Dos por ciento por nada

La ley de Presupuesto proyecta un crecimiento del PIB que empeora la distribución del ingreso

 

El problema político que traen bajo el poncho las proyecciones acerca del crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB) para el lapso 2023-2025 en la ley de Presupuesto 2023, recientemente enviada al Congreso para su tratamiento, es tan considerable como inversamente proporcional su registro en el debate público y publicado. Hacerse una idea de lo que causa esta situación pesadamente silente y calibrar ese voluminoso garrón desapercibido por el gran público –y que tiene sin el menor cuidado a la clase política– sugiere un recorrido que comienza por el mismo significado y alcance del PIB. Luego, escarbar como lo discierne el ciudadano de a pie le abre el juego a la observación del proceso del crecimiento para dar con alguna punta del algún ovillo que permita sortear –si hay voluntad– un porvenir que de otra forma (si la mala suerte acompaña) va a cobrar una cuenta muy cara.

Mientras tanto, las tendencias que se tantean en la economía mundial van metiendo presión. Entre ellas, en el lote delantero, de momento se ve poca probabilidad de que en el corto plazo se aquieten los altos precios de la energía y alimentos, impulsados por el conflicto Ucrania-Rusia y la dislocación de la logística por la pandemia, a lo que ahora se suma OPEP más Rusia y el corte de producción de barriles. Por otra parte, y a la par de la inflación global, hay que remarla en dulce de leche con la deuda externa cuando ha quedado definitivamente atrás la etapa de tasa de interés alrededor de cero que siguió a la crisis financiera global de 2008, la que había sido llevada a ese nivel para conjurarla. La revaluación del dólar global sigue al aumento de la tasa de interés. Revaluación del dólar, como es la moneda mundial, implica devaluación automática de las otras monedas. Ambas cosas, tasas en alza y revaluación, han puesto a parir a los muy endeudados en divisas mercados emergentes y también a los países desarrollados. El sol del dólar sale para todos. Este conjunto de datos, internos y externos, son los que llevan a conjeturar que la siguiente tabla, extraída de la página 33 del mensaje que con que el Ejecutivo elevó la ley de Presupuesto para su tratamiento legislativo, resume desde este presente desasosegado un nada edificante augurio para los tres próximos años de la vida nacional.

 

 

 

 

 

 

PIB-PIB

Los asteroides existen, los virus existen, ese impresionante y heroico cruce de los Andes hecho por el gran e inigualable Don José existió también. El Producto Interno Bruto (el PIB) no existe de la misma manera. Aquellos fenómenos son directamente observables por sí o por indicios. El PIB no es directamente observable porque es una construcción mental. Lo diseñaron para que un número indique al subir que vamos bien o que vamos mal al bajar o estancarse. Tal número surge de sumar todo lo que se produce a título oneroso en una economía en un año, desde los lápices para labios hasta los bisturíes, pasando por las competencias deportivas, entre una infinita cantidad de cosas y eventos. Se concibió hace unos cinco siglos atrás, pero hace 81 años fue cuando tomó forma y se calculó un proto-PIB por primera vez. Lo hizo el economista inglés Richard Stone, a instancias de Lord John Maynard Keynes. De ahí en más, y cuando terminó la guerra, entró en la agenda mundial entre los asuntos prioritarios y –a su ritmo– todos los países lo fueron midiendo y sus métodos de cálculo se fueron perfeccionando. El primer PIB en nuestro país se calculó a mediados de los '50.

Los economistas norteamericanos contemporáneos al inglés Stone estaban liderados en el rubro Cuentas Nacionales (así se llama el área en la que se calcula el PIB) por Simon Kuznets, un emigrado ruso que con el paso del tiempo se consagró como una autoridad en la materia. Al principio le desconfiaban. Kuznets intuía al PIB como muy botón y proponía boludear con una difusa idea de bienestar. En una época en la que las ideas de Keynes eran disputadas por los economistas reunidos bajo la etiqueta de “liquidacionistas”, según los cuales el sistema necesitaba las recesiones para purgarse de las acciones de los malos agentes económicos, un indicador como el PIB en baja (declive necesario, de acuerdo al credo liquidacionista) le advertía a la gallina que la estaban desplumando y podía frenar la sangría que afamaban de saludable. Los cuestionamientos al PIB prosiguieron y continúan hoy en día, centrados en sus limitaciones como indicador de bienestar. Uno de los elementos que hace a la vigencia del PIB es que sus críticos no proponen un indicador de reemplazo factible.

