El bucle infinito

Respecto de la democracia, ¿estamos en un cumpleaños o en un velorio?

 

El campo nacional y popular atraviesa un paraje de incertidumbre. Esta palabra puede ser entendida bajo el signo de la falta: de confianza, de seguridad, de certezas. También como falta de exactitud, claridad, estabilidad, en distintos ámbitos de la afirmación humana, concerniente a las relaciones políticas, sociales, económicas. La incertidumbre crea ansia en los seres humanos, desasosiego, apatía, desánimo. Marca, en este sentido, un estado dubitativo, de conocimiento limitado, en el que se hace difícil describir y comprender con exactitud lo existente.

La incertidumbre implica inherentemente un riesgo: de posibles resultados con efectos indeseados. Tiene también componentes subjetivos. No saber si mañana llueve es una incertidumbre. Sin embargo, no la atravesará del mismo modo la profesora que debe ir a la facultad con o sin paraguas que un espacio político que está planificando un evento en la Plaza de Mayo. Quiero decir que si la incertidumbre implica un riesgo, este se modifica en función de la actitud que se asume ante la lluvia, los grandes colectivos de la historia, la coyuntura, la política o el futuro, individual o colectivamente. La incertidumbre es el “hábitat natural” de la vida humana, pero a lo largo de la historia el ser humano se ha ocupado de rehuirle, aminorarla o esquivarla para afirmar alguna forma de la felicidad. De examinarse, cada cual podrá nombrar distintas dimensiones que integran la incertidumbre espesa que atraviesa el campo nacional y popular. Algunas tendrán carácter global y mundial, otras, continental, otras tantas, índole nacional. Quiero examinar una de ellas. Creo que estamos atravesando un paraje de incertidumbre porque a 40 años de la vuelta a la institucionalidad democrática, no sabemos aún si estamos en un cumpleaños o en un velorio.

El campo antagonista alberga un poder criminal con un núcleo antitético respecto de la coexistencia pacífica y no violenta. Tiene también otro elemento antitético respecto del bienestar colectivo. Paradójicamente y no tanto, para ese poder ni la democracia ni el Estado constituyen sus antagonistas radicales. A la democracia —que es un poder limitado, aunque plural, diseminado, reconocible en su diversidad— la considera una especie de cáscara formal que se esmera en vaciar, desarticulando sus resortes para convertirla en mero membrete. Cuando un poder con lógicas criminales coloniza el Estado, activa un doble poder permanente y despliega un doble plexo normativo. Este mantiene un viso de legalidad que conecta con un estatuto ilegal. Para ese poder, los 40 años de la democracia se adhieren a la idea de velorio.

Las acciones de ese poder criminal nos exponen además ante traumas que no sabemos bien cómo procesar y desplazar a una zona postraumática. El trauma es consecuencia de un evento (o de una serie de eventos) dotado de una emotividad negativa que afecta la estabilidad, la integridad y la continuidad física y psicológica de un sujeto. En tanto “ruptura” (esta es su antigua raíz etimológica) produce una experiencia crítica que afecta la integridad de la conciencia y la continuidad de la experiencia. Puesto que no puede ser integrado en el sistema psíquico del sujeto —ya que implicaría una amenaza de fragmentación de la cohesión vital—, debe ser desplazado a una zona post-traumática. El trauma implica una ruptura porque no es posible asignarle un sentido y un significado coherentes, “razonables”, a ese acontecimiento que se proyecta por fuera de la experiencia de vida común y corriente del individuo o del grupo. El acontecimiento traumático implica una experiencia de indefensión y vulnerabilidad ante una amenaza, subjetiva u objetiva, que puede exponer al sujeto al contacto con la muerte o con factores de la realidad que le provocan un sentimiento de inseguridad, de incertidumbre. Las comunidades disidentes de Paraguay, perseguidas durante décadas por la cultura patriarcal y dictatorial, entendieron de modo decisivo la necesidad de ese desplazamiento y fundaron un club, uno de los símbolos mayores de la diversidad en Asunción. Su nombre es “Trauma”.

El trauma causado por el poder criminal que estamos examinando se organiza alrededor de una temporalidad escindida. El tiempo de planificación y de ejecución se desfasan del tiempo en el que el impacto del trauma se vuelve evidente. Este, por lo tanto, no es reconocido como tal, aunque haya acontecido y haya provocado su ruptura programada. La deuda solicitada ante el Fondo Monetario Internacional por la alianza Cambiemos responde a esa estructura escindida de la temporalidad y constituye una manifestación del poder criminal ubicado en el campo antagonista que se especifica como trauma para el campo nacional y popular.

 

Enredadxs

Los traumas que despliega este poder criminal son engañosos, pues provocan rupturas que no se reconocen como tales. Desplazan al sujeto (individual o colectivo) que afectan a la tercera persona. Crean un “como si”, estrategia que desactiva la posibilidad del tránsito psíquico hacia una zona post-traumática, e imponen también un efecto inmovilizador. El trauma aparece cuando un sujeto contacta con la realidad de la muerte de manera brusca e inmediata, sin la mediación de algún antiguo ritual que permita algún tipo de elaboración. El magni-femicidio contra la Vicepresidenta es un ejemplo de un trauma espeso con muchas capas superpuestas, de magnitud individual y social, nacional y popular.

