El color del sabor

Trenzas de color de mate amargo, de Homero Espósito

 

Ya lo sé, la poesía no se explica, la poesía se vive. Sin embargo, no por pedantería sino como una de las formas de la felicidad, te invito a que entremos de la mano a esta catedral poético-sonora que es la letra del tango Trenzas. Su música pertenece a Armando Pontier y es hermosa; su letra al poeta del asombro Homero Expósito, quien hizo de esta pieza un diamante singular capaz de trascender el hecho cantable. Porque como bien sabés, ciertas letras de tango aún despojadas de su música resisten, resisten, resisten…

 

Archivo Gabriel Soria.

 

¡Ay, el título!

Trenzas (1944) es el nombre del tango. Para iniciar este juego me detengo un segundo en la importancia de los títulos de canción. ¿Acaso no son la carta de presentación, la puerta de entrada, la punta del hilo de Ariadna que sugerirá, cifrará, o revelará el enigma de letra? Digo entonces que en la palabra trenzas –intencionadamente o no– el poeta busca abrevar en la teoría de las representaciones utilizando el par dialéctico presencia-ausencia, por tanto, algo del concepto de Heidegger sucinta en este tango donde la re-presentación nunca es sino el doble o el re-doble, la sombra o el eco de una presencia perdida. Si lo llevo al campo de la psicología podría definirse según Lacan como “la falta de objeto” (concepto recuperado del “objeto perdido” de Freud); es decir, a partir de esta frustración de amor, de la imposibilidad de volver a aquel “todo” simbólico, Homero Expósito abre el espectro del deseo y lo evoca. La constante repetición de la palabra trenzas será el latiguillo, el péndulo que va y viene, la apoyatura que recordaremos; para ser más preciso, la anáfora: repetición de una o más palabras al comienzo de un verso o enunciado.

 

Trenzas,

seda dulce de tus trenzas,

luna en sombra de tu piel

y de tu ausencia...

Trenzas que me ataron en el yugo de tu amor,

yugo casi blando de tu risa y de tu voz.

Fina

caridad de mi rutina,

me encontré tu corazón

en una esquina...

Trenzas de color de mate amargo

que endulzaron mi letargo gris...

 

Si continúo escarbando en su título no está mal decir que el objeto trenzas como símbolo de juventud ha sido uno de los fetiches predilectos del simbolismo (corriente literaria que influenció la poética de Homero Expósito). Esto puede rastrearse en el poema “Un hemisferio en tu cabellera” de Baudelaire: Déjame morder mucho tiempo tus trenzas, pesadas y negras. Cuando mordisqueo tus cabellos elásticos y rebeldes, me parece que como recuerdos.

 

 

Primer registro fonográfico (1944). Orquesta de Pedro Laurenz. Canta Jorge Linares.

 

 

Sinestésico

En esta letra de tango, más que en cualquier otra, se pone al relieve otra figura de la preceptiva literaria: la sinestesia (figura muy utilizada por Expósito), que consiste en la asimilación conjunta de por lo menos dos sensaciones en un mismo acto perceptivo; llanamente: el cruce de sentidos. ¡No te asustes! Vos también sos sinésteta, ¿acaso al visitar tu calle de infancia, o al mirar una fotografía antigua, no te vino aquel perfume, aquel sabor, aquel color, sonido o textura del recuerdo recuperado? La ciencia y sus derivados ya están al día respecto de los mecanismos sinestésicos, pero antiguamente toda persona que manifestaba sensaciones multimodales era diagnosticada como esquizofrénica, o bien se la relacionaba con el consumo de drogas.

