EDUCACIÓN ARTIFICIAL

Macri habla del futuro mientras convierte las escuelas en islotes del archipiélago nacional del hambre

El Ministerio de Educación de la Nación organizó un congreso internacional titulado Aprender para el futuro en la era de la inteligencia artificial. Su objetivo se dirigía a  acompañar la integración curricular de la educación digital, la programación y la robótica en la educación obligatoria, con “una iniciativa enmarcada en el plan nacional de innovación digital Aprender Conectados, que sitúa al país entre los más avanzados en relación a la integración a la educación formal de saberes para un futuro crecientemente influenciado por la digitalización y la inteligencia artificial”. El congreso debía servir, asimismo, para el Lanzamiento regional del Consenso de Beijing sobre la inteligencia artificial y la educación, por parte de la UNESCO.

En el marco de la crisis política, económica, social y cultural que vive la Argentina como expresión de las políticas que implementó el gobierno y que llevaron al aumento de la pobreza y la indigencia, convirtiendo a las escuelas en islotes del archipiélago nacional del hambre, la convocatoria de ese congreso en este contexto y con aquel discurso, impresiona por la disociación desmesurada entre la realidad y lo que se hace.

 

Macri, Vidal, Stanley: educación, pobreza y hambre.

 

 

Máquinas que serán superinteligentes

No hay una definición estricta de qué cosa sea la inteligencia artificial (IA), pero una primera aproximación es la que relaciona a la inteligencia humana como quiera que se la defina, en una o todas sus funciones –aprender, pensar, resolver problemas, tomar decisiones, etc.—, con la capacidad que puedan alcanzar máquinas, artefactos o robots, a través de algoritmos, para cumplir esas mismas funciones. Y como una de las mayores muestras de la inteligencia humana en su evolución ha sido el desarrollo de instrumentos o tecnología, se considera que cuando una máquina pueda alcanzar la totalidad de la inteligencia humana podrá desarrollar máquinas mejores que ella misma, “superinteligentes”, que superarán a la inteligencia humana provocando una explosión de inteligencia que cambiará la vida y el vivir humanos. Se estima que esa singularidad tecnológica ocurrirá en poco más de cien años.

En algunos campos, la IA ya se está aplicando: por ejemplo en el uso de Big Data como lo hace Google, para procesar millones de datos con fines comerciales, financieros, empresariales, políticos (al modo Cambiemos), o militares. También en aplicaciones para diversos dispositivos de identificación por la imagen o por la voz, el transporte (móviles sin conductor), el diagnóstico médico por el procesamiento de datos genéticos e imágenes moleculares, la predicción de cambios ambientales para la producción agrícola y la asistencia personal virtual en la demanda de servicios. Y siendo que este desarrollo tecnológico ya está en curso, creciendo a paso firme, la educación debería ir capacitándonos para ello.

 

 

 

 

¿Sienten vergüenza las máquinas?

Dicho todo esto, pocos cuestionarían la importancia y necesidad de aprender para el futuro en la era de la inteligencia artificial. Pero la realidad no es tan obvia. Pongamos un ejemplo propio de esa ilusión progresista. Google puso a su avanzado sistema DeepMind en dos máquinas para que compitieran con sus estrategias para recoger manzanas. Cuando la competencia fue creciendo, una de las máquinas optó por destruir a la otra con rayos láser y robarle sus manzanas. No sabemos si DeepMind tiene asignado un género y si es capaz o no de sentir la vergüenza de Adán y Eva por verse desnudos, pero por otros varios riesgos, Stephen Hawking y Vernon Vinge, junto a otros científicos, alertaron con su Carta Abierta sobre Inteligencia Artificial (2015), en relación al desarrollo imprudente de la IA. No sabemos tampoco si el Ministerio comparte estas preocupaciones, aunque, de acuerdo con la visión empresarial de las políticas que ha implementado su gobierno y su abandono de la educación pública, debe interpretarse que se trata de una nueva estrategia instrumental en beneficio de los mercados que desplegará la IA.

 

 

Por eso es que aunque una seria evaluación de los riesgos en relación a los beneficios es una obligación ineludible en el desarrollo de la IA, a las urgencias de nuestra comunidad esa evaluación le resulta lejana. Los problemas que hoy resultan más urgentes para nosotros en el campo de la educación en los nuevos desarrollos tecnológicos, incluida la IA, son los de justicia y ciudadanía. Porque: ¿con qué racionalidad educativa se puede planificar, desarrollar y evaluar la educación en nuevas tecnologías en la Argentina, cuando en nuestra democracia la mitad de los niños está en situación de pobreza y muchos de ellos sufriendo de hambre?  ¿Cómo se puede pensar seriamente en “aprender para el futuro” sin haber logrado proteger las condiciones básicas de la condición humana en el presente, incluida la educación? ¿Qué grupos privilegiados se beneficiarían de esa “era de la inteligencia artificial”?

