Dos modelos de país

Nunca la confrontación fue tan clara: la democracia está en peligro

 

“Le hiciste creer a un empleado medio que su sueldo medio servía

para comprar celulares, plasmas, autos, motos e irse al exterior.

Eso era una ilusión. Eso no era normal”.

(Javier González Fraga, La Nación, 27 de mayo de 2016)

 

 

Con la Resolución 125 decretada el 11 de marzo de 2008, a pocos meses de que Cristina Fernández asumiese su primer gobierno, se abrió una etapa que se extiende hasta nuestros días. Plenamente conscientes de que sus divisas se destinaban al desenvolvimiento de un gobierno para el cual sus posiciones no contaban en absoluto, el autodenominado “campo” marcó el límite que supuso la salida de la crisis orgánica de diciembre de 2001. En otros términos, en aquella lejana coyuntura resolvieron dejar de financiar una experiencia política que no los incluía ni representaba.

En realidad, fue el triunfo de esta fracción del bloque de poder el que marca el inicio de la nueva etapa. Así se lo hicieron saber a Cristina Fernández, bajo la imposición de un pliego de condiciones tendientes a forzar un giro ortodoxo en la conducción económica. Por el contrario, el gobierno profundizó el sesgo antineoliberal de su gestión, inaugurando la confrontación entre “populistas” y “republicanos”, tal como lo describimos aquí.

Desde nuestra perspectiva, esta confrontación es la epidermis de un enfrentamiento mucho más profundo. Lo que claramente expresa la misma es la disputa entre dos proyectos de país claramente antagónicos: mientras que para los populistas el Estado debe intervenir en los procesos económicos para atenuar las desigualdades inherentes al desenvolvimiento del orden social capitalista, para los republicanos será el libre mercado el que se ocupe de asignar los recursos en función de los méritos individuales.

Éstos derivan de una deletérea “cultura del trabajo”, que no es otra cosa que la apología que se hace del trabajo asalariado como forma de reproducción dominante de las condiciones materiales de vida de los sectores populares. Al mismo tiempo, esta definición contempla una perspectiva apologista de la relación “uno a uno” entre el capital y el trabajo, siendo el sindicato una institución distorsiva del vínculo que liga a cada trabajador/a con su empleador.

Simultáneamente, los autoproclamados republicanos postulan como una suerte de superioridad moral el hecho de reproducir las condiciones materiales de existencia en el campo privado, en detrimento del empleo público. Lo mismo vale para la diferenciación de los móviles que impulsan a los actos convocados por los sectores populares, donde se impone que estos ciudadanos son arriados como ganado, mientras que las movilizaciones de la derecha siempre son a título personal. Nadie mejor que uno mismo para representar sus propios intereses.

Así, a la confrontación entre dos “significantes vacíos”, en los términos de Laclau, como “pueblo” y “república”, subyace el histórico enfrentamiento entre peronismo y antiperonismo. La llamada “grieta” en el debate público argentino se alimenta de la peligrosa escalada de violencia física y simbólica de una derecha que perdió todos los pruritos y hoy se muestra tal cual es. Indudablemente, hay un pacto democrático que se rompió y quienes lo rompieron lejos están de demostrar interés por recomponerlo. En tal sentido, es importante insistir, de cara a las próximas elecciones, el hecho de que hayan intentado asesinar a la Vicepresidenta Cristina Fernández. Al mismo tiempo es importante resaltar que entre aquellos que se autoproclaman republicanos hay una importante presencia de negacionistas y apologistas del genocidio, así como también personajes siniestros que reivindican abiertamente a la dictadura cívico-militar-eclesiástica.

En su último libro, Para qué, Mauricio Macri menciona 24 veces el término populismo. Centralmente, entiende por populismo una desviación indeseable de la democracia que debe ser reparada desde una concepción de lo estatal que presupone acotarla a ciertas dimensiones, todas ellas alejadas de la intervención estatal en la economía. Dice Macri: “El kirchnerismo no inventó el populismo. El relato populista está presente entre nosotros y en nuestro sistema político desde hace muchas décadas. La ruptura con ese discurso –y con la realidad que produce– tiene costos, tanto para quienes la formulan como para quienes la comparten, y es un paso necesario para salir del estancamiento. Pasar de la lógica de un Estado paternalista a uno que solo se ocupe de las funciones esenciales como son la seguridad, la educación y la justicia requiere un apoyo profundo y un compromiso explícito por parte de la ciudadanía” (Macri, 2022, p. 242).

