El dogma del achique

¿Por qué hay crecimiento económico, pero la gente vive peor?

 

Como un ritual, cada mañana enciendo la radio para enterarme lo último que pasó en el mundo, busco un programa periodístico y lo sintonizo. Inexorablemente, como toda emisión de su género que se precie de tal, dicho programa cuenta o bien con un periodista económico o con la participación de alguno de los tantos economistas que opinan en los medios. Con distintas visiones, todos nos “explican” la causa de que el dólar se mantenga estable o por qué sería necesaria una devaluación. Para avalar su explicación, por lo general, muestran cómo impactarán las últimas medidas en el mercado financiero. Obviamente, cada uno de ellos tiene una mirada ideológica bien distinta, pero inevitablemente unos y otros se equivocan. Y al día siguiente los escucharemos exponiendo, muy sueltos de cuerpo, qué pasó para que fracasara el bien argumentado pronóstico del día anterior. También nos contarán cómo evolucionaron los distintos bonos emitidos por el Banco Central en una serie interminable de siglas que transforman el relato en chino básico que, por supuesto, ninguna persona del común entenderá. Cuando hemos llegado al paroxismo del comentario, llega la explicación de algún funcionario de turno, que elaborará un discurso de circunstancia bien condimentado con frases hechas pero incomprensibles y ajenas para la mayoría de los mortales, aunque suenen rimbombantes y den fama de sabio.

Cuando el tiempo lo permite llega la hora de la televisión, y lo que vemos replica lo que ya escuchamos en la radio. Pero los medios audiovisuales dan lugar a una puesta en escena que puede ser deslumbrante, porque cada comentario irá acompañado de gráficos, frases y reproducciones de twitts proyectadas en la pantalla. Por lo general, el editorial económico enunciado por el periodista termina en un debate surrealista entre colegas, políticos, economistas, invitados y hasta simplemente opinólogos, que nunca llegarán a una conclusión.

Tanto yo como millones de argentinos quedamos totalmente desconcertados luego de un día de consumo de medios. No entendemos cómo es posible que, habiendo tantos “sabios” en economía, la inflación sea del 7% mensual. ¿Qué es lo que pasa con la economía, que debe ser estructurada para mejorarle la vida a la gente y cada día más se aleja de su objetivo? Es un fenómeno universal la creación permanente de recursos, el avance tecnológico que ahorra tiempo e incrementa la productividad y la instalación de producción cada día más grande. Sin embargo, cada vez más gente padece necesidades mientras unos pocos se benefician. Pareciera que se hace realidad la distopía de Aldous Huxley en su famoso libro Un mundo feliz, que describe una sociedad dividida genéticamente en castas en la cual, mediante el uso de drogas, se manejan las emociones y donde la economía se reduce al consumo indiscriminado de productos industriales con una vida útil acotada, que habilite su destrucción y favorezca una nueva producción para mantener el consumo, y así hasta el infinito. Este círculo vicioso permite que sólo unos pocos vivan en la holgura mientras miles de millones padecen necesidades que son manejadas una y otra vez por el uso de drogas. En un posible paralelismo con nuestro presente, la droga que actualmente apacigua las emociones son los medios de comunicación dominantes destinados a manejar una realidad distópica.

 

 

 

Gastos e ingresos

Es difícil construir una realidad distinta a la actual si nadie se atreve a patear el tablero. Es común que muchos economistas progresistas nos hablen de la necesidad de una más justa distribución del ingreso, pero eso se traduce en una discusión liviana que no se atreve a imaginar ideas de cambios estructurales en favor de los que menos tienen. Por lo general, la cuestión se encasilla dentro de parámetros ortodoxos que, ante cualquier medida distributiva, despotrica bajo el argumento de que afecta el presupuesto del Estado y que eso es malo para la economía del país. Todos, en definitiva, entienden que la economía no debe incurrir en un esquema de déficit fiscal y para que ello ocurra no imaginan otra cosa que reducir el gasto.

