Down Gun: Petri & Presti

El avión que quieren los británicos

El ingenuo anuncio oficial

 

Finalmente llegaron los primeros Lockheed Martin F-16 Fighting Falcon Block 15 MLU.

Luego de una larga sesión de fotos al estilo Top Gun, arribaron a nuestro país —para alegría de (nosotros) los Tactical Fats y de los pilotos de la Fuerza Aérea Argentina— en el marco de un fin de semana cargado de eventos para presentarlos cuando aún sobrevuelan muchas dudas de orden político y estratégico. Por ello, ese regocijo “fierrero aeronáutico” está atenuado en algunos de nosotros porque sabemos que no cambia el equilibrio de poder en el Atlántico Sur (y menos aun proyecta poder), pese a las expresiones del Ministro de Defensa y de las tribus libertarias de la Red Social X.

Hace casi dos años, el Ministro de Defensa, Luis Petri, había anunciado —aprovechando un “black day”—, la adquisición de estas aeronaves al Reino de Dinamarca sosteniendo que era “la adquisición aeronáutica militar más importante desde 1983” y que se trataban de “24 aviones F-16 que han sido modernizados y equipados con la mejor tecnología, y que hoy se encuentran al nivel de las mejores aeronaves que vuelan en los cielos de la región sudamericana y del mundo”. En esos mismos cielos, Carlos Saúl Menem (1989-1999) lloró por que el Ministro olvidó la compra de los treinta y seis (36) Lockheed Martin A-4AR Fightinghawk durante los años 90. Antecedente que deberíamos tener muy en cuenta para estudiar la compra y seguir el día a día de estos sistemas de armas en nuestro país, entre otros que alertamos en su momento.

La decisión adoptada en abril del año pasado llegó luego de la intervención de varios actores, que pusieron en juego sus intereses, sistemas de creencias y pulsiones. En la mesa del Ministro de Defensa había dos (2) propuestas: el JF-17 chino y el ya mencionado avión estadounidense. En primer lugar, y en consonancia con los nuevos lineamientos de la política exterior argentina de “occidentalización dogmática”, Luis Petri se inclinó —emulando a Arnold Schwarzenegger en la película de Los Simpsons— por la opción 1: la aeronave occidental.

En segundo lugar, había que tener presente los intereses y sistemas de creencias de los “colaboradores de la periferia”. Los primeros quedaron reflejados en varios artículos, pero el más destacado, fue el que publicó el Secretario de Asuntos Anglosajones, Juan Philby —mientras se conmovía por el fallecimiento de la Reina— en el medio “oficial” del Ministerio de Defensa británico: Royal United Services Institute (RUSI), donde sostuvo que “esta decisión [comprar los F-16] resolvería muchos problemas simultáneamente. Fundamentalmente, crearía una sensación de estabilidad en el Atlántico Sur y en la relación bilateral entre Argentina y el Reino Unido”. La mano volvió a la misma carpeta.

Por su parte, la Fuerza Aérea Argentina puenteó al Jefe del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas y le manifestó al Ministro: “Nuestra opción es ésta”. La mano, que no mece la cuna, se inclinó sobre la misma carpeta.

Sin embargo, faltaba la decisión del actor más importante: el Reino Unido. A este país, como a Estados Unidos, se le puede aplicar un dicho muy conocido entre la militancia política: el que avisa no traiciona. Así lo hizo la Embajadora del Reino Unido. El pasado 24 de abril de 2024, el diario Clarín publicó una entrevista a dicha funcionaria a las 6, actualizada a las 10:12. En ella, la periodista Natasha Niebieskikwiat consulta:

¿Qué rol tuvo el Reino Unido en la venta a la Argentina de los F16 de Estados Unidos que están en manos de Dinamarca? Ustedes dieron un aval, ¿verdad?

