DOBLE DE CUERPO

Por qué la política externa argentina no brega por otro orden monetario mundial

 

El jueves 16 de febrero, en vísperas de que se cumpliera un año del inicio del conflicto ruso-ucraniano, el diario londinense Financial Times publicó una carta con espíritu de solicitada con más de una docena de firmas de prestigiosos académicos de países desarrollados, dedicados a la enseñanza de la economía. Allí abogan para que cesen “las condiciones económicas que hacen que sean más probables las guerras”. Como esas condiciones —y la superación que proponen— comprenden a todo el orbe, para un país como la Argentina, aterido por el peso muerto de su deuda externa, no es indiferente lo que se cifra en la carta profesoral.

Tras el año transcurrido desde que se inició el conflicto ruso-ucraniano, “nada parece indicar que las llamas de la guerra se estén apagando. ¿Por qué la guerra aún continúa? ¿Por qué aumentan las tensiones militares en el mundo?”, se preguntan los profesores. Rechazan el choque de civilizaciones como causa del conflicto y su tan lúgubre perspectiva, y en su lugar reconocen que "las contradicciones en el sistema económico global desregulado han agudizado las tensiones geopolíticas”. Entienden los académicos que la contradicción principal estriba en el gran endeudamiento externo de los Estados Unidos, los ingleses y varios otros países occidentales que tiene como acreedores a chinos y rusos. Las consecuencias beligerantes de tal contradicción se originaron cuando el “entusiasmo por el globalismo desregulado”, que abonó hasta hace un tiempo ese conjunto de países deudores (los más poderosos del planeta) fue abandonado a manos de “una política de ‘respaldar al amigo’ (friend shoring): un cierre proteccionista cada vez más pronunciado contra los bienes y el capital de China, Rusia y gran parte de los no alineados de Oriente”.

Para contrarrestar esta tendencia deudora-acreedora, este giro proteccionista descoordinado —liderado por los Estados Unidos al comando del pelotón conformado por sus principales aliados—, “exacerba las tensiones internacionales y crea condiciones favorables para nuevos enfrentamientos militares. El conflicto en Ucrania y las crecientes tensiones en el Lejano y Medio Oriente pueden entenderse completamente solo a la luz de estas importantes contradicciones económicas”.

Si la historia sirve de guía y ante tal curso de los acontecimientos, los profesores manifiestan que “la tarea de nuestro tiempo es urgente: necesitamos evaluar si es posible crear las condiciones económicas para la pacificación mundial antes de que las tensiones militares lleguen a un punto sin retorno”. Al respecto dicen que “se necesita un plan para regular los desequilibrios de la cuenta corriente, que se basa en el proyecto de John Maynard Keynes para una unión de compensación internacional (…) Un desarrollo de este mecanismo hoy debería comenzar con una doble renuncia: los Estados Unidos y sus aliados deberían abandonar el proteccionismo unilateral de 'respaldar a los amigos', mientras que China y otros acreedores deberían abandonar su adhesión al libre comercio sin restricciones”. Huelga tener presente que la cualidad de déficit o superávit del volumen de la cuenta corriente de la balanza de pagos surge de sumar al saldo comercial de las exportaciones e importaciones de un país, el saldo de los flujos financieros de lo que se paga y se cobra por intereses y dividendos en ese mismo territorio. Si es negativo: déficit.

 

 

 

La cuenta y el cuento corriente

Los alcances de la “doble renuncia” —e intuiciones sobre su factibilidad— se palpan al hurgar en sus detalles gruesos. La historia de volver a la nunca puesta en vigencia unión compensadora de Keynes, comienza poco después del domingo 7 de diciembre de 1941, cuando los japoneses atacaron la flota estadounidense en Pearl Harbor, lo que decidió a los norteamericanos a entrar a combatir en la Segunda Guerra Mundial. Para evitar que en el futuro el predomino en el mercado mundial se definiera a los tiros y bombazos, el gobierno norteamericano le dio instrucciones al entonces subsecretario del Tesoro, Harry Dexter White, para que negociara con los ingleses el diseño de un orden monetario y financiero mundial, a poner en vigencia a partir de la posguerra, que obligara a resolver de manera pacífica las eventuales disputas. Del lado inglés la voz cantante era Lord John Maynard Keynes, quien ya era fuente de inspiración del Presidente Franklin D. Roosevelt. Al fin y al cabo, el primer borrador del plan de Lord Keynes para la Clearing Union se distribuyó en el Tesoro británico el 8 de septiembre de 1941.

