El dolor de ya no ser

Biden busca recomponer el terreno que Estados Unidos perdió a nivel global

 

El 11 de junio, Joseph Biden inició una cabalgata de reuniones de nivel internacional. La primera fue con el Grupo de los Siete, en Cornualles, Reino Unido, al amparo de la arrogante pompa real británica. Además de los países que integran el G7 –Estados Unidos, Alemania, Reino Unido, Francia, Italia, Canadá y Japón– participaron como invitados Corea del Sur, India, Sudáfrica y la Unión Europea. Entre otros temas de agenda, se contaron los siguientes:

  1. La donación de 1.000 millones de vacunas contra el Covid-19, cifra significativa que, empero, representa sólo el 10% de la cantidad necesaria para derrotar a la pandemia a escala global.
  2. La reducción de emisiones de dióxido de carbono mediante el aporte de 100.000 millones de dólares por año, hasta el 2025; cabe recordar que en otros encuentros se hicieron promesas semejantes que no se cumplieron.
  3. La finalización del financiamiento estatal de las centrales eléctricas que funcionan a carbón a fines del año en curso.
  4. El anuncio de la puesta en marcha de un plan de desarrollo de infraestructura para los países en vías de desarrollo, denominado Build Back a Better World (Reconstruir un Mundo Mejor; 3BW su acrónimo en inglés). Según Biden se trata de una inversión de 40 billones de dólares, que resultaría una “alternativa democrática” a la Ruta de la Seda china. Sus tópicos centrales serían: el resguardo de la salud y de la seguridad sanitaria, el desarrollo de la tecnología digital, la equidad y la igualdad de género, y los asuntos climáticos, entre otros.

Nada de esto remite a las cuestiones que conciernen a la antedicha iniciativa lanzada por Xi Jiping, de modo que no se entiende como la 3BW podría competir con aquélla.

El 14 de junio comenzó la reunión cumbre de la OTAN. Frente a la herencia de ninguneo y aprietes que le fuera legada por Donald Trump, el Presidente norteamericano apuntó a reafirmar la unidad, la solidaridad y la cohesión de esa entidad para “abrir un nuevo capítulo en las relaciones transatlánticas”. Uno de los temas centrales fue el de “los desafíos al orden internacional basado en reglas” presentados por China, según expuso Biden. “La creciente influencia china… puede presentar desafíos que precisamos enfrentar juntos: amenazas cibernéticas, híbridas y asimétricas”, indicó. Y abundó: “Ha enviado barcos al Mediterráneo, ha realizado ejercicios militares con Rusia y ha construido bases en África”. Dijo también que “las crecientes ambiciones militares de China representan desafíos para la OTAN, que deben ser abordados”. En suma: más bien por enumeración antes que hacerlo de manera directa y explícita, constituyó a China como una dura amenaza, lo que fuerza a la Alianza Atlántica a dirigir su atención hacia –paradójicamente– otra región geográfica: Oriente.

También llevó su parte Rusia, repetidamente mencionada como un desafío a la OTAN. Se la critica por su acumulación de armamentos, sus ataques de piratería cibernética, la anexión de Crimea y otros actos de agresión.

Bien miradas las cosas, la letanía expuesta por Biden implica un tácito reconocimiento de que los Estados Unidos no son ya lo que eran y que el mundo, en términos de relaciones de poder, se configura hoy como una doble bipolaridad: una económica, que antagoniza a Washington y Beijing, y otra militar que enfrenta a la gran potencia del norte con Rusia, país que cuenta con un arsenal nuclear semejante o mejor que el norteamericano. Con un sesgo novedoso y marcado: Estados Unidos inicia un tránsito desde las “guerras interminables” de Medio Oriente y alrededores, iniciadas en 2001, cuyo perfil más alto se expresa hoy en la retirada de Afganistán, hacia una cuasi anatemización de China. Esto obviamente implica un cambio de prioridades estratégicas.

El 14 de junio el Presidente norteamericano se reunió con su par turco Recep Erdogan. Sus intercambios no han trascendido. Se dice que hablaron sobre el sistema antimisiles S400, comprado por Turquía –que integra la OTAN– a Rusia, lo que no ha sido bien visto por Washington. Y sobre el control del aeropuerto de Kabul, que está protegido por fuerzas turcas, punto neurálgico –hoy– para el repliegue en curso de las fuerzas norteamericanas desplegadas en el país afgano.