En la actualidad hay otro motivo de preocupación respecto del PIB. Lo que en la arena pública pone las barbas en remojo es que los electorados ignoran el significado del PIB y qué implica su avance o retroceso para la vida cotidiana. Eso lo evidencia los datos que arroja un estudio de opinión pública hecho por los economistas ingleses Johnny Runge y Nathan Hudson, dado a conocer en diciembre de 2020. El dúo convocó a 130 ciudadanos del Reino Unido, diseminados en 12 grupos focales, e hizo una encuesta representativa en la que participaron 1.665 habitantes de las islas para explorar la comprensión pública de la economía y las estadísticas económicas. Comprobaron que las personas, generalmente, entienden los problemas económicos a través de la lente de su economía personal y familiar, en lugar de la economía nacional abstracta.

La investigación muestra que una gran parte de la ciudadanía del Reino Unido tiene percepciones erróneas sobre cómo se recopilan y miden las cifras económicas, como la tasa de desempleo y la inflación, y quién las produce y publica. Asimismo, Runge y Hudson encontraron que “menos de la mitad del público británico puede identificar correctamente la definición de PIB de una lista de opciones y que la gran mayoría de los participantes de los grupos focales demostraron poca o ninguna comprensión del PIB. Los malentendidos típicos incluían confundir el PIB con el valor de las exportaciones (…) Los participantes de los grupos focales también demostraron poco conocimiento sobre el tamaño de las tasas de crecimiento del PIB y, por lo general, no entendían qué significaba cuando los indicadores económicos se informaban como una proporción del PIB. De hecho, el PIB fue visto como una jerga económica, lo que contribuyó a la sensación de que la economía era en gran parte inaccesible para ellos”. Es de suponer que si estas encuestas y grupos focales se replican en otros países, por caso el nuestro, no deberían arrojar resultados muy diferentes. Basta recordar cómo se convalidó en una buena porción de la opinión pública la absurda acusación hecha por un reo por lavado de dinero de que los gobiernos entre 2003 y 2015 se robaron un PIB.

 

 

 

El mecanismo

En ese ni fu ni fa que es para el ciudadano de a pie el PIB bien podría asentarse la explicación de por qué la proyección del crecimiento que acompaña el mensaje del Presupuesto no armó un escándalo nacional de proporciones. Al contrario, no le dieron ni cinco de pelota. Y es muy, pero muy serio. En el mismo mensaje de Presupuesto se lee que “la actividad económica cerró el año 2021 con crecimiento de 10,4% promedio anual, la primera suba luego de tres años consecutivos en baja (-9,9% en 2020; -2,0% en 2019; -2,6% en 2018), y la mayor desde el inicio de la serie en 2004, superando el crecimiento registrado en 2010 (10,1%)”. En 2018 éramos un total de 44 millones 490.000 argentinos. En 2022 ya somos 46 millones 234.000. En 2025 seremos 47 millones 473.760. O sea, entre 2018 y 2022 habrá 3 millones más de argentinos o 6,7% más de población que en 2018, pero con un PIB que en el mejor de los casos va a crecer 6% respecto de 2018. Si en 2022 tenemos semejante dislate social, ¿cómo será la evolución para 2025 si la base de la solución es el crecimiento de la torta y su mejor distribución previa? No parece que estemos bailando en la cubierta del Titanic; luce que ya se la pegamos de frente al iceberg y lo queremos seguir chocando.

