Indignidad extrema
La relación de la administración Milei con los Estados Unidos supera todos los grados conocidos de subordinación voluntaria. Así, la experiencia local se separa de otros gobiernos internacionales de derecha con los cuales se la suele comparar, ya que, si bien comparten rasgos políticamente autoritarios e ideológicamente retrógrados, no ponen a su propio país en el último puesto de su escala de prioridades.
Muchos síntomas acumulados en las últimas semanas hablan de un estado de sumisión inédito de las dirigencias de nuestro país con relación a los Estados Unidos.
No se trata de un fenómeno nuevo en la historia nacional. Al contrario, expresa un largo proceso de deterioro, que incluye desde viejas características de la mentalidad satelital de nuestras clases dirigentes, el impacto de varios derrumbes históricos económicos y derrotas militares, hasta cambios sociológicos y culturales, que terminaron derivando en la llegada a la presidencia de alguien que asume en forma extrema la subordinación y la entrega del país.
Pero esto no es un fenómeno meramente ideológico, aunque en Milei este componente está exacerbado, sino que es el desemboque natural luego de dos años de políticas públicas liberal-libertarias calamitosas que llevaron a la actual gestión a una encerrona financiera y cambiaria.
Este gobierno viene librando un largo combate contra sus propias inconsistencias macroeconómicas, emparchándolas con piruetas audaces (blanqueos, apoyos del FMI, subsidios a cerealeras). Estas piruetas han sido recibidas y convalidadas con benevolencia por los actores económicos principales, embelesados con la orientación mileísta hacia la promoción sin límites de los intereses privados concentrados.
Pero las inconsistencias existen y persisten, más allá de la buena onda de los dueños del país.
A fines del año pasado, Milei fantaseó con ser la reencarnación de Cavallo llevando la inflación a niveles mensuales inferiores al 1% y con arrasar en las próximas elecciones. Para eso profundizó su apuesta al retraso cambiario, anunciando un ritmo devaluatorio de sólo el 1% mensual. Esa apuesta voluntarista, sin fundamentos en la realidad, creó este escenario de gran demanda de dólares —por las más diversas razones— y de extrema carencia de divisas por parte de las autoridades monetarias. A pesar de las múltiples y dañinas intervenciones oficiales en la economía, hoy la inflación supera el 2% mensual y está en claro ascenso.
El peligro de derrumbe prematuro del esquema cambiario-inflacionario llevó a Milei a extremar sus contactos y gestiones con la administración Trump, campeona del imperialismo explícito, que vio en esta situación límite de su vasallo sentado en el Ejecutivo de la Argentina una nueva oportunidad para avanzar en cuestiones estratégicas que forman hace rato parte de su agenda “hemisférica”.
No se han revelado, hasta ahora, el conjunto de acuerdos alcanzados entre el puñado de funcionarios de Milei y el poderoso Estado norteamericano. Entendemos que esto no se explicita por razones preelectorales: podrían afectar más a la desgastada performance libertaria.
El secretario del Tesoro de los Estados Unidos, Scott Bessent, está vendiendo desde hace diez días dólares en el mercado de cambios argentino para “tranquilizar” la suba del dólar. Los estadounidenses suelen tener una alta imagen de sí mismos, más aún si se reflejan en los embobados ojos de peleles tercermundistas. Pensaron que con el mero anuncio del Tesoro de “hacer todo lo necesario” para apoyar a la Argentina era suficiente para calmar el apetito local por los verdes billetes.
Pero la creciente convicción en el sector privado de que una devaluación pos electoral es indefectible lleva a todos los actores a hacer una cuenta muy sencilla: ¿cuál es la tasa de ganancia que promete un activo que hoy vale 100 y dentro de dos semanas valdrá 130? ¡Es del 30% quincenal! No hay activo en el planeta Tierra hoy que ofrezca una rentabilidad tan alta. Frente a este frío y desalmado cálculo, la Reserva Federal, en representación del imperio más poderoso del planeta, no puede hacer milagros.
El día viernes, las tasas de interés, el valor de los bonos y la cotización de los diversos dólares reflejaron un muy denso clima en la plaza local.
