El candidato vergonzante a esconder

Ahondar diferencias, incentivar el odio, allanar el terreno a los negocios y control social a cualquier costo

 

Las posibilidades de que el fascismo gane las elecciones en el país más grande e importante de la región son reales. No me quiero detener en la figura del capitán Jair Bolsonaro, sería malgastar energías en una persona que ha demostrado conductas execrables, pero es quién tiene las mayores posibilidades de convertirse en el nuevo Presidente de Brasil, siempre y cuando no abra la boca para vociferar su odio, razón por la cual le tienen prohibido por “prescripción médica” participar en los debates presidenciales de segunda ronda.

América del Sur está atravesada de una combinación de procesos político-emocionales y psicológicos que sorprenden y son dignos de un análisis profundo. La política tradicional no ha sabido leer con precisión estos cambios y es por ello que aparece con fuerza la nueva derecha, la de los odiadores, los que dicen que vienen a poner orden y transparencia frente a la corrupción y el populismo. El orden que prometen es a partir de represiones indiscriminadas, violencia estatal y paraestatal. Profundizar las diferencias e incentivar el odio como un motor emocional potente y destructivo, allana el terreno a los negocios nacionales y transnacionales, con salarios bajos, control social a cualquier costo, retroceso de derechos ciudadanos y venta de activos estratégicos del Estado, entre otras cosas.

El orden que pretenden los generales que acompañan a Bolsonaro en materia de seguridad interior es con la intervención de las Fuerzas Armadas para combatir delitos como el narcotráfico y la inseguridad urbana. En esta última materia, la acción de las Fuerzas Armadas es comparable a realizar una operación de apéndice con una espada. No resiste el menor análisis. Las Fuerzas Armadas están entrenadas para arrasar, no usan el bisturí en combate. Si Brasil hoy es un país violento se convertirá en un país más violento aún. En materia de narcotráfico sobran ejemplos del fracaso que han sido sus intervenciones (México por ejemplo), donde el poder económico del narcotráfico puede comprar, sobornar y acallar a todos los ejércitos de la región y algunas otras instituciones también.

La vuelta a estados pre-democráticos es una realidad palpable en América del Sur. La cuestión es que no se hace pública merced a la complicidad del mainstream mediático, que ofrece un blindaje comunicacional eficiente para que sólo se sepa lo que para las elites es conveniente. Esa es la transparencia que persiguen, el control de la información para mantener desinformada a la ciudadanía. Y esto incluye también el manejo de las redes sociales, que se suponía serían la alternativa al monopolio comunicacional. Después de los entretelones de Cambridge Analytica y de las revelaciones de Edward Snowden, sabemos que eso no funciona así. Por el contrario, también las redes están bajo control de los poderosos. Esa transparencia, que el fascismo brasileño esgrime como bandera, en realidad es una falacia, los gobiernos de derecha en la región, con metodologías más sofisticadas, también son gobiernos corruptos. La diferencia es que sus socios de los medios lo ocultan y sus otros socios de la Justicia no investigan.

Lo de Brasil es una alerta roja con una leve esperanza de reacción democrática. De lo contrario, sería otro caso en América del Sur donde los militares llegan al poder a través de los votos, tantas veces se criticó por derecha en relación a Venezuela. El establishment ya tomó partido porque apuesta a que son más dóciles para facilitar sus negocios. Lo cierto es que los militares no han sido entrenados para gobernar, para debatir, para disentir, para escuchar. Lo han sido para la guerra, para matar, para meter bala. Por las declaraciones del Bolso de campaña, hay un catálogo de enemigos internos que incluye a los pobres (a los cuales hay que esterilizar y son fuente permanente de delincuencia), los afrodescendientes (que no sirven para nada, “mis hijos no saldrían con una negra porque están bien educados”), los homosexuales ("no se les quiere, se les aguanta”), las mujeres (se avergüenza y muestra como una debilidad haber tenido una hija) y los activismos (a los que ha prometido eliminar de Brasil), entre otros.

Según una encuesta de Gallup, los millennials (jóvenes de entre 25 y 34 años) fueron su núcleo más nutrido el 7-O. No alcanzó con decirles que el fascismo era un riesgo para Brasil, tal vez ni sepan qué es el fascismo. Pues bien, será una tarea titánica que el PT y sus aliados puedan explicar a la ciudadanía con sencillez y precisión que el fascismo se trata de un gobierno de matones, de patrones con látigo, escopetas y offshores, que harán sus negociados y quien ose opinar, pensar o actuar diferente será, en el mejor de los casos, apaleado si no muerto. Si la ciudadanía eligiera eso, sería indudable que la temática cultural de fondo respecto a cuestiones tales como la esclavitud, la dominación quasi feudal y la sumisión al poder autoritario no están bien resueltos en Brasil, aún en el siglo XXI.

También es preocupante en un gobierno militar electo que vuelvan a surgir hipótesis de conflicto con países vecinos, que creíamos profundamente enterradas. Los militares están formados para vivir en ese contexto. En el actual escenario sudamericano es muy preocupante qué posición tendría el gobierno de Bolsonaro frente a la situación política de Venezuela, si sería funcional o no a formar parte de una intervención militar, que todos sabemos desde dónde es promovida, y si su estrategia en materia migratoria será para empeorar aún más la delicada situación humanitaria venezolana.

A su vez, en materia de integración regional, dado el perfil de su posible super ministro de economía, Paulo Guede, el horizonte no es muy alentador. Formado en la escuela de Chicago, famosa por haber hecho mucho más daño que Al Capone, su política económica estará direccionada a reducir el Estado sin mensurar el costo social que ello implica y desprenderse de valiosos activos estratégicos. El slogan de campaña “Brasil por encima de todo” habla de una escasa voluntad política para profundizar procesos como el Mercosur, la Unasur o la CELAC, más bien trasluce un desliz del inconsciente imperial de hacer sentir con rigor el peso del gigante sudamericano. No será sencillo profundizar la integración si sólo se piensa en el interés propio, lo sabremos los argentinos en materia comercial (anhelando que no resurjan desde Brasil hipótesis de conflicto militares) y lo sabrán los hermanos paraguayos el año que viene cuando tengan que renegociar sobre Itaipú.

“Dios por encima de todo,” el latiguillo que resalta su alianza con los sectores evangélicos, es tan oportunista como falso. En un país con una profunda raíz religiosa, ha calado profundamente en parte de la ciudadanía, que no ha podido registrar debidamente la contradicción entre esta y sus manifestaciones violentas, su misoginia y su prédica del odio, la muerte y la discriminación. Sería muy oportuno de aquí al 28 de octubre que se tenga muy presente el Segundo Mandamiento:  No tomarás el Nombre de Dios en vano.

 

 

 

Ex Secretario Ejecutivo de la Comisión Parlamentaria Conjunta del Mercosur. Asesor OPEIR (Observatorio 
Parlamentario Electoral para la Integración Regional), Bloque FpV-PJ – Cámara de Diputados de la Nación.

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