En el momento en que Sabag Montiel gatilló contra la cabeza de la Vicepresidenta, ella no reparó en el acontecimiento. Posteriormente, ante la jueza Capucchetti, declaró: “Cuando venía en el ascensor, mi secretario Diego Bermúdez estaba muy nervioso y me dijo que creía que había habido un arma porque había escuchado un clic. Cuando llegamos al domicilio, nos sentamos en el comedor diario, vimos las imágenes y constatamos lo que había ocurrido”. La Vicepresidenta contactó con la realidad de la muerte de manera desplazada, en tercera persona, como si no fuera ella quien hubiera estado allí, sino su imagen. El trauma aparece de manera mediada: a través de un aparato mediático y a través de una imagen de sí misma. Una imagen que además entró en un proceso circular infinito de reproducciones en el circuito televisivo y en el de las redes. Trauma magnificado, sin principio ni fin, adherido menos a una persona que a su imagen, imposible de ser tratado para desplazarlo a una zona postraumática que disocie a la víctima del acontecimiento. Psiquis capturada en un bucle eterno de imágenes dispuesto por una inteligencia criminal tan poderosa y engañosa que obliga al sujeto traumado a auto-suministrarse el trauma una y otra vez.

Luego de una experiencia traumática, el sujeto puede revivir el trauma mental o físicamente, por eso trata de evitar recordarlo. La estructura de ese recuerdo insoportable y doloroso que puede volver a precipitarse y que se trata de rehuir, en inglés, se denomina trigger (gatillo). Siempre tratamos de evitarlo. En cambio, la Vicepresidenta lo reafirma. Cuántas veces la escuchamos mencionar ese evento luctuoso, volver sobre él: “Me pusieron una pistola en la cabeza”; “trataron de matarme”; “si militás, como yo, que anda peleando por la distribución del ingreso, que no quiere la deuda, ahí te puede pasar algo”. Afirma así su primera persona, soy yo la que estuvo ahí y no una imagen. Vuelve, figuradamente, a apretar el gatillo (del trauma) para romper el bucle, liberar su imagen infinitamente capturada por un sistema mediático y así disociarse del trauma, ubicarlo fuera de ella para transitar a otra zona que le permita proseguir la existencia de manera más o menos “fluida”.

Consigna es un grito muy específico. Es sinónimo más o menos exacto de slogan que parecería derivar del gaélico escocés sluagh-ghairm. Esto es: multitud de almas (sluagh) y grito (ghairm). De otro modo: “grito de guerra” o “grito de batalla”. Esa es una consigna, la mediación de una acción, un estilete, una oración sintética fácilmente memorizable por quien la dice —hecha de rimas, asonancias o aliteraciones— y de impacto para quien la escucha porque expresa un propósito, una aspiración, pero señala también un eventual efecto inmediato de verificarse tal o cual situación. “Si la tocan a Cristina, qué quilombo se va a armar” es una consigna que chocó de frente con la escena del magni-femicidio. Se cantó antes del 1 de septiembre de 2022 y luego se repitió a manera de mantra en las conversaciones —la tocaron y no se hizo nada: nada— como si en ese repaso se pudiera encontrar algún indicio de explicación de la inacción. Esa inacción también debe ser motivo de examinación. ¿Por qué se enuncia la idea de una acción que es negada ante la verificación de la condición? Porque esa acción contiene un trauma: esto es obvio. Y reaccionar ante una impresión emocional intensa con bordes dramáticos requiere profundas reelaboraciones para que se pueda actuar. Pero el trauma que estamos considerando tiene características peculiares. Lo elaboró una inteligencia criminal que lo desplegó bajo forma de imagen, lo disoció del sujeto afectado y lo desplazó de la primera a la tercera persona. Esta escena, ya compleja de por sí, se espesó con las imágenes televisivas amplificadas en el arco de un puñado de minutos por las redes. Este complejo dispositivo comunicacional-psicológico nos enredó. Enredar indica menos la inacción que la desmembración de los lazos sociales comunitarios que reverberan en la consigna.

La consigna que estamos analizando, destruida por un poder criminal, tiene una palabra que debe ser repuesta y que se corresponde menos con la cultura jesuítica que con la cultura insurgente negra. Dentro de la racionalidad colonial-esclavista de las Antillas francesas se solía hablar de grand marronage: práctica de resistencia de lxs esclavxs frente al genocidio blanco de los ingenios. Consistía en fugarse de las plantaciones, volverse cimarrones, para fundar, en el monte, microsociedades conocidas como mocambos, cumbes, rochelas, manieles, palenques, mambises, ladeiras, quilombos. Sociedades utópicas para liberarse de la esclavitud y de la muerte: del trauma, en definitiva. Esas sociedades les permitían a lxs esclavxos realizarse como Historia: como sujetos plenos de su historia.

Para el poder criminal del que estamos hablando, el campo nacional y popular constituye su antagonismo radical. Ese campo —que no es una idea ni fija ni eterna, pues tales cosas no existen, sino la posibilidad de constituirlo en cada etapa histórica— aún debe realizarse como historia, manteniendo un rasgo de sensatez, votar, una vez más, desgarradamente.

 

 

 

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