Down Gun

Las presiones de Estados Unidos por los F-16 existieron, el problema son las decisiones propias

 

El pasado 4 de abril, Javier Milei se reunió en Ushuaia con la jefa del Comando Sur, Laura Richardson. En esa ocasión, el Presidente manifestó que “si bien esta visita no estaba programa en principio, no queríamos desaprovechar la ocasión para darle la bienvenida y expresar nuestro agradecimiento a ella y al gobierno de los Estados Unidos por el apoyo que le ha dado a este nuevo gobierno”, y agregó que “hoy más que nunca es importante reforzar los lazos de amistad entre quienes sostenemos estos valores y la forma de vida que lo permiten. Hoy estamos aquí para ratificar nuestro esfuerzo en el desarrollo de nuestra base naval integrada. Se trata de un gran centro logístico que constituirá el puerto de desarrollo más cercano a la Antártida y convertirán a nuestros países en la puerta de entrada al continente blanco”. Asimismo, sostuvo que, adelantando la nueva orientación de la política exterior del gobierno, el “mejor recurso para defender nuestra soberanía y para abordar de forma exitosa estos problemas es precisamente reforzar nuestra alianza estratégica con los Estados Unidos y con todos los países del mundo que defienden la causa de la libertad”.

Este alineamiento de nuestra política exterior con los Estados Unidos no es nuevo y ya hemos analizado que ha sido más bien excepcional. Sin embargo, y pese a que esa relación no ha resultado en ningún beneficio material ni económico ni político, se sigue insistiendo en esa política, la cual nos ha dejado, y deja, en la banquina en más de una oportunidad. Recordemos sólo dos datos: a) no apoya la soberanía argentina en las Islas Malvinas, y b) respaldó con armamento e inteligencia al Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte en la Guerra del Atlántico Sur (1982) y se opuso a la convocatoria del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR).

 

Milei y Petri en Ushuaia: pleitesía al embajador Stanley y la generala Richardson.

 

En lo que sigue, dialogaremos con Bertrand Badie, porque para la Argentina aún no llegó el “tiempo de los humillados” en materia de política exterior y defensa.

 

Humillación y posibles respuestas [1]

El libro El tiempo de los humillados, de Bertrand Badie –a diferencia de las escuelas dominantes de las teorías de las relaciones internacionales– se concentra en la estructura jerárquica del sistema internacional. Al respecto, Luciano Anzelini, en su obra El imperialismo informal militarizado, sostiene que, para estudiar las relaciones entre las potencias y los países medianos y chicos –en términos de Badie, entre desiguales–, hay que partir de la noción de jerarquía como principio ordenador y no del surgido en Westfalia.

En efecto, Badie considera que ese orden anárquico surgió entre “iguales”: un pequeño grupo de países europeos, muchos de ellos vinculados por relaciones dinásticas. A medida que el mundo se fue ampliando, la desigualdad entre Estados también lo hizo, y “el sistema internacional fue incapaz de producir (o reticente a hacerlo) reglas aceptables para todos; peor aún, a menudo tuvo que imponer por la fuerza” esas normas y prácticas internacionales surgidas, fundamentalmente, en el concierto europeo.

Esto conllevó a políticas de humillación hacia aquellos que no eran parte del club europeo, lo cual se acentuó a partir del fin de la Guerra Fría (1991) porque si bien antes había habido políticas de humillación, Badie entiende que estas son actualmente inherentes al sistema internacional.

Ahora bien, Badie entiende por humillación los “ataques a la soberanía (…), ataques a la dignidad, a la reputación e incluso al honor (…) Siempre implican violencia, ya sea simbólica o física. Y siempre se trata de poner al otro en un estatus inferior (…) en total contradicción con las normas y valores que fundan la vida internacional”.

En el marco de esta relación jerárquica, tres factores potenciaron las políticas exteriores de humillación: a) el concepto de guerra justa que rompió el principio de igualdad entre los Estados, distinguiendo entre buenos y malos, a los que hay que castigar; b) el descubrimiento de “otros” Estados; y c) el encuentro con otras sociedades diferentes y diversas socioculturalmente.