A la noción de pueblo se le opone la de república, que cubre la superficie sobre la que se oculta un modelo económico claramente neoliberal. En tal sentido, aquello que se impugna fuertemente del populismo es el diseño de políticas públicas tendientes a atenuar las desigualdades sociales inherentes al desenvolvimiento del orden social capitalista. Es a partir de esta premisa que se anuda la relación república-neoliberalismo. Para los autoproclamados republicanos la actuación del Estado debe circunscribirse, fundamentalmente, a la administración de la justicia, la seguridad y la educación. La intervención del Estado en la economía, más aún si se trata de morigerar las desigualdades sociales propias del capitalismo, como lo resaltáramos más arriba, es objetada por los republicanos como una función ilegítima del Estado. Desde esta perspectiva, será el funcionamiento pleno del libre mercado el que se ocupará de redistribuir el ingreso en virtud de lo que cada quien merezca individualmente.

Este estudio sobre el populismo nos conduce a realizar una reformulación conceptual: para la derecha política argentina, el populismo es la forma que asume el hecho de que una fuerza social, claramente antineoliberal, acceda al gobierno del Estado poniendo en crisis el carácter dirigente de la clase dominante. Sigue siendo dominante, pero perdió la capacidad de conducir política, intelectual y moralmente a la sociedad civil. De allí que ninguna fracción del bloque de poder reivindicase como propios a los sucesivos gobiernos kirchneristas. No se trata de una cuestión económica. Para las distintas fracciones del bloque de poder, el kirchnerismo fue vivido como una suerte de “anomalía”. Es perfectamente comprensible. La normalidad para el bloque de poder es que éste mismo ejerza el gobierno del Estado.

El gobierno de Alberto Fernández, particularmente desde inicio de la pandemia en adelante, implementó un conjunto de medidas tendientes tanto a impulsar la oferta como la demanda. Sin embargo, la grieta no sólo se mantuvo sino que se profundizó aún más. La prohibición para la circulación de personas y mercancías que determinó el Aislamiento Social, Preventivo y Obligatorio (ASPO) fue vivido por los autoproclamados republicanos como una agresión propia de un Estado opresor.

Así, la república remite a un sistema institucional donde las demandas sociales deben ser tramitadas de manera específica, impidiendo que pasen a formar parte de una cadena equivalencial que las transforme en “demandas populares” y, por consiguiente, tiendan a producir una escisión en dos campos antagónicos; punto de partida para la irrupción del “pueblo”.

Éste ya estaría presente en el “mito populista” del gobierno de Néstor Kirchner. Para que esto se cumpla “deben observarse tres objetivos básicos: explicar quién forma parte del pueblo, del nosotros; explicar quién es el villano que le ha hecho daño a ese nosotros, y justificar por qué el pueblo necesita de ese líder para reparar el daño sufrido, encarar la lucha épica y lograr finalmente su redención histórica” (Casullo, 2019: ¿Por qué funciona el populismo? Siglo XXI, p. 67). Y avanza diciendo: “Desde 2003 hasta 2008 los Kirchner reservaron el antagonismo discursivo para adversarios impersonales y globales: el FMI, las organizaciones financieras multilaterales, los fondos de inversión llamados ‘buitres’, los economistas ortodoxos, los colocadores y tomadores de deuda externa del país. Durante este período los Kirchner se concentraron en denunciar entidades abstractas, vinculadas con el mundo de la economía más que con el de la política, y sobre todo extranjeras. El ‘villano interno’ era descripto como el conjunto de aquellos relacionados con la tecnocracia y las finanzas: sobre todo los tecnócratas ‘nostálgicos de los '90’. En este primer período, y en la salida de la crisis del 2001, ‘el pegar hacia arriba y hacia afuera’ fue una estrategia muy efectiva para solidificar apoyos transversales” (Casullo, op. cit. 106-107).