Esas negociaciones culminaron con la convocatoria a la Conferencia Monetaria y Financiera de las Naciones Unidas y Asociadas, que se llevó a cabo en el Mount Washington Hotel, Bretton Woods, New Hampshire, entre el 1° y el 22 de julio de 1944. Se eligió un lugar medio escondido, a pocos kilómetros de la capital norteamericana, para que los aislacionistas norteamericanos no impugnaran y arruinaran las negociaciones. Se reunieron 44 países (algunos de los cuales estaban ocupados por los alemanes, y fueron representados informalmente) para convalidar lo acordado entre ingleses y norteamericanos. La Argentina decidió no participar. Al igual que la neutralidad, tal comportamiento renuente respondía al interés del Foreign Office.

En la conferencia se firmaron los acuerdos por los que se crearon el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM), instituciones basales de lo que dio en llamarse el orden de Bretton Woods. El FMI para arreglar los desajustes de la balanza de pagos y el BM para financiar las inversiones en infraestructura. Justamente ahí estaban las muy profundas disidencias entre White y Keynes. El poder norteamericano se hizo sentir y el orden monetario que se impuso fue el diseñado por White. Todas las monedas podían cambiarse por dólares a una paridad fija (pero que se podía ajustar negociando con el FMI) pero el dólar era la única que se podía cambiar por oro, con una paridad que duró como tres décadas en el valor fijado al finalizar la Segunda Guerra. De esta manera los norteamericanos le aseguraban al mundo que no se iban a financiar emitiendo dólares colocados en terceros países.

El orden de Bretton Woods se terminó definitivamente en 1973, cuando Estados Unidos le hizo pagar al mundo la guerra en Vietnam . Desde entonces el dólar dejó de ser convertible en oro, pero el status del dólar norteamericano como moneda mundial se profundizó. Eso no quita que con cierta regularidad aparezcan hipótesis que ponen en duda la continuidad del privilegio de ser el único país que paga sus importaciones con su propia moneda. Por cierto, mientras rigió el orden de Bretton Woods estaba inhibida la financiación privada de los déficits de cuenta corriente, algo que se olvida de señalar cuando se habla de los 30 gloriosos años de crecimiento de la posguerra. Los despelotes con las deudas externas aparecieron cuando cesó esa inhibición en infeliz conjunción con el reciclado de los petrodólares.

 

 

 

Keynes, el compensador

Keynes, en cambio y al contrario, quería una verdadera moneda mundial; una que evitara las contradicciones en que cae la moneda de un país al convertirse en moneda mundial, al no tener la menor consideración de las consecuencias sobre su circulación global a la hora de fijar su política monetaria interna. Por caso, si el aumento de la tasa de interés de la Reserva Federal frena el crecimiento mundial y alienta el propio, el resto deba ser paciente y adaptarse.

Keynes llamó a su criatura monetaria Bancor y se emitiría a partir del superávit comercial de los países que los tienen, para ser gastadas por los países con déficits comerciales bajo determinadas reglas que evitaban los abusos. De ahí el nombre de unión compensadora. Compensaba los saldos del comercio exterior de los países. Con este mecanismo el mundo se convertía en una imparable máquina de gastar y entonces de crecer. Keynes estableció que el “objetivo de sustituir por el expansionismo la presión contractiva sobre el comercio mundial [en tanto se opera para] desalentar a los países acreedores de dejar sin utilizar grandes saldos líquidos que deben ser dedicados a algún propósito positivo [porque de otra manera] las balanzas con créditos excesivos necesariamente crean balanzas con débitos excesivos en alguna otra parte [y por lo tanto ], al reconocer que tanto el acreedor como el deudor pueden ser responsables de una falta de equilibrio, la institución propuesta estaría abriendo nuevos caminos”.

Desde el orden de Bretton Woods hasta la actualidad, en contraste agudo, se penaliza a los deficitarios y se premia a los Harpagones que gastan menos en función de conseguir superávits comerciales para acumular reservas que por la inconvertibilidad del dólar son papeles que juntan humedad. Las deudas externas de la periferia resultan impagables porque a largo plazo las exportaciones e importaciones tanto de los países desarrollados como subdesarrollados se equilibran y entonces lo que se conoce como el “problema de la transferencia” (el pago de los préstamos externos desde las impagables reparaciones alemanas de Versalles) tienen un solo destino frente a la tragedia del interés compuesto: el default. Las ficciones y reproches se imponen como comportamiento alienado el que es vendido como lo más granado en racionalidad.