–Bueno, obviamente ya mencioné la relación muy estrecha que tenemos con los Estados Unidos y hemos hablado de este tema por varios meses. Obviamente, el gobierno anterior estaba considerando varias opciones sobre la compra de jets [no lo dice pero es claro que se refiere a la opción de los aviones chinos].  Y al final el gobierno ha decidido comprar los jets de Dinamarca. Hemos tenido varias conversaciones con los Estados Unidos y también con Petri y con otros representantes.

—¿Qué es lo que permitió que no se opusieran a esa compra? ¿Hubo un compromiso especial de la Argentina?

Básicamente, estamos cómodos con la decisión argentina. Creo que es más una señal de la orientación que tiene el Gobierno de Milei con la OTAN, con los Estados Unidos. Es obvio que las Fuerzas Armadas de Argentina tienen necesidades para reemplazar material obsoleto, a pesar de todos los desafíos económicos. Nuestra política no es siempre bien entendida. No tenemos un embargo contra Argentina, que es básicamente teníamos un embargo hasta 2018, con Macri. Ahora lo analizamos caso por caso. Así que ya no es un embargo automático.”

En función de todo lo expuesto, nuestros estrategas realistas eligieron, en función de nuestros intereses, el F-16.

 

Petri juega a los soldaditos

 

Por si quedara alguna duda, ayer la embajada de Estados  Unidos celebró con un comunicado oficial el arribo a Río Cuarto de los primeros seis aviones de combate F-16 adquiridos por la Argentina, "marcando un paso importante en los esfuerzos del país por modernizar sus capacidades aéreas y profundizar la cooperación en defensa con los Estados Unidos". Luego de consignar que el embajador estadounidense Peter Lamelas y oficiales de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos participaron de la ceremonia encabezada por el presidente Javier Milei, el comunicado prercisa que "Estados Unidos apoyó a la Argentina durante todo el proceso de adquisición, aprobando la transferencia de los aviones de origen estadounidense desde Dinamarca y proporcionando 40 millones de dólares en Financiamiento Militar Extranjero para ayudar a cubrir el pago inicial del paquete de Ventas Militares al Extranjero, valuado en 560 millones de dólares, mediante el cual Estados Unidos brindará capacitación, mantenimiento y apoyo a largo plazo. Argentina aportará los fondos restantes". Así, se  fortalecen "las capacidades de defensa aérea de la Argentina y  la coordinación operativa con Estados Unidos y otros socios de la OTAN, reflejando un compromiso a largo plazo con la cooperación entre ambos países".

Tecnología e ideas

En el libro Ciencia, Tecnología y Sociedad: una aproximación conceptual, los autores Eduardo Marino García Palacios & Célida Valdés, entre otros, sostienen que en visión tradicional la tecnología actúa como una “cadena transmisora en la mejora social si se respeta su autonomía, si se olvida de la sociedad para atender sólo a un criterio interno de eficacia técnica”. De esta manera, “ciencia y tecnología son presentadas, así, como formas autónomas de la cultura, como actividades valorativamente neutrales”. A partir del año 1968, y a lo largo de los años 70, se cuestionó este abordaje, dando lugar a diferentes enfoques. El enfoque CTS (Ciencia, Tecnología y Sociedad) busca entender “la dimensión social de la ciencia y la tecnología, tanto desde el punto de vista de sus antecedentes sociales como de sus consecuencias sociales y ambientales, es decir, tanto por lo que atañe a los factores de naturaleza social, política o económica que modulan el cambio científico-tecnológico, como por lo que concierne a las repercusiones éticas, ambientales o culturales de ese cambio”. En otras palabras, la ciencia y la tecnología son procesos sociales situados, mostrando que sus desarrollos no son neutros y que impactan de manera directa en la vida colectiva y en los ecosistemas.

Más recientemente, este enfoque incorporó la dimensión ambiental, de manera tal que la ciencia y la tecnología son entendidos procesos profundamente ligados a la sociedad y al ambiente, y no como actividades neutras o aisladas. Desde esta perspectiva, se reconoce que toda tecnología nace en un contexto determinado y responde a intereses, valores y necesidades específicas. Por tal motivo, no puede ser considerado como neutral. En consecuencia, la tecnología no solo facilita acciones, sino que también orienta comportamientos y modos de pensar, pudiendo llegar a imponer ideas de forma sutil al modelar nuestras decisiones cotidianas y reorganizar las prácticas sociales.

