DIVIDIR PARA REINAR

Los Estados nacionales son sometidos con una dolarización que pone un chaleco de fuerza a los conflictos locales

 

El mundo observa atónito el desarrollo de las elecciones en los Estados Unidos. Por un instante la peste ha caído en el olvido, y el país más afectado por la pandemia ha votado masivamente, como nunca lo hiciera antes, en una elección dominada por el “nosotros o ellos”. La polarización no es algo nuevo en la historia política norteamericana. En tiempos no muy lejanos, la guerra, los heridos y los muertos dividían las aguas políticas. Hoy la fuerte presencia militar norteamericana en varias partes del mundo ha sido invisibilizada y los conflictos internos ocupan el primer plano de la escena política.

El impacto económico de la pandemia ha contribuido a arrojar luz sobre una brutal desigualdad racial, económica y social acumulada a lo largo de décadas. Sin embargo, las demandas de los que tienen poco o nada se enredan y entreveran en una disputa entre facciones de las elites dominantes empeñadas en controlar una mayor tajada del poder político. El fragor de este combate impide ver lo que está realmente en juego. Ese “ellos o nosotros” es un ariete que divide de un modo espurio a los excluidos ahondando una grieta que, de tan vieja, ya casi no existe en la memoria. Hoy los despojados y los excluidos pugnan por hacer oír su voz pero son ahogados por cantos de sirena que buscan mantenerlos en el aislamiento y la segregación. Dividir para reinar, ese ha sido desde siempre el imperativo categórico de los que no quieren que las cosas cambien. Hoy, el enorme desarrollo tecnológico permite despellejar a los conflictos hasta llegar al hueso para luego romperlo en mil fragmentos y arrojarlo a los cuatro vientos del olvido.

La existencia de un contrato social aceptado por el conjunto ha sido un rasgo indispensable a la vida comunitaria. Hoy ese contrato social esta roto. Las instituciones democráticas no pueden legitimar un orden social que maximiza los intereses de unos pocos en detrimento del bien común de todos, con una dinámica que desemboca en una crisis sistémica, en el canibalismo social y en la destrucción del clima y del hábitat.

En este mundo en crisis, los conflictos se vuelven incandescentes cuando los ciudadanos de a pie superan sus diferencias individuales y, articulando sus intereses comunes, se organizan para hacer valer colectivamente sus reivindicaciones particulares y su afán de participar en las decisiones que los conciernen. Las recientes elecciones en Bolivia y Chile muestran, con distinto grado de intensidad y claridad, la existencia de organizaciones de base que, formadas en el fragor de la lucha y con participación directa de los ciudadanos en las decisiones, pulverizan el “dividir para reinar” y permiten avanzar en la conformación de un nuevo sujeto colectivo capaz de enfrentar a las nuevas formas de concentración del poder que hoy dominan la vida cotidiana. Este fenómeno ocurre incipientemente en los Estados Unidos. Si bien arropado dentro de la vorágine de otros conflictos, su mera existencia contribuye a levantar la temperatura de la intolerancia y a generalizar un fanatismo sectario que divide al infinito.

Todo ha cambiado en muy poco tiempo. La crisis sistémica y la pandemia han acelerado el proceso de concentración del poder en pocas manos, tanto en el centro como en la periferia del capitalismo global monopólico. En el centro de este orden mundial un núcleo reducido de grandes monopolios busca aumentar su poder “reseteando al capitalismo” en la post pandemia y apresurando la marcha hacia “la cuarta revolución industrial” (World Economic Forum, weforum.org). Este es el camino hacia un nuevo orden mundial dominado por un puñado de corporaciones que controlan las tecnologías de punta. Con la inteligencia artificial y el machine learning se dominarán todos los espacios conocidos: terrestre, marítimo, aéreo, estratosférico y ciberespacial, balcanizando a los Estados nacionales e imponiendo la hegemonía militar sobre el mundo. Sin embargo, para llegar a esta quimera hay que reestructurar la economía y las finanzas mundiales y desactivar la protesta social que se expande por el mundo engendrada por la crisis sistémica.

Así, en los tiempos que corren la tarea de los poderosos es doble: por un lado, buscan congelar los conflictos sociales instilando miedo, polarizando y dividiendo al infinito. La concentración de los medios de comunicación y el control de las redes sociales les permite controlar la información, eliminar el disenso y esclavizar a los ciudadanos de a pie manipulando su vida intima, sus opiniones, deseos y acciones. Por el otro lado marcan el futuro, profundizando el endeudamiento ilimitado, la usura y el control sobre los conflictos geopolíticos. Instauran así un nuevo tipo de feudalismo imponiendo un vasallaje que concentra los recursos de este mundo en muy pocas manos. En esta ingeniería mundial, los Estados nacionales son balcanizados y atados de pies y manos con una dolarización que pone un chaleco de fuerza a los conflictos locales, y con políticas especificas destinadas a asegurar un flujo constante de riqueza, excedente, recursos naturales e ingresos hacia los pocos que controlan al mundo.

