Desequilibrios sin techo

Vivimos sobre un volcán político y económico

Erupción del volcán Tambora, en Indonesia, 1815. Ilustración de Greg Harlin y Wood Ronsaville Harlin, revista Smithsonian

 

La batalla campal entre distintos sectores del gobierno parece haber tomado dimensiones dantescas en los últimos días, en un contexto donde se agitan las aguas de la opinión pública en un sensible tramo preelectoral, y en el cual la rebelión parlamentaria contra las medidas más brutales del gobierno parece haberse consolidado.

Las encuestas registran, en general, un declive de la imagen de Milei y su gobierno, aún en niveles cercanos al 40%. Las dificultades metodológicas crecen cuando se quiere evaluar la solidez del resto de votantes mileístas y su fidelidad a las fantasías proclamadas por su líder, a pesar del repunte inflacionario, de la caída de los ingresos, del parate económico que se extiende y de los escándalos de corrupción en marcha.

Una corrupción que está abandonando, en la percepción pública, el terreno de lo “excepcional” y “marginal”, para ingresar en la ancha avenida de lo metódico.

 

El dólar no debe llegar a 1.451

El deslizamiento del dólar oficial en julio (14%) dentro de la banda tuvo un impacto menor en la inflación registrada en ese mes (1,9%). Sin embargo, sus efectos retardados continuarán apareciendo en los registros de agosto y más allá. De todas formas, contracción de consumo mediante, no mostrarán un salto similar al desplazamiento del dólar oficial que los puso en marcha.

El reiterado panorama de un gobierno que no tiene reservas –debido a su propia estrategia electoral de dólar barato y de acceso universal a la compra sin límites para las personas físicas– lo obliga a librar la batalla contra el ascenso del dólar con otras herramientas monetarias que tiene a mano: el incremento desmesurado de la tasa de interés para atraer grandes inversores, y si eso falla porque no están convencidos de que pueda ser un negocio seguro, la regulación de la capacidad prestable de los bancos, mediante una política de suba de los encajes cada vez más agresiva.

El gobierno tiene que evitar a toda costa que los pesos que hay en el mercado se vayan a comprar dólares: si llegara la cotización del dólar oficial al techo de la banda –1.451 pesos–, debería empezar a vender dólares para clavar en ese límite la cotización de la moneda.

El tándem Milei-Caputo perdió ya la batalla para convencer a los actores principales de que la cotización vigente de este dólar es inamovible, cosa que sólo podría pasar si estuviera sostenido por una oferta tan abundante como la demanda existente.

Pero el consenso ya consolidado es exactamente el contrario al que intenta promover el ministro de Economía: no están entrando dólares genuinos por exportaciones en las cantidades necesarias para calmar la demanda de divisas verdes, y el gobierno no tiene reservas.

La demanda de dólares es como esos autos deportivos capaces de acelerar a 100 kilómetros por hora en 5 segundos. Una de las causas es la especulación cambiaria que crece cada día, basada en la idea de que el dólar oficial sigue barato en relación al precio teórico que debería tener para que la situación económica encuentre un equilibrio. Crece la convicción, a pesar del cariño que muestran los financistas por Milei, de que ese precio que “debería ser”, dentro de no mucho tiempo, será.

En el diario Ámbito Financiero se mencionó esta semana una propuesta cambiaria que estaría siendo evaluada en esferas oficiales: consistiría en reajustar el sistema de bandas cambiarias actualmente vigente después de las elecciones.

En realidad se trataría de una nueva devaluación, que será encauzada posteriormente mediante una nueva flotación, pero dentro de una banda de cotizaciones del dólar mucho más creíble que la actual.

Dice la publicación financiera: “Toma cada vez más fuerza la idea de escalarlo (al precio del dólar) a una banda actualizada al ITCRM (Índice de Tipo de Cambio Real Multilateral). Este indicador podría alinear los valores con los de Sandleris (ex Presidente del Banco Central de Mauricio Macri, en la etapa económica más crítica de esa gestión) en términos reales, estimados en 1.666 pesos (piso de la banda) y 2.157 pesos (techo de la banda), reflejando la inflación acumulada y los tipos de cambio de los socios comerciales”. Suponiendo que el dólar del 22 de agosto llegue indemne al 26 de octubre, la devaluación que supondría mover el piso de la banda equivaldría a un salto del 25%.

El rumor de que algo así se pueda estar pensando es pasto para las fieras financieras, que empiezan a hacer cálculos sobre las ventajas y desventajas de mantener sus fondos en tasas, o irse a dólares para poder apropiarse de ese delicioso 25% de aumento en la cotización de la divisa. A Milei lo aplauden y lo festejan los empresarios y sus votantes. Pero sólo le creen sus votantes.

¿Qué hace el gobierno para que no ocurra antes de las elecciones una corrida importante que ponga de mal humor a sus creyentes?