Esta influencia se vuelve más evidente cuando una sociedad depende de tecnologías que no controla, pues la dependencia tecnológica no solo implica la incapacidad de producir o mantener determinados dispositivos, sino también la adopción de los valores y lógicas que esos sistemas traen consigo. Así, el uso de herramientas externas puede traducirse en la asimilación de modelos culturales, económicos y políticos ajenos, lo que limita la autonomía y reduce la capacidad de decidir sobre el propio desarrollo. En este sentido, la falta de neutralidad tecnológica y la posibilidad de imposición de ideas se entrelazan directamente con la dependencia, ya que esta convierte a los usuarios en receptores pasivos de tecnologías y de las visiones del mundo que las acompañan.

En síntesis, no solo se compra un dispositivo tecnológico, se adquieren ideas (que forman parte del sistema de creencias de los actores), dependencia en el mantenimiento del mismo y limitaciones en el cómo y en qué utilizar dicha tecnología.

Todo lo antedicho se aplica también a las tecnologías para la defensa nacional porque en éstas subyacen ideas que se reflejan en las doctrinas militares que se adoptan que tienen “elementos políticos [que] permean la vida profesional de los uniformados”.[1]

Luego del Golpe de Estado de 1955, el gobierno y la naciente Fuerza Aérea Argentina descartaron continuar con el proyecto Pulqui II, cuyas primero cinco (5) unidades ya habían surcado los cielos de Buenos Aires. En efecto, las presiones de Estados Unidos, el objetivo de la dictadura de desperonizar cada aspecto de la sociedad, incluso a nivel estratégico, y porque la Fuerza Aérea Argentina nunca fue “amiga” con la fábrica de aviones y prefería “ir a buscar un avión [al exterior], se pasaban un año de comisión allá, volando y cobrando buenos viáticos, y volvían acá, que era distinto que ir a buscar un avión a la fábrica de Córdoba”, inclinaron al gobierno de facto a adquirir 28 aeronaves F-86 F Sabre, el 7 de diciembre de 1958. En febrero de 1956, los ingenieros alemanes se dirigieron a la India donde desarrollaron el “Pulqui III”, bautizado en ese país como HF-24 Marut; convirtiéndose en el puntapié para el desarrollo de su actual industria aeronáutica.

 

 

El Pulqui III que no fue.

 

 

Durante esos años, nuestro país mantuvo como hipótesis de conflicto a Brasil, Chile y al enemigo ideológico interno; este último impulsado por la incorporación de las “ideas” de la Doctrina de Guerra Revolucionaria Francesa y la Doctrina de Seguridad Nacional, donde no era necesario que nuestro país (junto con el resto de los Estados Latinoamericanos) contaran, tal como relata Robert McNamara en su libro La esencia de la seguridad (1968), con Fuerzas Armadas convencionales, sino que más bien debían desarrollar Small Armed Forces. Para ello, la ayuda militar de Estados Unidos estuvo “proyectada para limitar sus compras, en clases de material y costos, de modo que mejoraran su seguridad interior”. Así, los “militares indígenas”  de los países latinoamericanos –jerga utilizada por McNamara en sus informes al Congreso de los Estados Unidos en los años ‘60– debían cumplir un rol subordinado a los intereses de Estados Unidos en la región y conjurar la única amenaza que podía afectar dichos intereses: “la insurrección armada”[2].