 

 

Concentración del poder y disputa política

Cuando el impacto de la pandemia se hizo sentir en los países centrales, la deuda global había crecido mas de un 40% en relación al nivel que tenia en 2008, al estallar la crisis financiera internacional. En abril de este año representaba el 322% del PBI global (iif.gov). Por ese entonces la deuda norteamericana superaba los niveles de endeudamiento ocurridos desde 1946 y se requerían más de 3 dólares de deuda para lograr 1 dólar de crecimiento económico. La brecha creciente entre el incremento de la deuda y el de la producción ponía en evidencia el carácter insostenible del endeudamiento norteamericano y global.

El apagón de la economía mundial por el impacto de la pandemia llevó a la Reserva Federal a inyectar liquidez en el sistema financiero para impedir una súbita crisis de deuda. Como consecuencia de ello, hacia fines del mes de octubre se han emitido en los Estados Unidos unos 3.3 billones (trillions) de dólares, cifra que equivale a tres veces el déficit presupuestado para este año y a un 22% del total de los dólares existentes hacia fines del 2019 (federalreserve.gov). A pesar de ello, cerca del 20% de las corporaciones norteamericanas son hoy incapaces de generar ingresos suficientes para enfrentar sus servicios de deuda y la economía real continua estancada (foreignpolicy.com election 2020).

Así, más allá del resultado electoral el país se encamina hacia una crisis del endeudamiento. Con tasas de interés cercanas a cero, la Reserva Federal ha perdido el manejo de la política monetaria y no puede reactivar a la economía. De ahí su interés por explorar una alternativa nueva: la digitalización del dólar y de todas las transacciones financieras. Esto le permitiría un mayor control sobre los distintos sectores de la economía y sobre el sistema financiero internacional y las transacciones, sean locales o internacionales.

La Reserva es expresión de un puñado de mega bancos, fondos de inversión y enormes monopolios entre los que se destacan las corporaciones tecnológicas. La digitalización del dólar implicaría un mayor control sobre la economía y las finanzas globales por parte de un puñado de enormes monopolios. Estos operan en un contexto político dominado por una radicalización del enfrentamiento entre los partidos Demócrata y Republicano por controlar las políticas públicas. Esta pugna viene de lejos, pero se ha radicalizado gracias al protagonismo creciente de una protesta social que ha crecido dentro de los dos partidos al ritmo de la crisis de representatividad de las instituciones y del estancamiento y deterioro del nivel de vida de los sectores populares.

En 2016 Trump, un outsider al mundo de la política, logró capturar la estructura del partido Republicano y ganar las elecciones liderando a los “deplorables” de las zonas rurales y del herrumbrado cinturón industrial. Con promesas de devolver la grandeza a la economía norteamericana y diatribas mechadas de racismo, se enfrentó al “pantano” del establishment político constituido, según él, por la dirigencia tradicional de los partidos políticos, los organismos de inteligencia y los medios de comunicación liberales. En paralelo, la dirigencia del partido Demócrata fue cuestionada por un movimiento liderado por el senador Bernie Sanders quien, denunciando la falta de representatividad de los dirigentes y el dominio de la política por parte de una oligarquía económica, detonó un movimiento de protesta de las bases del partido demócrata contra su dirección. Sin embargo, su candidatura fue bloqueada en las primarias por las maniobras dudosas de la máxima dirigencia del partido dispuesta a imponer a Hillary Clinton como candidata del partido.