La Argentina hace grande a los Estados Unidos
Hace apenas unos días, el periodista Mariano Martín realizó un reportaje al Presidente de la Cámara de la Industria Aceitera de la República Argentina y del Centro Exportador de Cereales, Gustavo Idígoras. Consultado acerca de las presiones norteamericanas sobre el gobierno argentino, Idígoras señaló textualmente: “Somos competidores. Desde que está la administración Trump, el Sudeste Asiático, que es un gran mercado para la Argentina —como en el caso de Vietnam, Indonesia, Malasia, donde vendemos maíz, trigo, harina, soja, aceite—, está bajo presión muy fuerte, porque Estados Unidos les dice que no le compren a la Argentina, que compren productos norteamericanos. La administración Trump es un dolor de cabeza en términos de acceso a los mercados”.
Estas declaraciones son muy valiosas, porque perforan el muro de la ideología neocolonial dominante en el mundo empresario argentino y ponen las cosas blanco sobre negro. Hay intereses enfrentados. Algunos de los rubros más tradicionales de las exportaciones argentinas también están siendo afectados por la competencia norteamericana.
Ya no hablamos del acero o el aluminio, productos industriales con fuertes trabas para ingresar al mercado estadounidense. La producción agropecuaria argentina ni sueña con acceder a los Estados Unidos, pero la novedad que cuenta Idígoras es que los intentan desalojar de otros mercados a los que los exportadores argentinos han logrado acceder. También aquí se expresa la diferencia entre burguesías desarrolladas y burguesías fallidas: las primeras entienden que su poder en el mundo se apalanca con el poder que tenga su propio Estado, en términos militares, diplomáticos, comerciales y hasta culturales. Las burguesías fallidas o colonizadas, como la nuestra, no sólo no advierten el carácter estratégico de contar con un Estado nacional sólido, sino que colaboran activamente con los lúmpenes que intentan destruirlo desde adentro.
En esta misma semana, en el marco del plenario de las comisiones de Minería y Ciencia y Tecnología, presenciamos otra muestra de la perversa relación que tiene nuestro país con los Estados Unidos. El senador José Mayans impulsó una reunión de esas comisiones parlamentarias con el objetivo de iniciar un proceso legislativo para proteger a la empresa estatal Nucleoeléctrica Argentina S.A. de su insólita privatización a manos de la actual gestión. No sólo los miembros de La Libertad Avanza no se hicieron presentes, sino que senadores que pertenecen a distritos alineados con el espacio político Provincias Unidas también se ausentaron, impidiendo el avance de esta iniciativa que pretende proteger un gran logro argentino de su remate en función de intereses estadounidenses.
Tampoco se pudo lograr en la Cámara de Diputados aprobar la modificación del régimen legal que rige los decretos de necesidad y urgencia, para frenar la arbitrariedad de Milei en el ejercicio de sus funciones. Sospechosamente se introdujo una modificación que hizo que la norma fuera reenviada a la Cámara de Senadores, con lo cual se evitó de hecho establecer un importante freno a las políticas antinacionales del Ejecutivo.
Como ya se ha informado en El Cohete, el enviado especial de la Casa Blanca, Barry Bennet, asumió tareas de coordinación entre el gobierno y todo el resto de sectores políticos pro norteamericanos, para consolidar la gobernabilidad de Milei luego de las elecciones.
La intervención de la administración Trump es directa sobre el sistema político argentino, sin ningún disimulo con relación a cuáles son los intereses que promueven. A su vez, el espectro político argentino responde mansamente a esta intromisión, a pesar de que muchos sectores productivos y sociales locales serán perjudicados por la primacía de las demandas del norte, convalidadas por el sistema político “argentino”.
El caso testigo de la Empresa Nucleoeléctrica puede considerarse un caso testigo para observar hasta dónde es cierto que la oposición que le aprobó todo a Milei en el primer año se separó de él en este segundo año. Provincias Argentinas se parece a una suerte de bloque muleto, que también responde a la Embajada norteamericana, pero eludiendo atacar ciertos puntos sensibles para la sociedad argentina. Pero preserva del mileísmo la preferencia por los grandes grupos económicos y la inclinación a favorecer los intereses estadounidenses.
En las decisiones parlamentarias podrían rastrearse claves para entender a quién responden los gobernadores provinciales, a los que Lamelas piensa visitar con frecuencia, para “hacer converger” los intereses argentinos con los norteamericanos. ¿Responden a grupos empresarios provinciales? ¿Responden a la élite económica-comunicacional nacional? ¿Responden a la embajada norteamericana o a empresas transnacionales con intereses muy puntuales en los recursos naturales? En todo caso, todo esto dista mucho de parecerse a un sistema democrático, en un sentido sustancial.
