El asado y las netbooks

Macri y Vidal expresan una visión clasista y neocolonial, donde una computadora es un bien suntuario

A juzgar por el poncho que lució la gobernadora María Eugenia Vidal, debe haber hecho frío en Mechita, una pequeña población de 1900 habitantes en el centro-norte bonaerense, donde el Presidente Macri cuestionó el programa Conectar Igualdad.
Pero muchos sentimos más frío aún al oír la triste comparación que enunció Macri, quien equiparó la entrega de netbooks a la población escolar, las cuales supuestamente no contaban con conectividad a internet, con repartir asado sin poder asarlo... “¿De qué servía repartir computadoras si las escuelas no tenían conectividad a Internet? Es como repartir asado y no tener parrilla, no tener para prender el fuego”, fueron las palabras exactas. Más allá de que la sola mención al reparto del asado es insultante para una población que sufre resignada un aumento en el precio de la carne, que sólo en lo que va del año creció un 32%, y cuyo consumo registra el valor más bajo en los últimos 50 años, la mención presidencial a la supuesta inutilidad del programa Conectar Igualdad deja al desnudo el andamiaje ideológico de la coalición Cambiemos. El Presidente podría haber optado por apostar al aumento de la conectividad y la continuidad del programa. Por el contrario, Macri fue diluyendo el programa hasta su virtual cierre, a través de una serie de medidas. En marzo de 2016, pasó por Decreto (nº 1239) el programa a la órbita exclusiva del Ministerio de Educación. Al mismo tiempo, descentralizó su ejecución y seguimiento a las provincias, sin asignarles los recursos necesarios. El despido de 60 empleados y empleadas de la plantilla original del programa, que implicó la eliminación de los equipos de formación de docentes en todo el país, fue el tiro de gracia final.
El programa Conectar Igualdad fue lanzado por la hoy candidata a Vicepresidenta, a la sazón Presidenta Cristina Fernández de Kirchner en el año 2010, mediante la firma del decreto N° 459/10. Cinco años más tarde el programa había llegado a cinco millones de alumnos y docentes y se habían construido 1428 aulas digitales en todo el país.
Antes de hablar de la brecha digital, es importante recordar que desde el punto de vista del funcionamiento del Estado, Conectar Igualdad fue un ejemplo de articulación “fina” entre varias reparticiones. La Presidencia de la Nación, como impulsor ideológico y político de la iniciativa. Ver a la Presidenta entregando netbooks a niños y niñas de todo el país le daba al programa la fuerza que sólo las grandes iniciativas de Gobierno reciben de la máxima autoridad del Ejecutivo. En paralelo, la Administración Nacional de Seguridad Social (ANSES), como ente financiador a partir de dinero generado por el Fondo de Garantía de Sustentabilidad (la famosa “plata de los jubilados” que hoy se usa para el pago de la deuda externa); el Ministerio de Educación, socio fundamental en el programa en tanto elaborador de los contenidos educativos que se volcaban en el software contenido en las netbooks y como formador de recursos humanos capacitados para la implementación; y el Ministerio de Planificación Federal, Inversión Pública y Servicios, como garante del ensamblado local de las computadoras y del perfeccionamiento de las siete versiones que se llegaron a fabricar.
Huayra, que en quechua significa “viento”, es el nombre que recibió su sistema operativo (libre), que fue desarrollado específicamente por el Centro Nacional de Investigación y Desarrollo de Tecnologías Libres para amoldarse a las necesidades educativas del programa, tendientes a cerrar la brecha digital nacional.  Por donde se lo mire, Conectar Igualdad fue un ejemplo de articulación público-privada al servicio de uno de los objetivos más ambiciosos que puede tener un país del capitalismo marginal como es Argentina: incluir a la mayor cantidad posible de jóvenes educandos en el mundo de las nuevas tecnologías. Lo que en palabras simples llamamos “disminuir la brecha digital”. Sin un instrumento de esta naturaleza política y de gestión, es imposible pensar en los siguientes peldaños de la escalera que lleva desde una economía primarizada hasta una economía del conocimiento: la educación universitaria, la articulación de saberes a escala regional, el desarrollo del sistema científico y tecnológico y el impacto de ese desarrollo en toda la población y no en una elite digitalmente ilustrada.