Sin embargo, como resaltáramos al inicio, fue en la confrontación entre las patronales agropecuarias y el primer gobierno de Cristina Fernández cuando irrumpió con fuerza la noción de pueblo, en esta ocasión como resultado inmediato del histórico enfrentamiento entre pueblo y oligarquía. Una particularidad medular que caracteriza a este fenómeno radica en la posibilidad de que sea plebiscitado en las urnas. Y en tal sentido, no se encuentra en la historia argentina, desde nuestra perspectiva, tal nivel de claridad en lo que concierne a la confrontación entre dos modelos de país en pugna, tal como está presente en las próximas elecciones presidenciales.

Es la primera vez en la historia que la derecha presenta su verdadero rostro brutal. Sin ambages ni medias tintas, ni siquiera con un orden simbólico que deje en el campo metafórico el uso de la motosierra, que Milei lleva a sus actos. Estas elecciones definen, sin ningún lugar a dudas, qué modelo de país deseamos para nuestro futuro. Nunca fue tan nítida la confrontación entre dos modelos de país. Y no deja de ser interesante señalar la paridad existente entre ambas fuerzas contendientes. La alianza Macri-Milei hace converger a los republicanos con los libertarios, desplazando el centro de gravedad de la derecha hacia posiciones cada vez más peligrosamente radicalizadas.

Esto mismo nos debe conducir a reflexionar sobre la relación democracia-capitalismo. Mientras la democracia se consolide como un mero sistema electoral que regularmente cambia la composición del Poder Ejecutivo y Legislativo, el descontento con la insatisfacción de las demandas populares dará oxígeno a presuntos líderes mesiánicos que tienen la supuesta clave para superar los problemas objetivos que presenta la economía doméstica.

En tal sentido, es interesante también destacar que en el discurso de la extrema derecha se convoca al sufrimiento como instancia redentora. Es inevitable el sufrimiento para alcanzar la salvación social. Desde la convocatoria motosierra en mano se vuelve particularmente visible que no serán precisamente los que agarren la motosierra por el mango los que sufrirán el ajuste del 15% del PIB que proyecta llevar a cabo Milei de ganar las próximas elecciones.

El “sálvese quien pueda” del candidato Milei viene acompañado por un nivel de violencia discursiva y simbólica que va de la mano de una pulsión destructora más que preocupante. No parece funcionar ningún tipo de recurso inhibitorio a tal violencia, que parece más bien ligada a la satisfacción pulsional de barrer con todo aquello que se constituya como un eventual obstáculo a sus intereses. De hecho, sus propuestas electorales exponen el carácter peligrosamente regresivo en lo que concierne a la distribución del ingreso y la supresión de diversos derechos adquiridos, que para nuestro país son indiscutibles: salud y educación pública, vacaciones, aguinaldo, convenios colectivos de trabajo, planes sociales, etc.

Estos 40 años de democracia cristalizan dos fuerzas sociales antagónicas, excluyentes e irreductibles. Todas las fuerzas democráticas de nuestro país deben brindar su apoyo indiscutible a la candidatura de Sergio Massa. No podemos permitirnos convocar al voto en blanco cuando lo que está en juego es qué modelo de país queremos y a partir del cual avanzar en la construcción de una sociedad más justa, libre y soberana.

Hace poco más de ocho años publiqué esta nota. Allí convocaba a nuestro pueblo a defenderse ante un eventual gobierno de Mauricio Macri. Lamentablemente, esa nota vuelve a cobrar plena vigencia. Estamos ante un dilema que signará el curso de los próximos años. La democracia está en peligro y no podemos mirar hacia otro lado. La confrontación entre dos modelos de país nunca fue tan evidente como en la actualidad, a 40 años de la recuperación de la democracia en nuestro país.

 

 

* El autor es investigador del CONICET (CITRA-UMET) y profesor titular de la carrera de Sociología de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA).

 

 

 

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