¿En qué momento Homero Expósito recurre al hecho sinestésico? En el segundo verso, al decir seda dulce, donde intervienen tres de los cinco sentidos perceptivos: la vista, el tacto y el gusto. También lo dirá al hablar de lo blando de tu risa y de tu voz. Si retomo la corriente simbolista y abrevo en dos de sus padres poéticos: Arthur Rimbaud y el nombrado Charles Baudelaire –considerados por cierto sector del canon como esquizoides– encuentro que han hecho de la sinestesia su teoría estética, entendiendo como en el caso del poema “Correspondencias” de Baudelaire que todas las cosas se relacionan entre sí, se “corresponden” en una cosmogonía donde colores, perfumes, voces, texturas, gustos, confluyen y se suceden simultáneamente como bosques de símbolos, ya no exclusivamente como exaltación del misticismo sino como una viva realidad de multiplicidades concadenadas. Rimbaud ya lo había dicho: “El poeta se hace vidente por un largo, inmenso y razonado desarreglo de todos los sentidos” y dejó como manifiesto sinestésico su poema dedicado a las vocales: A negra, E blanca, I roja, U verde, O azul: vocales / diré algún día vuestros nacimientos latentes: / A, negro corsé velludo de las moscas brillantes / que zumban alrededor de hedores crueles (…)

¡Ahora agarrate!, voy al verso-destello del tango. Este se da cuando el poeta deja para la historia de la cancionística la gran sinestesia argenta: trenzas de color de mate amargo. Mirá lo que contó Expósito recordando su cruce verbal con uno de esos cosos que nunca faltan.

 

Yo no entiendo, por ejemplo, cómo puede haber alguien que haya dicho, “trenzas del color de mate amargo”.

Y es lógico, es que ese tipo es un loco. Además, le importa un pito de todos los tipos que piensan como usted.

¿Usted lo conoce?

Sí, soy yo.

 

Esta osadía, al parecer, también desoriente al cantor Edmundo Rivero, quien interpretó la imagen como un error del poeta, ¿o no la entendió? por eso donde dice “color” el dirá “sabor”: trenzas con sabor de mate amargo / que endulzaron mi letargo gris. Rivero sin saberlo mató la sinestesia. Cuentan que Expósito al enterarse del suceso –modificación registrada en 1961 junto a la orquesta de Horacio Salgán– un tanto ofuscado dijo: ¡Pero qué se piensa este hombre, que yo me chupo las trenzas!

 

 

Rivero pifiándole.

 

 

En otra entrevista se le preguntó qué quiso reflejar en esa imagen: “Es muy fácil. Es el color del sabor. Con mi hermano Virgilio hemos encontrado una infinita gama de colores. Uno de esos colores lo encontramos cuando compusimos un tango que dice: “Quiero volar desesperado hasta un color Van Gogh”. No, no es sanata. Es el color Van Gogh (…) No hay que olvidar que Debussy y Ravel dieron origen al surrealismo francés. Yo estoy más adelantado. Ya pasé el surrealismo italiano. No tengo escuelas; camino por las escuelas”.

Los meta-mensajes que propaga la imagen de las trenzas de color de mate amargo amplifican su significado cuando el poeta la encadena al que endulzaron mi letargo gris. Otra vez el color, pero ¿cómo es posible que lo amargo endulce?, pues bien, acá estamos en presencia de la paradoja u oxímoron en la que se busca completar una palabra con otra de sentido opuesto generando un tercer concepto que dará como resultado una nueva significación. Vos dirás “che, se te piantó la frase me encontré tu corazón en una esquina”. Imposible que se me pase, es hermosa, y es ahí donde echa mano al famoso tropo de la sinécdoque enunciando la parte por el todo; ¿pedís que sea más claro? Ok. Para no nombrarla a ella sin nombrar el “todo” busca representarla bajo una de sus “partes”, bajo uno de sus atributos, en este caso, el corazón.

 

¿Adónde, adónde…?

Llega el estribillo. El poeta, ante la ausencia definitiva del ser amado, recurre a la figura del Ubi sunt, es decir el “dónde están”, es decir la pregunta existencial que ya nunca jamás se podrá responder: ¿Adónde fue tu amor, de flor silvestre? / ¿Adónde, adónde fue, después de amarte? Enlazado al Ubi sunt solo se permitirá dudar: Tal vez mi corazón tenía que perderte, que tendrá su remate en la utilización de la hipérbole en la que un pensamiento se aumenta de forma exagerada: Y así mi soledad se agranda por buscarte.

 

¿Adónde fue tu amor, de flor silvestre?

¿Adónde, adónde fue, después de amarte?

Tal vez mi corazón tenía que perderte

y así mi soledad se agranda por buscarte.

