EL ALTERADO INFUSO

Fogwill, el mercader fracasado, y la extensión de la dictadura por otros medios

 

Verdugueador –jamás verdugo— imbatible, máxime cultor de ese unipersonal arte retórica, disparaba proyectiles explosivos desde su metralleta de palabras instalada sobre la perinola de la vida y en paralelo era capaz de hacer pie firme tanto en las superficies acuosas de la novela (que fueron once), en el ripio del cuento (otros tantos libros) o en las arenas movedizas de la poesía (siete libros). Nominado, por sí mismo, Fogwill (Quilmes 1941-Buenos Aires 2010) hizo de su apellido un shifter que lo señala capaz de generar y degenerar  cualquier predicado. Propiedad del habla que, sin embargo, en la escritura adquiría una precisión milimétrica, sin lugar para florituras. Menos conocidos, más escasos que los textos narrativos y los versos, sin encuadrarse del todo en el género periodístico de la crónica, los escritos destinados a los medios gráficos podrían aproximarse a lo que se conoce como ensayo, sin terminar de serlo en términos convencionales.

Literarios sólo por provenir de quien los realizaba, aquellas notas fueron más que nada verdugueos, blindados dentro de una coraza de ironía, humor y ponzoña. Buena parte de las mismas fueron publicadas en una revista que tuvo su cuarto de hora entre 1982 y 1993, con una furtiva resurrección de nueve meses en 2000. Ambas aventuras periodísticas fundadas por un mercader de arte que hace un par de años debió indemnizar con una ponchada de dólares a los descendientes de León Ferrari por haberle afanado al artista una docena de obras. Más recientemente, al susodicho se lo vio como partiquino del show catódico propalado por Baby Etchecopar.

 

 

Fogwill, el autor.

 

 

Con el nuevo siglo, Fogwill reconsidera el contenido de aquellas publicaciones post-dictatoriales como habiendo hecho “la tarea sucia de Bárbaro y Menem” (por Julio, el secretario de Cultura de Carlos Saúl, Presidente en aquel entonces). En 2000, sin embargo, el escritor acepta la propuesta del mercader de volver a escribir en sus páginas. Recargado, no se priva de nada, a punto tal que inaugura la serie con un frondoso verdugueo al mismísimo director de la empresa. Tal vez por ello sea plausible conjeturar que aquella haya sido la causa por la que nunca vieran la luz. Hasta ahora, cuando una valerosa, pequeña editorial las trae bajo el original título de Estados alterados.

Tras despacharse con insistente, entretenida vehemencia contra el mercader, Fogwill se dedica a lo que se le canta. Con una pormenorizada introducción académica de Silvia Schwarzbôck, certera a fin de encuadrar el sinuoso derrotero estético e ideológico del autor, se van desgranando artículos breves, ligados a las contingencias culturales atravesadas por el cedazo político del nuevo siglo. Provocador irrespetuoso de las convenciones, bosqueja teorías individuales alejadas del sentido común hegemónico de toda razón y justicia, no obstante impregnadas de un ribete de verdad escamoteada. Muestra de ello es cuando se refiere a Raúl Ricardo Alfonsín, ganador de “cierta notoriedad por su idea de mudar la Capital Federal a Viedma, su convocatoria a celebrar Pascuas a la manera que le recomendaba Aldo Rico, y por suscribir en Olivos el pacto que le amargó la vida al escribano Duhalde habilitando al abogado Menem a proseguir cuatro años más su carrera en pro de las metas de esa tercera etapa del proceso de Reorganización Nacional que piloteó el más ilustre de los riojanos del siglo que acaba de terminar”.

No abundan los personajes, obras o instituciones incólumes ante Fogwill. En el mejor de los casos aplica su íntimo materialismo neorrealista para elevar aspectos meritorios con todo respeto hasta las más altas cumbres, sin prejuicio de arrojar desde las alturas algún guijarro hacia lo que halla disonante. Ese verdugueo sin condescendencia adquiere ribetes arrasadores cuando se trata de la tradición académica anquilosada, de “los asfixiados por el éxito”, del caretismo de todo menta, el status quo. Edifica neologismos: Gabriel García Marketing, Merdosur, y diatribas: “Página/12 es progresista, como Sábato –un escritor— y que el MODIN –una peña foklórico-militar, cuyo paso por la política no dejó más huella que una venta de votos para la reelección de Duhalde— es más reaccionario que el Partido Socialista Obrero español, que tantos casos de tortura y negociados amparó en tiempos de Felipe González”. Desde la misma santabárbara embate contra la celebrada canción de Ferrer y Piazzolla: “¿Por qué si es ‘para un loco’ la canta un loco? Será loco pero boludo no, porque va bajo la luna de Callao como si supiera que por Crovara, o por las callecitas de Soldati nadie le iba a festejar el chiste ni los ripios del verso”. Viñetas sociológicas, análisis de mercados (mancias que en su momento le sirvieron para abastecerse de morlacos) se cuelan poco camufladas, adrede, entre el despliegue de trivialidades cotidianas y oscuras hondonadas históricas.

Bajo la cínica –al estilo Diógenes, casi— cobertura de “son notas de literatura” o la increíble “esto no es un trabajo de crítica”, Fogwill fuma la pipa de Duchamp. Entre esos vahos confluyen “disgresiones de las prácticas religiosas, el arte militar, la músicas, la pintura, y la política, se permite las suyas —confiesa— y se dispersa para desalentar y dispersar lectores ajenos a lo que un tarado de la prensa no vacilaría en llamar el target imaginado por su autor”. Orgulloso, hace ostentación de la trampa advertido que, de este modo, queda en la decisión del lector, cualquiera sea,  admitir, rechazar, nunca ignorar. Textos raros, coloquiales, paralelos a su producción narrativa y poética, los reunidos en Estados alterados extreman una estética perforando las fronteras de lo ideológicamente correcto. Una lengua infusa de párrafos y temas saltimbanquis se hace delicia irritable, interpela la inteligencia.

 

 

 

FICHA TÉCNICA

Estados alterados

Fogwill

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Buenos Aires, 2021

118 páginas

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