El 16 de junio, finalizando su periplo, Biden se reunió con Vladimir Putin. Si bien se trataron algunos asuntos álgidos, como las intromisiones y los ataques cibernéticos recíprocos; las presuntas restricciones rusas a las libertades políticas vs. el ataque al Capitolio y la cuestión ucraniana, entre otros, el intercambio fue caracterizado por ambas partes como constructivo y positivo. Y entre otras importantes decisiones, se convino la reapertura de las respectivas embajadas en Washington y en Moscú, y se acordó en iniciar un diálogo sobre el control de las armas nucleares.

Biden ha procurado recomponer las relaciones que estropeó Trump con el G7, la OTAN e incluso con la Unión Europea. Y ha aceptado tácitamente la instalación de una situación de doble bipolaridad respecto de las relaciones de poder a escala mundial. En este contexto ha optado por mantener una relación aceptable con Rusia luego de un comienzo incierto. Y por el contrario, ha asumido el antagonismo con China que puso en marcha su antecesor, incorporándose a ese movimiento pendular que pasó de apreciar las oportunidades comerciales y de inversión que ofrecía el gigante asiático a reconocerlo como un poderoso y peligroso contrincante.

 

 

El “patrio trasero” sudamericano

Es escasa todavía la atención que le presta la administración Biden a una notable descomposición que se encuentra en marcha en una parte de América del Sur. Desde 2019 en adelante creció notoriamente la protesta social en la región andina y han aparecido nuevos actores sociales y políticos en Colombia, Ecuador, Perú y Chile, todos países administrados por Presidentes neoliberales o cercanos a esa identidad.

Chile, Colombia y Perú han sido, junto con México, socios fundadores de la Alianza del Pacífico, una propuesta de integración entre países de la zona del Océano Pacífico no solamente americanos, basada sobre la libertad de mercado, los acuerdos de libre comercio y la libre circulación de bienes, servicios, capitales e inversiones. Es decir, comprometidos con el fundamentalismo de mercado. Ecuador se ha mantenido como socio observador con solicitud de ser aceptado como miembro pleno.

Los estallidos sociales ocurridos en los cuatro países en 2019, sofrenados en 2020 por la pandemia, han retornado con mucha intensidad en Colombia y se han canalizado en los otros tres por la vía electoral: con éxito en las elecciones recientes y múltiples tanto de Chile (convencionales constituyentes, gobernadores de regiones y alcaldes) como de Perú (presidenciales, parlamentarias y municipales); en las de Ecuador, el correísta Andrés Arauz ganó en primera vuelta y alcanzó la primera minoría en el Parlamento pero fue derrotado en segunda vuelta por el neoliberal Guillermo Lasso.

Parafraseando al centinela Marcelo, personaje del Hamlet de William Shakespeare, puede decirse que en esta región sudamericana “algo huele a podrido”, como en Dinamarca. En los tres baluartes sudamericanos del antedicho fundamentalismo de mercado –Colombia, Chile, y Perú– maduró un desquicio socioeconómico y/o político que hizo estragos, tanto en el plano social como a la hora del voto. Sencillamente porque la aviesa “teoría del derrame” hacia los sectores sociales menos favorecidos, que enarbolaban los popes neoliberales, no sólo no existió sino que se orientó en un sentido completamente contrario: hacia los bolsillos de los ricos y de los poderosos. Este vergonzoso quid pro quo fue el que incidió decisivamente sobre la movilización y la protesta social que se desataron en los cuatro países y que aún se sostiene en Colombia, que tendrá elecciones recién el año próximo. Y determinó asimismo, en buena medida, un voto diferente, de castigo y reivindicación, en los casos de Chile y Perú. En este último plano, sólo en Ecuador –y hasta ahí nomás– pudo el neoliberalismo salvar la ropa.

Todas estas situaciones ponen en evidencia un inequívoco quiebre que ha afectado a los mejores alumnos sudamericanos de la Escuela de Chicago.

 

Final

La recomposición iniciada por Biden procura apuntalar posiciones, a sabiendas ya de que su país ha perdido terreno a escala global. En tanto que, ante las descomposiciones que emergen en los cuatro casos sudamericanos examinados, parece que al Presidente de los Estados Unidos se le ha congelado la palabra.

 

 

 

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