Porque cabe preguntarse: ¿cómo será la vida política, la vida democrática con la base material en presente y perspectiva hecha percha y una derecha que no deja de ser cada vez más irracional? Alternativas existen y para que se tengan en cuenta sus posibilidades hay que inferirlas desde el mecanismo del crecimiento. Para armar ese Meccano, lo primero que observamos es la población que crece a una tasa más o menos constante, lo que implica que las horas destinadas al trabajo le siguen el tren. Señalemos no tan al pasar que lo único que tiene limitado un país es su población, siendo el capital innúmero. Como, al mismo tiempo, la tecnología va mejorando y la calificación laboral también, se supone que eso aumenta el poder productivo de esas horas de trabajo que crecen anualmente. Lo que en 2021 hacían 100 trabajadores, ahora en 2022 lo hacen –digamos- 101 trabajadores (lo que se condice con la realidad de que la población argentina crece al 1% anual), pero por efecto de la tecnología y la calificación natural es como si hubiera produciendo 104 trabajadores, una cifra meramente ilustrativa. Ha aumentado la productividad. Esto es: la cantidad de productos obtenidos con una unidad adicional de un insumo aumentó más que proporcionalmente. Estamos hablando en términos físicos. Resultado directo: el producto bruto crece porque crece el producto por trabajador, a un ritmo que se podría calificar de “natural”, conforme entreveramos la sexta y séptima acepción del adjetivo en el diccionario de la RAE: regular y que comúnmente sucede y que se produce por solas las fuerzas de la naturaleza, en este caso del capitalismo; el que, por cierto, tiene un vigencia histórica.

Ahora es momento de que entre a la cancha la inversión, definida como un fondo que materializa ampliando los métodos de producción para que hagan los bienes anteriores de modo más eficiente o se produzcan nuevos bienes. Mediante la inversión, el capital debe crecer a ese ritmo natural para que todo el conjunto siga para arriba al ritmo definido como natural. La relación entre el capital total de una economía y el PIB es constante y el número más aceptado es 3. Esto significa la relación 3 de capital por cada producto bruto. Como es la inversión la que determina el ahorro y la inversión es una función creciente del consumo, tenemos una contradicción. Ocurre que consumo e inversión son los dos componentes de un agregado dado: el potencial global de la producción. En tanto que tales son, por su propia naturaleza, inversamente proporcionales el uno de la otra. ¿Cómo sucede que, pese a esta contradicción fundamental, el sistema de la economía de mercado no se ha encontrado nunca completamente bloqueado? Esto se debe a que la producción efectiva es constantemente inferior a la producción potencial y puede, por lo tanto, variar independientemente de esta última.

Son estas variaciones, este “ciclo” entre un más y un menos en el subempleo del potencial, esta movilización y desmovilización de la reserva, lo que hacen posible la variación simultánea en la misma dirección de estos dos componentes, asegurando así el equilibrio coyuntural sobre la base misma de un desequilibrio estructural. Como dice el economista greco-francés Arghiri Emmanuel, “finalmente, este constituye el sentido más profundo de la Teoría general que ni Keynes ni los keynesianos –creemos– consiguieron hacer resaltar con claridad. La inversión es ex post igual al ahorro efectivo, pero al ser este último la suma del ahorro voluntario y del forzado, la inversión se encuentra en su punto máximo cuando la propensión al ahorro está en el mínimo. En otros términos, para invertir es preciso finalmente que alguien ahorre de una u otra forma, pero para promover las inversiones no es necesario que la gente ahorre por su propia voluntad: es menester que se vea obligada, en términos reales, a ahorrar como consecuencia del alza de los precios”.

Como resultado de todo esto, la inversión necesaria surge de la tasa natural a la que crece la relación entre el capital total de la economía y el PIB que genera. ¿Cómo se puede alterar esta tendencia de ritmo natural? Se puede discutir mucho cuál es la tasa natural argentina, pero seguro que 2% anual no es, porque en ese nivel el país más feo baila con la crisis más horrible. Si hasta acá nos trajo la caída del consumo vía desplome del salario, de acá nos saca el aumento del consumo vía aumento de salarios.

