El cerco a Venezuela

Estados Unidos y la política del garrote como advertencia disciplinante

El supuesto lanchón de narcotraficantes, antes y después del ataque. ¿Inteligencia Artificial?

 

En el curso de las últimas semanas, Estados Unidos ha desplegado ocho buques de guerra y personal militar en el Caribe, cerca de Venezuela, oficialmente para combatir cárteles de la droga. El operativo incluye los buques de desembarco anfibio USS Iwo Jima, USS Fort Lauderdale y USS San Antonio , tres destructores de la clase Arleigh Burke, USS Gravely, USS Jason Dunham y USS Sampson, además del USS Lake Erie y el USS Newport News, sumando 4.000 infantes de marina. El último acto de agresión de Estados Unidos contra Venezuela ha sido el ataque y destrucción en aguas cercanas a este país de un lanchón de 10 metros de largo, que según las autoridades norteamericanas pertenecía al cártel venezolano Tren de Aragua. Estados Unidos informó que había 11 tripulantes a bordo, además de gran cantidad de droga.

Sin embargo, esas informaciones tienen varios puntos oscuros. Estados Unidos responsabiliza de la travesía del lanchón al Presidente Nicolás Maduro, a quien ha sindicado como la cabeza del Cártel de los Soles. Este cártel –desconocido fuera de las acusaciones norteamericanas– fue supuestamente fundado por las Fuerzas Armadas de Venezuela en 1993, muchos años antes de que el mismísimo Hugo Chávez fuese Presidente, desde 1999 hasta su muerte en 2013. Para los estadounidenses el dato no importa demasiado: afirman que ese cártel colabora con el de Tren de Aragua y con el de Sinaloa de México. ¿Las pruebas? Te las debo, diría Macri.

El gobierno de Venezuela indica que el video expuesto por Estados Unidos ha sido manipulado con Inteligencia Artificial (IA) para que parezca que el lanchón recibe un certero disparo que lo hunde –es decir, no confirma que tal evento haya ocurrido–, que en las fotos y el video no se cuentan más que cinco tripulantes, y que la “gran cantidad” de droga no puede ser mucha dada la necesidad de bidones extra de gasolina para la travesía prevista. Nuestra reflexión es que si Estados Unidos identificó un lanchón venezolano sospechoso de transportar drogas, la mejor manera de implicar al gobierno hubiese sido apresarlo filmando todo el operativo, mostrar y decomisar la droga, identificar a los tripulantes e interrogarlos hasta que –si fuesen venezolanos– terminasen implicando a su gobierno por declaración voluntaria o no, o por el solo hecho de su nacionalidad. Si efectivamente lo hundieron han cometido un asesinato contra civiles (sean delincuentes o no) en aguas internacionales, y las supuestas pruebas junto a los tripulantes yacerían en el fondo del mar.

El objetivo norteamericano no era hacer creíble el intento de contrabando de drogas del lanchón, su importancia, la existencia del Cártel de los Soles o su relación con otros cárteles, sino marcar que a nivel internacional Estados Unidos se encuentra por arriba de cualquier ley, sea propia, internacional o de un tercer país, y que está actuando de acuerdo a sus intereses sin ataduras de ningún tipo. No más orden internacional basado en leyes, esas almibaradas declaraciones que nos acompañaron desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Es el retorno abierto a la política del garrote, como advertencia disciplinante para todos los países del “Hemisferio Occidental”.

Según su ministro de Interior, Diosdado Cabello, Venezuela no produce droga y es sólo un país de tránsito, por donde sale alrededor del 5% de la que ingresa en Estados Unidos. Indicó que el 87% de la droga proviene de los países del Pacífico, y que Estados Unidos no ha montado allí un operativo naval como el actual contra Venezuela. Esta aseveración sobre zonas de entrada es discutible dado que México, su vecino al sur, da tanto al Pacífico como al Golfo que lleva su nombre, al norte del mar Caribe.

Al margen de la razón o sinrazón de las aseveraciones de ambas partes, el objetivo de estos movimientos –una vez más– es un cambio de régimen, como pretendieron con los bombardeos a las instalaciones nucleares iraníes hace pocos meses. Estados Unidos desconoció el resultado de las últimas elecciones venezolanas – al margen de la falta de exhibición de todas las actas, cosa que nunca exigieron en elecciones de otros países. Eso sí, antes habían reconocido a Juan Guaidó, por cuatro años autoproclamado presidente del “gobierno interino” en Venezuela, sin haber participado en ninguna votación para el cargo.

