Alcanza su cenit precisamente al final, en el estudio Nº 12, Chasse-Neige, que los impacientes pueden escuchar por separado:

 

 

 

No menos importante es tener presente que esos doce estudios fueron la segunda parte de aquel concierto. En la primera Trifonov, todavía usando una chaqueta, se había precalentado tocando durante 40 minutos, con igual perfección, la Fantasía y Fuga de Bach -en la transcripción de Liszt- y la sonata Nº 32, la última, de Beethoven.

 

2.- Si algo brilla de modo diferenciado en las ejecuciones de Trifonov -además de Chopin y Liszt- son sus interpretaciones de sus coterráneos rusos.

 

Pudo verse, por ejemplo, en su debut en el Carnegie Hall de New York donde, como Horowitz muchas décadas antes, recibió la aclamación del público yankee. Aquí, interpretando nada menos que los Tres Movimientos de Petrushka de Igor Fyodorovich Stravinsky.[2]

.

 

 

 

3.- Con 20 años toca, risueño, el Concierto Nº 1 para piano de Tchaikovsky en el Conservatorio de Moscú, bajo la mirada del gran maestro, cuya música ha expresado el carácter único, complejo, rebelde y profundo del alma rusa, tan parecida en esos aspectos a la de España:

 

 

4.- Aquí, tocando el estudio Nº 8 de su admirado Alexander Scriabin:

 

5.-Y, luego, el sarcasmo Nº 3 de Sergei Prokofiev:

 

 

6.- Aquí, en un pasaje del Pájaro de Fuego de Stravinsky:

 

 

7.- Interpretando la Partita Nº 3 para violín de Bach, en la transcripción para piano de Sergei Rachmaninov:

 

 

8.- Y, para terminar en paz, nuevamente Rachmaninov en la popular variación Nº 18 sobre un tema de Paganini:

[1] El concurso Tchaikovsky, que se celebra desde 1958 en Moscú, cada cuatro años, fue objeto de una profunda reforma precisamente en el 2011, cuando ganó Trifonov. El certamen se había desprestigiado gravemente porque sus jurados se integraban arbitrariamente, mayormente con profesores moscovitas que beneficiaban, de modo igualmente arbitrario, a sus propios alumnos. La reforma se debió al gran director de orquesta Valery Gergiev, respaldado firmemente por el Presidente Putin. Desde 2011, las normas del concurso establecieron su integración con nombres de prestigio internacional, que ese año fueron Maxim Vengerov, Anne-Sophie Mutter, Vladimir Ashkenazi, Teresa Berganza, Renata Scotto, Efim Bronfman, Peter Donohoe, Barry Douglas, Yuri Bashmet y Ferruccio Furlanetta, entre otros. El triunfo de Trifonov fue, en ese sentido, más meritorio, por la imparcialidad indubitable del jurado. El hecho de que fuera ruso tampoco lo opacó; los últimos años de la formación de Trifonov transcurrieron en el Cleveland Institute of Music, en Ohio, USA, bien lejos de Moscú. Valery Gergiev agregó a San Petersburgo como sede del concurso para usar los dos nuevos y fabulosos salones de conciertos del Teatro Mariinsky, inaugurados en el 2006 por Putin, que dejó completado así un enorme complejo cultural integrado al histórico teatro Mariinsky, inaugurado en 1860 durante el reinado del Zar Alejandro II.
Esta semana, Gergiev, uno de los más importantes directores de orquesta de la historia, fue removido de su puesto como conductor de la Filarmónica de Munich por el alcalde Dieter Reiter. Reiter le había exigido que condenara públicamente la invasión de Rusia, guardando Gergiev silencio. La Filarmónica de Rotterdam anunció esta semana que descartaría a Gergiev de su festival de setiembre mientras no condene a Putin. El teatro La Scala envió una carta a Gergiev pidiéndole que declare su apoyo a una resolución pacífica en Ucrania, de lo contrario no podría conducir “La Reina de Espadas” de Tchaikovsky en Milán. Siguió un anuncio del Carnegie Hall de New York cancelando todas las presentaciones de Gergiev previstas para mayo y otro de la Filarmónica de Viena que lo desplazó como conducto del tour de cinco conciertos que iba a realizar este año en USA. El 28 de febrero el Festival de Verbier (Valais, Suiza) solicitó la renuncia de Gergiev como Director Musical de la Orquesta del festival. Gergiev no hizo ninguna declaración pública sobre la guerra Rusia-Ucrania, ni a favor, ni en contra. Medidas similares han sido tomadas esta semana, sin mayores justificaciones en USA y Europa, contra el pianista Denis Matsuev y la gran cantante lírica Anna Netrebko. Curiosas estas democracias pluralistas de Occidente que exigen a las persona, violentando su conciencia, que opine de una determinada y única forma en relación a un hecho controvertido y, si no acatan la orden, le imponen la muerte civil.
[2] Vale señalar que Stravinsky (1882-1971) era de padre ruso y madre ucraniana, descendiendo el primero de una familia de la nobleza polaca, de religión católica. Stravinsky pasó gran parte de su niñez, juventud y primera madurez en Ustilug, hoy territorio de Ucrania. A Stravinsky, sin embargo, jamás en su vida se le ocurrió definirse como otra cosa que ruso.
La existencia de una “nación ucraniana”, diferente a Rusia (como las varias “naciones” nacidas después de la caída de la URSS) resulta tan artificial en términos históricos, culturales, económicos, étnicos y hasta religiosos, como los “nacionalismos” del País Vasco o Cataluña respecto de la unidad superior que siempre fue España o las “Españas”. Esa España que, en algún momento, abarcó California, Nueva México, Tejas y la Florida en América, y las Filipinas en Asia. La España que, en América, no tenía “colonias”, aunque hoy muchos apliquen a Hispanoamérica esa categoría conceptual, inexistente en la realidad histórica de nuestro pasado como propia del Imperio Británico. Quienes usan ese término para Hispanoamérica son víctimas del triunfo de Inglaterra y USA en su guerra multisecular contra España, que tuvo un esencial aspecto cultural. La balcanización rusa y la de los pueblos eslavos por parte de Estados Unidos y la OTAN, con el apoyo servil de la Unión Europea, iniciada en el centro-sur de Europa en 1991 en la ex-Yugoeslavia, es un plan o proceso geo-político de largo alcance. Resulta análogo al que durante tres siglos llevaron adelante primero Inglaterra y, luego, Estados Unidos contra España en Hispanoamérica, fomentando la creación de nuevas “naciones” donde no las había previamente, ni debería haberlas hoy.
Un diplomático del anterior gobierno dijo esta semana que Europa no había padecido una guerra en su territorio desde 1946. Parece que la cruenta guerra de los Balcanes de los años ’90, con 200.000 muertos, la siniestra intervención de la OTAN y que fue la primera etapa de la que hoy estamos padeciendo, no habría ocurrido en Europa para este señor que debería repasar geografía. Su brutal y falsa afirmación fue repetida varias veces esta semana por una cantidad de periodistas de diversos medios.

--------------------------------

Para suscribirte con $ 1000/mes al Cohete hace click aquí

Para suscribirte con $ 2500/mes al Cohete hace click aquí

Para suscribirte con $ 5000/mes al Cohete hace click aquí