El acuerdo para bajar los salarios

Al gobierno se le quemaron las papas

 

El descalabro en el dólar es el síntoma más visible, pero no el único, de que las papas se han quemado. El gobierno convocó a la oposición para sellar un acuerdo. Objetivo: compartir el costo político de disipar el miasma que emana de los tubérculos chamuscados. Bello gesto (beau geste) que resalta la singularidad de esta versión de cuanto peor economía mejor democracia. La factibilidad del gambito aguarda su destino de pato o gallareta. Mientras tanto el Presidente, con un sesgo positivo irreductible según propia caracterización, le tiene fe al pato, aunque previsible rengo. Así lo dio a entender durante la conferencia de prensa convocada  el jueves 16. En las respuestas a los periodistas seleccionados para preguntar, quedaron fijadas las metas del acuerdo que se propone alcanzar. Más de lo mismo, ahora con el telón de fondo del programa que se intenta acordar con el FMI.

En resumen, acelerar la baja de los ingresos de los argentinos, para que de manera inmediata se comiencen a demandar menos dólares por importaciones. Como los ingresos de dólares por exportaciones son más o menos constantes, el mayor saldo, así logrado, permitirá pagar con desempleo y caída del producto los servicios de la deuda externa. Es ese el sentido que encubre haber prescripto que liquidar el déficit fiscal (la diferencia negativa entre ingresos y gastos estatales) es la llave que abre las puertas de la prosperidad. Catadura de la mueca: el déficit fiscal es en pesos y lo que faltan son dólares. El oxímoron de la austeridad fiscal expansionista fue uno más en las respuestas de la conferencia presidencial. En todas abusó del recurso.

La manera más segura de yugular un déficit fiscal, siempre que se lo desee, es subir impuestos y gastos. Esto último porque y hasta cierto límite, la recaudación sube más que proporcionalmente al gasto. Por el contrario, el Presidente, taxativo, dijo que hay que seguir bajando impuestos y bajar el gasto. Al final de la conferencia hizo una especial defensa de haber bajado los derechos de exportación, más conocidos como retenciones. El núcleo de la argumentación presidencial es que las retenciones estropean la rentabilidad.

En este cuadro de situación, los opositores convocados al acuerdo de las papas quemadas, para despejar la contaminada atmósfera de la gobernabilidad, deberán corresponder con otro beau geste: convalidar que se bajen los ingresos de los argentinos. La increíble hazaña de devenimos más ricos mientras nos volvemos más pobres.

 

Renta

La baja de las retenciones tiene tela para cortar. Entra en juego la renta porque es sobre la que recaen las retenciones. Particularmente, cómo opera la renta sobre la ganancia, para ver el grado de pertinencia del argumento presidencial. La renta es un factor productivo. Un factor productivo se define como un derecho establecido para percibir una remuneración que proviene del reparto primario del producto económico de la sociedad. Ese derecho es el que a su tiempo sanciona con fuerza de ley el derecho positivo. La explotación de un recurso natural da derecho a la renta.

Los factores vienen de tres tipos. Uno es el salario. Dos, son la renta y los impuestos indirectos (el IVA). Tres, la ganancia. El salario, la renta y los impuestos indirectos constituyen ingresos fijos, hay que pagarlos para producir. Están determinados de antemano por medios institucionales. La ganancia queda como residuo después de fijados los anteriores. Es un ingreso variable. Se cobra después de vender.

Los costos son los que determinan los precios. La renta es un costo, entonces determina el precio. No es a la inversa, que los precios determinan la renta. La distinción es importante porque desde que David Ricardo enunció que “el trigo no es caro porque se paga renta, sino que se paga una renta porque el trigo es caro”, se tiende a razonar como si los precios determinaran la renta. En la realidad las cosas suceden al revés: si el trigo es caro es porque se paga renta.

La renta de la tierra viene de dos tipos, la absoluta y la diferencial. El nivel de la renta absoluta lo determina el poder político de los que detentan los derechos de propiedad del recurso natural. La fijación de ese nivel enfrenta, entre otros límites, la respuesta proporcional de la cantidad del producto que se trate ante un aumento del precio (lo que se llama elasticidad), los productos sustitutos, la competencia internacional. Como cualquier monopolio, sea este industrial o agrícola, al lado de la renta absoluta está la diferencial. Más renta tendrá la empresa que esté por sobre el rendimiento promedio del sector y menos la que esté por debajo. Esta renta diferencial es distinta a la que postulaba Ricardo y postulan sus seguidores actuales. Provenía del rendimiento diferente del suelo. A más rendimiento, el mismo precio generaba más renta respecto del suelo yermo. Este último tomado como parámetro.

