¿DÓNDE ESTÁ ARSHAK KARHANYAN?

Un rastrillaje con 20 meses de demora por la desaparición del Policía de la Ciudad

 

“Venimos a buscar una mochila, una nueve milímetros, una pala con mango de madera, restos humanos, una credencial policial o cualquier cosa que pueda servir a la investigación”, instruye en voz alta el comandante principal de Gendarmería Gabriel Rivero a sus subordinados y subordinadas. “Se trata de un oficial de la Policía de la Ciudad: Arshak Karhanyan. Se lo vio por última vez el 24 de febrero de 2019 en horas del mediodía a pocas cuadras de aquí. Vamos a dividir el perímetro en cinco zonas”. Rivero señala en un croquis los sectores en los que se divide el terreno a rastrillar. Mientras expone, uno de los operadores del Sistema Federal de Búsqueda de Personas (Sifebu) comenta en voz baja: “Este lugar es gigante. No creo que terminemos hoy”.

El comandante finaliza su exposición ante los cincuenta gendarmes que están allí junto a miembros de la Policía Federal-División Perros, integrantes del Sifebu, la querella, un amigo de Arshak, asesores de la diputada Victoria Montenegro y Vardush Datyvian, la madre que todos los días espera. Más tarde el fiscal Santiago Vismara junto a la secretaria que lleva el pulso de la causa en la Fiscalía Criminal y Correccional 2 se sumarán al procedimiento durante algunas horas.

Una señora regresa de comprar pan y saluda a los gendarmes recién desembarcados. Son las 8.30 del sábado 10 de octubre y están convocados para cumplir con una orden judicial que llegó un año y medio después de la desaparición. En realidad se trata del segundo rastrillaje en la zona. “El primero fue una verdadera vergüenza”, definen desde la querella. “Contó con sólo seis policías y dos perros”, agrega Juan Kassargian, abogado de la familia. Ese rastrillaje fue una de las primeras y múltiples irregularidades cometidas por el tándem judicial-policial. El juez que interviene en la causa es el doctor Alberto Baños. Más de un periodista especializado en policiales señala que tiene históricos vínculos detrás de bambalinas con la fuerza de seguridad porteña. Desde el primer minuto ese tándem judicial-policial ha hecho todo perfectamente mal y la responsabilidad política de los conductores de la fuerza es evidente.

 

El rastrillaje del sábado 10 de octubre.

 

 

 

Instrucción a oscuras

Tres días después de la desaparición, las páginas web de Clarín y La Nación publicaron la noticia. Tigran, el hermano de Arshak, realizó un par de entrevistas radiales contando el caso. Cuando el tema salió de la agenda mediática, el equipo de la legisladora Victoria Montenegro se acercó a la familia y a compañeros de Arshak del Liceo. Las semanas pasaban pero seguía sin aparecer. Los allegados al policía prefirieron entonces mantener cautela respecto a visibilizar el caso. Cuando el abogado especialista en derechos humanos Juan Kassargian tomó la representación legal, lo primero que hizo fue presentar un recurso de reconsideración para que la familia se pueda constituir como querellante. Aunque cueste creerlo, el magistrado rechazó durante ocho meses la posibilidad de que la madre y el hermano de Arshak accedan a la causa.

Mientras tanto, la legisladora Montenegro presentó un habeas corpus en la Justicia y varios pedidos de informes dirigidos a las autoridades de la Ciudad. Mantuvo reuniones con referentes de la comunidad armenia, con el vicejefe Diego Santilli y el secretario de Seguridad, Marcelo D'Alessandro, impulsó conferencias de prensa con los entonces diputados Leopoldo Moreau, Agustín Rossi y Horacio Pietragalla junto a los familiares e interpeló en más de una ocasión en la Legislatura al jefe de gabinete Felipe Miguel. “No sabemos nada”, “es materia de investigación judicial, no podemos opinar”, fueron los reiterados lugares comunes que ofrecieron los funcionarios como respuestas. Sin embargo el 2 de octubre el gobierno porteño presentó un escrito solicitando ser querellante en la causa. Lo fundamentó aludiendo que se trataba de un caso de “seguridad pública”. El juez rechazó el pedido. ¿A qué se debe el giro copernicano del gobierno de la Ciudad, que repentinamente consideró el caso desde esa perspectiva? Es una incógnita.

 

 

El silencio (no) es salud

El perímetro a rastrillar era un rectángulo comprendido entre la avenida Avellaneda, la calle Yerbal, el puente que une a ambas y la avenida Donato Álvarez.  Son terrenos de jurisdicción nacional pero la seguridad corresponde a la Policía de la Ciudad. Por ello siempre hay un oficial de esa fuerza custodiando las instalaciones absolutamente derruidas.

—Venimos por el oficial de la ciudad desaparecido— le cuenta en voz alta y a dos metros de distancia uno de los operadores de Sifebu al policía porteño.

—¡Ah! No, no sé quién es. Yo hace tres años que estoy nomás— responde el policía porteño.

—Ok. Pero esto fue el año pasado.