 

 

Inteligencia artificial

El mencionado Consenso de Beijing sobre IA de la UNESCO (mayo, 2019), asociado a la convocatoria del Congreso del Ministerio, consideró el profundo impacto de la IA para las economías, el mercado laboral, el futuro del trabajo y el desarrollo de competencias; y afirmó que ese impacto debe ser “objeto de seguimiento y evaluación a lo largo de las cadenas de valor”. En otra nota de El Cohete —“Un bolsillo singular”— discutimos la visión de Jaime Durán Barba en este sentido, cuando expresó: “Ese avance inevitable de la tecnología dejará sin empleo a muchos… La robotización nos lleva a otro tipo de sociedad… Este problema no se soluciona haciendo piquetes”. Y luego cerró considerando que esa reformulación del mundo del trabajo requiere líderes (como Macri, claro) que puedan acompañar este cambio hacia el futuro.

Por eso la reforma laboral que se proponía ejecutar Cambiemos, en la que muchos quedarían sin empleo, buscaba un apoyo más en ese “aprender para el futuro”, usando al lenguaje necesariamente ambiguo de la UNESCO que debe complacer a todos los países y especialmente a los más poderosos. Así, cuando el Consenso de Beijing dice que se debe “supervisar y evaluar el impacto de la brecha y las disparidades entre los países en cuanto al desarrollo de la IA”, no se puede ignorar la reducción a retórica de esas buenas intenciones, al observar la guerra comercial declarada por Estados Unidos contra China por el desarrollo de la IA como tecnología de punta, procurando sostener las disparidades que ni Europa logró reducir con su iniciativa Eureka.

 

Guerra tecnológica USA-China.

 

Queda claro entonces que el Consenso de Beijing de la UNESCO es usado por un gobierno que busca demoler el estado de bienestar y las políticas de derechos humanos de los organismos internacionales, para dotarlo en Argentina del significado neoliberal del desarrollo tecnológico y su impacto futuro. Una intención políticamente coherente con la reciente creación por Gabriela Michetti de la Dirección General de Iniciativas de Futuro (Decreto 211/19) seguido de la creación de nuevos cargos vinculados al oficialismo para que el futuro no los deje sin empleo.

 

 

Seres inteligentes que son automatizados

Hay una diferencia entre ser autónomo y ser autómata. El autómata tiene movimiento propio, como las máquinas que pueden imitar nuestros movimientos. Así es el autómata de la película Hugo de Martin Scorsese; y el bufón autómata del ingeniero J. F. Sebastian en la película Blade Runner. Claro que este autómata se diferencia de los androides superinteligentes que el detective Rick Deckard debía detectar con el test de Voight-Kampf, por sus sutiles diferencias con los humanos. Pero en cualquier caso, la principal característica del autómata, o de los androides o robots que se realicen con IA, es que las normas le son dadas, comenzando con la primera que es la que no se debe dañar a los seres humanos. Un androide tendrá así las características de un esclavo: será un ser inteligente pero las normas que ordenen sus vidas le serán dadas por sus creadores. Será un nuevo modo de producción esclavista. Y habrá amos, a menos que la inteligencia artificial logre resolver el milenario problema de la hegeliana relación entre el amo y el esclavo.

 

El autómata de la película "Hugo" de Martin Scorsese.

 

 

El ser autónomo, por diferencia, es el que se da su propia ley (nomos), por diferencia con las leyes que le fueron dadas (leyes de la naturaleza). Es el ser que se autogobierna, el que es libre. El que obra según praxis, más allá de la conducta. El que produce telas para la industria textil de un modo distinto al de la araña que está condenada a repetir por siempre la misma tela. Es en esa libertad que se ve su inteligencia (escoger entre alternativas, juzgar, decidir). Ese ser libre es lo que la educación en las democracias liberales, como la nuestra, debe promover. Esto es lo que formularon los estoicos con sus “estudios liberales” (studia liberalia), formalizando el ideario socrático. Esta es la discusión que la catástrofe actual de nuestra democracia debe proponer para una reforma educativa en general y para la educación en los nuevos desarrollos tecnológicos en particular. Una reforma que antes que los instrumentos deberá reflexionar sobre los fines. Sobre la educación reflexiva para la libertad efectiva en el autodiseño de un proyecto de vida en democracia. Un proyecto que no sea sobredeterminado por los poderes fácticos. Pero eso no lo brinda la IA. Una educación apoyada, sí,  en los datos que la IA puede aportar. Pero una educación que haga sensible al ciudadano ante la vulneración que a todos nos alcanza pero que algunos padecen especialmente. Una sensibilidad que le faltó al gobierno de Cambiemos cuando no tuvo la compasión de ponerse en el lugar de los otros. En esto creo que deberemos educar a los niños.

 

 

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