La distinción conceptual entre la renta absoluta y diferencial como determinantes de los precios versus el precio estableciendo la parte del costo que es renta diferencial, viene a cuento porque uno de los dos sentidos de la determinación no es correcto. Además, tenga conciencia o no de ello, la segunda está en la base del razonamiento presidencial. El andamiaje intuitivo que permite palpar que es incorrecto el sentido de determinación que va del precio a la renta se comprueba al considerar que desde la conquista del Lejano Oeste hasta el saqueo de África se hicieron sin renta. Entre nosotros, tardó en aparecer. Esto importa, porque según Ricardo y sus seguidores actuales, habría renta si los que alquilan la tierra renuncian a embolsarla. El precio la produciría igual y se la quedarían los arrendatarios. Como sostiene Ricardo en esta lógica: la renta del suelo no crea riqueza, únicamente la transfiere.

El panorama conceptual permite inferir que la resolución de este gobierno al conflicto que abrió la 125 a favor de la renta, suprimiendo todo tipo de retenciones (las mineras también), es contraproducente. Al estar en los costos, la renta baja la ganancia global de la economía. Entonces el Presidente no está en lo cierto cuando dice que suprimir las retenciones sube la rentabilidad. Es verdad que sin renta los precios de exportación bajarían. Eso en un mundo donde los precios internacionales se forman a partir de los factores de costos nacionales, como la renta y los salarios, y la ganancia se fija por la tendencia a la igualación mundial, implica transferir plusvalía sin contrapartida al exterior. Actúa el mecanismo del intercambio desigual.

No es menos cierto que, como el grueso de lo que exportamos es lo que comemos o disputa espacio con lo que comemos, la renta erosiona los salarios. Como el salario es el mercado, se estropea la inversión. Es que el precio de los granos remunera los salarios, los otros costos diferentes a la renta, la ganancia y la renta. Menos la renta, los otros son necesarios para producir. Con salarios en baja y rentas en alza, el mayor ingreso de los rentistas o bien compra bienes inmuebles (tirando para arriba la renta inmobiliaria) o bien se va al exterior ante la falta de oportunidades de inversión interna. Este efecto final hace que sea indiferente distinguir si los que trabajan el agro son dueños o arrendatarios. Es por este tipo de razones que, generalmente, el capitalismo tendió a acotar o suprimir la renta.

En nuestro caso, necesitamos que el precio internacional de lo que exportamos no baje. Pero, al mismo tiempo, que no malogre la inversión. Lo mejor entonces es poner retenciones que desconecten el precio nacional de los alimentos del internacional y tengan así un efecto distributivo a favor de los salarios y al final de la inversión. El campo, objetivamente, no necesita la renta para producir. Tampoco la minería. El país la necesita para que no le bajen los precios a los que vende sus exportaciones. Las retenciones resuelven la contradicción. Suprimirlas la agrava.

A todo esto, lo más interesante del caso es ubicar a quien paga las retenciones. La minería y el campo son actividades con costos crecientes (rendimientos decrecientes, lo mismo desde otro ángulo). Significa que si, digamos, aumentamos la producción un diez por ciento, los costos aumentan 12 por ciento. Las dos actividades enfrentan una demanda internacional fuertemente inelástica. Esto significa que la caída de la cantidad, por un aumento del precio, es mucho menos que proporcional. Las retenciones, entonces, las paga enteramente el consumidor extranjero porque se las traslada completas al precio. Mejora la balanza comercial y mejoran los términos del intercambio mercantiles y factoriales. Los primeros miden la relación de precio entre exportados e importados, Los segundos el trabajo que gastamos en exportar versus el trabajo que compramos al importar. O sea, compramos más trabajo importado por menos trabajo nacional. Todo ese proceso favorable se inhibió cuando falló la 125. ¡En nombre de mejorar las perspectivas productivas del campo! Ridículo, infundado y absurdo.

 

Por abajo

La visión presidencial de las retenciones es otra prueba más de que la fantasía de tinte reaccionario se impone a la apreciación del funcionamiento del mundo tal cual es. De manera que el acuerdo político al que convoca el gobierno únicamente puede alcanzar algún grado de éxito para los intereses bien entendidos del país, si se cuestiona la filosofía económica que ha motorizado su comportamiento. El gobierno quiere ese acuerdo exactamente para lo contrario: reforzar el alcance de su filosofía económica.

Bajo estas condiciones, si los convocados se avienen a lo que propone el gobierno que los convoca, todo lo que se logrará será espacio político para un conjunto de medidas puntuales, contradictorias e inorgánicas que actúan para desplomar la demanda. La búsqueda de legitimarlas por el visado del pasaporte del FMI, tampoco hará que baje la inflación. Todas las medidas que se prometen tomar inflan los costos. Si la demanda tiene que caer, los precios tienen que subir. Así, salir de la crisis generada por la propia acción de la política gubernamental y detonada por los movimientos financieros globales, en lo que queda del día, es por abajo, bien por abajo. ¿Es inevitable? ¡No! El gobierno propugna el acuerdo político para hacerla posible.

 

 

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