EL AMIGO DEL COMBATIENTE

Cómo Ernesto Guevara se convirtió en el Che

 

A diferencia de las leyendas y las fábulas, la condición del mito es su carácter fundacional. Organiza los datos desperdigados por la historia y se le reconoce a través de sus diversas versiones, dado que la verdad original se encuentra irremediablemente perdida. En este aspecto, cada versión porta en sus entrañas un fragmento fidedigno de los acontecimientos que le son causa. Así ocurre con los múltiples textos que procuran dar cuenta de los apenas treinta y nueve años de existencia de Ernesto Guevara de la Serna (Rosario, 1928 - La Higuera, Bolivia, 1967), el Che. Ese apodo ratifica su condición mítica por el hecho de haberse él mismo nominado mediante tal argentinismo de procedencia guaranítica con el que el pueblo cubano —y luego el mundo entero— supo reconocerlo. Su figura funda, simboliza la lucha revolucionaria en América Latina.

Che: interjección pronominal con la cual llegó a firmar los billetes de curso legal en ocasión de presidir el Banco Nacional de Cuba en 1959. Acto trascendental de inscripción, nombre de autor, es considerado el movimiento definitivo de pasaje a su condición revolucionaria: “Sabía que aplicaba un golpe de muerte a una concepción de la vida que ponía al dinero arriba de todo, rodeándolo de un respeto sacramental. Desmitificar el dinero, devolverle el carácter de medio para simplificar el intercambio de riqueza realmente producida por los hombres, esa fue la intención de Guevara”. Por momentos, la lectura realizada por Ricardo Rojo (Entre Ríos, 1923 - Buenos Aires, 1996) de su cosecha de escenas acumulada en las libretas de apuntes, le arrastran a conclusiones llamativas, tanto respecto a su biografiado como a si mismo: “Tenía un espíritu comunista primitivo y cristiano, que le hacía tomar naturalmente la idea de repartir con sus hermanos lo que ganaba con el trabajo”.

 

El autor, Ricardo Rojo.

 

Otras interpretaciones rastrean tal conversión mucho antes, cuando durante la guerrilla en Sierra Maestra cambia el maletín de médico por una caja de municiones. Ritos de pasaje, hechos políticos, efectos de circunstancias, sin constituir razones unívocas dejan de ser excluyentes; participan en la construcción de un sujeto histórico cuyas acciones influyeron de forma activa desde  la segunda mitad del siglo XX hasta le fecha. En este espectro puede instalarse una de las principales premisas filosóficas asumidas por Guevara: “La juventud es lo más importante, es como la arcilla, maleable, con ella se podrá construir el hombre nuevo, sin ninguna de las taras y residuos culturales y sociales anteriores”.

Acontecimientos vitales, objeto de interpretación, especulaciones y conjeturas, en su condición mítica las causas subjetivas, aún las más concretas, se diluyen en la maraña de los tiempos; más aún, poco importa. Con mayor o menor rigor, en forma tardía o próxima a los sucesos, en su conjunto se conservan en los textos. El primero de los cuales data de 1968 y se debe a Ricardo Rojo, abogado, diplomático y amigo de Guevara. Libro testimonial, Mi amigo el Che encuentra así su “edición definitiva” con prólogo del memorable editor Daniel Divinsky y epílogo de Alejandra Rojo, hija del autor. Fotografías y documentos —incluyendo una carta de Juan Domingo Perón al autor— complementan esta reedición y grafican distintos aspectos de la historia latinoamericana del período.

En el prólogo, Divinsky aporta elementos significativos al proceso de producción de la primera edición llevada a cabo por el excéntrico Jorge Álvarez, quien “sumaba talento y audacia a su falta de escrúpulos para crear productos innovadores y oportunos”. Señala que, en cuanto mataron al Che, Álvarez “alquiló un departamento en el que virtualmente encerró a Ricardo Rojo, quien aportó la historia en primera persona, junto al gran Rogelio García Lupo, que proveyó la experiencia escritural”. Efecto de esa conjunción es una narración en primera persona sin “trazar la semblanza del protagonista como si fuera un superhéroe o santo, invulnerable e infalible. Aparecen claramente sus errores, sus vacilaciones, su valiente testarudez en algunos aspectos”. En el entrañable epílogo de Alejandra Rojo se ratifica la anécdota al referir el título “tan argentino, tan bueno. No sé quién lo encontró, si García Lupo, mi papá o el mismo Jorge Álvarez, pero en su sencillez representa lo que fue mi padre: un observador de la realidad que quiso dar testimonio directo de sus vivencias y de lo que percibió de ellas. Era consciente del peso histórico de las situaciones de las que era parte”.