Estas políticas de humillación se producen en diferentes contextos: a) “estructurado”, marcado “por una fuerte construcción, aparente o real, del poder internacional que estuvo vigente durante el Concierto Europeo del siglo XIX y la Guerra Fría (1947-1991); y b) “no estructurado”, donde “la estructura del poder es incierta o fluida”. El sistema internacional actual es no estructurado.

Entonces, frente a diferentes tipos de políticas de humillación del pasado y del presente [2], el humillado, en un sistema no estructurado como el actual, podría adoptar las siguientes conductas:

  1. Revanchismo: supone “una gran movilización diplomática que busca reequilibrar el poder a su favor [del humillado] y en una intensa movilización política que busca construir una memoria colectiva que mantenga y agrave la animosidad popular del encuentro con el otro [el humillador]”.
  2. Soberanismo: consiste en “una afirmación reactiva a las humillaciones pasadas y presentes”.
  3. Contestataria: busca “ganar posiciones y ventajas en la arena internacional discutiendo sus estructuras, así como los poderes que ostenta (…), en lugar de practicar la competencia de poder, se trata de cuestionarla y de hacer de este cuestionamiento la base de una política exterior”.
  4. Desviación: entendida como “el arte de ganar ventajas en el seno del sistema internacional, transgrediendo ostensiblemente las reglas dictadas por ese sistema”.
  5. Aceptación de la humillación o, incluso, apatía frente a ella.

Esta última opción es el camino que ha elegido nuevamente la Argentina –como hemos adelantado– para delinear su la actual política exterior y, en sintonía, la política de defensa.

 

La aceptación de la humillación

Nuestro país se ha visto sometido a la humillación por parte de Estados Unidos en varias oportunidades, de las cuales señalamos únicamente las siguientes:

  • El ataque de la fragata USS Lexington a Puerto Soledad, Islas Malvinas, el 31 de diciembre de 1831, donde sus tripulantes saquearon dependencias públicas y propiedades privadas;
  • La injerencia del embajador de Estados Unidos, Spruille Braden, en la vida política argentina en 1945; y
  • El no reconocimiento de la soberanía argentina sobre las Islas Malvinas, Georgias del Sur y Sándwich del Sur y espacios marítimos circundantes, y el apoyo al Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte (RUGB) con inteligencia y armamento en la Guerra del Atlántico Sur (1982).

Ahora bien, quisiera detenerme en otros hechos –algunos de ellos, tal vez menos conocidos– vinculados a la defensa que también muestran una aceptación de la humillación:

  1. El 8 de febrero de 1951 se presentó el avión supersónico I.Ae. 33 Pulqui II, donde realizó su primer vuelo –después de los vuelos de prueba– en el Aeropuerto Jorge Newbery [3]. Se llegaron a realizar cinco aviones, pero la continuidad del proyecto fue afectada por la crisis económica, las presiones de los Estados Unidos y porque la Fuerza Aérea Argentina nunca fue “amiga” con la fábrica de aviones y prefería “ir a buscar un avión a Inglaterra o a Estados Unidos, se pasaban un año de comisión allá, volando y cobrando buenos viáticos, y volvían acá, que era distinto que ir a buscar un avión a la fábrica de Córdoba”, y contar con un avión probado en combate. Luego del golpe de Estado de 1955, la Fuerza Aérea adquirió 28 aeronaves F-86 F Sabre, el 7 de diciembre de 1958. En febrero de 1956, los ingenieros alemanes se dirigieron a la India donde desarrollaron el “Pulqui III”, bautizado en ese país como HF-24 Marut; convirtiéndose en el puntapié para el desarrollo de su industria aeronáutica.
  2. El Programa Espacial argentino tuvo su inicio en 1960 y dio su primer paso cuando se lanzó el cohete Alfa Centauro, el 2 de febrero de 1961. Sin dudas, el logró más importante ocurrió el 23 de diciembre de 1969, con el lanzamiento del cohete Rigel 04, que llevaba al mono “Juan”. En 1978, con apoyo de la empresa alemana Messerschmit-Bolkowblohm (MBB), comenzó el desarrolló y construcción del Cóndor I, que fue utilizado principalmente en actividades meteorológicas. En 1979 se inició la construcción de las instalaciones de Falda de Carmen, cuyas obras culminaron en 1983.

