El dilema provincial

Avalar la política de enclave-factoría o defender al pueblo-nación

 

No se puede cuestionar el federalismo en tanto parte de nuestro sistema institucional: está en la fundación de nuestro ser nacional. Ya está.

Lo que sí hay que debatir es qué implica en la construcción de la patria hoy. La discusión sobre el centralismo porteño, que existió y existe, ya es vieja y no resuelve nada.

Lo que hay que analizar hoy es el aporte de las provincias a las soluciones que requiere una sociedad quebrada, fragmentada, sometida, desigual e injusta.

Porque, aunque repetido, la nación, la patria, la constituyen y la construyen las provincias, incluida la ciudad-provincia.

El problema entonces son las provincias (o sea, la patria). Todas importantes y todas diferentes. Todas con pueblos añejos, y todas con poblaciones nuevas. En algunas predominan aquellos y sus tradiciones, y en otras estas y sus fuerzas creativas. En general se combinan ambos aspectos, pero siempre domina uno de ellos.

¡Siempre tienen sus élites gobernantes! Que deberían representar a sus pueblos, pero en varias son muy distantes de ellos. Lo cual conforma en cada caso su calidad democrática o aristocrática-feudal. Cada cual puede ponerle nombre a alguna provincia en esa alternativa mirando el mapa. Hay varias de cada una de esas tipologías, pero en todas las élites gobernantes está definido el grado de pertenencia de su provincia en mayor o menor medida al ideal de patria, de pertenencia a una nación, a una identidad como pueblo. Y en otras está cada día más claro que su carácter feudal se asocia actualmente a su pertenencia a los grandes poderes económicos, hoy claramente alineados con intereses extranjeros del norte.

A pesar de haber ofrendado sus dirigentes para presidir la Nación en numerosas oportunidades, hasta hoy subsiste una resistencia provincial creciente a asumir la pertenencia a una sociedad nacional, a una vocación de patria como objetivo a construir desde su realidad local.

Predomina en muchas un sentimiento de fragmentación respecto de la unidad nacional, que también se da en otros órdenes de la vida social, política y económica.

La desconfianza en el puerto se ha incubado en la historia, a menudo con razón, justificadamente hoy en el castigo que les propina sin fundamento alguno el poder nacional.

Sin embargo, varios gobernantes se someten vergonzantes ante la humillación que les impone ese poder autoritario. Quizás en defensa de sus pueblos, también humillados, quizás por un atisbo de subsistencia, quizás especulando con pegar el salto hacia otros rumbos.

 

La puesta en escena de Tucumán, julio del 2024.

 

Porque el problema actual reside en aquellas provincias que anhelan encontrar un vínculo con los intereses del exterior, más que con el poder actual del gobierno nacional. Viéndose destratadas en su país, o porque sus gobiernos así lo prefieren, buscan préstamos o inversiones extranjeras para explotar sus recursos naturales, la mayoría, o para vender sus tierras a extranjeros especulando con ello, o para seducir inversiones externas que mejoren algún impuesto o ingreso provincial, sin importarles la industria y el trabajo local.

En ese camino no tienen presente la inclusión de sus pueblos ni el mejoramiento del conjunto de la sociedad argentina. Porque nadie se salva solo.

Menciono esto porque quiero ejemplificar conductas en una que denomino “provincia extranjera”, mote que nadie merece, pero su porfía es tal que siempre beneficia los intereses de afuera por sobre los de su pueblo, y más aún por sobre los intereses nacionales, y donde la corrupción consiguiente fructifica en todos los frentes, inclusive en las relaciones con el narcotráfico. Por ello he querido adjudicarle esa calidad.

Y lamento decir que cada vez encuentro algunas experiencias más de ese prototipo que ya existe, que se suman con sus acciones a esa calidad de desmerecer los intereses de su gente en aras de aquellos otros que vendrían a dejar “riquezas”. Avalando cuanta política de privatización de empresas radicadas en sus territorios decide el gobierno en perjuicio de la actividad local, empresas de servicios, y en el trabajo.

Pero eso no justifica imitarla para competir en el grado de humillación. Por el contrario, si la renovación va a venir de las provincias debiera ser enarbolando la bandera de lo nacional y de los intereses del pueblo argentino. Caso contrario, sus pueblos se lo demandarán.

Hoy se conjugan intereses en alianzas políticas, justificadas como cualquier otra, pero cuyo fin último es acumular fuerzas para negociar con un poder nacional que pretende del país un “enclave factoría” sometido a aquellos países del mundo “occidental”, liderado por Estados Unidos.

¿Pretenden negociar ante tamaño poder? ¿Lo podrán hacer en beneficio local cuando la presión del dinero es tan fuerte? ¿Podrán desmarcarse del narco, cada vez más presente? ¿Podrán evitar el clima autoritario del gobierno, en los límites de la constitucionalidad? ¿Podrán discernir con certeza cuándo las medidas defienden al conjunto de la sociedad, al país, y cuándo a los intereses de los grandes grupos económicos nacionales y extranjeros?

Algunas, como lo hemos expresado antes, ya han elegido en la disyuntiva: las inversiones extranjeras, ¡especialmente las que indica Estados Unidos! cualesquiera sean sus orígenes y condiciones. Esa actitud predomina en la decisión de sus élites.

Hay otras que no lo han hecho todavía, pero sus antecedentes prefiguran que en la negociación con el poder, que ya no es solamente el nacional, deberán decidir si avalan la política del enclave-factoría o si se inclinan por los intereses del pueblo.

En las circunstancias actuales, esa decisión-elección es dramáticamente clara: los hechos han volcado la realidad a un dilema claro: el pueblo-nación o la humillación ante un poder externo aliado con intereses locales. Las provincias argentinas no pueden escapar a esta elección. La complicidad con el régimen de Milei define claramente la opción política y económica actual, por más que se vista de diálogo, moderación, etcétera. El apoyo al gobierno, aunque sea selectivo y esporádico, define el resultado de la calidad de nuestra democracia y del destino de nuestra soberanía, hoy mancillada, como de la calidad de vida de nuestro pueblo.

La Biblia define este dilema en Apocalipsis 3:16 “Así porque eres tibio, y ni frío ni caliente, te vomitaré de mi boca”. Y el Dante en su obra maestra los condena al peor final: sin certidumbre de su destino por toda la eternidad.

 

 

 

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