Economía a la deriva

Castas ganadoras y mayorías perdedoras

 

Ocurre habitualmente en todo el mundo. Especialistas, columnistas y hasta astrólogos se animan a lanzar pronósticos sobre la perspectiva de las economías de sus países para todo el año, aunque la realidad luego no coincida con las previsiones sino en forma aproximada. En la Argentina todo es más incierto: nadie se anima a hacer previsiones siquiera para las próximas semanas.

En pocos días de gobierno, la gestión “a todo o nada” de Javier Milei se ha basado en un desenfreno fanático del proclamado anarco-capitalismo para desestructurar el Estado y la sociedad. Lo ha llevado adelante en paralelo con muestras de incapacidad, improvisación e incoherencia que han comenzado rápidamente a provocar más incertidumbre y desconcierto, aun a sus propios votantes. Se diluye la supuesta luna de miel de los primeros 100 días de un nuevo gobierno, pero también la excusa siempre repetida de la herencia recibida para justificar estar peor y desequilibrar más aún la economía.

Los dislates de los mamotretos del decreto de necesidad y urgencia y el proyecto de Ley Ómnibus no ocultan el propósito de desarticulación social y de beneficiar a sectores específicos.

Las medidas puestas en marcha y las planteadas al Congreso benefician desembozadamente intereses financieros (bancos, evasores impositivos), grandes exportadores (comercializadoras de granos, mineras, petroleras, pesqueras), empresas monopólicas (servicios públicos), grupos con posición dominante (cadenas de supermercados), empresas prebendarias (Techint, armadoras de Tierra del Fuego) y proveedores e inversores del exterior (anulación de la Ley de Compre Argentino, liberalización de venta de campos a extranjeros y menciones desembozadas para favorecer a empresas del súper-millonario Elon Musk ). En tanto, dan un duro golpe a las condiciones de vida de la mayor parte de la población y a actividades que dependen del mercado interno. Hay castas ganadoras y una mayoría del país perdedor.

 

Aspiración a empeorar

Con la excusa del “ajuste fiscal necesario” se ha provocado una devaluación inflacionaria gigantesca e injustificada del peso, el aumento de tarifas, la caída abrupta de salarios, jubilaciones y partidas sociales por congelamiento; todo esto conllevando el propósito proclamado de un shock inflacionario y recesivo profundo de largo plazo para “ser como Irlanda dentro de 45 años”. Milei hace mérito del sacrificio social y la ortodoxia ideológica, pero al mismo tiempo muerde la cola con sus propias medidas:

  • Ahonda el desequilibrio fiscal inmediato y en perspectiva al hacer mucho más oneroso el pago de la deuda pública al provocar una mega devaluación sobredimensionada (over-shooting). Los compromisos financieros llevan a descomponer más las cuentas públicas, al estar el endeudamiento nominado en su mayor parte en moneda extranjera (264.200 millones de dólares, que representan el 62% del total de la deuda pública a fines de noviembre de 2022) y la recaudación del Estado en pesos en un marco recesivo provocado que generará menos ingresos impositivos, pese al aumento de tributos internos al consumo y al comercio exterior. El mayor gasto financiero no podrá ser compensado con los recortes del gasto público corriente y de obras públicas.
  • Prevé sumar más endeudamiento dolarizado con emisión de nuevos títulos por decenas de miles de millones de dólares, por el endoso de la deuda del Banco Central en pesos con bancos al Tesoro Nacional y pagos de deudas por importaciones en muchos casos sospechadas de maniobras ilegales (sobrefacturación, precios de transferencia).
  • Anuncia que libera el comercio exterior y elimina licencias previas a las importaciones (SIRA) por un sistema de información simple (SEDI), pero al mismo tiempo no dispone el Banco Central de divisas para pagos a cambio oficial. Ante la escasez de reservas no establece prioridades explícitas ni un sistema transparente para su acceso, lo cual genera mayor incertidumbre y da lugar a la arbitrariedad en su concesión.
  • Por infantilismo ideológico, se ha renunciado a la membresía del país al grupo de los BRICS, que incluye mayores compradores de exportaciones argentinas, “ya que muchos ejes de la política exterior actual difieren de la anterior”. La decisión ha derivado en la suspensión por parte de China del refuerzo equivalente a 6.500 millones de dólares del crédito recíproco (swap) negociado en octubre pasado, luego de haberse utilizado su primer tramo para pagos de importaciones y financieros.
  • Compró la ilusión de un apoyo financiero multimillonario externo que vendría de la mano de mostrar al mundo su compromiso de ajustes económicos y una vocación capitalista pro-occidental incondicional. El nombramiento del ministro de Economía, Luis “Toto” Caputo, se vinculó a que conseguiría créditos inmediatos por decenas de miles de millones de dólares, lo que no ha ocurrido. En tanto, el mayor acreedor del país, el FMI, avala en forma general las medidas antipopulares de Milei-Caputo, pero el carácter de la misión en estos días pone en evidencia la desconfianza en la viabilidad de sustentabilidad del gobierno y en la nula disposición a brindar más “fondos frescos” a la Argentina, pese a reconocer que el acuerdo vigente “está caído”.

 

La sociedad no es pelele

Por vía de provocar una fuertísima inflación y caída de la actividad económica (su referencia a la estanflación), Milei apunta a ahondar la caída de los ingresos de quienes viven en pesos, aspirando a que, a falta de argumentos e ilusiones de mejoramientos inmediatos, el mayor desempleo y por ende el temor particular a perder el trabajo actúe como elemento disciplinador. Aspira a seguir adelante con su estrategia de estabilización fiscal y monetaria con un reordenamiento legislativo y social salvaje.

El juego de “todo o nada” puede quedar empantanado por sus propias medidas en un círculo vicioso de mayor endeudamiento, inflación, devaluación, cierre de fuentes de trabajo y crecimiento de la marginalidad, como repetidamente ha ocurrido en la Argentina, pero sobre todo por la oposición de la sociedad a tanto disparate y decadencia.

El comienzo de la reacción de la sociedad ante la magnitud de la agresión inflacionaria y recesiva provocada e incentivada por el gobierno libertario ha comenzado más rápidamente y con mayor dignidad que lo que esperaba la actual ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, al anunciar el protocolo contra las manifestaciones de la oposición.

Paradójicamente –ironías de la historia–, sí parece cumplirse su anticipo de octubre pasado, cuando Bullrich se presentaba como candidata presidencial de Juntos por el Cambio, aparentemente opositora a Milei. Afirmaba entonces en redes sociales que la “inestabilidad emocional” con que Milei “había diseñado su programa y sus propuestas” conllevaba “la idea de prometer reformas profundas sin tener poder político, sin tener legisladores ni gobernadores”.

 

Empiezan a percibirse rápidamente las consecuencias del descalabro en la realidad. Buena parte de la sociedad puede haber estado confundida a la hora de votar a quien prometía “combatir a la mafia política” y ahora, ya en el gobierno, la avala y sobredimensiona. Pero el pueblo argentino no es tonto: aprende, sabe y puede responder. Es que siempre las conductas y las experiencias enseñan mucho más rápidamente que lo que suponen quienes engañan por intención o perversión.

 

 

 

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