Luego de la guerra de 1982, la Fuerza Aérea Argentina ordenó la potenciación del Cóndor I, a efectos de que tuviera un uso dual y permitiera desarrollar una capacidad disuasoria frente a la ocupación del RUGB de nuestras Islas del Atlántico Sur. Daniel Blinder reconstruyó todo este proceso, donde aún persisten algunas dudas, como deja en claro el autor. El desarrollo tuvo el apoyo de la empresa alemana que hemos citado en el párrafo precedente, la italiana SNIA y la francesa SAGEM, detrás de las cuales había apoyo financiero de países de Oriente Medio. La crisis económica durante los años ‘80 y las presiones de los Estados Unidos (“las diversas fuentes [sostienen] que se trataba de un mercado en el cual la Argentina no debía entrar, además de la cuestión de seguridad”) paralizaron los trabajos de ese proyecto en Falda del Carmen. Sin embargo, la historia no terminó ahí. El Presidente Carlos Menem (1989-1999) creó la Comisión Nacional de Actividades Espaciales (CONAE) a través del Decreto 995/91, en el marco del alineamiento automático (“relaciones carnales”). En ese contexto, la desactivación del desarrollo del Cóndor II atravesó tres etapas, donde las presiones de los Estados Unidos se fueron incrementando. La primera estuvo caracterizada por la demora del gobierno en implementar lo acordado con la potencia norteamericana. Durante la segunda se produjeron disputas interministeriales entre el Ministerio de Defensa –que pedía reciclar o reorientar el proyecto–, la Cancillería que abogaba por su completa destrucción y la resistencia de la Fuerza Aérea a esta medida. La última fase se extendió hasta septiembre de 1993 cuando las partes del Cóndor II fueron enviadas a España. En cuanto a la disposición final de los componentes que se habían llegado a fabricar, Estados Unidos pidió que fueran aplastados “con una topadora y filmarlos, para que sirviera de escarmiento, cosa que la diplomacia argentina se negó a aceptar. También se barajó que se tiraran al mar y que fuera filmado”.

Durante los gobiernos de Néstor Kirchner (2003-2007) y Cristina Kirchner (2007-2015) se avanzó en dos direcciones. La primera fue continuar y apoyar el trabajo realizado por la CONAE y que culminó con un primer vuelo de un nuevo cohete (VEX 1B) el 15 de agosto de 2014, dirigido al desarrollo de un lanzador de combustible líquido denominado Tronador II. La segunda fue el desarrollo del GRADICOM en el CITEDEF, con apoyo del Ministerio de Defensa y la Fuerza Aérea Argentina, cuyo lanzamiento se realizó el 11 de julio de 2011. Luego de un nuevo ensayo del proyecto Tronador II en el año 2017, el gobierno de Mauricio Macri (2015-2019) lo desfinanció. Finalmente, los trabajos de este último se retomaron en 2019 y el 3 de agosto de 2023 se conoció un exitoso ensayo de sus motores. Pese a la transparencia del desarrollo bajo la órbita de la CONAE desde mediados de los ´90, Estados Unidos continuó presionando para ralentizar o evitar nuestro desarrollo espacial debido a lo ocurrido con el Cóndor II y el GRADICOM. A la fecha es un gran interrogante que sucederá con nuestro Plan Espacial.