Y estoy llorando así,

cansado de llorar,

trenzado a tu vivir

con trenzas de ansiedad... sin ti...

¡Por qué tendré que amar

y al fin partir...!

 

La frecuentación del Ubi sunt puede encontrar sus arcas en la poesía elegíaca que, llevado al castellano, encontró su correlato en Jorge Manrique y su libro Coplas a la muerte de su padre (1477), donde encadena versos bajo este tópico: ¿Qué se hizo el rey don Juan? / Los infantes de Aragón / ¿qué se hicieron? / ¿Qué fue de tanto galán, / qué fue de tanta invención / como trajeron? (…) Acaso por lo elegíaco del tango esta figura aparecerá en un sinfín de letras: ¿Dónde está mi barrio, mi cuna maleva? / ¿dónde la guarida, refugio de ayer? (Puente Alsina); ¿Dónde estaba Dios cuando te fuiste? / ¿Dónde estaba el sol que no te vio? (Canción desesperada); ¿Dónde quedó mi arrabal, / quién se robó mi niñez, / en qué rincón, luna mía / volcás como entonces / tu clara alegría? (Tinta roja); ¿Dónde andará Pancho Alsina? / ¿Dónde andará Balmaceda? (Tres amigos); Cuando miro un barrilete me pregunto / aquel purrete ¿dónde está? (Sueño de barrilete).

Preparando el cierre del estribillo Expósito jugará con la repetición de un mismo sonido (aliteración): y estoy llorando así / cansado de llorar / trenzado a tu vivir / con trenzas de ansiedad, culminando con aquel ¡Por qué tendré que amar / y al fin partir...! Verbos en infinitivo que nos retrotraen al tango Naranjo en flor: Primero hay que saber sufrir / después amar, después partir… Y ya que estamos, si retomo el símbolo de las trenzas puedo relacionarlo con el tango Yuyo verde: Déjame que llore y te recuerde / trenzas que anudan al portón.

 

Juego homofónico, y cómo anudar, trenzar o ahorcar una canción

Expósito a lo largo de este tango pone al servicio del escucha su arte de hábil rimante. Aunque utilizará en su mayoría rimas versales, para el oyente sonaran encadenadas, en eco, internas: fina-rutina-esquina; pena-llena-encadena; nudo-crudo-mudo.

Ahora quiero detenerme en otro de los versos que alteró la psiquis de los tangueros tradicionalistas: llama, que te llama, con la llama del amor; donde el poeta recurre a palabras homónimas, pero dentro de ellas hace centro en las homógrafas, es decir, de grafía idéntica, pero de diferente significado, dándole mayor énfasis al significante.

 

Pena,

vieja angustia de mi pena,

frase trunca de tu voz

que me encadena...

Pena que me llena de palabras sin rencor

llama, que te llama, con la llama del amor.

Trenzas,

seda dulce de tus trenzas,

luna en sombra de tu piel

y de tu ausencia.

Trenzas,

nudo atroz de cuero crudo,

que me ataron a tu mudo

adiós…

 

¿Percibiste lo que hace en el ante penúltimo verso? Sí, te lo marqué en negro. No sé qué sentirás, pero en ese nudo atroz de cuero crudo para mí que está anudando, trenzando, atando la canción como si quisiera estrangularla y de algún modo cerrar el moño, la historia. Intentá cantar estos últimos tres versos: nudo atroz de cuero crudo, / que me ataron a tu mudo / adiós… ¿Notaste cómo prácticamente te quedás sin aire? Esto tiene un por qué, y ahí tendría que hablarte de las consonantes líquidas “l” y “r” que combinadas a las licuantes p, t, g, f, c, g, dan, en este caso, el juego consonántico de “tr” y "cr”, pero es un quilombo, dejémoslo así, o mejor dicho resolvamos todo este mejunje con la respuesta que el Polaco Goyeneche le dio a Antonio Carrizo.

 

Carrizo: –¿Quién es Homero Expósito?

Goyeneche: –Un anormal con matrícula.

 

¡Hasta la Victrola Siempre!

(Y perdón por tanta lata, pero qué sé yo… vos ya lo sabés… el gotán enloquece.)

 

Goyeneche habla de Trenzas y se larga a sangrar.

 

 

 

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