La dependencia lleva a la desintegración
En el ámbito del pensamiento económico latinoamericano, la teoría de la dependencia tuvo una vida política efímera: desde mediados de los años ‘60 hasta mediados de los ‘70. Fue desterrada de la vida académica, y muchos de los autores involucrados en esta teoría debieron partir al exilio. En plena época de la Guerra Fría, estos pensadores latinoamericanos mostraron la vinculación entre el subdesarrollo de nuestra región y la relación de dependencia que a lo largo de siglos habíamos tenido con diferentes potencias centrales. El diagnóstico era claro: para desarrollarnos, había que cortar los vínculos de dependencia, que no sólo eran económicos, sino políticos, diplomáticos, culturales. Vale la pena recordarlo: esa teoría fue desterrada de nuestra región.
Luego conoceríamos, en los ‘80 y en los ‘90, la “súper-dependencia”, que ahora abarcaría la dependencia financiera (¡la deuda externa!), la institucional (compromisos con el FMI y otras instituciones que condicionaban nuestras políticas públicas). Más tarde se profundizó la dependencia tecnológica (por eso la desesperación mileísta por destruir nuestras capacidades de investigación y desarrollo y todos los logros que obtuvimos en décadas) y también la dependencia jurídica (con nuestros jueces y abogados siendo entrenados y cooptados para que defiendan intereses externos).
Más allá de cuántos de los postulados iniciales de la teoría de la dependencia son válidos en la actualidad, y qué planteos han quedado inválidos por el tiempo transcurrido, el fenómeno de la dependencia debería ser central para entender muchos procesos locales, y también nuestros vínculos con el mercado mundial.
Que aún sigamos amarrados por los “tratados bilaterales de inversión” hechos a medida de los países centrales, que sigamos estando en el CIADI —tribunal del Banco Mundial para resolución de controversias con empresas extranjeras en el que siempre perderemos—, que aceptemos la jurisdicción norteamericana para cualquier controversia con intereses extranjeros que operan en nuestro país, o que aprobemos el RIGI para que nada de nuestros recursos naturales pueda ser utilizado en nuestro propio beneficio, habla de un estado de postración nacional de la Argentina que no es nuevo.
La actual “ayuda” norteamericana para sostener el régimen de Milei respeta el patrón de toda la interacción de las economías periféricas con los países centrales.
No nos ayudan en lo que realmente podrían ayudarnos (combate a la evasión fiscal, al contrabando, a la fuga de capitales, a la elusión impositiva de las multinacionales y empresas locales en guaridas fiscales), pero nos “ayudan” para que nos despojemos de capacidades nacionales, de instrumentos regulatorios; nos ayudan a debilitar y/o destruir nuestro propio Estado, y por supuesto colaboran en todo lo que haga que estemos muchos más alienados sobre nuestra verdadera situación neocolonial.
Los acontecimientos de las últimas semanas, que marcan nuevos récords de una dependencia que no hace otra cosa que dañarnos y debilitarnos, contienen una advertencia muy importante.
Recibimos constantemente desde el sistema mundial demandas externas para aprovechar diversos recursos existentes en nuestro país, en beneficio de diversos actores e intereses internacionales (no sólo los norteamericanos: tenemos pendiente de aprobación un pésimo acuerdo con la Unión Europea, en un contexto mundial donde nadie regala nada). Esas demandas externas sobre nuestra economía y nuestro Estado nacional no tienen ningún grado de coordinación que les otorgue coherencia; sólo la imaginería liberal puede fantasear que se armonizarán solas en un esquema que beneficie a nuestra sociedad.
La realidad es que la Argentina será sometida a una centrifugadora de fuerzas externas e internas, a menos que sea capaz de construir un núcleo nacional sólido capaz de resistir, administrar y canalizar las presiones en función de un proyecto propio, para evitar la desintegración. Si nos desintegramos, el mundo no derramará una lágrima, y parece que unos cuantos actores locales tampoco.
¿Dónde están las expresiones contra la cesión de soberanía?