Es obvio que se necesita un acuerdo político de fondo que permita estabilizar esta tasa de crecimiento que garantiza salir del marasmo en un nivel que por un tiempo debe permanecer por encima de la tasa de crecimiento del PIB calificada como natural. Se trata del tiempo necesario para hacer sólidas las bases del igualitarismo moderno. Sin ese acuerdo político, que se traduce en una política fiscal y monetaria ad hoc, esa tasa superior que garantiza dejar atrás el atolladero es intrínsecamente inestable.

 

 

 

Volver a vivir

La clase dirigente argentina, con alguna honrosa excepción a la que le apuntan a la cabeza (no sea cosa…), objetivamente para lo único que está mostrando predisposición es para volver a vivir otra década del '80, bautizada para la posteridad como “la década perdida”. No fue para menos: cero de crecimiento del PIB per cápita e inflación desbocada a lo largo de una década, en el medio momentáneamente sofrenada, que derrapó en dos hiperinflaciones. La inclinación actual se iguala a la anterior porque respira la misma atmósfera viciada de la ilusión de que pueden cumplir con las finanzas globales y pagar la deuda externa, siempre y cuando puedan joder en gran forma a los trabajadores. En estas circunstancias, los Reyes Magos pueden llegar a existir si los trabajadores convalidan que los pasen para el cuarto. Si no, como es sabido, los Reyes son los padres.

Hoy, a la inflación global, el dólar revaluado y la tasa de interés relevante para la deuda externa con sesgo a empinarse, se le agrega que los norteamericanos están liquidando esa recaída innecesaria del imperialismo de invertir en China. En ese aspecto, a las acciones concretas se le suman algunos globos de ensayo. Hace unos días, de acuerdo a lo consignado por los medios anglosajones, lanzaron a pregonar a un par de ignotos legisladores demócratas de que en no más de una década hay que yugular el déficit comercial norteamericano y convertirlo en superávit. Los Estados Unidos están en déficit comercial desde 1975. Esos demócratas coinciden con los republicanos del sector de Donald Trump en la búsqueda de esta meta.

¿Qué implica para nosotros y para la economía mundial si este objetivo se alcanza? Los dólares que el mundo necesita para funcionar los entregan los Estados Unidos por el déficit de la cuenta corriente. Por ello el mundo tiene que ofrecer a este país una cierta cantidad de bienes y servicios reales a cambio de activos monetarios, cuyo no-pago es la condición misma del funcionamiento del sistema, ya que su extinción significaría el cese del comercio. Esto hasta la saturación de las necesidades de la circulación mundial, teniendo en cuenta el crecimiento secular de esa circulación. Seguramente van tras el superávit comercial porque temen que esa saturación los saque del gran negocio de entregar papeles sin valor intrínseco a cambio de bienes reales. El único medio del que disponen los extranjeros para no invertir sus dólares en los Estados Unidos es simplemente no ganándolos, es decir, exportar menos a ese país o, lo que es lo mismo, importar más. Esto significaría que la balanza de los Estados Unidos dejaría de ser deficitaria. Pero, entonces, la cantidad de dólares que se necesitan hoy para financiar el déficit fiscal de los Estados Unidos no saldría más del espacio nacional norteamericano, se incrementaría en una cantidad exactamente igual la liquidez y, por lo tanto, al ahorro disponible dentro de este espacio.

La situación es inversa a la de hoy, en la que los dólares “entrados” simplemente restablecen el equilibrio restituyendo a la circulación interna los dólares que “salieron” para pagar el excedente de importaciones, enfrentando una oferta de mercancías justamente infladas por esas importaciones. Los liberales argentinos, siempre tan estratégicos, van camino a quedarse sin su gran negocio. Mientras tanto, ante el auge de la derechización, vale cuestionar: ¿y si el 2% por nada interpreta la decisión colectiva de no crecer porque la ecuación política que mejor le cuadra es alejar o suprimir a los que impiden que disfruten de sus tres empanadas al promedio alienado que considera que no puede haber más que tres empanadas? El trabajo político del movimiento nacional se perfila arduo.

 

 

 

 

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