En cada licitación para renovar deuda pública, ofrece tasas de interés más altas (hasta 89% en la última renovación), mucho más altas que la inflación anual que calculan las consultoras (20-30% para todo 2025). Eso arroja una tasa de interés real cercana al 60% anual, absurda, insólita e insostenible. Un regalo para los prestamistas y para todos los practicantes del carry trade que quieran habitar el suelo argentino.

En los próximos días vencerán unos 9 billones de pesos de bonos del Estado que deben ser renovados, con un trasfondo de incertidumbre cambiaria y un gobierno embarcado en una escalada de medidas financieras cada vez más extremas para llegar a las elecciones con el dólar adormecido. ¿Qué tasa ofrecerá el gobierno para que los financistas le renueven los títulos públicos? En caso de que lo hagan sólo parcialmente, ¿cuántos billones de pesos le deberá imponer a los bancos que no presten? ¿A qué tasa? ¿Con qué costos financieros y de credibilidad?

En todo caso, se tratará de un regalo financiero desmesurado que no nos va a salir gratis a lxs argentinxs.

 

 

Desequilibrios encadenados

 

Bernardo Neustadt y Domingo Cavallo en los '90.

 

El gran comunicador de la clase dominante argentina, Bernardo Neustadt, encontró en los años ‘80 y ‘90 una figura retórica que le rindió mucho televisivamente. Una supuesta “Doña Rosa” a la que defendía de los políticos populistas, que representaba a un público de vuelo bajo y a la que había que explicarle los principios del “sano” neoliberalismo, por qué había que destruir el Estado y, ya que estamos, privatizar YPF.

Si Neustadt viviera, seguramente le diría a Doña Rosa que el único tema que le tiene que importar es que baje la inflación y que el resto se lo deje a los economistas serios, que son los que están en el gobierno.La verdad es que el ciudadano común, en su gran mayoría, no tiene la menor idea de lo que se está haciendo con las finanzas del país, y menos aún del plato económico indigesto que le están preparando.

Estamos viviendo sobre un volcán político y económico, que muestra una evolución llamativa hacia el desequilibrio. O hacia una cadena de desequilibrios.

El primer desequilibrio es político: ¿cómo hace para retener un gobierno reaccionario el favor mayoritario de los votos, cuando ataca con una furia exacerbada el nivel de vida de la mayoría de la población? Es cierto que en esta época rinden bastante los discursos irracionales, que mucha gente tiende a creer en lo que venga, y que la despolitización y la desinformación son enormes. Pero no alcanza. Algo real hay que ofrecer. Y la oferta fue mínima: “Va a bajar la inflación”.

Aquí aparece el segundo desequilibrio, entre la engreída imagen de experto economista que quiere transmitir Milei y la realidad de cómo funciona la economía argentina. Repite Milei: “La inflación es siempre y en todo lugar un fenómeno monetario”, pero, como no es cierto, aplican medidas para dormir el dólar, el gran realimentador inflacionario de las últimas décadas argentinas. Como ese valor del dólar que adormece los precios atrae demasiados interesados, disuaden su compra ofreciendo tasas altísimas, desequilibrando a su vez el mercado del crédito. Las tasas enloquecidas que ofrecen desequilibran a su vez a los mercados reales, generando insolvencias empresariales y personales. Aparece la sombra de la ruptura de la cadena de pagos.

Los economistas podemos mostrar estos desequilibrios hasta el infinito, alertar sobre lo dañino y perverso de estas estrategias económicas, pero para los especialistas en opinión pública del gobierno lo único relevante es que los profundos desequilibrios monetarios y cambiarios no se noten, no se visualicen hasta que pasen las elecciones.

 

Tasa delirante para no capotar

La tasa de interés ofrecida por el Estado en las colocaciones de títulos públicos es una promesa de pago formulada arbitrariamente, a partir de las necesidades perentorias del actual gobierno.

Lo normal sería fijar un tasa lo suficientemente atractiva para que los privados le presten plata, pero lo menos elevada posible, para no cargar de deudas imposibles de pagar al sector público. Además, esa tasa que fija el Estado tiene un efecto sobre otras tasas usadas en la economía. Si no se quiere que la economía entre en recesión, lo recomendable es que la tasa sea baja, para favorecer la toma de créditos para inversión, consumo y construcción de vivienda.

Desde hace meses, el gobierno se ha auto-generado una competencia. Tiene que competir en las licitaciones de deuda pública contra la hipótesis de que puede saltar el dólar (y por lo tanto es más negocio posicionarse en moneda extranjera que en títulos públicos).

Esa auto-competencia es ruinosa para la economía real, porque torna impagables las deudas tanto personales y empresariales como las del propio Estado. La tasa que viene ofreciendo el gobierno es irreal, es una ficción económica, porque abandona cualquier criterio en materia de cuidado de las finanzas públicas y de protección a la actividad económica productiva. Y, sin embargo, la colocación de deuda pública a tasas irreales constituye un “acto económico” legal, que genera efectivamente derechos de propiedad en el sector privado acreedor.