Veamos con un simple ejemplo familiar cómo funciona el razonamiento propuesto por el sistema y que, obviamente, es el que lo favorece. Imaginemos una familia tipo: padre, madre y dos hijos. El padre trabaja y con ello les es suficiente para cubrir las necesidades familiares de alimentación, vivienda y educación de los hijos. Un día el padre de nuestro ejemplo pierde el trabajo y para sobrevivir pasa a hacer changas. Pero ahora, con este tipo de ocupación, los ingresos no alcanzan a cubrir las necesidades del grupo, por lo que identifica dos alternativas: disminuir los gastos o mejorar los ingresos. Para bajar el gasto tiene muy poco margen. Puede comprar un poco menos de alimentos, suspender la compra de ropa y eliminar el mayor gasto familiar, que es la educación de los hijos; el resultado es la pobreza. Esta sería la manera ortodoxa de ver la economía, pero ¿existe otra? Claro que sí: mejorando los ingresos. En nuestro ejemplo, podría intentarse que la esposa empiece a trabajar y que uno de los hijos también busque una ocupación parcial que le permita seguir estudiando. En pocas palabras, hay dos maneras bien distintas de ver el desarrollo económico: una mirar los números desde el lado del gasto (gastar cada día menos) y otra, desde el lado de los ingresos, para lo cual será necesario ayudar a aquellos que hoy no tienen ingresos a conseguir uno por medio de políticas sociales de diversa índole.

Por seguir el dogma del achique es que, en contraposición flagrante con las migajas que imaginan para las personas, se pueden ofrecer todo tipo de políticas de estímulo a los sectores productivos y prebendas para los ya poderosos. Muchas veces se repite la frase “primero los de abajo”, pero en la realidad siguen siendo los últimos, los que no forman parte del mercado de consumo; al decir de Eduardo Galeano, “los nadies”. Esta también es la causa por la cual la economía creció en los últimos años más del 15%, pero los sectores populares no fueron parte del reparto, ya que sus ingresos cada vez tienen menor capacidad de compra. El jueves pasado, el ministro de Trabajo, Claudio Moroni, confesó ante la comisión que analiza el presupuesto del año que viene que los salarios perdieron en este tiempo el 3%. Es decir, la economía creció un 15%, pero los salarios bajaron un 3%. ¿Quiénes se quedaron con la diferencia? Los de siempre: el poder económico, los empresarios.

No alcanza con decir que se está a favor de los que menos tienen. Hay que modificar la realidad, porque esta no es para nada inexorable y sólo es necesario contar con el coraje necesario de intervenir en ella. No hay ninguna maldición bíblica que obligue a que las cosas sean como son. Sólo hace falta un cambio cultural, político e institucional para lograr un mundo mejor.

Los medios reproducen datos de la economía que son muy positivos desde el punto de vista del crecimiento, y seguramente esto es verdad. Las grandes preguntas que surgen entonces son: ¿por qué ese crecimiento no redunda en mejores salarios o jubilaciones? ¿Por qué crece la indigencia? ¿Por qué crece el trabajo no registrado? ¿Por qué la mayoría de la gente vive peor? La respuesta es muy simple: por avaricia de los sectores de poder económico y por inacción del gobierno que, sistemáticamente, se niega aplicar las leyes sancionadas y vigentes para evitar estos desvíos. El gobierno, una y otra vez, se enfrasca en un diálogo de sordos, se reúne hasta el hartazgo con las distintas cámaras empresariales y acuerda nuevas reglas de juego para frenar la inflación. Pero todas las veces esos acuerdos llegan a la vereda del Ministerio de Economía y a cada diálogo responden con un nuevo incremento de precios. ¿Hasta cuándo está dispuesto el gobierno a tolerar que metódicamente se le burlen en la cara? A esta altura, cabe pensar que si ello ocurre es porque o bien les tienen miedo o bien son cómplices. Cualquiera de las dos causas es terrible para los sectores populares que dicen representar.