El funcionario del Sifebu cae en la cuenta de que la mayoría de los policías no tienen idea de quién es Arshak Karhanyan. Hasta ahora ha sido nulo el esfuerzo hecho por la institución para comunicar la desaparición de su agente y el silencio es total. No hay un sólo cartel en los patrulleros, ni en las comisarías referido al caso. Esta es uno de las incógnitas más notorias del accionar de la institución y que se suma a una larga lista de irregularidades e ilegalidades penales. Algunos ejemplos:

1) El equipo pericial de Cibercrimen —donde Arshak trabajó apenas ingresado a la Fuerza— borró todos los contenidos que había en los celulares y computadoras de él y de las últimas personas que lo vieron. Por ello se constituyó una junta pericial ajena a la Policía de la Ciudad para analizar lo actuado por los peritos de la fuerza porteña. El dictamen final fue contundente: “Fueron desactivados mientras estaban siendo peritados y no se respetaron las buenas prácticas de informática forense. Esta operación se llevó a cabo sin siquiera detallar en el informe técnico los datos correspondientes al dispositivo de destino, en donde se pretendía restablecer las copias de seguridad”.

La junta estuvo integrada por la Policía Federal, Gendarmería, Prefectura y la DATIP (Dirección General de Investigaciones y Apoyo Tecnológico a la Investigación Penal).

2) Respecto a las cámaras en la vía pública, las imágenes fueron editadas —cortadas intencionalmente— por la Policía de la Ciudad de tal manera que se entregaron registros de los días previos y posteriores a la fecha que solicitó la querella. Y las que corresponden a ese día se perdieron, como si se hubieran evaporado. Es difícil agregar algo más contundente que eso.

También se pueden sumar los groseros “pescados podridos” que la Policía de la Ciudad intentó plantar en la investigación tales como: “Arshak estaba en algo raro vinculado a la adulteración de chalecos antibalas”; “lo vieron en Brasil piloteando un avión”; “podría estar en Venezuela como agente del servicio secreto de Nicolás Maduro”. Aunque cueste creerlo, estas hipótesis están incorporadas en una causa penal que ya suma 27 cuerpos.

 

 

Incómodo en la fuerza

Comenzó su carrera policial en la oficina de Cibercrimen de la Policía de la Ciudad en 2016, una dependencia a la que se accede por alguna buena recomendación. Participó de las pericias vinculadas a la muerte del fiscal Alberto Nisman. Está inscripto en la UTN y al momento de su desaparición tenía 27 años y planeaba dejar la fuerza al obtener el título universitario. Luego de Cibercrimen fue reubicado en la División Exposiciones, encargada de hacer allanamientos y más devaluada dentro del mundo policial. Un mes antes de desaparecer descendió un nuevo escalón y recaló en la comisaría 7—B, en Valle y Puán, Caballito.

Arshak siempre contaba a sus amigos y familiares las tareas que le pedían. Todas evidenciaban que estaba sobrecalificado para ellas. Se sentía incómodo en la Policía de la Ciudad al momento de su desaparición. La familia relata que durante una cena dijo que iba a dejar la fuerza. Eso fue poco antes del 24 de febrero de 2019, cuando cerca de las 13 horas se acercó a su casa el oficial Leonel Herba, ex compañero en Exposiciones. Allí hablaron durante media hora. Las cámaras registran el momento en que Herba le hace escuchar un audio. Se despiden. Arshak entró a su casa, tomó el arma, la credencial policial, una mochila y salió hasta el cajero de Primera Junta, de donde extrajo 2.000 pesos. Inmediatamente se dirigió al Easy y compró una pala, todo registrado por la cámara del hipermercado. Dejó los celulares en su casa, la computadora y un par de cuadernos de estudio abiertos. La moto en la calle. Tenía pensado volver. ¿Dónde está Arshak?

 

 

El rastrillaje tardío

Cae la tarde y los gendarmes, la querella, el amigo de Arshak, la mamá y la diputada Montenegro siguen recorriendo la zona. Todos rastrillan. Horas antes pasaron por allí y permanecieron un rato funcionarias del Ministerio de Seguridad de la Nación y del Sifebu.

El operativo termina. El resultado final es el hallazgo de un celular policial y un borceguí. Queda la sensación de que el rastrillaje fue impecable técnicamente. Sin embargo, por las características del terreno —escarpado y con profundos desniveles— y por haber sido realizado casi veinte meses después de la desaparición, es posible que algo de Arshak pueda estar allí. Rastrillar al máximo ese lugar podría llevar quince días.

La cantidad de irregularidades policiales es abrumadora y exceden a las aquí mencionadas. Todas conducen ineludiblemente a ver el caso como una desaparición forzada de personas, ya que la fuerza ha obrado intencionalmente para entorpecer la investigación. Esto agravado por la inacción del Gobierno porteño como partícipe  de un pacto de impunidad para que no se sepa la verdad.

El comandante Rivero reúne a sus hombres y tras agradecer la disponibilidad y actitud de sus gendarmes da protocolarmente por finalizado el operativo. Fueron a buscar una pala, una nueve milímetros, una mochila, un objeto de Arshak, una mala noticia. No se encontró. El caso sigue abierto.

 

 

 

 

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