  1. El 1º de mayo de 1982, el primer teniente José Ardiles con su Dagger C-433 despegó de Río Grande con destino a Bahía Anunciación en las Islas Malvinas. Cerca de las 16:30 trabó combate con dos Sea Harrier tripulados por Bertie Penfold y Martín Hale. Nuestro piloto disparó su misil Shaffrir, que el avión de Hale evadió por poco. Mientras tanto, Penfold se había colocado detrás del Dagger a unas tres millas y disparó su misil Sidewinder AIM-9L que impactó en el blanco: José Ardiles murió en el acto. De acuerdo a una nota de Alexandre Galante, publicada por Zona Militar, “en los primeros combates entre aviones supersónicos argentinos (Mirage y Dagger) y Sea Harrier subsónicos británico, se mostró una fuerte superioridad del caza pequeño inglés [gracias a los] misiles guiados por infrarrojos Sidewinder AIM-9L, dotados por los estadounidenses”.

La Fuerza Aérea Argentina sufrió una importante pérdida de aviones supersónicos, volando el último de ellos a fines del año 2015. Desde entonces, el Ministerio de Defensa inició la búsqueda de un reemplazo con la premisa estratégica de que el avión no tuviera componentes británicos, en función de la experiencia de la guerra. En primer lugar, se pensó en el Gripen que está fabricando Brasil, pero no superó ese filtro estratégico. Durante el gobierno de Mauricio Macri se iniciaron las negociaciones para adquirir el KAI FA-50, pese a contar con partes británicas [4]. Afortunadamente, el Ministro de Defensa Agustín Rossi denunció el veto británico y se empezó un trabajo para evaluar diferentes opciones de aviones supersónicos, retomando el criterio estratégico.

Esta búsqueda generó un debate interesante entre los que defendían la compra del F-16 y otros que formulamos algunas dudas y críticas. Afortunadamente, los recientes anuncios, normas y entrevistas han despejado algunas de ellas:

El F-16 es un excelente avión, fue defendido por la Fuerza Aérea Argentina durante meses y había quedado en la dupla final en la evaluación que se realizó en el Sistema de Defensa junto al JF-17 chino. El alineamiento automático de nuestra política exterior con los Estados Unidos hizo match con la opción preferida por los aviadores. La elección no fue estratégica, sino que priorizó el adiestramiento de los pilotos en un arma supersónica y poder participar en ejercicios combinados con otros países. Sin duda es un criterio muy importante, pero no es estratégico. No nos acerca a Top Gun, sino más bien a Down Gun.

Esta experiencia requiere, en primer lugar, una autocrítica del campo popular, que aún hoy se queja o evita analizar los temas de defensa y seguridad. En segundo lugar, hay que trabajar mucho en la enseñanza inicial de estos oficiales, en la formación superior (¿continuará la Escuela de Guerra Conjunta?) y en seleccionar qué comisiones se hacen en el exterior en función de nuestros intereses vitales y estratégicos, y no que sean meros premios.

Sin duda, como hemos visto, las presiones de Estados Unidos existieron y son normales, pero el problema son las decisiones que tomamos nosotros. Tal vez, parafraseando a Dostoievski, lo que necesita Argentina es más Argentina.

 

 

 

 

[1] Salvo cuando se indique, las citas corresponden a la obra de Bertrand Badie en este apartado.
[2] Los que quieran profundizar en los tipos de humillación y sus potenciales respuestas en un entorno estructurado o no estructurado, sugerimos la lectura del capítulo 3 del libro de Bertrand Badie.
[3] Alguien podría objetar que el ingeniero del proyecto era el alemán Kurt Tank, que había escapado hacia la Argentina en 1947 con otros 14 ingenieros. Recordemos que los soviéticos y estadounidenses implementaron también esta política de reclutamiento de ingenieros y científicos. En el caso estadounidense, la Operación Paperclip permitió a este país reclutar a 1.600 científicos e ingenieros junto a sus familias y toneladas de documentos. Uno de ellos fue Wernher von Brown, padre del programa espacial de los Estados Unidos.
[4] El gobierno de Macri adquirió cinco SEM a Francia para que coadyuvaran al dispositivo de defensa durante la Cumbre del G-20, pese a que la Armada Argentina había alertado que no volaban y que tenían componentes británicos (IF-2022-12758871-APN-GCSI#SIGEN). Aún no vuelan.

 

 

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