Conectar Igualdad fue, además, un vehículo excelente para motivar a docentes y alumnos en torno al desarrollo de contenidos educativos novedosos.
Para muchas familias, fue el orgullo inenarrable de contar por primera vez en sus hogares con una computadora.
Para otros sectores del Estado, como el de la Ciencia y la Tecnología, fue una oportunidad única para transferir conocimientos generados en laboratorios e institutos nacionales, un conducto real a través del cual llegar con conocimiento nacional a los jóvenes en los cuales es necesario despertar las vocaciones científicas y técnicas.
Tal vez por todas esas virtudes, y otras que debo estar olvidando, el Conectar Igualdad recibió premios del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), y por la cumbre Iberoamericana, entre otros.
Pero el punto que quiero destacar aquí es el puramente ideológico. La supuesta falta de conectividad a la que aludió Macri ayer nunca fue un problema insalvable para esas amplias franjas de jóvenes que anhelan la inclusión digital. ¿Por qué habría de serlo? Vivo en Puerto Madryn, una ciudad turística. Nunca disfruté más una alegoría tan bella y romántica de Comunidad Organizada como cuando veía a les pibes sentados en la rambla “robando” la señal wifi de los hoteles lujosos de la costanera. ¿Quién les facilitaba las claves? Muy simple, era un acto de solidaridad comunitaria: la hija del cocinero del hotel la sabía, más vale, y se la pasaba a sus compañeres. Se la pasaba el turista español al pibe que lo encaraba y se la preguntaba a mansalva. O la filtraba un conserje canchero. ¿A quién le importaba eso? Lo importante era ver a los grupos de jóvenes conectados al mundo, solidarios, estudiando o perdiendo el tiempo, que es lo que hacemos todas y todos cuando nos conectamos.
Inclusión en estado puro, enclavada en una estrategia educativa ambiciosa a largo plazo, indispensable por donde se la mire. Seguramente estas escenas de conectividad popular se replicaron en todo el país. Conseguir wifi gratis hoy es una estrategia tan humanamente juvenil como lo era, para los de mi edad, conseguir una canilla con agua para refrescarse entre picadito y picadito en las siestas de verano. Es ese el mundo que no ha sabido leer el líder de la coalición gobernante en estos cuatro años de gestión. El de interpretar a las clases populares y sus derechos más terrenales, que a la vez son el trampolín para el desarrollo nacional: educarse, curarse, trabajar, crear, inventar, investigar, disfrutar del ocio. Macri con teleprompter habla de futuro, de abandonar el pasado, de insertarse en el mundo. Macri a micrófono abierto exhibe su contradicción: no hacen falta computadoras, total no hay conectividad.

 

 

El asentimiento con la cabeza de la gobernadora Vidal, que a juzgar por sus lamentables declaraciones del pasado en torno al acceso de los pobres a las universidades conurbanas, acordaba con el planteo de su jefe político ayer en Mechita, demuestra que el Plan V y el Plan M son, en esencia, la misma partitura, interpretada por distinta flauta. Plan V y Plan M se arraigan en la misma visión clasista y neocolonial, donde una computadora es un bien suntuario reservado sólo a los que tienen acceso económico a ella, y no un instrumento que garantiza la inclusión de nuestros pibes en la economía y la sociedad de un futuro que, si no somos inteligentes en las próximas elecciones de octubre, estará a cuatro años y varios pobres más de distancia.  

 

 

* Bioantropólogo. Investigador Principal del CONICET. Miembro del grupo Ciencia y Técnica Argentina. Premio B. Houssay 2016 en Cs. Sociales.

 

 

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