Tras años de bloqueo económico, Estados Unidos espera que las difíciles condiciones económicas que provocaron una persistente alta inflación, caída vertical del PBI y emigración de varios millones de habitantes, logren sublevar a la población venezolana contra su gobierno. La esperanza del imperio está centrada en la dirigente Corina Machado, representante de la derecha venezolana con estrecha relación con el Partido Republicano de Estados Unidos y fiel a los intereses del imperio. Estos supuestos no se están cumpliendo y los venezolanos –aun en las difíciles situaciones a que los ha sometido el implacable bloqueo– han movilizado todas sus fuerzas armadas y han procedido al alistamiento voluntario de la Milicia Bolivariana para la defensa del país, inscribiendo 8,2 millones de personas hasta el presente. Hasta ahora la oposición no ha movilizado a sus muchos seguidores en contra del gobierno de Maduro. La unión nacional contra la invasión imperial parece imponerse –por el momento– a las insalvables diferencias políticas entre el gobierno y la dirección de la derecha pronorteamericana, que no logra movilizar a sus partidarios para facilitar y justificar la invasión.

Todos estos eventos político-militares parten de un tema geoestratégico clave: en Venezuela se encuentran las mayores reservas mundiales de petróleo: el 17,5% del total, seguida por Arabia Saudita con 17,2%. Como resultado del prolongado bloqueo, la producción venezolana de petróleo cayó a apenas el 0,9% de la mundial. Esa es la principal causa de la debacle económica del país.

El secretario de Estado de Estados Unidos, Marco Rubio, declaró que su país está construyendo una “coalición internacional” para combatir los cárteles junto a Trinidad y Tobago, Guyana, algún otro país pequeño y la Argentina. El gobierno de Javier Milei, en su inveterada genuflexión, prontamente declaró al supuesto Cártel de los Soles como organización narco terrorista.

Merece destacarse que esta nueva vuelta de tuerca contra Venezuela –que comenzó en vida de Hugo Chávez– es parte del plan actual del imperio norteamericano para que no se deteriore más su hegemonía mundial ante el ascenso de China, Rusia y otros países asiáticos.

Una de las patas de ese gran plan –bastante caótico por el momento– es el refuerzo de su control sobre el continente americano, históricamente dominado por Estados Unidos, que enfrenta una creciente presencia de China con sus intercambios comerciales e inversiones en infraestructura en la región, disminuyendo su otrora indisputado poder económico imperial.

En este continente, Estados Unidos ha incluido su nuevo apéndice norte, la gran isla Groenlandia, colonia de Dinamarca, a la que pretende comprar como lo hizo con Alaska a Rusia en 1867, en una actitud que hace pensar en la famosa opción mafiosa de Vito Corleone: “le haré una proposición que no podrá rechazar”. A esta presión sobre Groenlandia se suman los avances contra Canadá (el esperado estado 51), México, el control del Canal de Panamá, la creación de una base militar en Tierra del Fuego, el mantenimiento de las múltiples sanciones a Nicaragua, el bloqueo de más de 60 años a Cuba, y ahora el renovado bloqueo económico, financiero y naval sobre Venezuela, su gobierno y sus ingentes reservas petrolíferas.

Estados Unidos puede invadir Venezuela, pero las consecuencias tanto militares como políticas no serán tan simples como el desembarco. A la descontada participación de las Fuerzas Armadas venezolanas se agregan las milicias armadas, con las que no es fácil terminar por su diseminación en todo el territorio, tanto urbano como rural. Además, Estados Unidos no tiene ahora el apoyo político de sus vecinos Colombia y Brasil, como podía suponer con los gobiernos conservadores de Iván Duque y Jair Bolsonaro. El Brasil de Lula no es en absoluto un apoyo político del gobierno venezolano, pero está decididamente en contra de una invasión norteamericana. Tampoco encontrará apoyo en el gobierno de Gustavo Petro, aunque sí existen varias bases norteamericanas en Colombia complicando el panorama. El apoyo de la Argentina en la devaluada “coalición de los dispuestos” latinoamericanos no le sirve operativamente para nada a Estados Unidos, excepto para agitar el avispero en el terreno pantanoso de nuestra propia realidad política actual. Una invasión a Venezuela haría entrar a América Latina en una etapa de alta convulsión social y política.

La personalidad ególatra e impredecible de Donald Trump puede hacer caso omiso del plan para Venezuela ideado por Marco Rubio al no producirse un alzamiento popular contra Maduro. O puede implicarse en una invasión si en otros continentes no encuentra salidas beneficiosas para Estados Unidos o para su prestigio personal, en especial en los casos de la guerra Rusia-Ucrania, las guerras de su aliado Israel en Medio Oriente o en sus múltiples cercos a China. El futuro no está escrito.

 

 

 

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