Durante su gobierno Trump enfrentó varios intentos de juicio político para destituirlo. Estos “golpes blandos” fueron liderados por los organismos de inteligencia, la dirigencia demócrata y la mayoría de los medios de comunicación considerados liberales. Si bien no lograron el objetivo buscado gracias al control republicano del Senado, el uso y abuso de las fake news para abonar la tesis de la connivencia de Trump con Rusia han contribuido a erosionar la libertad de expresión y a atizar un creciente macartismo anti ruso. Por otra parte, estos intentos de destitución han logrado popularizar a Trump frente a sus votantes, a pesar de que la mayoría de sus promesas electorales fueron sustituidas por componendas con Wall Street, los militares y las grandes corporaciones. Los “deplorables” no mejoraron sustancialmente ni sus salarios ni su nivel de vida, pero obtuvieron identidad política y participaron vicariamente de un circo en el que su héroe resistía sin cesar los embates del “pantano” y del “estado profundo” (Deep state, es decir, los organismos de inteligencia). Las diatribas de Trump contra China, condimentadas por comentarios racistas y falsedades de toda índole, contribuyeron a fomentar un nacionalismo populista de derecha. Esto, conjuntamente con su desprecio por el cambio climático y los acuerdos nucleares y su militarización de la política económica, han contribuido a la peligrosidad de la coyuntura actual. En los últimos tiempos, las corporaciones que controlan las redes sociales e Internet pasaron a enfrentar a Trump censurando abiertamente sus opiniones y las de sus seguidores. Paradójicamente, esto ha contribuido a visibilizar su rol en la manipulación de la opinión publica y la eliminación del disenso.

La conjunción de todos estos fenómenos erosionó la libertad de expresión, contribuyendo a sustituir la reflexión por la intolerancia y el fanatismo entre los seguidores de los dos partidos políticos. El resultado electoral ha desafiado una vez más la predicciones de las encuestas y analistas políticos. Al momento actual una avalancha de votos le permite a Trump mantener el control del Senado, ampliar el numero de diputados en el Congreso y mantener el apoyo activo de la mitad del electorado. Si finalmente Biden gana las elecciones, tendrá que gobernar en condiciones sumamente desventajosas. Mas allá del éxito que Trump pueda obtener en la judicialización del escrutinio, las idas y vueltas en la información por las distintas fuentes periodísticas contribuyen a manchar los resultados de estas elecciones. No hay nada que pueda justificar esta aberración logística en la primera potencia del mundo. Algo que por lo demás, no es nuevo. (Glenn Greenwald, zerohedge.com 5 11 2020.)

En los últimos años el establishment del partido Demócrata, con Biden a la cabeza, ha concretado una alianza estratégica con numerosos dirigentes republicanos de derecha, y ex funcionarios de los gobiernos de los Bush con activa participación en las guerras del periodo. Este sector ha sido uno de los principales contribuyentes a la campaña de Biden. El socialismo democrático de Bernie Sanders y los sectores progresistas aceptaron la designación de Biden a pesar de que las políticas que anunció incluyen muy poco de la agenda progresista. Esta, sin embargo, no ha desaparecido y ha obtenido algunos triunfos electorales tanto a nivel nacional como estatal.

 

 

FMI, déficit fiscal y corrida cambiaria

En declaraciones recientes el FMI ha ponderado los estímulos económicos y fiscales, y por lo tanto la emisión monetaria incurrida tanto por los gobiernos de los países centrales como los de la región para capear los estragos causados por la pandemia, “hasta que la actividad económica sea reencauzada” (ámbito.com 26.10 2020. imf.org 15 10 2020).

La sustitución de emisión monetaria por financiación de deuda pública en el mercado interno, más el aumento de las tasas de interés y las restricciones al gasto público en el presupuesto 2021 han permitido esta semana parar la corrida sobre los tipos de cambio paralelos y sobre el blue, y construir lo que el Ministro Guzmán espera sea “un puente de estabilidad de alrededor de 60 a 90 días” (ámbito.com 6 11 2020). Sin embargo, la situación parece ser precaria. Por un lado, en la última licitación de letras el gobierno desistió de tomar todo el dinero que le ofrecían porque la tasa era demasiado elevada.(lpo.com 3 11 2020) Así, hecha la ley, hecha la trampa: teniendo al gobierno obligado a financiarse con deuda interna, el “mercado” aprovecha para subirle las tasas de interés todo lo que las urgencias del momento permitan. Por otra parte, el gobierno espera que el “puente” de 60 a 90 días le permita llegar al momento de la liquidación de la nueva cosecha. Sin embargo, si no toma medidas drásticas respecto al control del volumen y precio de las exportaciones y de los “tiempos” en que se liquidan las divisas, nada impide que llegado el momento nuevamente se encuentre a merced de los desconocidos de siempre.

La “paz cambiaria” ocurre al mismo tiempo que continua la sangría de reservas y de depósitos en dólares, lo cual erosiona todavía más la capacidad de negociación que el gobierno pueda tener tanto ante la misión del FMI que llegará próximamente, como ante los desconocidos de siempre que constantemente le muerden los talones. Sería pues importante que el gobierno aplique a los que lo acosan, el principio de “dividir para reinar” y que, al mismo tiempo, convoque a los representantes de los muchos que nada tienen para que entre todos articulen un plan económico y social que los defina como sujetos colectivos y les permita así enfrentar al poder monopólico local.

 

 

 

 

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