Por su parte, los prestamistas eligen “creer” que esas tasas son normales, que todo es perfectamente razonable, porque las ofertas del gobierno les generan “derechos de propiedad”, les aumentan aceleradamente propiedad privada monetaria en cantidades abrumadoras, en base a promesas de pago inventadas, ficcionadas, alucinadas por las actuales autoridades públicas, habilitadas a actuar por cuenta del Estado nacional.

Los prestamistas “creen” porque les conviene, porque saben que le van a ir a reclamar al Estado en el futuro esa propiedad bajo la forma de moneda, en el momento en que venzan las deudas que hoy contrae este gobierno. Respaldados por todo el derecho burgués vigente. Desde ahora, después de cada licitación de deuda pública, todos les debemos a los prestamistas los derechos de propiedad inventados arbitrariamente por el equipo económico.

Inventan riqueza ficticia, emitida y garantizada contra el futuro de la economía argentina, en base al trabajo que se le pueda extraer a la población argentina en ese momento, para sostener un programa inviable hoy. Los sectores propietarios toleran el desequilibrio y no lo denuncian como desquicio porque lo ven como una inversión para poder rediseñar la estructura económica y social a favor del capital.

 

Lecciones de hegemonía

La derecha le lleva varios cuerpos de ventaja al campo progresista en materia de educación popular en una cuestión clave: el tema fiscal.

Inventaron un mito que por repetición entró en las cabecitas de la población: el del equilibrio fiscal, que sería la solución de todos los males argentinos. Y sobre todo de la inflación, que es el único problema que tenemos.

Apoyándose en el mito base, construyen luego una larga cadena de razonamientos sobre las terribles consecuencias que tendría romper con ese equilibrio fundante de todo lo bueno que nos estaría por pasar. Como diría Milei, sería un genocidio.

El truco es bueno. Están logrando enmascarar el cambio redistributivo que promueven. Reducción de impuestos a las empresas y al 20% más rico de la población. A cambio, reducción de transferencias y subsidios a los pobres, los necesitados y los miembros más precarizados de la sociedad. Especialistas calculan que los intereses acumulados de la deuda pública de este gobierno alcanzaron al 3% del PBI hasta agosto. Habrá que seguir recortando el nivel de vida de las mayorías para mantener el equilibrio fiscal. Lo sagrado es seguir pagándole muchos más intereses a los prestamistas.

Cada vez que se sugiere volver a transferir algunos pesos a los más necesitados, los libertarios y los medios de la derecha lo contraponen a la panacea del equilibrio fiscal. Fue esa la argumentación presentada en el debate de esta semana en el Parlamento.

La clave es que esto lo entienden perfectamente los sectores dominantes, fanáticos del equilibrio fiscal mientras no necesiten rescates, pero no lo entienden ni se les explica a los sectores subordinados, que enfrentan esta extorsión sin las herramientas conceptuales necesarias para rechazarla de plano.

 

El hambre no genera dólares

La economía argentina necesita dólares. Para realizar sus intercambios normales con el resto del mundo, y también para pagar sus abultados compromisos externos. Lo único que ha hecho esta gestión mileísta es tomar más y más deuda, sin generar mecanismos sostenibles para conseguir dólares genuinos. No ha servido hasta ahora el RIGI, que en todo caso generará dólares en el largo plazo. Pero, ¿y ahora?

¿Sirve que se hunda la economía para generar dólares? No. Una economía hundida, con menor producción y menor capacidad exportadora, no genera más dólares. Pero lo que sí se admite, en términos de lo que ha ocurrido en la historia económica argentina, es que las recesiones, la contracción de la economía, el achicamiento de la capacidad de consumo de la población, AHORRA dólares, porque se dejan de importar bienes de consumo, insumos, maquinarias, se reducen los gastos en el exterior.

La particularidad de la situación actual es que se está comprimiendo el nivel de vida de los pobres, lo que los lleva mediante diversas aplicaciones a comprar bienes ultra baratos en el exterior –tipo de cambio mediante–, para consumo personal o para mini ventas a los vecinos. El empobrecimiento no sólo no ahorra dólares, sino que promueve que se escurran como parte de las estrategias de supervivencia de los sectores populares. A su vez, los sectores más favorecidos gastan dólares en el exterior porque están mejor que nunca.

Ya se estudiarán en el futuro las particularidades macroeconómicas estrafalarias de este momento argentino.

Hoy, en cambio, el país necesita salir de una asfixia que se percibe más intolerable día tras día, despido tras despido, quiebra tras quiebra, desequilibrio tras desequilibrio. Asfixia económica y asfixia de ideas. Todo lo económico es reparable. Quizás haya que salir de la asfixia de ideas para poder preceder a la sanación económica. No podemos pedirles a los estranguladores seriales que nos ayuden en esa tarea.

 

 

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