 

El Che y Rojo durante una zafra en Cuba.

 

Fueron catorce años de una relación de creciente intensidad aunque discontinua en que Rojo flanqueó al Che como compañero de ruta por varios países latinoamericanos, convirtiéndose en hombre de confianza, mensajero, a veces representante, de una fidelidad imperturbable. La historia arranca en tercera persona con el abogado radical de veintinueve años escapando de una comisaría porteña en mayo de 1953 para asilarse en la embajada de Guatemala y así iniciar su periplo por una Sudamérica convulsionada. Un sucinto panorama político de la región da lugar de inmediato a la primera persona, inaugurando el recurso contextual indispensable a fin de situar al lector en cada momento histórico, como mecharía a cada paso del relato.

El primer encuentro tuvo lugar en La Paz, Bolivia: “Guevara no me impresionó de ningún modo especial la primera vez que lo vi. Hablaba poco, prefería escuchar la conversación de los demás, y de pronto, con una tranquilizadora sonrisa, descargaba sobre el interlocutor una frase aplastante”. América Central era un hervidero de conspiraciones contra los regímenes golpistas de derecha usuales en la zona. Ambos argentinos tuvieron el inicial contacto con los sobrevivientes del frustrado ataque al cuartel de Moncada; fue en enero de 1954 en San José de Costa Rica cuando tuvieron “la primera información concreta sobre la existencia de Fidel Castro”. Poco después sus rumbos se bifurcaron, no así el vínculo.

Lo que siguió es conocido en cuanto acontecimientos: el “Granma”, la guerrilla, Fidel, Camilo, Masetti y Prensa Latina, el triunfo, la instalación en el poder, Eisenhower y el bloqueo, Kennedy y la Alianza para el Progreso de mano de la CIA, el intento de invasión gusana en Bahía de Cochinos, la conferencia de Punta del Este, el encuentro con Frondizi, la crisis de los cohetes, los soviéticos, el periplo africano, la selva boliviana, Ñancahuasú, las cuatro balas. Ricardo Rojo, por observación presencial o fuente indirectas, da cuenta de ello en detalle.

 

Desembarco del "Granma".

 

También establece alguna noticia pintoresca: los impactos previos en el cuerpo del Che. Una bala en la oreja izquierda durante el desembarco del “Granma”; otra que se aplastó contra su pecho sobre la cédula de identidad argentina y un documento de la policía cordobesa, sin hacerle daño (“me salvó ser argentino”); una herida en el pie en Sierra Maestra y un disparo accidental en la mejilla, de su propia pistola, durante la invasión a Bahía de Cochinos. Algunas situaciones que se conocieron después, por supuesto, no constan: Rodolfo Walsh descifrando los planes de desembarco de la CIA. Aparecen en Mi amigo el Che episodios en términos generales, cuyos pormenores nunca trascendieron ni lo harán: las discusiones sobre la inclusión de Cuba en la división del trabajo dentro del campo socialista, la exportación de la lucha armada, el alcance del internacionalismo proletario, las pujas internas.

Junto con los Diarios de Guevara, el libro de Ricardo Rojo constituye fuente y baluarte no sólo de la construcción del mito construido sobre el Che. Fueron elementos de discusión y guía primigenia de multitud de movimientos políticos del siglo XX que abrazaron, o no, la lucha armada. De seguro, dejaron constancia para toda una época que la lucha por el poder popular era necesaria y, además, posible. Estudiados hoy, a tres generaciones de distancia, algunos criterios y categorías de análisis pueden parecer extemporáneos, aún anacrónicos, acaso delirantes. A fin de retornar sobre ellos es indispensable tener en cuenta cómo la actualidad reaccionaria, efectivamente contrarrevolucionaria, regresiva, oscurece hasta imposibilitar una justa evaluación de los criterios revolucionarios de toda una época. Conceptos teóricos, dialécticas de evaluación, caracterizaciones de etapas, herramientas críticas vigentes en medio de la planificación y la acción misma de la práctica política, resultan extraños hasta la ajenidad en un momento como el actual, cuando nada de eso ocurre. Más bien, todo lo contrario. Salvedad que se torna advertencia al volver sobre este conjunto documental sin el prejuicio ideológico irradiado sobre la persona del Che y quienes combatieron a su lado, en su carácter de sujetos históricos.

 

 

FICHA TÉCNICA

Mi amigo el Che

Ricardo Rojo

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Buenos Aires, 2024

280 páginas

 

 

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