Mientras los medios nos hacen pensar que el gran problema, y en algunos casos el único problema, es la inflación, los sectores populares, lejos de recibir una respuesta, aparecen como los generadores de los problemas económicos que nos aquejan. Los aumentos de precios se asumen con absoluta naturalidad y lo mismo pasa con los incrementos de los servicios públicos, que son sólo una noticia más al pasar mientras que los incrementos salariales llevan tiempos interminables de resolución, en especial para los trabajadores informales. ¿Cuánto hace que se planteó la necesidad de otorgar un bono? Meses. ¿Y cuál fue la respuesta? Ninguna. Esto está llevando a que sólo formen parte de la sociedad los trabajadores formales que cuentan con gremios fuertes y dirigentes de peso que logran incrementos mediante paritarias. Los trabajadores informales y de gremios pequeños están fuera de la protección del Estado y su salario depende de la discrecionalidad del patrón.

 

 

 

Promesas incumplidas

Ni hablar de lo que viven los más pobres y los indigentes, siempre sojuzgados por un esquema económico que los mantiene fuera del sistema. Lo único que reciben son promesas, que generalmente no se cumplen. ¿Qué pasó con las dos variantes del Ingreso Básico Universal, la de los movimientos sociales, que llamaron Salario Básico Universal, y la presentada por Juliana Di Tullio con el aval de Cristina Fernández de Kirchner, que bautizaron como Refuerzo de Ingresos? Sólo quedaron como una expresión de deseos de quienes elaboraron las propuestas, que habían generado una gran expectativa y, tras ser militadas un tiempo corto, cayeron en un silencio exasperante. La última versión de una ayuda social a los sectores populares pareció depender de lo que pasara con el llamado dólar soja. El dólar soja fue un éxito, pero los pobres no formaron parte del banquete.

 

 

¿Qué paso con las variantes del Ingreso Básico Universal que generaron una gran expectativa?

 

 

Lo mismo pasó con el proyecto presentado en la Cámara Alta por la senadora Anabel Fernández Sagasti y el senador Mariano Recalde respecto de la ampliación de la moratoria previsional. Todo hizo suponer que rápidamente sería ley. Incluso, para no dejar a nadie sin la posibilidad de acogerse a la moratoria actual mientras se recorrían los consabidos tiempos del Parlamento, el Presidente Alberto Fernández y la directora ejecutiva de ANSES, Fernanda Raverta, anunciaron que se había firmado una prórroga hasta que fuera aprobada la nueva moratoria. No obstante, a pesar de tener el respaldo de todas las fuerzas del Frente de Todos, el proyecto duerme el sueño de los justos.

Es un grave error jugar la suerte política del Frente de Todos en sólo bajar la inflación. Claro que es necesario hacerlo, pero únicamente con ello no alcanza. Bajar la inflación es una condición necesaria, pero no suficiente, para ser electoralmente competitivos el año próximo. Hace falta construir rápidamente una estrategia social, generar un shock distributivo y construir una esperanza en que un destino mejor es posible.

Mientras tanto, los sectores de poder económico representados por el PRO se relamen y anuncian a quien quiera escuchar el ajuste que harán. La discusión nunca fue más clara: unos defienden los privilegios de las minorías mientras otros defienden los intereses populares. Urge llevar esta discusión al seno de la sociedad y encarar medidas claras que le demuestren al hombre y a la mujer del común que el gobierno está dispuesto a jugarse por ellos. No es posible seguir confundiendo a la sociedad diciendo que defendemos los intereses de las mayorías mientras mantenemos el status quo aplicando recetas ortodoxas. Es necesario plasmar en la realidad, como alguna vez dijo Cristina, que ante grandes adversidades, se requieren grandes acciones.

 

 

 

 

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