Disputas sobre el comercio exterior

La supuesta restricción y el objetivo político del crecimiento

 

Dos noticias de los últimos días sobre el comercio exterior son susceptibles de encender alarmas sobre el funcionamiento de la economía argentina en lo que resta del año. La primera es que los efectos de la ola de calor afectaron el cultivo de soja y maíz, lo que redundará en un perjuicio sobre las exportaciones del país en el transcurso de los dos primeros trimestres del año. La segunda es que se dio a conocer el informe del Intercambio Comercial Argentino correspondiente a enero, que publica el INDEC. El documento indica que en el mes pasado se incurrió en un déficit comercial de 484 millones de dólares, frente al superávit de 297 millones que se alcanzó en enero de 2022.

El interés que tienen estos hechos es inmediato. Las disputas sobre la dirección económica del Frente de Todos (FdT) y la necesidad de avanzar con políticas que modifiquen la distribución del ingreso chocan con la duda sobre si las condiciones materiales de la economía argentina permiten restaurar el nivel que los argentinos disfrutaban en los últimos años del kirchnerismo. Existen algunos detractores firmes de la respuesta afirmativa, que ven que el sector externo representa en su conjunto un impedimento para el crecimiento. Lo denominan “restricción externa”, una categoría que se volvió recurrente en la jerga de ciertos economistas vernáculos. Si tal restricción se hace presente en esta coyuntura, es la cuestión de la que nos ocuparemos a continuación.

 

 

 

El saldo comercial

El análisis comienza por el saldo del comercio exterior. Lo que vuelve razonable plantear que la economía argentina tiene limitaciones materiales para crecer es que carece de una industria de base lo suficientemente extensa para autoabastecerse por encima de cierto nivel. La energía, los bienes de capital y los insumos de uso difundido son, en términos generales, importados, lo que es un rasgo común de los países subdesarrollados.

En la medida en la que el valor de sus exportaciones lo permita, es posible sufragar las importaciones de estos bienes sin que esto genere una tensión que pueda afectar a la economía. El problema es que, al alcanzarse ciertos niveles de actividad, las importaciones pueden llegar a un monto superior al de las exportaciones por efecto de su tasa de crecimiento superior en un mismo período, lo que da lugar a una contracción del resultado comercial, que pasa de un superávit paulatinamente menor a un déficit. Esto no puede sostenerse más allá de un lapso, puesto que el país que incurre en un déficit comercial debe recurrir a las reservas internacionales acumuladas en las épocas de superávit comercial, hasta verse sin la capacidad de continuar importando al nivel requerido por la economía. En ese momento tiene lugar un ajuste sobre el nivel de actividad, efectuado mediante una devaluación. La situación puede extenderse recurriendo al endeudamiento externo, hasta que se agota. En ausencia de cambios mayores, la economía volverá a funcionar hasta donde le permitan sus posibilidades.

Este escenario se presenta con frecuencia en las economías subdesarrolladas. Sin embargo, a pesar de las deficiencias de la economía argentina, en su historia no suele constatarse con frecuencia. Cuando sucede, no se debe generalmente a las elevadas tasas de crecimiento que se alcanzan (incluso, ocurrió en períodos de contracción). Su principal determinante son políticas económicas tendientes a abrir las importaciones hasta alcanzar a bienes superfluos o bienes de algún grado de industrialización que eran producidos en la economía argentina.

La política de la dictadura de 1976-1983 y la convertibilidad de los años '90 tuvieron esta característica, que acabó por lesionar la industria pesada radicada en el país, y además fue el núcleo del proceso que condujo a la crisis de 2001.

En cambio, aunque enfrentó tensiones con las importaciones, el kirchnerismo solamente tuvo déficit comercial en 2015. En el siguiente gráfico observamos la evolución del saldo comercial argentino entre 2011 y 2022, en el que se suceden la última administración kirchnerista, el gobierno de Cambiemos y el actual del Frente de Todos. Como se puede notar, hasta 2012 el saldo comercial no presentaba problemas. Los hubo a partir de 2013, lo que explica parte de las dificultades que produjeron años de estancamiento de la economía, con años de crecimiento (2011, 2013, y 2015), alternados con años de caída de la actividad (2012 y 2014), resultando en un PBI en 2015 levemente menor que en 2011.

 

 

 

 

 

 

Sin embargo, durante el gobierno de Cambiemos se produjo la fenomenología característica del liberalismo argentino contemporáneo: déficit comercial con retroceso o estancamiento de la actividad. Luego de 2016, que fue un año de caída, el 2017, en el que la economía creció levemente cuando se pausaron las políticas de ajuste para poder ganar las elecciones de medio término, el déficit comercial alcanzó los 8.293 millones de dólares, debido a una apertura general de importaciones que impulsó el macrismo. En 2018, el déficit se redujo por la contracción que tuvo la economía, que continuó en 2019. Ese año se alcanzó el superávit comercial más alto del período reseñado, debido a la intensidad de la caída en el nivel de actividad acumulada. Desde entonces, en toda la gestión del Frente de Todos se mantuvieron saldos comerciales más elevados que en los gobiernos anteriores.