Como los norteamericanos a partir de mediados de los ’80 del siglo pasado se convirtieron en deudores netos del mundo, la martingala de darle al mundo papeles verdes a cambio de bienes reales tiene el límite de los intereses que se pagan por esa deuda externa, cuando avistan la perspectiva de sobrepasar los dólares con que mediante el déficit comercial norteamericano se alimenta la liquidez mundial. En ese momento, lo que ahora les demanda la nada del costo de imprimir billetes, les demandaría bienes reales. Aunque sea una amenaza de mediano plazo, no quita tanto que la muchachada se ponga nerviosa y actúe en consecuencia como que los doctores que enseñan economía pretendan con buen tino la cura en salud para que esa propensión de la sangre a llegar al río no se sustancie. La contrapartida lógica es el acuerdo voluntario de restricción de exportaciones para los acreedores, para que racionalmente a todos les cueste menos equilibrar los desbalances actuales.

 

 

Doble renuncia e inversión

La factibilidad de la doble renuncia que propugnan los profesores de economía es tan interesante como abierta a debate. Eso no quita que llamen la atención las razones por las que desde siempre la Argentina no abrazó como eje indelegable de su política externa un nuevo orden de Bretton Woods sobre la base de la propuesta de Keynes. Este orden monetario mundial la perjudica seriamente, como al resto de la periferia. Posiblemente la explicación de semejante inconsecuencia haya que buscarla en la vigencia explícita o implícita de la doctrina del realismo periférico como articuladora de las decisiones de política externa. Según define Carlos Escudé su creador: “El realismo periférico (RP) (…) sostiene que el sistema interestatal tiene una estructura jerárquica con una diferenciación funcional entre los Estados: formadores de reglas, tomadores de reglas y Estados rebeldes. Enfatiza los costes, para los ciudadanos de Estados sin poder para forjar reglas, de desafiar el orden establecido por los fuertes. Porque las maniobras frente a otros Estados son costosas, hasta los más fuertes enfrentan límites a su 'libertad' en el exterior (…) En este país se instrumentó una política exterior de realismo periférico, conducente a una mayor cooperación con las grandes potencias de Occidente, pero esta política exterior sirvió para lubricar una política económica de extranjerización, que privatizó muchas empresas públicas a precio subsidiado, poniéndolas bajo control foráneo (…) Es precisamente lo opuesto de lo que hizo el realismo periférico exitoso de Deng Xiaoping”.

El tono crítico de Escudé, al que el coronavirus se llevó en 2021 a los 72 años, haciendo hincapié en la extranjerización, suena tan infundado como la fe inquebrantable, tan sentido común en la Argentina, de que el crecimiento es por el lado de la oferta. Así como son las perspectivas de ganancias y no el gentilicio las que determinan el comportamiento inversor, así es como la demanda –y no la oferta- la que explica el crecimiento. Si no hay perspectivas de vender no hay perspectivas de invertir. Al respecto el economista italiano Sergio Cesaratto cita al jefe del departamento de moneda y economía del BIS, Claudio Borio, advirtiendo que en un nivel más profundo, todo esto refleja el fracaso para hacer una distinción suficientemente clara entre ahorro y financiación. Como cuestión de identidades, el ahorro, un concepto de cuentas nacionales, es simplemente ingreso (producto) no consumido; la financiación, un concepto de flujo de efectivo; es el acceso a poder de compra en forma de un medio de compensación aceptado (dinero), incluso a través de endeudamiento.

El gasto de todo tipo, bien sea en activos reales preexistentes o financieros, o en bienes y servicios para fines de inversión o consumo, requiere financiación, no ahorro. Y dice Borio que “en una economía abierta, por construcción, un déficit en cuenta corriente en alguna parte debe ser compensado por un excedente en alguna otra parte. Pero los países con superávits en cuenta corriente no financian a los que tienen déficits en cuenta corriente. Los gastos de consumo y de inversión subyacentes que generan esas posiciones pueden ser financiados de numerosas maneras, doméstica y externamente”. En otras palabras, el ahorro no es un prerrequisito para la inversión, pero solo se materializa una vez que la inversión tiene lugar si se dispone de la financiación necesaria. Para la salud democrática la inversión que cuenta es la que proviene de la ampliación del mercado interno de la mano de la mejora de la distribución del ingreso. La reacción está en otra. Centra todo su discurso en la financiación global mientras estropea la inversión y todo termina en una deuda externa impagable, que facilita los dólares para salir. El drama del movimiento nacional es que continúa demasiado preso de los mitos del crecimiento por el lado de la oferta y la política exterior que expresa sus afanes deja a un costado un tema tan importante como la unión compensadora que imaginó Keynes.

 

 

 

--------------------------------

Para suscribirte con $ 1000/mes al Cohete hace click aquí

Para suscribirte con $ 2500/mes al Cohete hace click aquí

Para suscribirte con $ 5000/mes al Cohete hace click aquí