Olvidemos por un momento a la pobre gente que cree que realmente Estados Unidos nos está ayudando. Milei les vende que estamos recibiendo unos increíbles privilegios por parte de los norteamericanos porque ellos coinciden con nosotros en los ideales de libertad que encarnaría el Presidente. Opera, por supuesto, un fuerte milagrerismo del que todos debemos cuidarnos. Además, buena parte del aparato comunicacional dominante carece por completo de una mirada nacional sobre los problemas y es básicamente repetidora de ideas directamente enlatadas o procesadas a través de la mirada satelital de parte del alto empresariado local.
Olvidemos también a la segunda línea que apoya también el proyecto neocolonial, pero que es más sobria o astuta que Milei, y que se prepara para el relevo. No encontraremos en ellos atisbos de preocupación seria sobre lo que está pasando. Más bien se están preparando para votar “las reformas” que solicita el capital local y externo para incrementar sus negocios y debilitar más a los trabajadores. La mitología de estos sectores dice, desde 1976 hasta hoy, que una vez concretadas, la Argentina entrará en una etapa de progreso incontenible.
La pregunta que surge ante este escenario grotesco de sumisión voluntaria y descarado desembarco estadounidense de rapiña es qué está pasando con el resto del país, mucho menos contaminado y vendido que algunas de sus “dirigencias”.
Porque es tan contundente la degradación de la situación que para una persona informada no hace falta ninguna interpretación sesuda ni ningún curso de ciencia política: el grado de sometimiento está a la vista.
¿Tiene reservas nacionales el pueblo argentino? ¿Tiene autoestima, más allá de lo futbolístico? ¿O ya fue penetrado por el mantra histórico de la derecha argentina: “Este es un país de mierda”?
Es difícil terminar de entender la baja potencia de la voz nacional y popular en estos días, más allá de los claros mensajes escuchados el 17 de octubre. Está haciendo falta algo más generalizado, más masivo, más múltiple, en el cual variadas instituciones, diversos estamentos y sectores con protagonismo real en la sociedad se manifiesten y expidan claramente a favor de la soberanía nacional.
Hace mucho que el régimen neocolonial que nos gobierna debió haber sido repudiado por constituir una agresión a una parte sustancial del país. El adormecimiento colectivo, pero también la ausencia de la dimensión nacional en la mayoría de los discursos circulantes, tuvieron un papel en esta “incapacidad colectiva” para reconocer y rechazar este atropello al conjunto del país.
Ahora que emerge en su forma más estruendosa la intencionalidad colonial de todo este experimento, puede ser un buen punto de inflexión para el sentimiento y la comprensión colectiva.
Nuevos tiempos
Es previsible que luego de la elección venidera haya importantes novedades.
En principio, es probable que los resultados electorales no convaliden al régimen mileísta.
En la economía, veremos una modificación del régimen cambiario con impacto negativo adicional en el nivel de vida de la población. El Tesoro norteamericano no seguirá vendiendo indefinidamente dólares en la plaza local.
Por otra parte, por presión norteamericana, habrá un rediseño del gobierno, para hacerlo “más dialoguista” entre las distintas fracciones dominantes.
Además, conoceremos parte de los acuerdos —ilegales e ilegítimos— que está concertando este gobierno, sin autorización de la Nación, con el gobierno estadounidense.
Las crisis, por sí solas, no crean consciencia colectiva, ni generan una memoria inteligente que pueda traducirse en un aprendizaje. Las crisis solas, si no se hace algo productivo con ellas, sólo generan traumas cuya traducción política puede ser absolutamente cualquier cosa. De hecho, Milei es una consecuencia de demasiadas lecciones históricas desperdiciadas o pésimamente elaboradas.
Lo que seamos capaces de hacer ahora para que se comprenda lo que está pasando va a determinar la índole de la respuesta social que seamos capaces de dar más adelante, y por lo tanto incidirá en el rumbo futuro del país.
La pasividad del espacio popular será el mejor camino para que Provincias Unidas, o cualquier otro proxi compuesto por dirigencias vencidas, adaptadas al modelo neocolonial, se haga cargo de los destinos del país si se derrumba el mileísmo.
Sin embargo, la historia local —e internacional— no está escrita. Está llena de vueltas y de desenlaces inesperados. Es en esa indeterminación, actuando en esa indeterminación, donde un pueblo puede llegar a reencontrarse consigo mismo.
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