 

 

 

Cuál es la restricción

En lo que respecta al saldo comercial, no pareciera encontrarse dificultad alguna. Podría concluirse que la economía opera con cierta holgura más allá de factores adversos, como el incremento del precio de la energía y los combustibles que se vio el año pasado y que redujo el superávit comercial en comparación con los tres años anteriores, o como el que se mencionó al inicio de esta nota.

Sin embargo, la actividad de la supuesta “restricción” es explicada por motivos diversos, que mayormente se concentran en la utilización interna de moneda extranjera, la necesidad de pagarle al Fondo Monetario Internacional (FMI) y los condicionamientos que este le impone a la economía argentina. Si se incrementase la demanda de importaciones por un impulso al crecimiento que rebasase un determinado nivel, posiblemente se incurriría en una “escasez de dólares” que redundaría en una catástrofe.

Hay un dato cierto: el monto total de las reservas en moneda extranjera de las que dispone el Banco Central de la República Argentina (BCRA) no creció en estos años. Disminuyeron levemente, con oscilaciones que no son menores. No obstante, al analizar su comportamiento, las conclusiones arrojan dudas sobre la pertinencia de esta postura.

Al comenzar 2020, las reservas alcanzaban 44.848 millones de dólares. A lo largo de ese año, cayeron a 39.386. Se mantuvieron próximas a ese valor al finalizar 2021, para elevarse nuevamente a 6.704 millones en 2022. En la siguiente tabla se vuelcan estas variaciones y los factores de incidencia en los resultados.

 

 

 

 

 

 

En principio, llama la atención que luego de 2021, la compra de divisas por parte del BCRA se volvió netamente positiva, contribuyendo con este signo a la variación total en los últimos tres años. Con el superávit comercial alcanzado, esto no es sorprendente. Lo curioso es el resultado negativo de 2020, que no trataremos de explicar aquí.

Tampoco los organismos internacionales, entre los cuales el FMI es el que tiene más peso, fueron el principal factor de caída de las reservas. Si bien requirieron el pago de divisas en 2020 y 2021, no se trata de una cantidad exorbitante, y en 2022, por el contrario, la partida incidió positivamente en las reservas. Esto se debe a los nuevos desembolsos que el FMI realizó en el marco del programa de Facilidades Extendidas. Es decir que, actualmente, el FMI y los otros organismos internacionales están siendo aportantes netos de reservas, no demandantes.

La partida “Otros” es la que más peso tiene en el estancamiento de las reservas de estos años, sobre todo en 2021. Esta refleja los pagos del sector público que no corresponden a organismos internacionales. Por ejemplo, a China por los créditos para las represas, a los integrantes del Club de París, o al pago de deudas con acreditación fuera del país.

Detallar cuáles son estos pagos no es objeto de esta nota, pero sí indicar que, muy probablemente, algunos de estos no hayan sido necesarios o podrían haberse efectuado de otra manera. En un contexto en el que mejorar la actividad económica y la distribución del ingreso es un imperativo, no se comprende por qué no se adecua el uso de los recursos a ese fin.

 

 

 

El eje del debate

Más allá de problemas circunstanciales que pueden afectar el saldo comercial, se toman decisiones sobre la economía que resultan en un uso de los excedentes del comercio exterior cuestionable en este contexto, porque dificultan el avance de la economía y la exponen a evitables potenciales presiones.

Si los argumentos sobre la “restricción externa” tienen más de fórmula que de análisis de los hechos, el rasgo lo comparten con quienes ignoran completamente la necesidad de modificar las características de la economía argentina para que esta pueda desarrollarse, al punto tal de negar que este sea un país pobre y, por eso, injusto.

Es necesario promover la industrialización como piedra basal de un programa de desarrollo. El mejoramiento de las condiciones de vida con esta estructura económica puede ser viable en el plazo más próximo, pero tiene patas cortas. Una economía de consumo masivo que no produce energía, acero, insumos básicos o automóviles en las cantidades requeridas es insostenible. En este sentido, son razonables las propuestas de impulsar las exportaciones, pero si no están orientadas a financiar la sustitución de importaciones, simplemente permitirán el avance del crecimiento argentino hasta donde sea compatible con las necesidades de la economía internacional, incluso si un gobierno afín con las mayorías impulsa una política igualitaria. Se trata de una extensión del desarrollo desigual y dependiente: un país periférico que crece como resultado del proceso de crecimiento de los países centrales con los que está concatenado en la economía internacional.

La cuestión es que la decisión política de impulsar el crecimiento solamente sirve para que la población argentina prospere. Asumirlo como objetivo permite situar adecuadamente al debate sobre el comercio exterior y priorizar el desarrollo de las ramas identificadas como críticas. Por el contrario, condicionar el crecimiento al “desplazamiento de la restricción externa” es invertir el problema y desentenderse de que esto, sin un compromiso político específico, carece de sentido real. En consecuencia, se le da la espalda a la crítica de decisiones que son perjudiciales, sin ser necesarias.

 

 

 

 

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