El modelo agroexprotador, la pertenencia de la Argentina —como una colonia blanca, a decir de Eric Hobsbawm— al Imperio Británico y la adhesión de la elite argentina con ese país europeo, se tradujo entre otras cosas en que no haya tenido como hipótesis de conflicto al Reino Unido hasta diciembre de 1981, cuando se diseñó un plan de recuperación de nuestras Islas ad hoc que ni siquiera se cumplió y que, entre otros aspectos, partió de las premisas que los británicos no responderían y que Estados Unidos se mantendría, al menos, neural, como bien refleja el Informe Rattenbach. En consecuencia, los pilotos de la Fuerza Aérea Argentina (FAA) no contaron con equipamiento y adiestramiento adecuado para pelear sobre el mar porque en el marco de la disputa con la Aviación Naval, esta última tenía la exclusividad para realizar operaciones aeronavales; las bombas de la FAA no eran las adecuadas para ese escenario; la flota de mar no estaba preparada para lidiar con los submarinos nucleares británicos; y los Panhard a rueda del Ejército no podían salir de Puerto Argentino porque se hundían en la tundra malvinera. Entonces, el esfuerzo táctico de nuestros hombres y mujeres, oficiales, suboficiales y soldados, no pudo reparar los errores políticos y estratégicos que tomaron Fortunato Galtieri, Isaac Anaya y Basilio Lami Dozo.[3]

En segundo lugar, una visión únicamente táctica —como la que se ha tomado en la compra de sistemas de armas— acarrea otro problema. Rosana Guber, citada por Héctor Tessey, afirma que: “Hemos de considerar épocas de la preguerra en las que se adoptaron ideas y doctrinas de las potencias dominantes en cada una de ellas, pudiendo verificar que ocurre lo que siempre en los casos de aquellos países como el nuestro que no aciertan a desarrollar ideas y fierros propios: donde compramos fierros compramos ideas”.

Ideas que no correspondían (¿corresponden?) a nuestros intereses vitales y estratégicos.

 

Los fierros importan, las ideas también

En el libro que hemos citado de Ernesto López, el autor argentino recuerda estas palabras de Raúl Prebisch: “Es todavía muy fuerte en América Latina la propensión a importar ideologías, tan fuertes como la propensión de los centros a exportarlas (…) Compréndase bien. No es cuestión de cerrar el intelecto a los que se piensa y se hace en otros países (…) sería un grave error no aprovechar la valiosa contribución [de los mismos]. Pero nada nos exime de la obligación intelectual de analizar nuestros propios [problemas] y encontrar nuestra propia imagen en el empeño de transformar el orden de cosas existentes”.[4]

Estas palabras fueron escritas en 1963. Sin embargo, mucho no hemos aprendido (ver video).

 

 

 

 

 

 

[1] López, E. (1987). Seguridad Nacional y Sedición Militar. Buenos Aires: LEGASA, p 17.
[2] Druetta, Gustavo (1986), “McNamara y la deformación intelectual de la inteligencia militar”. En Revista Unidos 11/12, p. 1. Todo lo que está entrecomillado son citas textuales de Robert McNamara que reproduce este autor. Tal exitoso fue la política estadounidense que una comisión parlamentaria de ese país afirmaba en 1970 que éstas han contribuido a “introducir eficazmente los dogmas antisubversivos” y “desarrollar la influencia militar en los países beneficiarios con una muy baja relación costo beneficio”. López, E. (1987), Íbidem, p. 60. El investigador argentino toma esta cita textual de Alain Rouquié.
[3] Estos tres dictadores son un ejemplo que el hecho de llevar uniforme no garantiza saber de defensa, como ya sostenía Carl von Clausewitz: “A partir de esta concepción, hay que considerar ilegítima e incluso nociva la distinción según la cual un gran acontecimiento militar o el plan de semejante acontecimiento debería permitir un juicio estrictamente militar; en verdad, consultar a los militares con respecto a los planes de guerra para que ellos den un juicio puramente militar (…) es un procedimiento absurdo; pero mucho más absurdo es el criterio de los teóricos según el cual los medios de guerra disponibles deberían confiarse al jefe militar para que en función de estos medios él establezca un proyecto puramente militar de la guerra”.
[4] López, E. (1987). Íbidem, p. 19.
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